El trabajo como lotería
La publicidad, aquel mensaje cargado de interesados simbolismos generados para hundirse y traspasar todas las categorías freudianas, es generalmente un anuncio oculto, opaco e imperceptible, aun cuando en ocasiones logra, tal vez por exceso y fruición, trasparentar sus intenciones. En su ejercicio de eficacia, en su búsqueda de espacios abiertos al imaginario chileno, que está por igual compuesto de deseos y temores, expone a la luz íntimas acciones que retratan, como en un docudrama, toda nuestra cotidiana miseria. El trabajo, su precariedad, o su misma y cada vez más evidente escasez, es uno de aquellos casos. En el trabajo, que hoy expresa por igual su cara inversa, que es el desempleo, están nuestros temores.
En el trabajo, nos dice la publicidad de los juegos de azar, no está nuestra identidad, nuestro futuro ni tampoco nuestra dignidad. Es el simple y duro trabajo, como lo ha sido durante tantos siglos; es sudor, en las galeras, canteras, fábricas y hoy maquilas. Aquel mito del self made man pertenece más a la industria cultural del Hollywood de postguerra que a nuestra estructura productiva globalizada. Un mito derribado no sólo por la realidad y las veladas estadísticas, sino por la misma publicidad. La lotería nos ha recordado que a través del trabajo no lograremos jamás ni nuestra emancipación ni dignidad.
La publicidad de los juegos de azar subraya la nueva identidad chilena, que no está en el trabajo sino en el éxito fortuito e instantáneo. Es como reinstalar viejos mitos, que ponen en manos de los astros nuestro destino, el que no estará cerca de un cielo sino más próximo a un crucero en el Caribe o de Las Vegas. Los juegos de azar, que han cultivado estas ilusiones, ahora incorporan una nueva, tan acorde con los nuevos tiempos laborales. El premio, que durante siglos de capitalismo era la recompensa al trabajo duro y persistente, hoy radica, tal como lo fue en la antigüedad, en la providencia. De nada vale –y las actuales circunstancias parece darles la razón a estos publicistas- trabajar para lograr la felicidad. Se trata de un asunto de suerte.
Pero han ido aún más lejos. El premio ya no está sólo en Las Vegas o las islas caribeñas. El premio es también la dignidad, la que no se obtiene, nos dicen, mediante el trabajo. El gran trofeo es la liberación del empleo, a través del cual –nos vuelven a decir- no conseguiremos ninguna recompensa. Porque el trabajo, tal como carrera, escalafón, –de hecho aún persiste tal vez sólo en el aparato público- se difumina y deja en su reemplazo una actividad informal, temporal, de extrema fragilidad.
La publicidad se ha enterado del retroceso de aquellos viejos valores colectivos y de su reemplazo por otros individuales. Cuando el trabajo sólo tiene sentido como una función necesaria para el consumo, el verdadero paraíso de la realización personal estará sólo y exclusivamente en un perpetuo e incombustible consumo. La felicidad en una sociedad mercantilizada se obtiene bajo esta compra frenética e indefinida.
La dignidad, dice la publicidad, no está hoy en el trabajo. La liberación como persona tampoco. Si hoy lo constatan estos avisos, desde hace tiempo los trabajadores. El empleo, informal, precario, y sin una futura realización y menos una sólida pensión, entregado muchas veces al arbitrio y capricho de los empleadores, ha vuelto a ser el yugo para unos o la corbata que aprieta para otros.
4 de octubre 2004
En el trabajo, nos dice la publicidad de los juegos de azar, no está nuestra identidad, nuestro futuro ni tampoco nuestra dignidad. Es el simple y duro trabajo, como lo ha sido durante tantos siglos; es sudor, en las galeras, canteras, fábricas y hoy maquilas. Aquel mito del self made man pertenece más a la industria cultural del Hollywood de postguerra que a nuestra estructura productiva globalizada. Un mito derribado no sólo por la realidad y las veladas estadísticas, sino por la misma publicidad. La lotería nos ha recordado que a través del trabajo no lograremos jamás ni nuestra emancipación ni dignidad.
La publicidad de los juegos de azar subraya la nueva identidad chilena, que no está en el trabajo sino en el éxito fortuito e instantáneo. Es como reinstalar viejos mitos, que ponen en manos de los astros nuestro destino, el que no estará cerca de un cielo sino más próximo a un crucero en el Caribe o de Las Vegas. Los juegos de azar, que han cultivado estas ilusiones, ahora incorporan una nueva, tan acorde con los nuevos tiempos laborales. El premio, que durante siglos de capitalismo era la recompensa al trabajo duro y persistente, hoy radica, tal como lo fue en la antigüedad, en la providencia. De nada vale –y las actuales circunstancias parece darles la razón a estos publicistas- trabajar para lograr la felicidad. Se trata de un asunto de suerte.
Pero han ido aún más lejos. El premio ya no está sólo en Las Vegas o las islas caribeñas. El premio es también la dignidad, la que no se obtiene, nos dicen, mediante el trabajo. El gran trofeo es la liberación del empleo, a través del cual –nos vuelven a decir- no conseguiremos ninguna recompensa. Porque el trabajo, tal como carrera, escalafón, –de hecho aún persiste tal vez sólo en el aparato público- se difumina y deja en su reemplazo una actividad informal, temporal, de extrema fragilidad.
La publicidad se ha enterado del retroceso de aquellos viejos valores colectivos y de su reemplazo por otros individuales. Cuando el trabajo sólo tiene sentido como una función necesaria para el consumo, el verdadero paraíso de la realización personal estará sólo y exclusivamente en un perpetuo e incombustible consumo. La felicidad en una sociedad mercantilizada se obtiene bajo esta compra frenética e indefinida.
La dignidad, dice la publicidad, no está hoy en el trabajo. La liberación como persona tampoco. Si hoy lo constatan estos avisos, desde hace tiempo los trabajadores. El empleo, informal, precario, y sin una futura realización y menos una sólida pensión, entregado muchas veces al arbitrio y capricho de los empleadores, ha vuelto a ser el yugo para unos o la corbata que aprieta para otros.
4 de octubre 2004