¿En los medios o contra los medios?
Se puede pensar, pero no mencionar. Ciertas verdades, levantadas con palmaria claridad, han de apagarse, comprimirlas en la oscuridad de lo más privado. Cuando los jóvenes portavoces del comando de Eduardo Frei acusaron a Karen Doggenweiler y a TVN de hacer indirectamente campaña a favor del marido de la animadora, tuvieron que silenciarse al día siguiente. En realidad los callaron Tironi y Halpern, los expertos de marketing y publicidad política del comando del senador. Porque las acusaciones levantadas difícilmente podrían sostenerse en argumentos comprensibles por el público de la televisión. Argumentos racionales que se estrellarían con los afectos, las pasiones, con el sentimiento sesgado y oblicuo de los fans. Allí, no entran razones. Mejor ha sido callar.
El comando de Frei ha evaluado lo que es evidente: compite en los medios, pero también contra los medios. Sebastián Piñera, que le lleva aún la delantera en todas las encuestas, es dueño de un canal de TV, y Marco Enríquez-Ominami, que es productor y director audiovisual, está casado con la animadora de un programa estelar de este invierno. Estos dos candidatos hacen de los medios su medio.
El comando de Frei bien podría haber acusado a Piñera de competencia desleal y de realizar campañas encubiertas a su favor en Chilevisión, pero estos argumentos irían en contra del mismo libre mercado, de la libertad de invertir, de las propias bases económicas neoliberales. De las mismas que promovió hasta el extremo de privatizar el agua potable el gobierno de Frei. Pero al haber levantado el dedo contra Karen las consecuencias fueron aún peores: ha sido la política contra los medios, contra la entretención; ha sido la poca credibilidad de la política contra la fruición de la televisión. Cualquier sondeo, cualquier observación, convertía este ataque en un estruendoso fracaso. La oportuna retractación evitó mayores daños.
Estamos frente a una nueva expresión de la política-espectáculo. De la política, que penetra y se fusiona con la farándula y el circo, relación rentable, utilitaria, pero viciada. Una relación incuestionable, pero innombrable. La política ha ingresado en el mundo del espectáculo pero ha debido ajustarse a él, adoptar su lenguaje, su lógica, su estructura. Un proceso en el que ingresa por la ventana, a contrapelo, bajo profundas sospechas. En el espectáculo, la política es un actor secundario, un invitado de piedra.
Frei es probablemente el menos mediático de los candidatos. Parco, opaco, dubitativo, contradictorio… aburrido para la televisión y los medios. Es torpe para el ágil lenguaje audiovisual. Yerra y es incoherente. Para la política-espectáculo es sin duda el peor de los candidatos: no tiene el discurso organizado y pseudo dialéctico de Piñera y, por cierto, es el reverso de la locuacidad de Enríquez-Ominami.
Pero Frei es y tiene que ser parte del espectáculo y de sus accesorios, como son las encuestas, el marketing y la publicidad política. En el territorio público más institucional, en el que predominan la representación y las imágenes, los eslogan, jingles y caricaturas, Frei es un producto, una marca bien promocionada y publicitada. Pero bajo la luz de los medios, bajo la inmediatez de una cámara, no mucho más que eso. Si sus atributos pueden sostenerse bajo guiones rígidos y pautas estructuradas por sus publicistas, sus debilidades afloran y escurren en cada declaración pública. La televisión, que es el escenario propio de la política espectáculo, es para Frei un lugar tan peligroso como un circo romano. Pero no puede escabullirse.
Hay ciertos matices y contradicciones con los discursos y la representación política. Paradojas que crea el mismo espectáculo, la excesiva representatividad. Como el histrionismo, que es también falsedad y retórica. Que es engaño. El exceso de locuacidad en un pueblo que carece de ella puede ser una causa de molestia, de honda sospecha. Puede ser una forma de coerción intelectual y engaño. Y puede ser aún más cuando la política ha perdido las relaciones con sus representados, cuando ha conformado un club privado, una sociedad de elites. Cuando pocas actividades despiertan más recelo y desconfianza que la política.
Hemos tenido gobernantes de facto y elegidos de poca o nula capacidad discursiva ante los medios. No sólo Pinochet, que usó su incompetencia expresiva para despreciar a “los señores políticos”. Y durante las más recientes y posmodernas décadas la gran promesa política del nuevo milenio que fue Ricardo Lagos sucumbió, entre otras causas, claro está, junto a su retórica y su academia.
Confuso panorama para el espectáculo político, que no pocas veces ha buscado instalarse desde el mismo espectáculo. Cuántos casos, por lo general doblemente lamentables para la política, de figuras del espectáculo, el cine y los medios que han levantado exitosas candidaturas pero han realizado penosos gobiernos: desde Ronald Reagan a Arnold Schwarzenegger, desde Berlusconi a Abdalá Bucaram a Collor de Melo.
Frei, cuyo opaco talante alguna vez durante la década pasada se interpretó como la cara inversa al bullicio político, tal vez debiera mantener esa senda. La naturaleza es sabia.
PAUL WALDER
El comando de Frei ha evaluado lo que es evidente: compite en los medios, pero también contra los medios. Sebastián Piñera, que le lleva aún la delantera en todas las encuestas, es dueño de un canal de TV, y Marco Enríquez-Ominami, que es productor y director audiovisual, está casado con la animadora de un programa estelar de este invierno. Estos dos candidatos hacen de los medios su medio.
El comando de Frei bien podría haber acusado a Piñera de competencia desleal y de realizar campañas encubiertas a su favor en Chilevisión, pero estos argumentos irían en contra del mismo libre mercado, de la libertad de invertir, de las propias bases económicas neoliberales. De las mismas que promovió hasta el extremo de privatizar el agua potable el gobierno de Frei. Pero al haber levantado el dedo contra Karen las consecuencias fueron aún peores: ha sido la política contra los medios, contra la entretención; ha sido la poca credibilidad de la política contra la fruición de la televisión. Cualquier sondeo, cualquier observación, convertía este ataque en un estruendoso fracaso. La oportuna retractación evitó mayores daños.
Estamos frente a una nueva expresión de la política-espectáculo. De la política, que penetra y se fusiona con la farándula y el circo, relación rentable, utilitaria, pero viciada. Una relación incuestionable, pero innombrable. La política ha ingresado en el mundo del espectáculo pero ha debido ajustarse a él, adoptar su lenguaje, su lógica, su estructura. Un proceso en el que ingresa por la ventana, a contrapelo, bajo profundas sospechas. En el espectáculo, la política es un actor secundario, un invitado de piedra.
Frei es probablemente el menos mediático de los candidatos. Parco, opaco, dubitativo, contradictorio… aburrido para la televisión y los medios. Es torpe para el ágil lenguaje audiovisual. Yerra y es incoherente. Para la política-espectáculo es sin duda el peor de los candidatos: no tiene el discurso organizado y pseudo dialéctico de Piñera y, por cierto, es el reverso de la locuacidad de Enríquez-Ominami.
Pero Frei es y tiene que ser parte del espectáculo y de sus accesorios, como son las encuestas, el marketing y la publicidad política. En el territorio público más institucional, en el que predominan la representación y las imágenes, los eslogan, jingles y caricaturas, Frei es un producto, una marca bien promocionada y publicitada. Pero bajo la luz de los medios, bajo la inmediatez de una cámara, no mucho más que eso. Si sus atributos pueden sostenerse bajo guiones rígidos y pautas estructuradas por sus publicistas, sus debilidades afloran y escurren en cada declaración pública. La televisión, que es el escenario propio de la política espectáculo, es para Frei un lugar tan peligroso como un circo romano. Pero no puede escabullirse.
Hay ciertos matices y contradicciones con los discursos y la representación política. Paradojas que crea el mismo espectáculo, la excesiva representatividad. Como el histrionismo, que es también falsedad y retórica. Que es engaño. El exceso de locuacidad en un pueblo que carece de ella puede ser una causa de molestia, de honda sospecha. Puede ser una forma de coerción intelectual y engaño. Y puede ser aún más cuando la política ha perdido las relaciones con sus representados, cuando ha conformado un club privado, una sociedad de elites. Cuando pocas actividades despiertan más recelo y desconfianza que la política.
Hemos tenido gobernantes de facto y elegidos de poca o nula capacidad discursiva ante los medios. No sólo Pinochet, que usó su incompetencia expresiva para despreciar a “los señores políticos”. Y durante las más recientes y posmodernas décadas la gran promesa política del nuevo milenio que fue Ricardo Lagos sucumbió, entre otras causas, claro está, junto a su retórica y su academia.
Confuso panorama para el espectáculo político, que no pocas veces ha buscado instalarse desde el mismo espectáculo. Cuántos casos, por lo general doblemente lamentables para la política, de figuras del espectáculo, el cine y los medios que han levantado exitosas candidaturas pero han realizado penosos gobiernos: desde Ronald Reagan a Arnold Schwarzenegger, desde Berlusconi a Abdalá Bucaram a Collor de Melo.
Frei, cuyo opaco talante alguna vez durante la década pasada se interpretó como la cara inversa al bullicio político, tal vez debiera mantener esa senda. La naturaleza es sabia.
PAUL WALDER