Los límites del miedo
Los medios buscan nuevos límites en la producción del dolor, en su juego con el drama la muerte. Nuevos límites en su propia obscenidad. La captura de audiencia admite nuevas estrategias, las que en su proceso aplastan lo poco que les quedaba de dignidad. Todo por el espectáculo, bien sabemos, pero también por las ventas. Bien por el dinero, por el circo, por la atracción mortal, por el espectáculo final.
Hay situaciones extremas. Como el caso de Jade Goody, informó la prensa europea, que remece al público británico. Un remezón que salpica sangre, enfermedad y descubre la muerte bajo la mirada atenta de unos medios y publicistas que acechan cual buitres. Jade es una joven de 27 años con cáncer de útero que ha vendido su inminente muerte a la prensa. Una joven de orígenes muy humildes, profundamente inculta y ordinaria (sic), afirma El País, conocida por su participación e incidentes en diversos reality shows. Gracias a su potente personalidad impresionó a la audiencia y se levantó como un personaje público. Pero de esos que existen millares. De esos que tanto abundan en y alrededor de la tramoya mediática.
El fatal diagnóstico de Jade ha sido explotado por una de las principales oficinas de relaciones públicas del Reino Unido. Max Clifford, líder en estas técnicas, le ha diseñado la campaña, que no busca otra cosa que vender su muerte al mejor postor. Pactar la exhibición de su cuerpo degradado y ya rendido a la expansión del tumor, a las secuelas de la radio y la quimioterapia. La joven, ya calva, ha dicho que lo hace por sus dos hijos: la comercialización de su muerte, dijo, les permitirá a sus hijos tener una vida mejor. “No quiero que tengan la misma infancia miserable, plagada de drogas y marcada por la pobreza que tuve yo" declaró en una entrevista publicada en enero en The Telegraph.
La tragedia de Jade no es particular. Es también el drama de una sociedad que se deleita con la muerte, que sufre –o tal vez goza- con el dolor cercano. En realidad es ésta la verdadera tragedia. Demandamos de los medios el fin de todos los límites, la ruptura de todas las privacidades. La prensa ya ha triunfado sobre las intimidades, sobre los cuerpos, sobre la sexualidad, sobre la enfermedad. Se ha instalado al centro de las vidas y sus posibilidades –y mientras más dolorosas y bizarras mejor- las que están plenamente cubiertas por los medios. Faltaba el espectáculo de la muerte. La lenta y larga agonía de Jade ha marcado un nuevo hito.
Este fenómeno que atrae al público televisivo británico, aun cuando parece extremo, no es un caso aislado. Es el perfecto ejemplo del sentido de los medios, de sus estímulos, de sus tendencias, de sus finales objetivos. De su éxito, medido como rating o ventas. El caso de Jade involucró al mismo gobierno del Reino Unido, lo que muestra una vez más la íntima relación entre la realidad mediatizada y la política o, lo que es casi igual, entre el espectáculo mediático (como realidad convertida en show business) y la política.
No es un caso raro. Simplemente apunta a un nuevo límite. Porque la prensa diaria y la televisión se nutre de estos fines. El accidente que sufrió en febrero la hija más pequeña del ministro Andrés Velasco y la periodista Consuelo Saavedra tuvo una cobertura sólo comparable con el despliegue de una catástrofe nacional. Una producción apoyada en la exhibición y dramatización del dolor del otro, en la exhibición del miedo, de la debilidad ajena. El espectáculo y la tragedia. Producción de crueldad. La prensa acechando, los periodistas como aves de rapiña, el público escudriñando en los pliegues de la intimidad de personajes públicos. ¿Por qué lo hace? ¿Por informar a la población? No seamos ingenuos. La industria de los medios nacional lo hace por el mismo fin que Jade, que Clifford y los diarios británicos. Por el rating, por las ventas. y qué mejor que el tejido de un drama en torno a personalidades cuya realidad ha sido creada por los mismos medios, por la televisión.
¿Hasta dónde llegará el espectáculo? Hasta los límites naturales de ese proceso de trasgresión de las intimidades, los que están cercados sólo por el hartazgo, por la sobreexposición, por la obscenidad. El espectáculo morboso termina en su saturación, en la anestesia, como sucede con la pornografía, con el miedo, con el dolor, con la crueldad. Un largo proceso marcado por una profunda degradación, la que se extiende desde los mismos medios a su público. A las instituciones, a toda aquella sociedad relacionada en y por su propia perversión.
¿Es ésta la función social de los medios de comunicación? Es show business, es el mercado, son negocios.
PAUL WALDER