El rescate económico chileno a manos de la desidia neoliberal
El pasado 11 de marzo, fecha que marca el ingreso del gobierno de Michelle Bachelet a su último año y a escasos metros al sur de La Moneda, los trabajadores amparados en la CUT (Central Única de Trabajadores) dieron inicio a un programa de movilizaciones, que se extenderá durante las próximas semanas y meses. No es, claro está, una protesta contra la crisis, pero sí por la dirección y los objetivos que tienen las acciones económicas desplegadas desde Hacienda.
El gobierno de Bachelet ha demostrado una vez más, perciben, dicen los trabajadores sindicalizados, tener sus prioridades económicas en el empresariado. Aquel miércoles los funcionarios públicos, de la salud primaria y otros gremios se reunieron a lo largo del país. En Santiago, la cita fue en el Paseo Bulnes para lanzar una primera señal al gobierno: si no se orientan las medidas hacia los trabajadores, habrá protestas. La primera gran movilización está convocada por todo el territorio nacional para el próximo 16 de abril.
Hay ciertas circunstancias que se han de tener en cuenta. Que la crisis es global, no hay duda. Y también puede afirmarse sin riesgo que el gobierno no tiene responsabilidad en ella, no ha sido el causante. Pero, con el mismo énfasis, podemos decir que ha sido cómplice. Todos los gobiernos de la Concertación se deleitaron con las políticas neoliberales que han padecido los trabajadores, con las desregulaciones, con la apertura unilateral y total de los mercados. Chile, bien recordamos, era elogiado durante la década pasada por todos los organismos financieros internacionales, aquellos que propiciaron e incentivaron la globalización neoliberal, por la “profundidad” de sus medidas liberalizadoras. Las políticas económicas chilenas las estimaron como “adelantadas” a su tiempo. Chile fue el modelo libremercandista para la región. Sobran registros y materiales para recordar ese discurso y aquellas improntas.
No sólo fueron los más aplicados en el desmantelamiento de todas las instalaciones estatales para venderlas al mejor postor. Creyeron, y nos hicieron creer, que el libre mercado no sólo haría florecer la economía, sino también la distribuiría de manera justa. Desde los primeros años de la década pasada los ministros de Hacienda nos prometieron que el “salto al desarrollo” sería en unos diez años. Que el derrame sería abundante. El tiempo de los trabajadores, no sólo parece haber quedado detenido, sino ha retrocedido. Nunca, en la historia moderna, habían tenido menos poder.
Andrés Velasco es de esta misma progenie neoliberal. Y es quien hoy administra los efectos de la crisis sobre la economía chilena. Quienes nos han conducido a la catástrofe ahora intentan remediarla. ¿Cómo? Con las mismas políticas de antaño. Cuando el viernes 13 de marzo comenzó a regir el programa de subsidio para la contratación de mano de obra juvenil, Velasco dijo, sin pudor, que con esa medida “todos ganan”: el joven, la empresa, la economía, el país. Un sistema utilizado durante la crisis asiática que no derivó en mejorías. Si miramos las estadísticas de entonces, la tasa de desempleo se elevó en 1999 y no bajó hasta cinco o seis años más tarde. La discusión económica del gobierno de Ricardo Lagos para enfrentar aquella crisis giró alrededor de la Agenda pro Crecimiento y la flexibilidad laboral. En cómo facilitarle las cosas a la empresa. Lo de Velasco tiene, evidentemente, esta misma inspiración.
De las AFPs hacia un sistema de reparto
De allí la profunda desconfianza en el gobierno de las organizaciones laborales. El temor pena. Que esta crisis, la peor desde la Gran Depresión, la paguen los trabajadores, con la carencia de empleo, con los recortes salariales, con las pérdidas de los ahorros para la jubilación. “Hoy día los trabajadores han perdido muchos millones de pesos y creemos que tiene que haber una reforma al sistema previsional, no puede existir un sistema previsional que esté basando en una capitalización individual, administrado por privados y sujeto a la volatilidad del mercado, que hace que hoy día los trabajadores hayan tenido millonarias pérdidas en sus fondos de previsión”, afirmó entonces el presidente de la Asociación de Empleados Fiscales, Raúl de la Puente, organización que hacia finales del año pasado marcó un hito en su capacidad de convocatoria y movilización durante el proceso de reajuste salarial. Este año es posible que las protestas y movilizaciones se profundicen y que se levante como reivindicación nacional la propuesta de estos trabajadores: cambiar el fracasado sistema privado de capitalización individual por un sistema de reparto, tal como el año pasado se hizo en Argentina.
De la Puente quiere avanzar hacia el sistema de reparto, uno “solidario, en que el Estado asuma el protagonismo, que garantice a los trabajadores una renta cercana a la que tenían en actividad y que tengamos participación, porque se trata de nuestros sueldos. Ha llegado la hora de exigir un cambio, esta crisis ha desnudado este sistema previsional que es necesario cambiar”.
El colapso del sistema de AFPs, que el gobierno no comenta y tampoco parece vigilar, no da tregua. Desde que se inició el derrumbe hacia mediados del 2007 se evaporaron más de 28 mil millones de dólares. Hacia mediados de marzo el fondo había perdido 28.171 millones de dólares, o un 27,6 por ciento del total. Un proceso que no tiene fin: la crisis carcome día a día los ahorros de los trabajadores y, por increíble que parezca, el gobierno no dice y no hace nada. Absolutamente nada. La contemplación, la pasividad, la inacción. En agosto pasado las pérdidas llegaron a poco más de doce mil millones de dólares y en noviembre a 27 mil millones. La tendencia al desfonde, al vacío, es evidente.
El dirigente de los trabajadores de la salud Esteban Maturana ha criticado esta actitud gubernamental cercana a la indolencia. En declaraciones durante la concentración de advertencia, dijo que “la autoridad sabía lo que iba a ocurrir en el mundo los primeros meses del año pasado, sabía que se iba producir una debacle. El gobierno debería haber aconsejado a los trabajadores cambiarse de fondos de alto riesgo a los de bajo riesgo”. Por ello una de las acciones: la presentación durante el verano de un recurso judicial contra el estado chileno por las responsabilidades que le caben en las pérdidas de los ahorros para la jubilación.
Esconder la cabeza
Las opiniones de Maturana expresan lo que ha sido hasta ahora la actitud gubernamental ante la crisis. Tras un año de abierta desidia, con no pocos rasgos de cierta soberbia cuando se llegó a afirmar que los efectos de la crisis no llegarían a Chile, desde enero La Moneda ha admitido, ante las evidencias, que la crisis se ha instalado. Realidades como el alza en el desempleo, despidos masivos, violenta caída de las exportaciones, de la producción y las ventas. En suma, el país ya en recesión.
Ante el palmario descalabro de todo el andamiaje económico neoliberal, el establishment aún es renuente a admitir que las cosas irán a peor. Una actitud que inhibe todavía más las acciones y retarda las reacciones.
Evidencias, pero también proyecciones. Como las que surgen desde una institución tan cercana a Chile como la CEPAL. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva del organismo que reside en Santiago, en una entrevista publicada en La Jornada de México traza el panorama futuro, que es sin duda crepuscular. “Obviamente va a afectar en muchos ámbitos. Uno de los que más preocupa es el del empleo. Ya ha habido una caída de la actividad industrial del sector secundario en países como Brasil y México, lo mismo pasa con la industria automotriz. No solamente va a impactar a la banca, sino a la economía, el ingreso, el consumo”, afirma. Y agrega: “Hay que prepararse porque en realidad es una crisis que va a ser más profunda de lo que se hubiera pensado inicialmente”.
Tal vez las previsiones más sensibles se refieren a una transformación global, que no se limitará al área económica. Porque el impacto de la economía sobre otros ámbitos será total. Dice Bárcenas que“estamos en un momento muy importante, es un cambio civilizatorio; esta crisis no solamente va a impactar a la banca o las finanzas o la actividad comercial y económica. Va a tocar todos los ámbitos de nuestra vida, nos va a hacer repensar nuestros estilos de vida e inclusive nos va a llevar a revisar cómo se están desarrollando y conviviendo las sociedades”.
Un trance que va para largo. Si consideramos que se trata de la crisis más grave desde finales de la década de los años 20 del siglo pasado, podemos prepararnos para cambios mayores. Para ello podemos hacer algunas sencillas comparaciones. En los años 80 del siglo pasado, durante la llamada década pérdida para la región, cuando el crecimiento fue prácticamente cero, la parte económica tardó 10 años en recuperarse, pero remontar a los niveles de pobreza que había antes de esa década demoró 20 años. “Por ello muchas de las respuestas a la actual crisis tienen que ver con proteger a las poblaciones más vulnerables y tratar de que no haya retrocesos en materia de equidad. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, porque uno de los temas que se va a ver comprometido sin duda es el empleo. Proteger el empleo es hoy el gran dilema”, dice Bárcenas.
Pero no todo puede ser pesimismo. Hay una esperanza generacional, a largo plazo. Porque “ésta es una oportunidad donde la sociedad va a tener que recrearse a sí misma, porque tampoco es una solución pensar que ya llegó la crisis y hay que esperar a que termine. Hay que buscar soluciones innovadoras, creación de nuevas categorías de empleo a través de la innovación científica y técnica. Hay espacios para innovar en el ámbito social, económico, productivo, inclusive en el ámbito ambiental. Es hora de cambiar y se puede y debe hacer”. Y ante estos pronósticos e interpretaciones, el gobierno qué hace. Enfrenta la crisis como si fuera una oscilación más de la economía. Pone en marcha los mismos mecanismos destinados a mantener a flote el mismo modelo. Como si las bajas tasas de interés fueran a solventar la catástrofe, como si estos escasos subsidios fueran a resolver el masivo desempleo.
El pesimismo de los Nóbel
Estas advertencias vienen desde la región, pero se amplifican y replican en muchos otros ambientes, sectores, categorías políticas e intelectuales. En prácticamente todas hay un consenso apocalíptico. La crisis del capitalismo es un equivalente a la caída del Muro de Berlín hace casi exactamente veinte años atrás.
Del Premio Nóbel a Fidel Castro. Paul Krugman, legítimo keynesiano –de izquierda, si se quiere- estima que el plan de rescate del gobierno de Barack Obama no sólo no dará resultado, sino que hará perder un tiempo valioso para enfrentar la crisis. En una de sus últimas y habituales columna en The New York Times, dijo que el empleo ya ha caído más en esta recesión de lo que lo hizo en la crisis de 1981-1982, considerada la peor desde la Gran Depresión. “Como resultado, la promesa de Obama de que su plan crearía o salvaría 3,5 millones de trabajos para finales de 2010 parecería poco impresionante, por decir lo menos”.
Y traza también otro panorama sombrío en el corto plazo: “Es septiembre de 2009, la tasa de desempleo ha superado nueve por ciento, y, a pesar de la primera ronda de gasto en estímulos, aún sigue subiendo. Obama finalmente reconoce que son necesarios estímulos mayores. Sin embargo, no logra que su nuevo plan se apruebe en el Congreso porque la aceptación de sus políticas económicas ha caído en picada, en parte debido a que se perciben como fallidas, en parte debido a que las políticas de creación de empleo se han unido en la mente de la población a los rescates bancarios profundamente impopulares. Y, como resultado, la recesión continúa en medio de la polémica, sin control”.
Otro Nóbel de Economía tampoco está conforme con el plan de estímulo de Obama. Joseph Stiglitz dijo en aquellos mismos días que “el paquete estadounidense de rescate económico del presidente Barack Obama de más de 700.000 millones de dólares es mucho mejor que la respuesta de Bush en el 2008, pero no es suficiente y la crisis será peor”. En esa oportunidad, Stiglitz dijo que la crisis será brutal en todo el mundo, “pero países como Brasil van a sufrir de verdad”. La crisis, iniciada y desatada en los centros financieros internacionales, será padecida principalmente en los países pobres.
Hay numerosas áreas en las que los países pobres, como Chile, sufrirán con mayor rigor la crisis. De partida, porque hemos padecido de forma endémica los efectos del modelo neoliberal y todas sus injusticias. Pero también por haber seguido a rajatabla todos los dictámenes de los organismos financieros internacionales. La completa apertura económica chilena, tan elogiada durante más de una década, podría convertirse en su mayor mal. Y Stiglitz lo sugiere, porque aun cuando “hay un acuerdo global de no recurrir al proteccionismo’muchos paquetes de rescate económico tienen medidas proteccionistas en su base. Quienes más sufrirán serán los países en desarrollo".
Fidel Castro también ha venido observando este trance. En una de sus últimas reflexiones, y ante la reunión que sostendrá este mes en Londres el Grupo de los 20, que integra también a las principales economías en desarrollo, confiesa su pesimismo. “La ONU ha dicho que se necesitarían 72 mil millones de dólares para ayudar a África, una fracción de lo que los Gobiernos de Europa y Estados Unidos han puesto para resucitar sus economías”. Recordemos que el paquete de rescate de Obama suma 700 mil millones de dólares. Por tanto, no “ninguna esperanza para los países del Tercer Mundo viene de Nueva York o Washington”.
El columnista de La jornada Ilán Semo lo ratifica. Tal vez, dice, una solución global a la crisis es una buena idea, pero nadie, ni en el G-7 ni en el G-14 ni en el G-20, parece tener la mínima voluntad o disposición para ponerla en práctica. “No se trata de simples medidas regulatorias que inhiben la autofagia financiera, sino de algo más grave: cómo crear una demanda suplementaria más allá de la casa propia. Y a saber, el Keynes global todavía no ha nacido”.
“Degradado y satanizado durante décadas por la retórica monetarista, el Estado ha devenido el único agente viable para enfrentar el colapso. Pero el Estado ha sido –y sigue siendo– un agente estrictamente local, acaso el más local de todos. Y, para decirlo con un eufemismo, sólo vela por los suyos. En términos más escénicos: Obama sólo tiene en mente al mercado de Estados Unidos, Zapatero al de España y los gobernantes chinos al de China”.
Y los neoliberales se encargan de nosotros.
El pasado 11 de marzo, fecha que marca el ingreso del gobierno de Michelle Bachelet a su último año y a escasos metros al sur de La Moneda, los trabajadores amparados en la CUT (Central Única de Trabajadores) dieron inicio a un programa de movilizaciones, que se extenderá durante las próximas semanas y meses. No es, claro está, una protesta contra la crisis, pero sí por la dirección y los objetivos que tienen las acciones económicas desplegadas desde Hacienda.
El gobierno de Bachelet ha demostrado una vez más, perciben, dicen los trabajadores sindicalizados, tener sus prioridades económicas en el empresariado. Aquel miércoles los funcionarios públicos, de la salud primaria y otros gremios se reunieron a lo largo del país. En Santiago, la cita fue en el Paseo Bulnes para lanzar una primera señal al gobierno: si no se orientan las medidas hacia los trabajadores, habrá protestas. La primera gran movilización está convocada por todo el territorio nacional para el próximo 16 de abril.
Hay ciertas circunstancias que se han de tener en cuenta. Que la crisis es global, no hay duda. Y también puede afirmarse sin riesgo que el gobierno no tiene responsabilidad en ella, no ha sido el causante. Pero, con el mismo énfasis, podemos decir que ha sido cómplice. Todos los gobiernos de la Concertación se deleitaron con las políticas neoliberales que han padecido los trabajadores, con las desregulaciones, con la apertura unilateral y total de los mercados. Chile, bien recordamos, era elogiado durante la década pasada por todos los organismos financieros internacionales, aquellos que propiciaron e incentivaron la globalización neoliberal, por la “profundidad” de sus medidas liberalizadoras. Las políticas económicas chilenas las estimaron como “adelantadas” a su tiempo. Chile fue el modelo libremercandista para la región. Sobran registros y materiales para recordar ese discurso y aquellas improntas.
No sólo fueron los más aplicados en el desmantelamiento de todas las instalaciones estatales para venderlas al mejor postor. Creyeron, y nos hicieron creer, que el libre mercado no sólo haría florecer la economía, sino también la distribuiría de manera justa. Desde los primeros años de la década pasada los ministros de Hacienda nos prometieron que el “salto al desarrollo” sería en unos diez años. Que el derrame sería abundante. El tiempo de los trabajadores, no sólo parece haber quedado detenido, sino ha retrocedido. Nunca, en la historia moderna, habían tenido menos poder.
Andrés Velasco es de esta misma progenie neoliberal. Y es quien hoy administra los efectos de la crisis sobre la economía chilena. Quienes nos han conducido a la catástrofe ahora intentan remediarla. ¿Cómo? Con las mismas políticas de antaño. Cuando el viernes 13 de marzo comenzó a regir el programa de subsidio para la contratación de mano de obra juvenil, Velasco dijo, sin pudor, que con esa medida “todos ganan”: el joven, la empresa, la economía, el país. Un sistema utilizado durante la crisis asiática que no derivó en mejorías. Si miramos las estadísticas de entonces, la tasa de desempleo se elevó en 1999 y no bajó hasta cinco o seis años más tarde. La discusión económica del gobierno de Ricardo Lagos para enfrentar aquella crisis giró alrededor de la Agenda pro Crecimiento y la flexibilidad laboral. En cómo facilitarle las cosas a la empresa. Lo de Velasco tiene, evidentemente, esta misma inspiración.
De las AFPs hacia un sistema de reparto
De allí la profunda desconfianza en el gobierno de las organizaciones laborales. El temor pena. Que esta crisis, la peor desde la Gran Depresión, la paguen los trabajadores, con la carencia de empleo, con los recortes salariales, con las pérdidas de los ahorros para la jubilación. “Hoy día los trabajadores han perdido muchos millones de pesos y creemos que tiene que haber una reforma al sistema previsional, no puede existir un sistema previsional que esté basando en una capitalización individual, administrado por privados y sujeto a la volatilidad del mercado, que hace que hoy día los trabajadores hayan tenido millonarias pérdidas en sus fondos de previsión”, afirmó entonces el presidente de la Asociación de Empleados Fiscales, Raúl de la Puente, organización que hacia finales del año pasado marcó un hito en su capacidad de convocatoria y movilización durante el proceso de reajuste salarial. Este año es posible que las protestas y movilizaciones se profundicen y que se levante como reivindicación nacional la propuesta de estos trabajadores: cambiar el fracasado sistema privado de capitalización individual por un sistema de reparto, tal como el año pasado se hizo en Argentina.
De la Puente quiere avanzar hacia el sistema de reparto, uno “solidario, en que el Estado asuma el protagonismo, que garantice a los trabajadores una renta cercana a la que tenían en actividad y que tengamos participación, porque se trata de nuestros sueldos. Ha llegado la hora de exigir un cambio, esta crisis ha desnudado este sistema previsional que es necesario cambiar”.
El colapso del sistema de AFPs, que el gobierno no comenta y tampoco parece vigilar, no da tregua. Desde que se inició el derrumbe hacia mediados del 2007 se evaporaron más de 28 mil millones de dólares. Hacia mediados de marzo el fondo había perdido 28.171 millones de dólares, o un 27,6 por ciento del total. Un proceso que no tiene fin: la crisis carcome día a día los ahorros de los trabajadores y, por increíble que parezca, el gobierno no dice y no hace nada. Absolutamente nada. La contemplación, la pasividad, la inacción. En agosto pasado las pérdidas llegaron a poco más de doce mil millones de dólares y en noviembre a 27 mil millones. La tendencia al desfonde, al vacío, es evidente.
El dirigente de los trabajadores de la salud Esteban Maturana ha criticado esta actitud gubernamental cercana a la indolencia. En declaraciones durante la concentración de advertencia, dijo que “la autoridad sabía lo que iba a ocurrir en el mundo los primeros meses del año pasado, sabía que se iba producir una debacle. El gobierno debería haber aconsejado a los trabajadores cambiarse de fondos de alto riesgo a los de bajo riesgo”. Por ello una de las acciones: la presentación durante el verano de un recurso judicial contra el estado chileno por las responsabilidades que le caben en las pérdidas de los ahorros para la jubilación.
Esconder la cabeza
Las opiniones de Maturana expresan lo que ha sido hasta ahora la actitud gubernamental ante la crisis. Tras un año de abierta desidia, con no pocos rasgos de cierta soberbia cuando se llegó a afirmar que los efectos de la crisis no llegarían a Chile, desde enero La Moneda ha admitido, ante las evidencias, que la crisis se ha instalado. Realidades como el alza en el desempleo, despidos masivos, violenta caída de las exportaciones, de la producción y las ventas. En suma, el país ya en recesión.
Ante el palmario descalabro de todo el andamiaje económico neoliberal, el establishment aún es renuente a admitir que las cosas irán a peor. Una actitud que inhibe todavía más las acciones y retarda las reacciones.
Evidencias, pero también proyecciones. Como las que surgen desde una institución tan cercana a Chile como la CEPAL. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva del organismo que reside en Santiago, en una entrevista publicada en La Jornada de México traza el panorama futuro, que es sin duda crepuscular. “Obviamente va a afectar en muchos ámbitos. Uno de los que más preocupa es el del empleo. Ya ha habido una caída de la actividad industrial del sector secundario en países como Brasil y México, lo mismo pasa con la industria automotriz. No solamente va a impactar a la banca, sino a la economía, el ingreso, el consumo”, afirma. Y agrega: “Hay que prepararse porque en realidad es una crisis que va a ser más profunda de lo que se hubiera pensado inicialmente”.
Tal vez las previsiones más sensibles se refieren a una transformación global, que no se limitará al área económica. Porque el impacto de la economía sobre otros ámbitos será total. Dice Bárcenas que“estamos en un momento muy importante, es un cambio civilizatorio; esta crisis no solamente va a impactar a la banca o las finanzas o la actividad comercial y económica. Va a tocar todos los ámbitos de nuestra vida, nos va a hacer repensar nuestros estilos de vida e inclusive nos va a llevar a revisar cómo se están desarrollando y conviviendo las sociedades”.
Un trance que va para largo. Si consideramos que se trata de la crisis más grave desde finales de la década de los años 20 del siglo pasado, podemos prepararnos para cambios mayores. Para ello podemos hacer algunas sencillas comparaciones. En los años 80 del siglo pasado, durante la llamada década pérdida para la región, cuando el crecimiento fue prácticamente cero, la parte económica tardó 10 años en recuperarse, pero remontar a los niveles de pobreza que había antes de esa década demoró 20 años. “Por ello muchas de las respuestas a la actual crisis tienen que ver con proteger a las poblaciones más vulnerables y tratar de que no haya retrocesos en materia de equidad. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, porque uno de los temas que se va a ver comprometido sin duda es el empleo. Proteger el empleo es hoy el gran dilema”, dice Bárcenas.
Pero no todo puede ser pesimismo. Hay una esperanza generacional, a largo plazo. Porque “ésta es una oportunidad donde la sociedad va a tener que recrearse a sí misma, porque tampoco es una solución pensar que ya llegó la crisis y hay que esperar a que termine. Hay que buscar soluciones innovadoras, creación de nuevas categorías de empleo a través de la innovación científica y técnica. Hay espacios para innovar en el ámbito social, económico, productivo, inclusive en el ámbito ambiental. Es hora de cambiar y se puede y debe hacer”. Y ante estos pronósticos e interpretaciones, el gobierno qué hace. Enfrenta la crisis como si fuera una oscilación más de la economía. Pone en marcha los mismos mecanismos destinados a mantener a flote el mismo modelo. Como si las bajas tasas de interés fueran a solventar la catástrofe, como si estos escasos subsidios fueran a resolver el masivo desempleo.
El pesimismo de los Nóbel
Estas advertencias vienen desde la región, pero se amplifican y replican en muchos otros ambientes, sectores, categorías políticas e intelectuales. En prácticamente todas hay un consenso apocalíptico. La crisis del capitalismo es un equivalente a la caída del Muro de Berlín hace casi exactamente veinte años atrás.
Del Premio Nóbel a Fidel Castro. Paul Krugman, legítimo keynesiano –de izquierda, si se quiere- estima que el plan de rescate del gobierno de Barack Obama no sólo no dará resultado, sino que hará perder un tiempo valioso para enfrentar la crisis. En una de sus últimas y habituales columna en The New York Times, dijo que el empleo ya ha caído más en esta recesión de lo que lo hizo en la crisis de 1981-1982, considerada la peor desde la Gran Depresión. “Como resultado, la promesa de Obama de que su plan crearía o salvaría 3,5 millones de trabajos para finales de 2010 parecería poco impresionante, por decir lo menos”.
Y traza también otro panorama sombrío en el corto plazo: “Es septiembre de 2009, la tasa de desempleo ha superado nueve por ciento, y, a pesar de la primera ronda de gasto en estímulos, aún sigue subiendo. Obama finalmente reconoce que son necesarios estímulos mayores. Sin embargo, no logra que su nuevo plan se apruebe en el Congreso porque la aceptación de sus políticas económicas ha caído en picada, en parte debido a que se perciben como fallidas, en parte debido a que las políticas de creación de empleo se han unido en la mente de la población a los rescates bancarios profundamente impopulares. Y, como resultado, la recesión continúa en medio de la polémica, sin control”.
Otro Nóbel de Economía tampoco está conforme con el plan de estímulo de Obama. Joseph Stiglitz dijo en aquellos mismos días que “el paquete estadounidense de rescate económico del presidente Barack Obama de más de 700.000 millones de dólares es mucho mejor que la respuesta de Bush en el 2008, pero no es suficiente y la crisis será peor”. En esa oportunidad, Stiglitz dijo que la crisis será brutal en todo el mundo, “pero países como Brasil van a sufrir de verdad”. La crisis, iniciada y desatada en los centros financieros internacionales, será padecida principalmente en los países pobres.
Hay numerosas áreas en las que los países pobres, como Chile, sufrirán con mayor rigor la crisis. De partida, porque hemos padecido de forma endémica los efectos del modelo neoliberal y todas sus injusticias. Pero también por haber seguido a rajatabla todos los dictámenes de los organismos financieros internacionales. La completa apertura económica chilena, tan elogiada durante más de una década, podría convertirse en su mayor mal. Y Stiglitz lo sugiere, porque aun cuando “hay un acuerdo global de no recurrir al proteccionismo’muchos paquetes de rescate económico tienen medidas proteccionistas en su base. Quienes más sufrirán serán los países en desarrollo".
Fidel Castro también ha venido observando este trance. En una de sus últimas reflexiones, y ante la reunión que sostendrá este mes en Londres el Grupo de los 20, que integra también a las principales economías en desarrollo, confiesa su pesimismo. “La ONU ha dicho que se necesitarían 72 mil millones de dólares para ayudar a África, una fracción de lo que los Gobiernos de Europa y Estados Unidos han puesto para resucitar sus economías”. Recordemos que el paquete de rescate de Obama suma 700 mil millones de dólares. Por tanto, no “ninguna esperanza para los países del Tercer Mundo viene de Nueva York o Washington”.
El columnista de La jornada Ilán Semo lo ratifica. Tal vez, dice, una solución global a la crisis es una buena idea, pero nadie, ni en el G-7 ni en el G-14 ni en el G-20, parece tener la mínima voluntad o disposición para ponerla en práctica. “No se trata de simples medidas regulatorias que inhiben la autofagia financiera, sino de algo más grave: cómo crear una demanda suplementaria más allá de la casa propia. Y a saber, el Keynes global todavía no ha nacido”.
“Degradado y satanizado durante décadas por la retórica monetarista, el Estado ha devenido el único agente viable para enfrentar el colapso. Pero el Estado ha sido –y sigue siendo– un agente estrictamente local, acaso el más local de todos. Y, para decirlo con un eufemismo, sólo vela por los suyos. En términos más escénicos: Obama sólo tiene en mente al mercado de Estados Unidos, Zapatero al de España y los gobernantes chinos al de China”.
Y los neoliberales se encargan de nosotros.
El gobierno de Bachelet ha demostrado una vez más, perciben, dicen los trabajadores sindicalizados, tener sus prioridades económicas en el empresariado. Aquel miércoles los funcionarios públicos, de la salud primaria y otros gremios se reunieron a lo largo del país. En Santiago, la cita fue en el Paseo Bulnes para lanzar una primera señal al gobierno: si no se orientan las medidas hacia los trabajadores, habrá protestas. La primera gran movilización está convocada por todo el territorio nacional para el próximo 16 de abril.
Hay ciertas circunstancias que se han de tener en cuenta. Que la crisis es global, no hay duda. Y también puede afirmarse sin riesgo que el gobierno no tiene responsabilidad en ella, no ha sido el causante. Pero, con el mismo énfasis, podemos decir que ha sido cómplice. Todos los gobiernos de la Concertación se deleitaron con las políticas neoliberales que han padecido los trabajadores, con las desregulaciones, con la apertura unilateral y total de los mercados. Chile, bien recordamos, era elogiado durante la década pasada por todos los organismos financieros internacionales, aquellos que propiciaron e incentivaron la globalización neoliberal, por la “profundidad” de sus medidas liberalizadoras. Las políticas económicas chilenas las estimaron como “adelantadas” a su tiempo. Chile fue el modelo libremercandista para la región. Sobran registros y materiales para recordar ese discurso y aquellas improntas.
No sólo fueron los más aplicados en el desmantelamiento de todas las instalaciones estatales para venderlas al mejor postor. Creyeron, y nos hicieron creer, que el libre mercado no sólo haría florecer la economía, sino también la distribuiría de manera justa. Desde los primeros años de la década pasada los ministros de Hacienda nos prometieron que el “salto al desarrollo” sería en unos diez años. Que el derrame sería abundante. El tiempo de los trabajadores, no sólo parece haber quedado detenido, sino ha retrocedido. Nunca, en la historia moderna, habían tenido menos poder.
Andrés Velasco es de esta misma progenie neoliberal. Y es quien hoy administra los efectos de la crisis sobre la economía chilena. Quienes nos han conducido a la catástrofe ahora intentan remediarla. ¿Cómo? Con las mismas políticas de antaño. Cuando el viernes 13 de marzo comenzó a regir el programa de subsidio para la contratación de mano de obra juvenil, Velasco dijo, sin pudor, que con esa medida “todos ganan”: el joven, la empresa, la economía, el país. Un sistema utilizado durante la crisis asiática que no derivó en mejorías. Si miramos las estadísticas de entonces, la tasa de desempleo se elevó en 1999 y no bajó hasta cinco o seis años más tarde. La discusión económica del gobierno de Ricardo Lagos para enfrentar aquella crisis giró alrededor de la Agenda pro Crecimiento y la flexibilidad laboral. En cómo facilitarle las cosas a la empresa. Lo de Velasco tiene, evidentemente, esta misma inspiración.
De las AFPs hacia un sistema de reparto
De allí la profunda desconfianza en el gobierno de las organizaciones laborales. El temor pena. Que esta crisis, la peor desde la Gran Depresión, la paguen los trabajadores, con la carencia de empleo, con los recortes salariales, con las pérdidas de los ahorros para la jubilación. “Hoy día los trabajadores han perdido muchos millones de pesos y creemos que tiene que haber una reforma al sistema previsional, no puede existir un sistema previsional que esté basando en una capitalización individual, administrado por privados y sujeto a la volatilidad del mercado, que hace que hoy día los trabajadores hayan tenido millonarias pérdidas en sus fondos de previsión”, afirmó entonces el presidente de la Asociación de Empleados Fiscales, Raúl de la Puente, organización que hacia finales del año pasado marcó un hito en su capacidad de convocatoria y movilización durante el proceso de reajuste salarial. Este año es posible que las protestas y movilizaciones se profundicen y que se levante como reivindicación nacional la propuesta de estos trabajadores: cambiar el fracasado sistema privado de capitalización individual por un sistema de reparto, tal como el año pasado se hizo en Argentina.
De la Puente quiere avanzar hacia el sistema de reparto, uno “solidario, en que el Estado asuma el protagonismo, que garantice a los trabajadores una renta cercana a la que tenían en actividad y que tengamos participación, porque se trata de nuestros sueldos. Ha llegado la hora de exigir un cambio, esta crisis ha desnudado este sistema previsional que es necesario cambiar”.
El colapso del sistema de AFPs, que el gobierno no comenta y tampoco parece vigilar, no da tregua. Desde que se inició el derrumbe hacia mediados del 2007 se evaporaron más de 28 mil millones de dólares. Hacia mediados de marzo el fondo había perdido 28.171 millones de dólares, o un 27,6 por ciento del total. Un proceso que no tiene fin: la crisis carcome día a día los ahorros de los trabajadores y, por increíble que parezca, el gobierno no dice y no hace nada. Absolutamente nada. La contemplación, la pasividad, la inacción. En agosto pasado las pérdidas llegaron a poco más de doce mil millones de dólares y en noviembre a 27 mil millones. La tendencia al desfonde, al vacío, es evidente.
El dirigente de los trabajadores de la salud Esteban Maturana ha criticado esta actitud gubernamental cercana a la indolencia. En declaraciones durante la concentración de advertencia, dijo que “la autoridad sabía lo que iba a ocurrir en el mundo los primeros meses del año pasado, sabía que se iba producir una debacle. El gobierno debería haber aconsejado a los trabajadores cambiarse de fondos de alto riesgo a los de bajo riesgo”. Por ello una de las acciones: la presentación durante el verano de un recurso judicial contra el estado chileno por las responsabilidades que le caben en las pérdidas de los ahorros para la jubilación.
Esconder la cabeza
Las opiniones de Maturana expresan lo que ha sido hasta ahora la actitud gubernamental ante la crisis. Tras un año de abierta desidia, con no pocos rasgos de cierta soberbia cuando se llegó a afirmar que los efectos de la crisis no llegarían a Chile, desde enero La Moneda ha admitido, ante las evidencias, que la crisis se ha instalado. Realidades como el alza en el desempleo, despidos masivos, violenta caída de las exportaciones, de la producción y las ventas. En suma, el país ya en recesión.
Ante el palmario descalabro de todo el andamiaje económico neoliberal, el establishment aún es renuente a admitir que las cosas irán a peor. Una actitud que inhibe todavía más las acciones y retarda las reacciones.
Evidencias, pero también proyecciones. Como las que surgen desde una institución tan cercana a Chile como la CEPAL. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva del organismo que reside en Santiago, en una entrevista publicada en La Jornada de México traza el panorama futuro, que es sin duda crepuscular. “Obviamente va a afectar en muchos ámbitos. Uno de los que más preocupa es el del empleo. Ya ha habido una caída de la actividad industrial del sector secundario en países como Brasil y México, lo mismo pasa con la industria automotriz. No solamente va a impactar a la banca, sino a la economía, el ingreso, el consumo”, afirma. Y agrega: “Hay que prepararse porque en realidad es una crisis que va a ser más profunda de lo que se hubiera pensado inicialmente”.
Tal vez las previsiones más sensibles se refieren a una transformación global, que no se limitará al área económica. Porque el impacto de la economía sobre otros ámbitos será total. Dice Bárcenas que“estamos en un momento muy importante, es un cambio civilizatorio; esta crisis no solamente va a impactar a la banca o las finanzas o la actividad comercial y económica. Va a tocar todos los ámbitos de nuestra vida, nos va a hacer repensar nuestros estilos de vida e inclusive nos va a llevar a revisar cómo se están desarrollando y conviviendo las sociedades”.
Un trance que va para largo. Si consideramos que se trata de la crisis más grave desde finales de la década de los años 20 del siglo pasado, podemos prepararnos para cambios mayores. Para ello podemos hacer algunas sencillas comparaciones. En los años 80 del siglo pasado, durante la llamada década pérdida para la región, cuando el crecimiento fue prácticamente cero, la parte económica tardó 10 años en recuperarse, pero remontar a los niveles de pobreza que había antes de esa década demoró 20 años. “Por ello muchas de las respuestas a la actual crisis tienen que ver con proteger a las poblaciones más vulnerables y tratar de que no haya retrocesos en materia de equidad. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, porque uno de los temas que se va a ver comprometido sin duda es el empleo. Proteger el empleo es hoy el gran dilema”, dice Bárcenas.
Pero no todo puede ser pesimismo. Hay una esperanza generacional, a largo plazo. Porque “ésta es una oportunidad donde la sociedad va a tener que recrearse a sí misma, porque tampoco es una solución pensar que ya llegó la crisis y hay que esperar a que termine. Hay que buscar soluciones innovadoras, creación de nuevas categorías de empleo a través de la innovación científica y técnica. Hay espacios para innovar en el ámbito social, económico, productivo, inclusive en el ámbito ambiental. Es hora de cambiar y se puede y debe hacer”. Y ante estos pronósticos e interpretaciones, el gobierno qué hace. Enfrenta la crisis como si fuera una oscilación más de la economía. Pone en marcha los mismos mecanismos destinados a mantener a flote el mismo modelo. Como si las bajas tasas de interés fueran a solventar la catástrofe, como si estos escasos subsidios fueran a resolver el masivo desempleo.
El pesimismo de los Nóbel
Estas advertencias vienen desde la región, pero se amplifican y replican en muchos otros ambientes, sectores, categorías políticas e intelectuales. En prácticamente todas hay un consenso apocalíptico. La crisis del capitalismo es un equivalente a la caída del Muro de Berlín hace casi exactamente veinte años atrás.
Del Premio Nóbel a Fidel Castro. Paul Krugman, legítimo keynesiano –de izquierda, si se quiere- estima que el plan de rescate del gobierno de Barack Obama no sólo no dará resultado, sino que hará perder un tiempo valioso para enfrentar la crisis. En una de sus últimas y habituales columna en The New York Times, dijo que el empleo ya ha caído más en esta recesión de lo que lo hizo en la crisis de 1981-1982, considerada la peor desde la Gran Depresión. “Como resultado, la promesa de Obama de que su plan crearía o salvaría 3,5 millones de trabajos para finales de 2010 parecería poco impresionante, por decir lo menos”.
Y traza también otro panorama sombrío en el corto plazo: “Es septiembre de 2009, la tasa de desempleo ha superado nueve por ciento, y, a pesar de la primera ronda de gasto en estímulos, aún sigue subiendo. Obama finalmente reconoce que son necesarios estímulos mayores. Sin embargo, no logra que su nuevo plan se apruebe en el Congreso porque la aceptación de sus políticas económicas ha caído en picada, en parte debido a que se perciben como fallidas, en parte debido a que las políticas de creación de empleo se han unido en la mente de la población a los rescates bancarios profundamente impopulares. Y, como resultado, la recesión continúa en medio de la polémica, sin control”.
Otro Nóbel de Economía tampoco está conforme con el plan de estímulo de Obama. Joseph Stiglitz dijo en aquellos mismos días que “el paquete estadounidense de rescate económico del presidente Barack Obama de más de 700.000 millones de dólares es mucho mejor que la respuesta de Bush en el 2008, pero no es suficiente y la crisis será peor”. En esa oportunidad, Stiglitz dijo que la crisis será brutal en todo el mundo, “pero países como Brasil van a sufrir de verdad”. La crisis, iniciada y desatada en los centros financieros internacionales, será padecida principalmente en los países pobres.
Hay numerosas áreas en las que los países pobres, como Chile, sufrirán con mayor rigor la crisis. De partida, porque hemos padecido de forma endémica los efectos del modelo neoliberal y todas sus injusticias. Pero también por haber seguido a rajatabla todos los dictámenes de los organismos financieros internacionales. La completa apertura económica chilena, tan elogiada durante más de una década, podría convertirse en su mayor mal. Y Stiglitz lo sugiere, porque aun cuando “hay un acuerdo global de no recurrir al proteccionismo’muchos paquetes de rescate económico tienen medidas proteccionistas en su base. Quienes más sufrirán serán los países en desarrollo".
Fidel Castro también ha venido observando este trance. En una de sus últimas reflexiones, y ante la reunión que sostendrá este mes en Londres el Grupo de los 20, que integra también a las principales economías en desarrollo, confiesa su pesimismo. “La ONU ha dicho que se necesitarían 72 mil millones de dólares para ayudar a África, una fracción de lo que los Gobiernos de Europa y Estados Unidos han puesto para resucitar sus economías”. Recordemos que el paquete de rescate de Obama suma 700 mil millones de dólares. Por tanto, no “ninguna esperanza para los países del Tercer Mundo viene de Nueva York o Washington”.
El columnista de La jornada Ilán Semo lo ratifica. Tal vez, dice, una solución global a la crisis es una buena idea, pero nadie, ni en el G-7 ni en el G-14 ni en el G-20, parece tener la mínima voluntad o disposición para ponerla en práctica. “No se trata de simples medidas regulatorias que inhiben la autofagia financiera, sino de algo más grave: cómo crear una demanda suplementaria más allá de la casa propia. Y a saber, el Keynes global todavía no ha nacido”.
“Degradado y satanizado durante décadas por la retórica monetarista, el Estado ha devenido el único agente viable para enfrentar el colapso. Pero el Estado ha sido –y sigue siendo– un agente estrictamente local, acaso el más local de todos. Y, para decirlo con un eufemismo, sólo vela por los suyos. En términos más escénicos: Obama sólo tiene en mente al mercado de Estados Unidos, Zapatero al de España y los gobernantes chinos al de China”.
Y los neoliberales se encargan de nosotros.
El pasado 11 de marzo, fecha que marca el ingreso del gobierno de Michelle Bachelet a su último año y a escasos metros al sur de La Moneda, los trabajadores amparados en la CUT (Central Única de Trabajadores) dieron inicio a un programa de movilizaciones, que se extenderá durante las próximas semanas y meses. No es, claro está, una protesta contra la crisis, pero sí por la dirección y los objetivos que tienen las acciones económicas desplegadas desde Hacienda.
El gobierno de Bachelet ha demostrado una vez más, perciben, dicen los trabajadores sindicalizados, tener sus prioridades económicas en el empresariado. Aquel miércoles los funcionarios públicos, de la salud primaria y otros gremios se reunieron a lo largo del país. En Santiago, la cita fue en el Paseo Bulnes para lanzar una primera señal al gobierno: si no se orientan las medidas hacia los trabajadores, habrá protestas. La primera gran movilización está convocada por todo el territorio nacional para el próximo 16 de abril.
Hay ciertas circunstancias que se han de tener en cuenta. Que la crisis es global, no hay duda. Y también puede afirmarse sin riesgo que el gobierno no tiene responsabilidad en ella, no ha sido el causante. Pero, con el mismo énfasis, podemos decir que ha sido cómplice. Todos los gobiernos de la Concertación se deleitaron con las políticas neoliberales que han padecido los trabajadores, con las desregulaciones, con la apertura unilateral y total de los mercados. Chile, bien recordamos, era elogiado durante la década pasada por todos los organismos financieros internacionales, aquellos que propiciaron e incentivaron la globalización neoliberal, por la “profundidad” de sus medidas liberalizadoras. Las políticas económicas chilenas las estimaron como “adelantadas” a su tiempo. Chile fue el modelo libremercandista para la región. Sobran registros y materiales para recordar ese discurso y aquellas improntas.
No sólo fueron los más aplicados en el desmantelamiento de todas las instalaciones estatales para venderlas al mejor postor. Creyeron, y nos hicieron creer, que el libre mercado no sólo haría florecer la economía, sino también la distribuiría de manera justa. Desde los primeros años de la década pasada los ministros de Hacienda nos prometieron que el “salto al desarrollo” sería en unos diez años. Que el derrame sería abundante. El tiempo de los trabajadores, no sólo parece haber quedado detenido, sino ha retrocedido. Nunca, en la historia moderna, habían tenido menos poder.
Andrés Velasco es de esta misma progenie neoliberal. Y es quien hoy administra los efectos de la crisis sobre la economía chilena. Quienes nos han conducido a la catástrofe ahora intentan remediarla. ¿Cómo? Con las mismas políticas de antaño. Cuando el viernes 13 de marzo comenzó a regir el programa de subsidio para la contratación de mano de obra juvenil, Velasco dijo, sin pudor, que con esa medida “todos ganan”: el joven, la empresa, la economía, el país. Un sistema utilizado durante la crisis asiática que no derivó en mejorías. Si miramos las estadísticas de entonces, la tasa de desempleo se elevó en 1999 y no bajó hasta cinco o seis años más tarde. La discusión económica del gobierno de Ricardo Lagos para enfrentar aquella crisis giró alrededor de la Agenda pro Crecimiento y la flexibilidad laboral. En cómo facilitarle las cosas a la empresa. Lo de Velasco tiene, evidentemente, esta misma inspiración.
De las AFPs hacia un sistema de reparto
De allí la profunda desconfianza en el gobierno de las organizaciones laborales. El temor pena. Que esta crisis, la peor desde la Gran Depresión, la paguen los trabajadores, con la carencia de empleo, con los recortes salariales, con las pérdidas de los ahorros para la jubilación. “Hoy día los trabajadores han perdido muchos millones de pesos y creemos que tiene que haber una reforma al sistema previsional, no puede existir un sistema previsional que esté basando en una capitalización individual, administrado por privados y sujeto a la volatilidad del mercado, que hace que hoy día los trabajadores hayan tenido millonarias pérdidas en sus fondos de previsión”, afirmó entonces el presidente de la Asociación de Empleados Fiscales, Raúl de la Puente, organización que hacia finales del año pasado marcó un hito en su capacidad de convocatoria y movilización durante el proceso de reajuste salarial. Este año es posible que las protestas y movilizaciones se profundicen y que se levante como reivindicación nacional la propuesta de estos trabajadores: cambiar el fracasado sistema privado de capitalización individual por un sistema de reparto, tal como el año pasado se hizo en Argentina.
De la Puente quiere avanzar hacia el sistema de reparto, uno “solidario, en que el Estado asuma el protagonismo, que garantice a los trabajadores una renta cercana a la que tenían en actividad y que tengamos participación, porque se trata de nuestros sueldos. Ha llegado la hora de exigir un cambio, esta crisis ha desnudado este sistema previsional que es necesario cambiar”.
El colapso del sistema de AFPs, que el gobierno no comenta y tampoco parece vigilar, no da tregua. Desde que se inició el derrumbe hacia mediados del 2007 se evaporaron más de 28 mil millones de dólares. Hacia mediados de marzo el fondo había perdido 28.171 millones de dólares, o un 27,6 por ciento del total. Un proceso que no tiene fin: la crisis carcome día a día los ahorros de los trabajadores y, por increíble que parezca, el gobierno no dice y no hace nada. Absolutamente nada. La contemplación, la pasividad, la inacción. En agosto pasado las pérdidas llegaron a poco más de doce mil millones de dólares y en noviembre a 27 mil millones. La tendencia al desfonde, al vacío, es evidente.
El dirigente de los trabajadores de la salud Esteban Maturana ha criticado esta actitud gubernamental cercana a la indolencia. En declaraciones durante la concentración de advertencia, dijo que “la autoridad sabía lo que iba a ocurrir en el mundo los primeros meses del año pasado, sabía que se iba producir una debacle. El gobierno debería haber aconsejado a los trabajadores cambiarse de fondos de alto riesgo a los de bajo riesgo”. Por ello una de las acciones: la presentación durante el verano de un recurso judicial contra el estado chileno por las responsabilidades que le caben en las pérdidas de los ahorros para la jubilación.
Esconder la cabeza
Las opiniones de Maturana expresan lo que ha sido hasta ahora la actitud gubernamental ante la crisis. Tras un año de abierta desidia, con no pocos rasgos de cierta soberbia cuando se llegó a afirmar que los efectos de la crisis no llegarían a Chile, desde enero La Moneda ha admitido, ante las evidencias, que la crisis se ha instalado. Realidades como el alza en el desempleo, despidos masivos, violenta caída de las exportaciones, de la producción y las ventas. En suma, el país ya en recesión.
Ante el palmario descalabro de todo el andamiaje económico neoliberal, el establishment aún es renuente a admitir que las cosas irán a peor. Una actitud que inhibe todavía más las acciones y retarda las reacciones.
Evidencias, pero también proyecciones. Como las que surgen desde una institución tan cercana a Chile como la CEPAL. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva del organismo que reside en Santiago, en una entrevista publicada en La Jornada de México traza el panorama futuro, que es sin duda crepuscular. “Obviamente va a afectar en muchos ámbitos. Uno de los que más preocupa es el del empleo. Ya ha habido una caída de la actividad industrial del sector secundario en países como Brasil y México, lo mismo pasa con la industria automotriz. No solamente va a impactar a la banca, sino a la economía, el ingreso, el consumo”, afirma. Y agrega: “Hay que prepararse porque en realidad es una crisis que va a ser más profunda de lo que se hubiera pensado inicialmente”.
Tal vez las previsiones más sensibles se refieren a una transformación global, que no se limitará al área económica. Porque el impacto de la economía sobre otros ámbitos será total. Dice Bárcenas que“estamos en un momento muy importante, es un cambio civilizatorio; esta crisis no solamente va a impactar a la banca o las finanzas o la actividad comercial y económica. Va a tocar todos los ámbitos de nuestra vida, nos va a hacer repensar nuestros estilos de vida e inclusive nos va a llevar a revisar cómo se están desarrollando y conviviendo las sociedades”.
Un trance que va para largo. Si consideramos que se trata de la crisis más grave desde finales de la década de los años 20 del siglo pasado, podemos prepararnos para cambios mayores. Para ello podemos hacer algunas sencillas comparaciones. En los años 80 del siglo pasado, durante la llamada década pérdida para la región, cuando el crecimiento fue prácticamente cero, la parte económica tardó 10 años en recuperarse, pero remontar a los niveles de pobreza que había antes de esa década demoró 20 años. “Por ello muchas de las respuestas a la actual crisis tienen que ver con proteger a las poblaciones más vulnerables y tratar de que no haya retrocesos en materia de equidad. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, porque uno de los temas que se va a ver comprometido sin duda es el empleo. Proteger el empleo es hoy el gran dilema”, dice Bárcenas.
Pero no todo puede ser pesimismo. Hay una esperanza generacional, a largo plazo. Porque “ésta es una oportunidad donde la sociedad va a tener que recrearse a sí misma, porque tampoco es una solución pensar que ya llegó la crisis y hay que esperar a que termine. Hay que buscar soluciones innovadoras, creación de nuevas categorías de empleo a través de la innovación científica y técnica. Hay espacios para innovar en el ámbito social, económico, productivo, inclusive en el ámbito ambiental. Es hora de cambiar y se puede y debe hacer”. Y ante estos pronósticos e interpretaciones, el gobierno qué hace. Enfrenta la crisis como si fuera una oscilación más de la economía. Pone en marcha los mismos mecanismos destinados a mantener a flote el mismo modelo. Como si las bajas tasas de interés fueran a solventar la catástrofe, como si estos escasos subsidios fueran a resolver el masivo desempleo.
El pesimismo de los Nóbel
Estas advertencias vienen desde la región, pero se amplifican y replican en muchos otros ambientes, sectores, categorías políticas e intelectuales. En prácticamente todas hay un consenso apocalíptico. La crisis del capitalismo es un equivalente a la caída del Muro de Berlín hace casi exactamente veinte años atrás.
Del Premio Nóbel a Fidel Castro. Paul Krugman, legítimo keynesiano –de izquierda, si se quiere- estima que el plan de rescate del gobierno de Barack Obama no sólo no dará resultado, sino que hará perder un tiempo valioso para enfrentar la crisis. En una de sus últimas y habituales columna en The New York Times, dijo que el empleo ya ha caído más en esta recesión de lo que lo hizo en la crisis de 1981-1982, considerada la peor desde la Gran Depresión. “Como resultado, la promesa de Obama de que su plan crearía o salvaría 3,5 millones de trabajos para finales de 2010 parecería poco impresionante, por decir lo menos”.
Y traza también otro panorama sombrío en el corto plazo: “Es septiembre de 2009, la tasa de desempleo ha superado nueve por ciento, y, a pesar de la primera ronda de gasto en estímulos, aún sigue subiendo. Obama finalmente reconoce que son necesarios estímulos mayores. Sin embargo, no logra que su nuevo plan se apruebe en el Congreso porque la aceptación de sus políticas económicas ha caído en picada, en parte debido a que se perciben como fallidas, en parte debido a que las políticas de creación de empleo se han unido en la mente de la población a los rescates bancarios profundamente impopulares. Y, como resultado, la recesión continúa en medio de la polémica, sin control”.
Otro Nóbel de Economía tampoco está conforme con el plan de estímulo de Obama. Joseph Stiglitz dijo en aquellos mismos días que “el paquete estadounidense de rescate económico del presidente Barack Obama de más de 700.000 millones de dólares es mucho mejor que la respuesta de Bush en el 2008, pero no es suficiente y la crisis será peor”. En esa oportunidad, Stiglitz dijo que la crisis será brutal en todo el mundo, “pero países como Brasil van a sufrir de verdad”. La crisis, iniciada y desatada en los centros financieros internacionales, será padecida principalmente en los países pobres.
Hay numerosas áreas en las que los países pobres, como Chile, sufrirán con mayor rigor la crisis. De partida, porque hemos padecido de forma endémica los efectos del modelo neoliberal y todas sus injusticias. Pero también por haber seguido a rajatabla todos los dictámenes de los organismos financieros internacionales. La completa apertura económica chilena, tan elogiada durante más de una década, podría convertirse en su mayor mal. Y Stiglitz lo sugiere, porque aun cuando “hay un acuerdo global de no recurrir al proteccionismo’muchos paquetes de rescate económico tienen medidas proteccionistas en su base. Quienes más sufrirán serán los países en desarrollo".
Fidel Castro también ha venido observando este trance. En una de sus últimas reflexiones, y ante la reunión que sostendrá este mes en Londres el Grupo de los 20, que integra también a las principales economías en desarrollo, confiesa su pesimismo. “La ONU ha dicho que se necesitarían 72 mil millones de dólares para ayudar a África, una fracción de lo que los Gobiernos de Europa y Estados Unidos han puesto para resucitar sus economías”. Recordemos que el paquete de rescate de Obama suma 700 mil millones de dólares. Por tanto, no “ninguna esperanza para los países del Tercer Mundo viene de Nueva York o Washington”.
El columnista de La jornada Ilán Semo lo ratifica. Tal vez, dice, una solución global a la crisis es una buena idea, pero nadie, ni en el G-7 ni en el G-14 ni en el G-20, parece tener la mínima voluntad o disposición para ponerla en práctica. “No se trata de simples medidas regulatorias que inhiben la autofagia financiera, sino de algo más grave: cómo crear una demanda suplementaria más allá de la casa propia. Y a saber, el Keynes global todavía no ha nacido”.
“Degradado y satanizado durante décadas por la retórica monetarista, el Estado ha devenido el único agente viable para enfrentar el colapso. Pero el Estado ha sido –y sigue siendo– un agente estrictamente local, acaso el más local de todos. Y, para decirlo con un eufemismo, sólo vela por los suyos. En términos más escénicos: Obama sólo tiene en mente al mercado de Estados Unidos, Zapatero al de España y los gobernantes chinos al de China”.
Y los neoliberales se encargan de nosotros.