Cómo leer el diario
Los diarios han mutado de mediadores de la realidad en falsos creadores de realidad. No canalizan información; la modelan, la elaboran. Son las grandes maquinarias elaboradoras de los contenidos necesarios para el reforzamiento del statu quo, de un sistema que se expresa en los campos económico, político, social y cultural. Los diarios envuelven las distintas realidades, las conectan, las procesan, les dan un sentido, que es un valor, un supuesto, o una respuesta a esa realidad. Son globalizadores, porque abarcan gran parte de las realidades, pero también totalitarios: cada mirada a cada una de las áreas de esa realidad es funcional a la marcha y a la reproducción de una institucionalidad. Los diarios son parte útil y oficiosa a esa institucionalidad.
Esta primera afirmación nos puede dar una idea sobre cómo leer los diarios. Ya no como género informativo, sino interpretativo. Podemos decir que los diarios interpretan esa realidad, pero se trata de una traducción libre, una interpretación de los hechos bajo un rígido patrón o modelo. Es la creación de una imagen, con sus centros, su perímetro, sus pliegues, sus zonas luminosas y oscuras, sus héroes y sus villanos. Los diarios crean una representación del mundo en un alto grado de complejidad pero también lleno de contrastes básicos, como la representación del bien y del mal, encarnada ya sea por personas o dirigentes políticos (Santos versus Chávez) o por ideas (mercado versus estado).
Pero se trata de una representación espuria. Tras la imagen representada hay un rígido guión, que está ajustado al reforzamiento del statu quo, a la consolidación de un modelo político, económico y social. Los diarios de los grandes consorcios son una herramienta más de aquella maquinaria económica-comercial-financiera que se expresa en todas las áreas no sólo de nuestra vida pública, sino también privada. Junto a la publicidad, los diarios –y por extensión los medios en general- son el motor de lo que tantos autores han denominado alienación.
Como ejemplo bárbaro y extremo de escenificación de esa imagen de la realidad han sido aquellos suplementos dominicales que intentan cristalizar los millares de eventos que han formado el año. Una fotografía nacional que compone aquella imagen ideal. Es la idea de un país, una entelequia que abarca amplios campos de la institucionalidad y la sociedad, pero que sólo expresa una mirada, bien acotada y elaborada, sesgada, exageradamente compuesta. Como aquellos paisajes o retratos de caballete.
Y qué vemos en esa imagen. Un país en desarrollo, moderno, en plena expansión, con los conflictos propios de una sólida democracia, con una sana alternancia en el poder, con los mercados funcionando a plena marcha. Un país que innova, aún con problemas pero lleno de oportunidades, conectado con los principales centros comerciales y culturales del mundo. Un modelo, una institucionalidad, bien consolidada, sólo amenazada por una entropía externa, como mapuches, isleños, anarquistas, delincuentes y otros desadaptados.
Al observar esa imagen, sólo podemos ver la expresión de una clase y de la institucionalidad atada a esa clase y a sus poderes. Como si fuera un paisaje de Santiago desde La Dehesa o desde una oficina de El Golf. Lo que se ve es una fracción de lo que hay.
¿Cuál es la funcionalidad de esa representación? Mantener y reforzar un modelo, el sistema político y económico que se instaló y amoldó en Chile durante las últimas décadas del siglo pasado. Todo lo que amenaza ese modelo está omitido o forma parte de las zonas oscuras de aquella imagen.
Los diarios del duopolio son un producto entre la realidad y los intereses de clase. Un producto que es una artificialidad, una relato falsario apuntalado por las grandes corporaciones y sus representantes políticos. Una imagen fantástica, que hemos de ver como tal. Es tan evidente su artificialidad, que la misma embajada de Estados Unidos en Chile, nos hemos informado a través de Wikileaks, ha quedado sorprendida. Sólo en dictaduras que ejercen una férrea censura de la prensa puede hallarse tal nivel de manipulación, omisión y mentira.
Al leer estos diarios estamos leyendo una construcción artificial de la realidad, cuyo objetivo final es la comprensión por los lectores como realidad a secas. Aquí radica nuestro ejercicio: observar aquella prensa como medios para el adoctrinamiento del lector.
Un ejercicio que es también un gran desafío. Porque en las condiciones chilenas, esta prensa tiene características de monopolio, lo que en el terreno de la circulación de la información son rasgos totalitarios. Una sola versión, la que se amplifica al saltar al resto de los medios, como la televisión y, en menor medida, la radio, impide ejercer nuestro derecho a una información plural. El mercado, como en muchos otros sectores, ha mutado aquí en monopolio, en una dictadura de la información.
PAUL WALDER
Esta primera afirmación nos puede dar una idea sobre cómo leer los diarios. Ya no como género informativo, sino interpretativo. Podemos decir que los diarios interpretan esa realidad, pero se trata de una traducción libre, una interpretación de los hechos bajo un rígido patrón o modelo. Es la creación de una imagen, con sus centros, su perímetro, sus pliegues, sus zonas luminosas y oscuras, sus héroes y sus villanos. Los diarios crean una representación del mundo en un alto grado de complejidad pero también lleno de contrastes básicos, como la representación del bien y del mal, encarnada ya sea por personas o dirigentes políticos (Santos versus Chávez) o por ideas (mercado versus estado).
Pero se trata de una representación espuria. Tras la imagen representada hay un rígido guión, que está ajustado al reforzamiento del statu quo, a la consolidación de un modelo político, económico y social. Los diarios de los grandes consorcios son una herramienta más de aquella maquinaria económica-comercial-financiera que se expresa en todas las áreas no sólo de nuestra vida pública, sino también privada. Junto a la publicidad, los diarios –y por extensión los medios en general- son el motor de lo que tantos autores han denominado alienación.
Como ejemplo bárbaro y extremo de escenificación de esa imagen de la realidad han sido aquellos suplementos dominicales que intentan cristalizar los millares de eventos que han formado el año. Una fotografía nacional que compone aquella imagen ideal. Es la idea de un país, una entelequia que abarca amplios campos de la institucionalidad y la sociedad, pero que sólo expresa una mirada, bien acotada y elaborada, sesgada, exageradamente compuesta. Como aquellos paisajes o retratos de caballete.
Y qué vemos en esa imagen. Un país en desarrollo, moderno, en plena expansión, con los conflictos propios de una sólida democracia, con una sana alternancia en el poder, con los mercados funcionando a plena marcha. Un país que innova, aún con problemas pero lleno de oportunidades, conectado con los principales centros comerciales y culturales del mundo. Un modelo, una institucionalidad, bien consolidada, sólo amenazada por una entropía externa, como mapuches, isleños, anarquistas, delincuentes y otros desadaptados.
Al observar esa imagen, sólo podemos ver la expresión de una clase y de la institucionalidad atada a esa clase y a sus poderes. Como si fuera un paisaje de Santiago desde La Dehesa o desde una oficina de El Golf. Lo que se ve es una fracción de lo que hay.
¿Cuál es la funcionalidad de esa representación? Mantener y reforzar un modelo, el sistema político y económico que se instaló y amoldó en Chile durante las últimas décadas del siglo pasado. Todo lo que amenaza ese modelo está omitido o forma parte de las zonas oscuras de aquella imagen.
Los diarios del duopolio son un producto entre la realidad y los intereses de clase. Un producto que es una artificialidad, una relato falsario apuntalado por las grandes corporaciones y sus representantes políticos. Una imagen fantástica, que hemos de ver como tal. Es tan evidente su artificialidad, que la misma embajada de Estados Unidos en Chile, nos hemos informado a través de Wikileaks, ha quedado sorprendida. Sólo en dictaduras que ejercen una férrea censura de la prensa puede hallarse tal nivel de manipulación, omisión y mentira.
Al leer estos diarios estamos leyendo una construcción artificial de la realidad, cuyo objetivo final es la comprensión por los lectores como realidad a secas. Aquí radica nuestro ejercicio: observar aquella prensa como medios para el adoctrinamiento del lector.
Un ejercicio que es también un gran desafío. Porque en las condiciones chilenas, esta prensa tiene características de monopolio, lo que en el terreno de la circulación de la información son rasgos totalitarios. Una sola versión, la que se amplifica al saltar al resto de los medios, como la televisión y, en menor medida, la radio, impide ejercer nuestro derecho a una información plural. El mercado, como en muchos otros sectores, ha mutado aquí en monopolio, en una dictadura de la información.
PAUL WALDER