El malestar urbano
Mauricio Hasbún –en Diestro Siniestro- ha escrito un brillante texto de los desórdenes –que no alcanzan ni a atentados ni a actos delictuales, dice él- del 11 de septiembre. Se trata de un fenómeno social, pero también espacial. Para tal idea, elucubrada en los albores del día, trazo lo siguiente:
La ciudad, nuestra ciudad global, que es Santiago, es nuestro gran mercado, en la que transamos (por cierto mercancías, que son objetos y también servicios) nuestra vida, que es fuerza, trabajo, tiempo, deseos. Lo hacemos como sujetos orgánicos, biológicos, modelados por los influjos económicos y sus reflejos, sean industriales, comerciales, educacionales, afectivos. Nuestras actividades ciudadanas están cruzadas por las leyes del mercado, las que modulan nuestros movimientos, intereses y deseos. En Santiago nadie escapa al libre deporte del mercado; es un gran tablero, físico o virtual, de un juego de infinitos niveles y avatares. En Santiago nuestro cuerpo, que es la ficha o avatar en este tablero, está sujeto o condenado a la modelación de un juego mayor, que es la economía, con frecuencia también expresada en la política. El tablero de la ciudad es una expresión física de la abstracción económica. Los ciudadanos somos una manifestación de aquel juego superior.
Santiago vive más el problema de la desindustrialización que de la industrialización. Ha ingresado en un camino inverso. Mantiene su estatus de polo de atracción campo ciudad, la fuerte centralización inhibe su descompresión, y es incapaz de generar empleos y oportunidades de vida de calidad: de hecho los empleos creados durante el último año han sido estimulados por el gobierno y responden a trabajos de subsistencia. Los barrios pobres, periféricos de Santiago, no son hoy un producto de la industrialización, como lo fue durante el siglo XX, sino de la falta de expectativas y de empleos. Son un subproducto de la pobreza. Santiago crece pese a la decadencia de su industria, a la reducción de su aparato público y a la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias.
Nuestra segregación espacial es la expresión de la segregación social. Aunque ésta no parece una idea nueva, creo que se sumerge y se expande por otros ámbitos: crecemos (los que crecen) sobre los otros, quienes, en cierto modo, son también nosotros. Recuerdo aquí un reciente cumpleaños infantil en La Dehesa, barrio aterrado por la delincuencia infantil, en que las niñas del barrio alto bailaban en un jardín acotado por muros de cinco metros coronados por alambradas eléctricas. ¿Es éste nuestro camino a la modernidad?