La cultura, como botín de guerra
Más de 120 años, varias generaciones, gobiernos, ciclos políticos y sociales han pasado desde la Guerra del Pacífico entre Perú, Bolivia y Chile, finalizada ésta en 1883. Un tiempo más que suficiente para que la historia se cristalizara, los mitos y ritos se naturalizaran y los recuerdos licuaran. Memoria y olvido, que no siempre es la misma porque la ligereza de la historia tiende a rescatar y destacar ciertos actos, lo mismo que a olvidar y ocultar otros. Así ha sido con la historia de estos tres países, que son tres relatos distintos sobre un mismo hecho.
Lo que ha sido olvido en Chile ha sido memoria en Perú. Durante la ocupación del ejército chileno a Lima, que usó la Biblioteca Nacional como cuartel general, varios miles de libros, junto con instrumentos científicos y otras prendas de valor, pasaron a ser trofeos de guerra camino a Santiago. Aun cuando en la época los chilenos hicieron un inventario de aquellas piezas y hay ciertos pero muy escasos registros escritos, el episodio fue sepultado en bodegas y archivos. Más de cien años de silencio y oscuridad que han diluido también el original registro de los libros. En Lima, y también en Santiago, hay quienes hablan de cientos, otros de miles, y también de decenas de miles.
La memoria se mantuvo en Perú y salió a la superficie hacia comienzos del 2000, cuando un grupo de intelectuales peruanos hizo visible el tema, que circuló posteriormente entre escritores y poetas chilenos hasta emerger hacia el gran público a través de los medios de comunicación chilenos. Dos reportajes, en un periódico y en el canal público de televisión, despertaron y sacaron de las bodegas una realidad que, de una u otra manera, las autoridades de la época no pudieron negar. Hacia mediados del 2006 el ministro de educación chileno se comprometió a nombrar una comisión investigadora, que debía hacer un catastro de los textos “traídos” desde Perú (que es el lenguaje de las autoridades y los medios, porque los libros no han sido sustraídos, requisados, saqueados, ni, jamás, robados).
A un año de creada la comisión, hay información, pero es vaga y, por cierto, secreta. Hay algunos libros, están en las bodegas de la Biblioteca Nacional de Santiago, pero no existe un registro con los títulos. Hay, claro está, un avance, que es el reconocimiento de las autoridades de una realidad que la historia oficial chilena quiso hacer invisible y muda. Pero el pasado se cuela en el presente. Muchos de los funcionarios de la Biblioteca sabían de los libros, tal vez algunos los habían visto, aunque no existían para su consulta.
La directora de la Dibam (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos), Nidia Palma, contribuyó hacia finales de marzo a acercar un poco más los libros a su lugar de origen cuando declaró que ella y su institución tienen “toda la voluntad de devolver este material que le pertenece a la comunidad del Perú". Palma, sin embargo, ha guardado en secreto el número de libros, información que, ha dicho, se hará llegar primero Lima. Sobre ella está la historia, y ésta ha sido tratada en Chile como un asunto de Estado.
La Guerra del Pacífico, o también Guerra del Salitre, por los intereses que la desataron, ocurrida entre 1879 y 1884, tuvo como resultado la anexión por parte de Chile de las provincias peruanas de Tarapacá y Arica y la boliviana de Antofagasta. Pero sin duda la consecuencia más amarga ha sido la pérdida de las costas para Bolivia.
Desde entonces, la historia se ha escrito de forma muy desigual en cada uno de los tres países, la que ha creado un imaginario, bien estimulado por las respectivas fuerzas nacionalistas, muy poco amigable. Aun así, pese a la dureza de los distintos mitos, el paso del tiempo ha abiertos algunas vías hacia una nueva corriente que fluye desde la sociedad civil. Cuando el presidente de Bolivia, Evo Morales, visitó Chile para la asunción al mando de Michelle Bachelet una multitud de chilenos coreaba “mar para Bolivia”. El presidente Morales ha relatado en varias entrevistas este episodio, el que responde a aires frescos que remueve el polvo de los tratados de historia.
Este espíritu, que de cierta manera ha influido en personalidades de las áreas de la educación y la cultura, e, incluso en el Ejército chileno, que en abril pasado le rindió inéditos homenajes al héroe boliviano Eduardo Abaroa y al peruano Miguel Grau, no lo ha hecho en los cuerpos políticos estratégicos. A finales de marzo el canal público de televisión tenía preparado el documental titulado “Epopeya” que reflexionaba sobre este lastre de la guerra. El programa, sin embargo, fue postergado por presiones de las cancillerías chilena y peruana, aun cuando con el paso de los días y las semanas, los temores de una reacción nacionalista a ambos lados de la frontera resultaron infundados. El tono pacifista del documental, cuya versión resumida ha circulado por internet, generó grandes expectativas sobre sus contenidos entre peruanos y chilenos y ninguna reacción contraria. Gilberto Villarroel, el guionista de la serie, estima que una de sus virtudes es dar una nueva mirada a la historia, que es una visión crítica al historicismo nacionalista que han marcado a los tres países.
Durante la primera semana de mayo dos nuevos eventos han contribuido a este aligeramiento del peso histórico. En La Paz se reunieron los jefes de las armadas boliviana y chilena, en tanto la televisión chilena accedió a emitir el documental Epopeya, que ha tenido buena recepción en Lima y Santiago. Una nueva mirada que llevó al presidente del Perú, Alan García, a elogiar los contenidos de la serie.
En este sentido se ha echado a rodar otra idea, impulsada por un grupo de chilenos y peruanos. Se trata de la devolución del acorazado Huáscar, capturado por la marina chilena y actualmente fondeado y exhibido como botín de guerra en la bahía del puerto de Talcahuano.
Antes que el barco, se supone, partirán los libros, cuyo proceso de devolución avanza, aunque bajo cuerdas. Para algunos senadores de la coalición de gobierno, sólo falta establecer la fecha para su entrega.
PAUL WALDER
Lo que ha sido olvido en Chile ha sido memoria en Perú. Durante la ocupación del ejército chileno a Lima, que usó la Biblioteca Nacional como cuartel general, varios miles de libros, junto con instrumentos científicos y otras prendas de valor, pasaron a ser trofeos de guerra camino a Santiago. Aun cuando en la época los chilenos hicieron un inventario de aquellas piezas y hay ciertos pero muy escasos registros escritos, el episodio fue sepultado en bodegas y archivos. Más de cien años de silencio y oscuridad que han diluido también el original registro de los libros. En Lima, y también en Santiago, hay quienes hablan de cientos, otros de miles, y también de decenas de miles.
La memoria se mantuvo en Perú y salió a la superficie hacia comienzos del 2000, cuando un grupo de intelectuales peruanos hizo visible el tema, que circuló posteriormente entre escritores y poetas chilenos hasta emerger hacia el gran público a través de los medios de comunicación chilenos. Dos reportajes, en un periódico y en el canal público de televisión, despertaron y sacaron de las bodegas una realidad que, de una u otra manera, las autoridades de la época no pudieron negar. Hacia mediados del 2006 el ministro de educación chileno se comprometió a nombrar una comisión investigadora, que debía hacer un catastro de los textos “traídos” desde Perú (que es el lenguaje de las autoridades y los medios, porque los libros no han sido sustraídos, requisados, saqueados, ni, jamás, robados).
A un año de creada la comisión, hay información, pero es vaga y, por cierto, secreta. Hay algunos libros, están en las bodegas de la Biblioteca Nacional de Santiago, pero no existe un registro con los títulos. Hay, claro está, un avance, que es el reconocimiento de las autoridades de una realidad que la historia oficial chilena quiso hacer invisible y muda. Pero el pasado se cuela en el presente. Muchos de los funcionarios de la Biblioteca sabían de los libros, tal vez algunos los habían visto, aunque no existían para su consulta.
La directora de la Dibam (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos), Nidia Palma, contribuyó hacia finales de marzo a acercar un poco más los libros a su lugar de origen cuando declaró que ella y su institución tienen “toda la voluntad de devolver este material que le pertenece a la comunidad del Perú". Palma, sin embargo, ha guardado en secreto el número de libros, información que, ha dicho, se hará llegar primero Lima. Sobre ella está la historia, y ésta ha sido tratada en Chile como un asunto de Estado.
La Guerra del Pacífico, o también Guerra del Salitre, por los intereses que la desataron, ocurrida entre 1879 y 1884, tuvo como resultado la anexión por parte de Chile de las provincias peruanas de Tarapacá y Arica y la boliviana de Antofagasta. Pero sin duda la consecuencia más amarga ha sido la pérdida de las costas para Bolivia.
Desde entonces, la historia se ha escrito de forma muy desigual en cada uno de los tres países, la que ha creado un imaginario, bien estimulado por las respectivas fuerzas nacionalistas, muy poco amigable. Aun así, pese a la dureza de los distintos mitos, el paso del tiempo ha abiertos algunas vías hacia una nueva corriente que fluye desde la sociedad civil. Cuando el presidente de Bolivia, Evo Morales, visitó Chile para la asunción al mando de Michelle Bachelet una multitud de chilenos coreaba “mar para Bolivia”. El presidente Morales ha relatado en varias entrevistas este episodio, el que responde a aires frescos que remueve el polvo de los tratados de historia.
Este espíritu, que de cierta manera ha influido en personalidades de las áreas de la educación y la cultura, e, incluso en el Ejército chileno, que en abril pasado le rindió inéditos homenajes al héroe boliviano Eduardo Abaroa y al peruano Miguel Grau, no lo ha hecho en los cuerpos políticos estratégicos. A finales de marzo el canal público de televisión tenía preparado el documental titulado “Epopeya” que reflexionaba sobre este lastre de la guerra. El programa, sin embargo, fue postergado por presiones de las cancillerías chilena y peruana, aun cuando con el paso de los días y las semanas, los temores de una reacción nacionalista a ambos lados de la frontera resultaron infundados. El tono pacifista del documental, cuya versión resumida ha circulado por internet, generó grandes expectativas sobre sus contenidos entre peruanos y chilenos y ninguna reacción contraria. Gilberto Villarroel, el guionista de la serie, estima que una de sus virtudes es dar una nueva mirada a la historia, que es una visión crítica al historicismo nacionalista que han marcado a los tres países.
Durante la primera semana de mayo dos nuevos eventos han contribuido a este aligeramiento del peso histórico. En La Paz se reunieron los jefes de las armadas boliviana y chilena, en tanto la televisión chilena accedió a emitir el documental Epopeya, que ha tenido buena recepción en Lima y Santiago. Una nueva mirada que llevó al presidente del Perú, Alan García, a elogiar los contenidos de la serie.
En este sentido se ha echado a rodar otra idea, impulsada por un grupo de chilenos y peruanos. Se trata de la devolución del acorazado Huáscar, capturado por la marina chilena y actualmente fondeado y exhibido como botín de guerra en la bahía del puerto de Talcahuano.
Antes que el barco, se supone, partirán los libros, cuyo proceso de devolución avanza, aunque bajo cuerdas. Para algunos senadores de la coalición de gobierno, sólo falta establecer la fecha para su entrega.
PAUL WALDER