La TV digital y la necesaria participación ciudadana
Como todas las nuevas tecnologías, la televisión digital también aparece con una aureola de magia y oferta de cambios. Como la radio, como la televisión, como internet y la telefonía celular: un mar de expectativas ante una tecnología que promete mejorar nuestras vidas. Tras más de un siglo de tal vez las mayores innovaciones de la historia, aún mantenemos, quizá con cierto candor, una fe a toda prueba en la técnica, una ideología que cree ciegamente en la técnica.
A qué se debe esta fruición por la tecnología. ¿Por el placer? ¿Por la comunicación? Pensemos que se trata de comunicación, de un interés por comunicarnos mejor. Y si nos atenemos a las estadísticas de acceso a la tecnología, los números son impresionantes. Hasta en Chile hay más de un televisor por hogar y la telefonía celular apunta a una cobertura (teórica) del cien por ciento, con casi 15 millones de aparatos. El Centro de Estudios de Economía Digital de la Cámara de Comercio de Santiago establece el acceso a internet en un rango superior al 43 por ciento, muy superior, dice, al de otros países de la región. En fin, aquí, como en otras latitudes, estamos comunicados. La pregunta es, sin embargo, la siguiente: ¿Estamos realmente comunicados?
Es otra pregunta pertinente es si ¿ha sido útil esta tecnología para estrechar nuestras relaciones? La respuesta, es bien ambigua. Por un lado hemos generado una fuerte dependencia a estas tecnologías, en ciertos casos “esclavizados” a ella –como los usuarios del sistema blackberry con acceso a las cuentas de correo electrónico vía celular- u obsesionados por ella –como los adolescentes y no tan jóvenes que hablan de manera mecánica y compulsiva-; por otro lado, de forma paralela, surge una sospecha por la tecnología, lo que ha creado una relación ambivalente, un especie de doble vínculo con las tecnologías. La dependencia, y la virtual ubicuidad que han conseguido los poderes –políticos, públicos, económicos, comerciales- en el control de nuestras vidas nos lleva a desconfiar profundamente del curso que sigue la técnica.
La última vuelta a la tuerca tecnológica viene con la televisión digital, la que se anuncia y se difunde hoy en día como una mejor imagen. La TV digital se presenta en Chile como la pantalla de plasma que permitirá ver mejor desde las noticias, el fútbol, toda la variedad de farándula hasta el Discovery Channel y el Cartoonnetwork. Un nuevo producto, un nuevo objeto de consumo de masas ofertado al ciudadano-televidente, que más que un ciudadano participativo es un activo consumidor. Para este sujeto, la televisión digital es un producto, un servicio más. Un juguete nuevo.
Pero la televisión digital es una revolución en la televisión, de un modo similar, podríamos decir, como lo ha sido la telefonía celular respecto de la telefonía fija. No sólo es imagen, mejor imagen; se trata de un cambio que llevará a importantes transformaciones en el negocio, pero sobre todo en el modo de comunicación. La TV digital no sólo es un objeto de consumo o un nuevo espacio económico para los operadores y proveedores, sino que es una nueva forma de hacer y de ver televisión.
Este es el punto central del debate. Y es, precisamente, el debate que no ha circulado. Se ha discutido sobre la norma, si será estadounidense, japonesa o europea, lo que es un asunto básicamente comercial, pero no el por qué de una televisión digital, sus alcances y transformaciones. De partida, además de la calidad de la imagen, la nueva tecnología es interactiva, se complementa o converge con otras tecnologías de la información, y amplía el número de señales en la televisión terrestre abierta, las que se elevarían a cerca de 50, o, incluso, podrían ampliarse sobre el centenar. Un conjunto de innovaciones que, de no intervenir de manera activa la sociedad civil, podrían quedar en manos de los mismos operadores actuales.
La televisión digital, al ampliar el número de señales e incorporar otros cambios, como la interactividad, es una tecnología potencialmente más participativa: podrían ingresar nuevos actores en un modelo de negocio que está aún por hacerse. Como efecto, podría construirse un nuevo tipo de televisión, en la que el factor entretención, espectáculo y negocio no sean los únicos, sino que se amplíen todas las posibilidades de la comunicación. Pero también puede suceder lo contrario, que es reproducir lo que hay bajo las manos e intereses de los actuales operadores y financistas de la televisión. Bajo este esquema hay cuatro informativos, a la misma hora, que trasmiten la misma basura. O también podría reproducirse algo similar a lo que sucede con la TV por cable. Pese a ser pagada, no sólo incluye también publicidad, sino que la oferta tiende a nivelarse en el gusto masivo con el siguiente resultado: 40 o 50 canales, pero nada que ver.
El debate de la TV digital será necesariamente una discusión política, en la que debiera participar toda la ciudadanía. Que el debate no sólo lo copen los operadores, financistas, avisadores y todo tipo de proveedores. Tampoco sus lobbystas ni aquel ciudadano-espectador-consumista que observa el mundo amodorrado en un sillón frente a la pantalla. La televisión digital no ha de ser un canal para más ventas, para la homogeneización de los intereses ni para el letargo de las voluntades. Una tecnología como esa -más similar a internet que a la actual TV- es útil si estimula la heterogeneidad, el respeto a las minorías y las diferencias culturales, si permite y amplifica las millares de voces que componen un sistema social. De lo contrario, será un instrumento de dominación y adormecimiento más.
Este debate ha de tomarlo la ciudadanía activa y exigir el derecho a una televisión universal y participativa.
PAUL WALDER
A qué se debe esta fruición por la tecnología. ¿Por el placer? ¿Por la comunicación? Pensemos que se trata de comunicación, de un interés por comunicarnos mejor. Y si nos atenemos a las estadísticas de acceso a la tecnología, los números son impresionantes. Hasta en Chile hay más de un televisor por hogar y la telefonía celular apunta a una cobertura (teórica) del cien por ciento, con casi 15 millones de aparatos. El Centro de Estudios de Economía Digital de la Cámara de Comercio de Santiago establece el acceso a internet en un rango superior al 43 por ciento, muy superior, dice, al de otros países de la región. En fin, aquí, como en otras latitudes, estamos comunicados. La pregunta es, sin embargo, la siguiente: ¿Estamos realmente comunicados?
Es otra pregunta pertinente es si ¿ha sido útil esta tecnología para estrechar nuestras relaciones? La respuesta, es bien ambigua. Por un lado hemos generado una fuerte dependencia a estas tecnologías, en ciertos casos “esclavizados” a ella –como los usuarios del sistema blackberry con acceso a las cuentas de correo electrónico vía celular- u obsesionados por ella –como los adolescentes y no tan jóvenes que hablan de manera mecánica y compulsiva-; por otro lado, de forma paralela, surge una sospecha por la tecnología, lo que ha creado una relación ambivalente, un especie de doble vínculo con las tecnologías. La dependencia, y la virtual ubicuidad que han conseguido los poderes –políticos, públicos, económicos, comerciales- en el control de nuestras vidas nos lleva a desconfiar profundamente del curso que sigue la técnica.
La última vuelta a la tuerca tecnológica viene con la televisión digital, la que se anuncia y se difunde hoy en día como una mejor imagen. La TV digital se presenta en Chile como la pantalla de plasma que permitirá ver mejor desde las noticias, el fútbol, toda la variedad de farándula hasta el Discovery Channel y el Cartoonnetwork. Un nuevo producto, un nuevo objeto de consumo de masas ofertado al ciudadano-televidente, que más que un ciudadano participativo es un activo consumidor. Para este sujeto, la televisión digital es un producto, un servicio más. Un juguete nuevo.
Pero la televisión digital es una revolución en la televisión, de un modo similar, podríamos decir, como lo ha sido la telefonía celular respecto de la telefonía fija. No sólo es imagen, mejor imagen; se trata de un cambio que llevará a importantes transformaciones en el negocio, pero sobre todo en el modo de comunicación. La TV digital no sólo es un objeto de consumo o un nuevo espacio económico para los operadores y proveedores, sino que es una nueva forma de hacer y de ver televisión.
Este es el punto central del debate. Y es, precisamente, el debate que no ha circulado. Se ha discutido sobre la norma, si será estadounidense, japonesa o europea, lo que es un asunto básicamente comercial, pero no el por qué de una televisión digital, sus alcances y transformaciones. De partida, además de la calidad de la imagen, la nueva tecnología es interactiva, se complementa o converge con otras tecnologías de la información, y amplía el número de señales en la televisión terrestre abierta, las que se elevarían a cerca de 50, o, incluso, podrían ampliarse sobre el centenar. Un conjunto de innovaciones que, de no intervenir de manera activa la sociedad civil, podrían quedar en manos de los mismos operadores actuales.
La televisión digital, al ampliar el número de señales e incorporar otros cambios, como la interactividad, es una tecnología potencialmente más participativa: podrían ingresar nuevos actores en un modelo de negocio que está aún por hacerse. Como efecto, podría construirse un nuevo tipo de televisión, en la que el factor entretención, espectáculo y negocio no sean los únicos, sino que se amplíen todas las posibilidades de la comunicación. Pero también puede suceder lo contrario, que es reproducir lo que hay bajo las manos e intereses de los actuales operadores y financistas de la televisión. Bajo este esquema hay cuatro informativos, a la misma hora, que trasmiten la misma basura. O también podría reproducirse algo similar a lo que sucede con la TV por cable. Pese a ser pagada, no sólo incluye también publicidad, sino que la oferta tiende a nivelarse en el gusto masivo con el siguiente resultado: 40 o 50 canales, pero nada que ver.
El debate de la TV digital será necesariamente una discusión política, en la que debiera participar toda la ciudadanía. Que el debate no sólo lo copen los operadores, financistas, avisadores y todo tipo de proveedores. Tampoco sus lobbystas ni aquel ciudadano-espectador-consumista que observa el mundo amodorrado en un sillón frente a la pantalla. La televisión digital no ha de ser un canal para más ventas, para la homogeneización de los intereses ni para el letargo de las voluntades. Una tecnología como esa -más similar a internet que a la actual TV- es útil si estimula la heterogeneidad, el respeto a las minorías y las diferencias culturales, si permite y amplifica las millares de voces que componen un sistema social. De lo contrario, será un instrumento de dominación y adormecimiento más.
Este debate ha de tomarlo la ciudadanía activa y exigir el derecho a una televisión universal y participativa.
PAUL WALDER