WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

lunes, enero 14, 2008

La teoría del desalojo económico


Hace un año atrás el Banco Central, como es usual, emitió sus proyecciones económicas. Entre no pocas variables, su pronóstico para la inflación era de un escaso 2,3 por ciento para los doce meses siguientes y de un crecimiento del producto que podría alcanzar un 6,25 por ciento. Pocos meses más tarde corrigió un poco al alza la inflación y modeló también a la baja el PIB, guarismos que prácticamente tuvo que reinventar en septiembre. Durante el 2007 la inflación triplicó la estimación inicial del Banco Central, en tanto la proyección de crecimiento se desmenuzó con el paso de los meses. Con los desaciertos de esta casa, sus proyecciones han ingresado al territorio del augurio, del oráculo. Tras estos antecedentes, lo que suceda el 2008 estará entregado al paso del destino.

No son pocos los especialistas que prevén una inflación anualizada superior al ocho por ciento a marzo, y tampoco faltan los que han comenzado a enmendar las estimaciones de crecimiento del producto para el 2008, las que tenderán a estrecharse. Un vaticinio, a estas alturas del año, bastante más cercano a una realidad económica que no hace otra cosa de deteriorarse día a día. La inflación, bien sabemos, no es una mera acumulación de cifras, es una constante pérdida de poder adquisitivo, es un paulatino empobrecimiento de la población que tiene sus otros referentes en el aumento diario de la UF y en las políticas monetarias del Banco Central, que usa el alza de las tasas de interés para reducir la inflación.

La inflación del 2007 acumuló un aumento del 7,8 por ciento, en tanto hacia finales del 2006 alcanzaba sólo un 2,6 por ciento. Un proceso que abultó a la UF en mil 287 pesos, empujando al alza todos los contratos indexados. Pero las alzas no acaban aquí. Está también el aumento en el precio del dinero a través de las tasas de interés: durante el año el Banco Central elevó la tasa de política monetaria, que es la referencia para el sistema financiero, en un punto porcentual, desde un cinco a un seis por ciento anual. Una mera referencia, que es amplificada por la banca y las casas comerciales: a noviembre, la tasa anual para las tarjetas de crédito alcanzaba hasta un 49 por ciento en el caso de Presto, o una tasa similar para un crédito de consumo de 500 mil pesos en la financiera Atlas, a partir del 1 de enero del Banco de Chile. En otras palabras, por cada millón prestado, el prestamista recibe un millón y medio. ¿Servicio financiero? Tal vez simple usura. Porque las ingentes utilidades de la banca y de las casas comerciales –citadas más adelante- son de una claridad palmaria.


Empobrecimiento generalizado


El 2007 ha sido un año que especialmente ha golpeado a las clases más pobres, aunque en Chile, según nos informó Mideplan durante el año pasado, sólo el 13 por ciento de la población padece esta condición. Durante el año los combustibles subieron un 17 por ciento, en tanto las frutas y verduras frescas más de un 50 por ciento. Y otro tanto con el resto de los alimentos, bienes que en las familias más pobres llega a significar la mitad del gasto total mensual. Las alzas en artículos como el pan, que durante el año pasó de 620 a 758 pesos, o la leche y sus derivados, que se ha elevado en un 50 por ciento desde enero del 2007, la carne o los huevos impactan no sólo a aquel 13 por ciento oficial y artificial de pobres, sino a una proporción sin duda mucho mayor de la población. En suma, la alimentación se encareció un 15 por ciento durante el año, en tanto la vivienda en un 12 por ciento, según ha calculado el Instituto Nacional de estadísticas (INE). Un encarecimiento de la vida que aumenta las desigualdades.

Con las tarifas de los servicios básicos, otro tanto. Las del agua potable han crecido un 5,4 por ciento, el gas ciudad casi un 30 por ciento y la electricidad subió con fuerza en noviembre en un 41 por ciento. Con las alzas pasadas y las que vendrán durante el año en curso, la electricidad acumularía luego un incremento del 50 por ciento, progresión relacionada en parte con el aumento en el precio internacional del petróleo –durante los primeros días de enero tocó la marca de los cien dólares el barril- que, según la Comisión Nacional de Energía, no tiene aún señales de estabilización.


Y otro dato para los chilenos: pagamos las tarifas más altas de América latina. Un sondeo realizado hace unos meses por El Mercurio sobre las tarifas de agua potable apuntó lo siguiente: las tarifas chilenas triplican a las de Ecuador, Uruguay, Brasil y Colombia, porque la distancia es abismal con las venezolanas y argentinas, países en las que están congeladas.

En la electricidad, también podríamos alardear con el mismo trofeo. Al comparar las tarifas chilenas con las de Ecuador la relación es muy similar, la que se expande a unas diez veces en el caso de Bolivia. Según concluye el diario, “La diferencia de precios se explica en buena parte por la mayor cobertura y servicios anexos, sobre la base de que existen en la región ciudades que no cuentan con una cobertura completa de agua potable y alcantarillado y el tratamiento de aguas residuales es insuficiente”.

Pero hay otra explicación. Sin organizaciones sociales, con un gobierno complaciente con la empresa privada y con una Concertación cooptada por las transnacionales (es cosa de dar un vistazo a los directorios de estas compañías), Chile es un terreno fértil para el engorde de estas corporaciones proveedoras de servicios.


Si consideramos que una familia de clase media de unas cuatro personas gasta unos cien mil pesos mensuales en alimentación (un millón 200 mil al año), con la inflación ha terminado el año gastando 180 mil pesos más. Si en la hipoteca pagaba 150 mil al mes (un millón 800 mil al año), en diciembre del 2007 paga 216 mil más. Lo mismo en la cuenta de la electricidad, hoy un 4 por ciento más alta, o el gas, un 30 por ciento.

Obviamente, con la prácticamente nula alza salarial, estas variaciones son un evidente empobrecimiento familiar. Y a este ritmo inflacionario, que el mismo nuevo presidente del Banco Central, José de Gregorio, ha admitido como persistente o de más largo plazo (¿meses? ¿años? no se sabe con exactitud) es altamente probable que los recortes en los ingresos familiares se repitan durante el 2008.

Un futuro borroso

Las cosas están revueltas y es altamente probable que así sigan. Un torbellino global, que por ser mundial no deja de ser menos dañino. Las alzas en los precios internacionales de los combustibles han llevado a la reactivación de los proyectos para elaborar biocombustibles, con sus inmediatas consecuencias en la especulación de los precios de los cultivos. Con una agricultura mundial que ha seguido el mismo modelo neoliberal que otros sectores de la producción, cual es la concentración de la propiedad, los mercados y énfasis en la exportación, es fácil prever que la demanda de granos para elaborar combustibles tendrá efectos muy perjudiciales para el consumidor en cuanto a los precios de estos granos.

El alza histórica en los precios de los alimentos sucede en una coyuntura llena de paradojas. No es por el resultado de un fuerte aumento de la demanda mundial de alimentos de consumo humano, como el maíz, trigo, girasol, soya y otros, para ser empleados en biocombustibles, sino sucede en una coyuntura de abundancia. El Consejo Internacional de Granos estima que el 2007 rompió todas las marcas en producción de granos, lo que debiera haber hecho caer los precios de estos productos. Pese a la abundancia, los precios se dispararon. Algo estructural está afectando la demanda mundial de cereales.

La paradoja no termina aquí y entra ahora en el terreno de la perversión. Como los precios de los alimentos de consumo humano susceptibles de emplearse en combustibles comienzan a ser extremadamente rentables, son enormes las extensiones de sembrados que se están orientando a estos cultivos. Y como las tierras cultivables no son infinitas –recordemos también el impacto del cambio climático-, las cosechas no convertibles en biocombustibles también elevarán sus precios. En este caso, sí que será por la menor oferta.

Un ejemplo citado por Economist Intelligence Unit arroja luz sobre esta irracionalidad. El aumento de la producción de maíz en Estados Unidos destinado a etanol es de 30 millones de toneladas, lo que representa más o menos la mitad de la demanda insatisfecha de cereales en el mundo. Para tener una idea de la cantidad de alimentos requeridos para mover un automóvil, un estudio del Banco Mundial señala que el grano necesario para llenar el estanque de un automóvil alimentaría durante un año a una persona.

Está claro que con estos mayores precios pierden todos los consumidores, y en especial todos los pobres del mundo. Un cálculo de la ONU estima que más de 800 millones de personas en el mundo que ya pasan hambre vean agravada su situación.

Pero en todo esto debiera haber un lado positivo. Con los precios altos, existe la tentación de afirmar que los beneficiados son los agricultores del mundo. Según el Banco Mundial, existen unos tres mil millones de personas en el mundo que viven de la agricultura, población que incluye a los más pobres del mundo. En principio, ellos podrían beneficiarse del alza de los precios. La realidad, sin embargo, será muy diferente. Según afirma ese informe, las personas pierden más por precios más altos de alimentos de lo que ganan por ingresos agrícolas más altos. Exactamente cuántos, varía mucho de lugar a lugar. En general, los países en vías de desarrollo gastarán más de 50 mil millones de dólares en la importación de cereales este año, 10% más que el anterior.

El caso mexicano merece también citarse, porque podría ser un anticipo de lo que en pocos años sucederá por nuestras latitudes. Este 1 de enero entró en vigencia el capítulo agrícola del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que libera de arancel a productos como el maíz y el azúcar. Como es bien conocido, Estados Unidos, lo mismo que la Unión Europea, subsidia a sus productores agrícolas, lo que para el caso de los agricultores mexicanos, que no podrán competir con los menores costos de los alimentos importados, equivale a una muerte anunciada. El lado bueno de esta coyuntura –hay que ser siempre optimista- es la reorganización de los agricultores mexicanos, que junto a otros sectores sociales, como sindicatos, han comenzado a ejercer una fuerte presión para cancelar el infame TLCAN. Un proceso que debiera servirnos como ejemplo a los chilenos.

El blindaje económico: protección para las corporaciones

Pero nuestra economía está bien, repite el gobierno, lo que significa, al revisar algunos números, que los ricos están bien. La economía chilena “blindada”, eslogan espurio repetido por los hombres de Hacienda de la Concertación, desde Foxley a Velasco, sólo protege a las corporaciones. No hay blindaje para el encarecimiento de los alimentos, tampoco para el alza de las hipotecas ni de los servicios básicos. Sí lo hay, y así las cifras lo demuestran, para mantener la buena ceba empresarial.

En la Bolsa de Comercio de Santiago los grandes siguen ganando a manos llenas. A septiembre de 2007 –últimos resultados publicados- Copec lideraba las ganancias, con una suma sideral de 385.858 millones de pesos, cifra que resultó ser un 15 por ciento más alta que la obtenida un año atrás. Más atrás, pero muy arriba, estaba el Banco Santander, con utilidades por 237.872 millones, CMPC (la Papelera), con 188.389 millones, cifra que creció ¡un 128 por ciento! respecto a las ganancias que tuvo en septiembre del 2006.

Las casas comerciales y supermercados, sector denominado como retail, ha ingresado ya en el terreno de los grandes. Al observar sus resultados, tenemos que Cencosud (Jumbo, Almacenes Paris y Santa Isabel, entre otros) ganó 157.730 millones, cifra que fue un cien por ciento más alta que en septiembre del 2006. Falabella obtuvo 137.248 millones, D&S (Líder y Ekono) aumentó sus números en casi un 50 por ciento y Farmacias Ahumada en un 23 por ciento.

Este vistazo, que refleja el buen momento, en Chile con seguro a todo evento, que viven las corporaciones, permite hacer al menos un par de interpretaciones. El voluble escenario internacional sigue favoreciendo a las empresas exportadoras, como se ve en el caso del consorcio Copec y de CMPC (ambos orientados a la explotación de nuestros recursos naturales), en tanto el consumo –y el crédito, o, con más exactitud, el consumo mediante el crédito- como se observa en la banca pero principalmente en las casas comerciales, ha inflado las utilidades de estas compañías.

Han sido también estas empresas las que protagonizaron durante el 2007 las principales fusiones y adquisiciones, en no pocos casos bajo la polémica y la impugnación de los organismos reguladores. Bien se sabe, y la fiscalía nacional económica lo ha señalado con claridad, que la mayor concentración de los mercados –¡y cómo estamos ya en la banca y en el retail!- genera perjuicios para los pequeños y no tan pequeños proveedores, en la competencia más débil y en los consumidores. Pese a ello, este 1 de enero comenzó a operar el fusionado banco Edwards-Citibank –de propiedad del grupo Luksic, también dueño del Banco de Chile- y Falabella anunció su fusión con D&S. Cencosud, de Horst Paulman, alemán nacionalizado chileno por la gracia de Poder Legislativo, pregonó hace un par de semanas la compra, con el dinero ganado en Chile y de los bolsillos de los chilenos, de la cadena de supermercados Wong en el Perú por la suma de 500 millones de dólares. Y así sigue, porque Falabella no se queda atrás: pretende invertir 2.500 millones de dólares de aquí al 2010 en más tiendas, lo mismo que farmacias Ahumada, que ha terminado por comprar el cien por ciento de la cadena de farmacias Benavides en México. Estrujaron a los chilenos y ahora, con ese dinero, salen a América latina.

La economía chilena, así como la hinchazón de estas empresas, ha estado apuntalada por el consumo y el crédito durante los últimos años y meses. Un fenómeno que no puede mantenerse indefinidamente en el tiempo, y que ya muestra señales de agotamiento. A noviembre pasado, el crecimiento de los créditos de consumo mostraba una expansión del nueve por ciento, en tanto un año atrás crecían a un ritmo del 22 por ciento. Un proceso que lleva a pronosticar un agotamiento de esta actividad, que tendrá sus efectos en las personas pero también en la banca. Las personas, altamente endeudadas y crecientemente empobrecidas como consecuencia de la inflación; los bancos, sin nueva clientela para hacer sus buenos negocios.

La perversión neoliberal no sólo ha dejado su huella por este lado del mundo. También en Estados Unidos, cuya población padece desde la revolución conservadora de la década de los ochenta con Ronald Reagan que alcanza el paroxismo con George W. Bush, los efectos de la desigualdad: ricos cada vez más ricos, en tanto el resto cada vez más pobre. La globalización neoliberal, impugnada hoy por economistas del mismo establishment, como el Premio Nobel Joseph Stiglitz o el neokeynesiano Paul Krugman, anuncia más tempestades.


PAUL WALDER

Artículo publicado en la revista Punto Final

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