Rendimiento en educación: ¿Cabeza de ratón o cola de león?
“Es una jornada histórica”, dijo la ministra de Educación chilena, Yasna Provoste, al conocer los resultados de la prueba PISA (Programme for International Student Assessment) realizada a estudiantes de 15 años. Aunque Chile había finalizado en el lugar 40 entre 57 países participantes, el orgullo de la funcionaria de Estado tenía sus bases. El rendimiento de los jóvenes chilenos era el más alto de Latinoamérica, superando a sus pares de Uruguay (43), México (49), Argentina (51), Brasil (52) y Colombia (53). Un triunfo ante la región, que sin embargo ante el mundo más parece la consolidación de las diferencias en las formaciones entre los países desarrollados y los emergentes.
La prueba PISA, que mide habilidades en lectura y en la comprensión de problemas científicos, se aplicó por primera vez en Chile el 2000, con resultados otrora catastróficos. La reciente medición, aun cuando tal vez no pinte para la historia, como desea la señora ministra, y pese a no marcar ni tendencia, ni un salto cualitativo, es sin duda una señal de progreso, con avances, discretos sí, en todos los campos. Proyecciones, consolidación de políticas, sólo podrán hacerse sobre la base de nuevos resultados.
José Joaquín Brunner, experto en educación y ministro Secretario General de Gobierno durante la administración de Eduardo Frei, ha ponderado los resultados, que no se prestan, ha dicho, ni para interpretaciones catastrofistas, pero tampoco para la euforia. Ha habido un evidente avance en la comprensión de lectura, con un puntaje muy cercano a la media internacional –y por encima de países como Israel y Rusia- y en el décimo lugar entre los 24 países de ingreso medio que participaron. Un resultado que no se repitió en ciencias: los chilenos estuvieron 23 puntos por debajo de la media internacional, en tanto en matemática a 43 puntos de la media. Un resultado, ha dicho Brunner, “claramente negativo”.
La comparación de estos resultados con el desempeño de los jóvenes de los países desarrollados revela una brecha abismal. En Chile, sólo el 1,8 por ciento de los estudiantes ha logrado un desempeño alto en ciencias, que es la competencia suficiente para resolver problemas cotidianos empleando conocimientos científicos o de relacionar estos problemas con sus conocimientos científicos, en tanto sí lo hacen el veinte por ciento de los jóvenes finlandeses y uno de cada seis neocelandeses.
El mexicano Angel Gurria, secretario general de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), organismo que realiza esta prueba, ha evaluado con crudeza los resultados de la PISA. Los pobres resultados educacionales en América latina, ha dicho, son más un asunto de empleo de recursos que de inversión. "Si tus gastos en educación no son pequeños y no obtienes buenos resultados, entonces tienes dos problemas", sentenció tras conocer las evaluaciones.
Gurría ha relacionado a la educación con el fomento de las oportunidades para las nuevas generaciones, un fenómeno que, con claridad, no tiene lugar en América latina. En realidad, sucede una relación inversa: "Muchos sistemas educativos en América Latina congelan las diferencias socioeconómicas, en lugar de actuar como grandes promotores de la igualdad (…) no son efectivos para atenuar las diferencias sociales y económicas".
El presidente del Colegio de Profesores de Chile, Jaime Gajardo, más que elogiar, tal como la ministra los resultados de la PISA, observa también esta reproducción de las desigualdades sociales mediante la educación: “La tendencia en la PISA ya existía. Estamos muy por debajo del promedio internacional. En comparación con América latina podemos estar bien, tal vez levemente por encima, pero no puede interpretarse esta situación como un triunfo. El avance ha sido muy menor y hay déficit por todas partes”, comentó.
Para hacer una evaluación de la educación, explica Gajardo, “hay que observar otros indicadores, como la prueba Simce (el sistema de evaluación anual del Ministerio de Educación chileno) o los resultados de la PSU (Prueba de Selección Universitaria). Y aquí hay una relación directa entre los resultados educacionales y las diferencias socioeconómicas de la población. La educación en Chile lo que hace es reproducir estas enormes desigualdades. Y los recientes resultados de la PSU confirman este estancamiento”.
Las afirmaciones de Gajardo difícilmente podrían ser refutadas. En la prueba nacional Simce del 2006, realizada a alumnos de Cuarto básico, el 60 por ciento de los alumnos de estrato bajo calificó con el mínimo, en tanto sólo el once por ciento de los estudiantes de altos ingresos, y de colegios particulares, está en este nivel. Una brecha que se expresa en las posibilidades de ingreso a la universidad: en la PSU del 2005 el 68 por ciento de los mejores puntajes surgió de alumnos de colegios particulares y sólo un diez por ciento de establecimientos públicos o subvencionados.
La última PSU ratifica un fenómeno de abierto estancamiento en las posibilidades de los más pobres para acceder a la educación superior. Si el 2006 el 57 por ciento de los jóvenes de colegios públicos, los que corresponden a los estratos de menores recursos, lograron superar el puntaje mínimo para ingresar a la universidad, el 2007 este grupo repitió de manera casi exacta estos resultados. El fenómeno es radicalmente diferente entre los jóvenes de colegios particulares: más del 90 por ciento logró superar el puntaje mínimo.
Será muy difícil lograr con el sistema actual avances sustantivos en la educación, afirma Gajardo. “Tras la revolución de los pingüinos el 2006 y la instalación del Consejo Asesor de Educación, el gobierno ha vuelto las cosas a sus mismos cauces. Incluso, será peor. Los pingüinos y el Consejo Asesor hicieron propuestas y crearon borradores muy interesantes para reformar la educación chilena, pero finalmente el gobierno, en un pacto con la derecha, armó un proyecto, que enviará en estos días al Congreso, que consolida el lucro y la selección de alumnos en el sistema educacional”.
El sistema no puede seguir apoyándose sobre el lucro, opina. “Que lucren los privados con sus propios recursos, pero no con los recursos públicos. Y tampoco puede mantenerse la selección de alumnos en todo el sistema. Todo ello lleva a la discriminación y a la competencia”.
Gajardo concluye que “hay un desgaste del gobierno en este tipo de políticas, que privatizan los servicios, como sigue sucediendo con el Transantiago, con la educación y con otros tantos. Eso está fracasado. Se quiere conciliar lo público y lo privado, conciliar negocios con servicios, que son derechos humanos. Este esquema ha fracasado en América latina”.
Pero el mexicano Gurría ha ido aún más lejos. Tras los resultados de la prueba PISA señaló: Sus consecuencias son importantes ya que "la sociedad que congela las desigualdades generará "jóvenes frustrados". Todo ello, además de sufrir "inestabilidad política y social".