De la pluralidad al secuestro de la libertad de expresión
Es sabido, pero muy poco difundido, el papel que tuvo El Mercurio durante los años del gobierno de Salvador allende en la preparación de un ambiente golpista y en la misma gestación del golpe de estado. Tras el trágico evento, El Mercurio, sus súbditos y sus émulos elogiaron durante los 17 años siguientes a la dictadura y desde 1990 hasta esta parte ha ocupado el papel de centinela de la democracia, de esa democracia, aclaramos, tal como la dejó atada Pinochet. En líneas muy generales, éste es el relato de la prensa oligárquica durante las casi cuatro últimas décadas.
Al observar los detalles surge una visión aún más oscura. La prensa actual, la estructura de los medios de comunicación, y pese a todos los avances tecnológicos, ha retrocedido no sólo a tiempos previos a 1970, sino, tal vez, a los primeros años del siglo pasado, cuando la prensa obrera era aún un proceso débil e incipiente. Hoy, podemos verlo con claridad meridiana, con la sola excepción de algunas revistas y sitios en internet, los medios de comunicación chilenos sólo reproducen y amplifican una sola voz: la de los poderes económicos y sus representantes políticos. La prensa chilena sólo da expresión a lo que Ignacio Ramonet ha llamado el “pensamiento único” neoliberal. Un escenario comunicativo que, evidentemente, coarta la libertad de expresión. Aquellas voces disidentes o meramente críticas no tienen espacio en los medios bien acomodados en el statu-quo.
No existe punto de comparación con los años de la Unidad Popular, pero tampoco existe un parangón con los tiempos previos a éstos. Diarios obreros y de izquierda como El Clarín, El Siglo, Puro Chile, La Última Hora fueron o tuvieron un papel relevante en el ascenso al poder de las fuerzas políticas de izquierda en 1970. Un proceso que no estuvo libre de censura, persecuciones, secuestros y arrestos durante gran parte de siglo XX, pero pese a todo ello, allí estuvo. El papel de la prensa de clase no ha sido fácil durante su historia.
Nunca ha sido peor que ahora. Ni durante la dictadura, cuando surgieron y germinaron numerosas revistas, radios y hasta diarios de oposición a Pinochet. Pese al permanente riesgo, que costó la vida a destacados periodistas, hubo una prensa disidente, la que sucumbió, como increíble paradoja, con la instalación de los gobiernos de la Concertación hace ya 18 años. Desde entonces, el cierre, la quiebra, como destino inevitable. Cabe preguntarse qué hubiera pasado sin aquella prensa opositora, sin la circulación de la información de la disidencia.
El sociólogo Felipe Portales, parafraseando a Mario Vargas Llosa en su antigua alusión al PRI mexicano, le ha llamado a los gobiernos de la Concertación “la dictadura perfecta”. Una dictadura borrosa, que a diferencia de la pasada no secuestra ni mata, pero sí persigue, y sobre todo margina, excluye, omite, encierra a todo aquel crítico del sistema. Y por sistema podemos entender al establishment, al consenso de poderes, al acuerdo derecha Concertación para repartirse bajo el esquema binominal el poder in aeternum. Una dictadura difusa, que por cierto incorpora como una herramienta fundamental a los medios, que han de ser funcionales al sistema.
La persecución más reciente contra un medio ha sido para evitar que los dueños de Clarín obtengan una indemnización por la confiscación de sus bienes a partir del golpe de estado de 1973. De esta forma, los socios de la Concertación evitan el renacimiento y eventual expansión de una nueva voz desde al izquierda. Pero hay numerosos casos descritos en profusas crónicas y registros, que van desde el bloqueo por parte de figuras de la Concertación a fondos para la creación de medios de izquierda o centro-izquierda al financiamiento directo y grotesco mediante la publicidad estatal al consorcio de El Mercurio y La Tercera. No bastó con el secuestro de periodistas y destrucción de los activos de los diarios tras el golpe, tampoco con los millonarios aportes que les hizo la dictadura a estos conglomerados. Las políticas comunicacionales de esa asociación política se han ocupado desde 1990 de colocar todos los obstáculos posibles para la libre circulación de ideas y para el ejercicio de la libertad de expresión.
Durante los años de la Unidad Popular, y por citar un ejemplo, un diario como Clarín lograba vender unos 200 mil ejemplares diarios, cifra que superaba con creces a cualquiera de los medios opositores y golpistas. Pero más que la voz de la izquierda a través de la prensa, se trataba de la expresión de un movimiento social y político en unos medios que no sólo canalizaban las ideas, sino que al difundirlas éstas se replicaban en debate y reflexión, en movilización y lucha. Todas actividades que han sido reemplazadas por una prensa irreflexiva y alienante, que hoy sólo está allí para servir a los intereses de los poderes tras bastidores.
La sociedad que hoy tenemos es un efecto del vacío de pensamiento y reflexión. Del secuestro permanente de la libertad de expresión.
PAUL WALDER
Al observar los detalles surge una visión aún más oscura. La prensa actual, la estructura de los medios de comunicación, y pese a todos los avances tecnológicos, ha retrocedido no sólo a tiempos previos a 1970, sino, tal vez, a los primeros años del siglo pasado, cuando la prensa obrera era aún un proceso débil e incipiente. Hoy, podemos verlo con claridad meridiana, con la sola excepción de algunas revistas y sitios en internet, los medios de comunicación chilenos sólo reproducen y amplifican una sola voz: la de los poderes económicos y sus representantes políticos. La prensa chilena sólo da expresión a lo que Ignacio Ramonet ha llamado el “pensamiento único” neoliberal. Un escenario comunicativo que, evidentemente, coarta la libertad de expresión. Aquellas voces disidentes o meramente críticas no tienen espacio en los medios bien acomodados en el statu-quo.
No existe punto de comparación con los años de la Unidad Popular, pero tampoco existe un parangón con los tiempos previos a éstos. Diarios obreros y de izquierda como El Clarín, El Siglo, Puro Chile, La Última Hora fueron o tuvieron un papel relevante en el ascenso al poder de las fuerzas políticas de izquierda en 1970. Un proceso que no estuvo libre de censura, persecuciones, secuestros y arrestos durante gran parte de siglo XX, pero pese a todo ello, allí estuvo. El papel de la prensa de clase no ha sido fácil durante su historia.
Nunca ha sido peor que ahora. Ni durante la dictadura, cuando surgieron y germinaron numerosas revistas, radios y hasta diarios de oposición a Pinochet. Pese al permanente riesgo, que costó la vida a destacados periodistas, hubo una prensa disidente, la que sucumbió, como increíble paradoja, con la instalación de los gobiernos de la Concertación hace ya 18 años. Desde entonces, el cierre, la quiebra, como destino inevitable. Cabe preguntarse qué hubiera pasado sin aquella prensa opositora, sin la circulación de la información de la disidencia.
El sociólogo Felipe Portales, parafraseando a Mario Vargas Llosa en su antigua alusión al PRI mexicano, le ha llamado a los gobiernos de la Concertación “la dictadura perfecta”. Una dictadura borrosa, que a diferencia de la pasada no secuestra ni mata, pero sí persigue, y sobre todo margina, excluye, omite, encierra a todo aquel crítico del sistema. Y por sistema podemos entender al establishment, al consenso de poderes, al acuerdo derecha Concertación para repartirse bajo el esquema binominal el poder in aeternum. Una dictadura difusa, que por cierto incorpora como una herramienta fundamental a los medios, que han de ser funcionales al sistema.
La persecución más reciente contra un medio ha sido para evitar que los dueños de Clarín obtengan una indemnización por la confiscación de sus bienes a partir del golpe de estado de 1973. De esta forma, los socios de la Concertación evitan el renacimiento y eventual expansión de una nueva voz desde al izquierda. Pero hay numerosos casos descritos en profusas crónicas y registros, que van desde el bloqueo por parte de figuras de la Concertación a fondos para la creación de medios de izquierda o centro-izquierda al financiamiento directo y grotesco mediante la publicidad estatal al consorcio de El Mercurio y La Tercera. No bastó con el secuestro de periodistas y destrucción de los activos de los diarios tras el golpe, tampoco con los millonarios aportes que les hizo la dictadura a estos conglomerados. Las políticas comunicacionales de esa asociación política se han ocupado desde 1990 de colocar todos los obstáculos posibles para la libre circulación de ideas y para el ejercicio de la libertad de expresión.
Durante los años de la Unidad Popular, y por citar un ejemplo, un diario como Clarín lograba vender unos 200 mil ejemplares diarios, cifra que superaba con creces a cualquiera de los medios opositores y golpistas. Pero más que la voz de la izquierda a través de la prensa, se trataba de la expresión de un movimiento social y político en unos medios que no sólo canalizaban las ideas, sino que al difundirlas éstas se replicaban en debate y reflexión, en movilización y lucha. Todas actividades que han sido reemplazadas por una prensa irreflexiva y alienante, que hoy sólo está allí para servir a los intereses de los poderes tras bastidores.
La sociedad que hoy tenemos es un efecto del vacío de pensamiento y reflexión. Del secuestro permanente de la libertad de expresión.
PAUL WALDER