Los medios ya tienen candidato
La campaña electoral presidencial ya está en marcha. Los medios, que son el duopolio El Mercurio-Copesa, ya han nombrado su candidato y lo han lanzado como ganador: Sebastián Piñera, según detectó la encuesta CEP, es el político que lidera las intenciones de voto para el 2009. La palabra es acción, la palabra es el hecho. Las teorías más clásicas de la comunicación han demostrado que las audiencias, los ciudadanos expuestos a los medios, tienden a apoyar las corrientes de opinión dominantes. Se suman al carro del ganador por voluntad de integración, de socialización, para evitar la exclusión.
La pérdida de la verdadera política facilita aún más este fenómeno. En una democracia mutilada, confusa y artificial, como la que tenemos en Chile, las decisiones e intenciones de voto no tienen más valor que los deseos ante el mercado. La amputada democracia chilena ofrece a sus ciudadanos tanto –que es tan poco, bien se sabe- como lo que ofrece el así llamado libre mercado. La elección entre Concertación y Alianza es como la elección entre una u otra empresa de telefonía celular, un banco, una tienda de departamento, una cadena de farmacia. Un poco más o un poco menos de lo mismo. Pero siempre lo mismo. Monopolio, oligopolio o duopolio.
Concentración de los mensajes es control de los mensajes. Control de las conductas y los deseos. Control de las ideas. Es acotar y cerrar, es cercar. Es falsear, es naturalizar lo artificial. Es mentir. En la publicidad, lo negro puede parecer blanco y lo blanco negro. La propaganda y la publicidad, el paroxismo mediático, no sólo es asunto de matices, es un fenómeno esencial: lo malo, lo perverso, puede parecer bueno. Y nuestros enemigos, nuestros carceleros, pueden parecer amigos. “La palabra nosotros, cuando se imprime o se pronuncia en las pantallas, se ha vuelto sospechosa. Todo el tiempo la usan los que, detentando el poder, con demagogia dicen hablar por aquellos a quienes les niegan ese poder”, anota el escritor británico John Berger en una muy reciente columna referida a las falsas libertades en las democracias neoliberales. En nuestras pantallas, en nuestra prensa escrita, el uso del “nosotros” contiene el sesgo, el clasismo y el racismo. Un “nosotros” que acota y excluye.
En el precario andamiaje democrático chileno –democracia hecha de desigualdades- la campaña electoral es total, completa, permanente. Y está orientada a su audiencia, a sus consumidores, al ciudadano despojado de reflexión y por cierto, de crítica política. Orientada al operador sistémico, en la expresión del sociólogo Marcos Roitman. En la democracia cercenada cada día que pasa son menos los que deciden, menos los electores. Un sistema que no tiene ni respaldo ni representación en la ciudadanía, y tampoco en sus representados. Las componendas partidarias definen la elección.
Sebastián Piñera, seguido de Ricardo Lagos, son los favoritos presidenciales del duopolio. Bajo los focos, frente a las cámaras, Piñera es líder en las encuestas, Piñera es interlocutor para La Moneda, y es también interlocutor privilegiado con los mandatarios vecinos de derecha, con sus futuros socios. Piñera ya realiza política exterior. Las cartas, para el duopolio, que es la extensión mediatizada de los grandes poderes económicos, políticos y culturales, no sólo están repartidas. Están jugadas.
Piñera y Lagos. A partir de ahora, la retroalimentación, la reproducción y amplificación. ¿Quién cree usted que será el próximo presidente de Chile?” “Por quién votaría si las elecciones presidenciales fueran el próximo domingo? Las respuestas de un ciudadano despojado de sus credenciales de tal serán las alternativas que les ofrecen los mismos medios. Esto es, el duopolio, que es también el insumo político de los canales de televisión. El ganador seguirá su proceso de hinchazón. A menos que los medios y sus consiguientes medidas estadísticas o contables vía encuestas digan lo contrario. Será un asunto de portadas, de titulares.
Pero hay otras estadísticas detectadas en las encuestas. Son números que saltan y se diluyen, ocultados por la gran prensa, por los grandes intereses. Hay encuestas que desde hace años detectan el malestar, el hastío, el cansancio ciudadano. Multitudes expresan su rechazo, su repugnancia, al modelo de mercado, a la privatización de la vida cotidiana, a la sociedad de mercado, al sistema político, a la democracia de opereta. Números, contabilidades, que perciben el deterioro, el desmoronamiento de la trama social. Una descomposición, sin embargo, no mayor a la corrupción de la sesgada y narcisista clase dirigente.
¿De qué se trata esta molesta percepción? De la relación política y medios de comunicación, de la relación política y mercado, de la relación política y rentabilidad personal. De su inspiración en la publicidad. Se trata de una vinculación que ha significado la aniquilación de la política como actividad ciudadana, que la ha convertido en un producto, un servicio vendible o publicitable. Un producto, en este caso, espurio y falaz.
PAUL WALDER
La pérdida de la verdadera política facilita aún más este fenómeno. En una democracia mutilada, confusa y artificial, como la que tenemos en Chile, las decisiones e intenciones de voto no tienen más valor que los deseos ante el mercado. La amputada democracia chilena ofrece a sus ciudadanos tanto –que es tan poco, bien se sabe- como lo que ofrece el así llamado libre mercado. La elección entre Concertación y Alianza es como la elección entre una u otra empresa de telefonía celular, un banco, una tienda de departamento, una cadena de farmacia. Un poco más o un poco menos de lo mismo. Pero siempre lo mismo. Monopolio, oligopolio o duopolio.
Concentración de los mensajes es control de los mensajes. Control de las conductas y los deseos. Control de las ideas. Es acotar y cerrar, es cercar. Es falsear, es naturalizar lo artificial. Es mentir. En la publicidad, lo negro puede parecer blanco y lo blanco negro. La propaganda y la publicidad, el paroxismo mediático, no sólo es asunto de matices, es un fenómeno esencial: lo malo, lo perverso, puede parecer bueno. Y nuestros enemigos, nuestros carceleros, pueden parecer amigos. “La palabra nosotros, cuando se imprime o se pronuncia en las pantallas, se ha vuelto sospechosa. Todo el tiempo la usan los que, detentando el poder, con demagogia dicen hablar por aquellos a quienes les niegan ese poder”, anota el escritor británico John Berger en una muy reciente columna referida a las falsas libertades en las democracias neoliberales. En nuestras pantallas, en nuestra prensa escrita, el uso del “nosotros” contiene el sesgo, el clasismo y el racismo. Un “nosotros” que acota y excluye.
En el precario andamiaje democrático chileno –democracia hecha de desigualdades- la campaña electoral es total, completa, permanente. Y está orientada a su audiencia, a sus consumidores, al ciudadano despojado de reflexión y por cierto, de crítica política. Orientada al operador sistémico, en la expresión del sociólogo Marcos Roitman. En la democracia cercenada cada día que pasa son menos los que deciden, menos los electores. Un sistema que no tiene ni respaldo ni representación en la ciudadanía, y tampoco en sus representados. Las componendas partidarias definen la elección.
Sebastián Piñera, seguido de Ricardo Lagos, son los favoritos presidenciales del duopolio. Bajo los focos, frente a las cámaras, Piñera es líder en las encuestas, Piñera es interlocutor para La Moneda, y es también interlocutor privilegiado con los mandatarios vecinos de derecha, con sus futuros socios. Piñera ya realiza política exterior. Las cartas, para el duopolio, que es la extensión mediatizada de los grandes poderes económicos, políticos y culturales, no sólo están repartidas. Están jugadas.
Piñera y Lagos. A partir de ahora, la retroalimentación, la reproducción y amplificación. ¿Quién cree usted que será el próximo presidente de Chile?” “Por quién votaría si las elecciones presidenciales fueran el próximo domingo? Las respuestas de un ciudadano despojado de sus credenciales de tal serán las alternativas que les ofrecen los mismos medios. Esto es, el duopolio, que es también el insumo político de los canales de televisión. El ganador seguirá su proceso de hinchazón. A menos que los medios y sus consiguientes medidas estadísticas o contables vía encuestas digan lo contrario. Será un asunto de portadas, de titulares.
Pero hay otras estadísticas detectadas en las encuestas. Son números que saltan y se diluyen, ocultados por la gran prensa, por los grandes intereses. Hay encuestas que desde hace años detectan el malestar, el hastío, el cansancio ciudadano. Multitudes expresan su rechazo, su repugnancia, al modelo de mercado, a la privatización de la vida cotidiana, a la sociedad de mercado, al sistema político, a la democracia de opereta. Números, contabilidades, que perciben el deterioro, el desmoronamiento de la trama social. Una descomposición, sin embargo, no mayor a la corrupción de la sesgada y narcisista clase dirigente.
¿De qué se trata esta molesta percepción? De la relación política y medios de comunicación, de la relación política y mercado, de la relación política y rentabilidad personal. De su inspiración en la publicidad. Se trata de una vinculación que ha significado la aniquilación de la política como actividad ciudadana, que la ha convertido en un producto, un servicio vendible o publicitable. Un producto, en este caso, espurio y falaz.
PAUL WALDER