Farkas for president!
Leonardo Farkas no es sólo un fenómeno elaborado a través de los medios. No es un simple producto de la televisión. Tiene, sí, cierto lenguaje de los medios, su estética y su lógica. Farkas es, con más claridad, la personificación de un símbolo, un objeto de deseo, una variedad de héroe, el self-made-man, una tipología que recurre a cierto relato mítico, de la búsqueda del porvenir, de la suerte, del tesoro. De aquel aventurero que salió al Primer Mundo a buscar fortuna y regresó millonario. El mito del éxito, tal vez del esfuerzo, de la suerte. De la gloria.
Pero Leonardo Farkas es también parte del show business. Está hecho en los escenarios, en los sets de televisión. En los aplausos. El hombre orquesta, un actor de sí mismo, un personaje, en el más completo y complejo sentido de esa expresión: un intérprete. Farkas no es sólo Leonardo Farkas. Es la representación del millonario y sobre él, como personaje, gira su relato, su guión, que lo lleva a otros lugares, a otro sentido. Es un millonario, que parece un millonario, pero que no habla como los millonarios. Y menos como los grandes empresarios chilenos. Habla de la pobreza y de la riqueza. Y habla, en un lenguaje directo, extremadamente simple, de la distribución de la riqueza, de la injusticia. Es un millonario en la calle. Está, a parece estar, entre la gente.
Allí radica parte de su gran fascinación. Porque se convierte a sí mismo en un personaje, el millonario, pero también lo coloca en sus límites: tanto en su discurso, por un lado amplificado, cruzado y densificado por el dinero, pero también desarmando al dinero como fin en sí mismo. Su donación de mil millones de pesos a la Teletón, la mayor en la historia de este evento, la explicó la noche siguiente como la realización de un sueño. Un sueño que también tiene complejas interpretaciones: es sin duda la culminación de un proceso empresarial propio, quizá de un sueño de éxito personal, que le ha permitido hacer esta donación, pero a la vez es también la expresión de una mirada que le quita el valor extremo que nuestra sociedad le otorga al dinero. Una mirada que ninguna empresa ni empresario está interesado en compartir.
El tremendo impacto que han producido sus donaciones y su discurso social surge de la fusión de actitudes contrapuestas. Por un lado su fruición por el lujo extremo, y a la vez, su filantropía, expresada y comprobada con millonarias donaciones. Acciones que defiende con argumentaciones ligadas a una moral personal, a una ética social, las que están confrontadas con el interés empresarial gremial.
Esta actitud de Farkas ha maravillado a parte de la ciudadanía porque reúne aspectos propios del deseo, del imaginario colectivo sobre el éxito y el dinero, con un cierto ideal, el que se expresa a través de un relato, un claro discurso ético. El personaje, que es el millonario en toda su profundidad, extensión y glamour, está construido, está creado, con la palabra, con el sermón. Como si su misión fuera buscar la redención. No la propia, porque él ya está redimido y glorificado, sino la de sus seguidores. De cierta manera, ha dicho que es posible ser como él es y hacer lo que él hace. Si muchos fueron como yo, dice, el mundo sería otro.
Felipe Lamarca, ex presidente de la Sofofa, en una entrevista en La Tercera alteró la tesis del desalojo, aquella levantada por el senador Allamand, que es el cambio desde la Concertación a la Alianza, por la del desahogo. Lo dijo por Farkas, porque “la gente está buscando alternativas a los actuales liderazgos. Sería bueno que surgieran muchos Farkas”. Es que la política, aunque no lo diga Lamarca sí lo esboza, no da para más. Por ello el encanto de Leonardo Farkas, que hoy de manera espontánea aparece nombrado como eventual candidato presidencial. Es como el grito desesperado, la necesidad que “alguien” nos salve de los políticos, de la actual política, que es la de los consensos, de la necesidad de lograr la gobernabilidad, de los equilibrios macroeconómicos, de la funcionalidad sistémica. De la política de las elites, de los compadres, de los arreglos entre las aquellas familias. La política zanjada entre pasillos, oficinas y salones.
Farkas es un outsider en la política. Además de no saber nada de política, como lo ha reconocido, es también despreciado por el establishment político. Lo dijo con claridad en Animal Nocturno, el programa de Felipe Camiroaga. Pero la gente se pregunta si es necesario saber algo de política cuando son los políticos quienes no han hundido en esta desesperación, en esta desesperanza. Muy por el contrario, alguien que no sabe de política, pero capaz de expresar nuestro dolor, capaz de levantar un discurso desde la simplicidad y el sentido común, haría una mejor política. Es como decir ¡Cualquiera lo haría mejor!
En la entrevista a La Tercera, el periodista le pregunta a Lamarca si la emergencia de nuevos y singulares líderes no llevan el riesgo de crear nuevos Fujimori. Tal vez, dice, pero vale siempre el riesgo. Nosotros también: cualquier remezón que conduzca a mayor reflexión, a una mayor transparencia y evidencia de la actual miseria de la política, será siempre deseada.
PAUL WALDER
Pero Leonardo Farkas es también parte del show business. Está hecho en los escenarios, en los sets de televisión. En los aplausos. El hombre orquesta, un actor de sí mismo, un personaje, en el más completo y complejo sentido de esa expresión: un intérprete. Farkas no es sólo Leonardo Farkas. Es la representación del millonario y sobre él, como personaje, gira su relato, su guión, que lo lleva a otros lugares, a otro sentido. Es un millonario, que parece un millonario, pero que no habla como los millonarios. Y menos como los grandes empresarios chilenos. Habla de la pobreza y de la riqueza. Y habla, en un lenguaje directo, extremadamente simple, de la distribución de la riqueza, de la injusticia. Es un millonario en la calle. Está, a parece estar, entre la gente.
Allí radica parte de su gran fascinación. Porque se convierte a sí mismo en un personaje, el millonario, pero también lo coloca en sus límites: tanto en su discurso, por un lado amplificado, cruzado y densificado por el dinero, pero también desarmando al dinero como fin en sí mismo. Su donación de mil millones de pesos a la Teletón, la mayor en la historia de este evento, la explicó la noche siguiente como la realización de un sueño. Un sueño que también tiene complejas interpretaciones: es sin duda la culminación de un proceso empresarial propio, quizá de un sueño de éxito personal, que le ha permitido hacer esta donación, pero a la vez es también la expresión de una mirada que le quita el valor extremo que nuestra sociedad le otorga al dinero. Una mirada que ninguna empresa ni empresario está interesado en compartir.
El tremendo impacto que han producido sus donaciones y su discurso social surge de la fusión de actitudes contrapuestas. Por un lado su fruición por el lujo extremo, y a la vez, su filantropía, expresada y comprobada con millonarias donaciones. Acciones que defiende con argumentaciones ligadas a una moral personal, a una ética social, las que están confrontadas con el interés empresarial gremial.
Esta actitud de Farkas ha maravillado a parte de la ciudadanía porque reúne aspectos propios del deseo, del imaginario colectivo sobre el éxito y el dinero, con un cierto ideal, el que se expresa a través de un relato, un claro discurso ético. El personaje, que es el millonario en toda su profundidad, extensión y glamour, está construido, está creado, con la palabra, con el sermón. Como si su misión fuera buscar la redención. No la propia, porque él ya está redimido y glorificado, sino la de sus seguidores. De cierta manera, ha dicho que es posible ser como él es y hacer lo que él hace. Si muchos fueron como yo, dice, el mundo sería otro.
Felipe Lamarca, ex presidente de la Sofofa, en una entrevista en La Tercera alteró la tesis del desalojo, aquella levantada por el senador Allamand, que es el cambio desde la Concertación a la Alianza, por la del desahogo. Lo dijo por Farkas, porque “la gente está buscando alternativas a los actuales liderazgos. Sería bueno que surgieran muchos Farkas”. Es que la política, aunque no lo diga Lamarca sí lo esboza, no da para más. Por ello el encanto de Leonardo Farkas, que hoy de manera espontánea aparece nombrado como eventual candidato presidencial. Es como el grito desesperado, la necesidad que “alguien” nos salve de los políticos, de la actual política, que es la de los consensos, de la necesidad de lograr la gobernabilidad, de los equilibrios macroeconómicos, de la funcionalidad sistémica. De la política de las elites, de los compadres, de los arreglos entre las aquellas familias. La política zanjada entre pasillos, oficinas y salones.
Farkas es un outsider en la política. Además de no saber nada de política, como lo ha reconocido, es también despreciado por el establishment político. Lo dijo con claridad en Animal Nocturno, el programa de Felipe Camiroaga. Pero la gente se pregunta si es necesario saber algo de política cuando son los políticos quienes no han hundido en esta desesperación, en esta desesperanza. Muy por el contrario, alguien que no sabe de política, pero capaz de expresar nuestro dolor, capaz de levantar un discurso desde la simplicidad y el sentido común, haría una mejor política. Es como decir ¡Cualquiera lo haría mejor!
En la entrevista a La Tercera, el periodista le pregunta a Lamarca si la emergencia de nuevos y singulares líderes no llevan el riesgo de crear nuevos Fujimori. Tal vez, dice, pero vale siempre el riesgo. Nosotros también: cualquier remezón que conduzca a mayor reflexión, a una mayor transparencia y evidencia de la actual miseria de la política, será siempre deseada.
PAUL WALDER