WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

miércoles, diciembre 03, 2008

Las deudas, la desesperación y la muerte


fragmentos III
Cargado originalmente por Paul Walder

La muerte de Diego Schmidt-Hebbel se inscribe y se expande no sólo como un nuevo caso policial, sino como un evento que se hunde en el corazón de nuestra modernidad. En el centro de nuestras aspiraciones y de nuestros temores. En el foco, tan pálido, de nuestros fracasos. Un episodio, una trama cubierta, una coartada mal diseñada y peor realizada, estirada como una funda tosca, superficial, que no logra ocultar el desastre. Lo que quiso ser encubierto como un simple evento para abultar las estadísticas policiales se expresaba en toda su magnitud con el temible orden y semblante de un drama familiar representado en público de forma obscena. Pero lo trascendía: tras las huellas del crimen, en su origen, en sus motivos, aparecía de manera amplificada una representación social cuyos simbolismos nos han dejado helados. La violencia y la muerte convertida en el espejo de un deterioro social. La muerte, el crimen, como una extensión del mercado, como un negocio extremo de última hora.

El domingo 9 de noviembre el titular de El Mercurio, espacio reservado generalmente para marcar la agenda política de la semana, la pasada o la venidera, desenmarañó parte del caso. En el centro de la portada simplemente decía: “El homicida de Diego habla desde la cárcel: Me sentí sobrepasado por las deudas”. Un dato que espejeó el crimen con nuestra dureza social, con nuestro convivir diario, con los márgenes, si es que los tiene, de nuestro sistema económico y social. Extendió el asesinato hasta sus orígenes, los que estaban, cual tragedia griega, trazados si no por la fatalidad de un destino clamado y reclamado por los dioses, sí tramado en la impúdica desnudez de nuestra compleja y perversa estructura social. Lo que El Mercurio revelaba no era un asalto más, como sí lo había tipificado e interpretado los días previos, sino un confuso tejido cruzado por la ambición, la desesperación, el rencor. Una compleja trama que abarcaba todos los matices morales y los lugares sociales, que se extendía desde la más completa inocencia –la de Diego y el sacrificio de su vida entregada cual inútil ofrenda al padre de su novia- hasta la espesa y evidente psicopatía de María del Pilar. Entre ellos, José Ruz, sicario torpe y sin vocación, movido, como él ha dicho, por la desesperación económica.

Y en todos ellos, y también en todas las circunstancias, el error, la aberración, como el ineludible trazado del destino. No un hecho a contrastar, una oposición entre una víctima y un victimario. Porque no fue un asalto, como toscamente trató en un comienzo la prensa y algunos observadores al intentar una vez más anudar la trenza que une delincuencia y política, sino un crimen que impidió la reacción periodística sobre los estándares más conocidos. Un crimen por encargo –lleno de descuidos, de omisiones y torpezas- con motivos tan profundos y complejos, pero también tan escabrosamente básicos, que la prensa tuvo que establecer nuevos patrones para armar su escenografía y su espectáculo. Finalmente construyó, con todos los excesos, distorsiones y variaciones, un atípico culpable. Un condenado. Una culpable. La mala.

Pero este otro guión está, como el anterior, también lleno de borrones y manchas. De más excesos y aberraciones. La procesada está llena de corrupciones y traumas, de miedos y odios. De debilidades. De fragilidad. De inconsistencia, de decadencias, de enfermedades. María del Pilar aparece como una mujer débil, delgada, protegida por un doméstico chal y hundida en una silla de ruedas. Y así recordamos…y la relacionamos: como un Pinochet, como un Paul Schaeffer ante sus jueces. Una procesada que actúa, que sobreactúa, en un comportamiento cercano a la ficción, al propio espectáculo televisivo. María del Pilar, que encarna a la mala de la teleserie, no habla, sino que gesticula, desafía, se ríe, se burla. ¡Está también ante las cámaras, está en la televisión! Pero como un nuevo gran error, María del Pilar, si no loca, es, o parece, una psicópata.

El titular de El Mercurio con los días se desvanece, así como las otras ramificaciones del asesinato. La trama social de colapso económico que permitió el asesinato de Diego se enredó hasta quedar sólo el nudo. Aquel permanente y cristalizado nudo de las estadísticas criminales. Nada más deleznable que el crimen, dice la prensa. Es cierto. Pero también, dice, nada más lejano de la realidad. Los malvados, los delincuentes, aquellos sujetos, de los que habla esa prensa, pertenecen a un mundo propio, de extrañas apariciones. Un mundo de perversión, dice, repite día a día, que no tiene un verdadero contacto con la realidad. Aunque asesine, o robe, para saldar una deuda… con el banco.

PAUL WALDER