Los medios, las AFPs y la defensa del mercado
La nacionalización del sistema privado de pensiones en Argentina desató la furia de las elites a este lado de Los Andes. En el país que se arrogó con soberbia la invención de este engendro en plena dictadura, que puso la primera piedra neoliberal de la región en pleno fragor dictatorial, sus oficiantes, sus administradores y especuladores han enrojecido de rabia ante la posibilidad que les arrebaten el multimillonario negocio, en tanto los legítimos propietarios del capital, que son los trabajadores, solo observan.
Los fondos flaquean, se secan: todo el país sabe que las pérdidas se filtran cada día. Como en una maldición, como cumpliendo los peores presagios, en poco más de un año se han evaporado 25 mil millones de dólares. Cada trabajador ha perdido más de un quinto de los ya de por sí exiguos ahorros para su jubilación. El sistema privado de pensiones se ha derrumbado. No sirve. El mismo gobierno y sus peritos llaman a los trabajadores a no jubilarse. A esperar, no sabemos bien qué o a quién.
El sistema está construido sobre el lucro, como la salud, la educación, como la vida misma en la sociedad neoliberal de consumo. Y todos, en relación a su medida de poder, participan de aquel lucro. Están quienes usufructúan del capital, que son las AFPs, compañías especializadas en la especulación, la comisión y la apuesta, están sus defensores y oficiantes, que han sido todos los gobernantes y ministros de Hacienda, desde Hernán Büchi a Andrés Velasco, y están quienes se alimentan y engordan con los fondos, que son las sociedades anónimas. Y están, cómo no, en los sótanos anónimos de esta estructura, los millones de trabajadores, los dueños del capital, que son rehenes, bajo un reglamento decretado en la dictadura, de sus conspicuos administradores-especuladores. Como en una reinterpretación del mito griego, la pena para los trabajadores es mirar, día a día, cómo pierden sus recursos, cómo se evapora su futuro. Y no pueden hacer nada. O casi nada.
En rigor, casi nada. Los trabajadores tienen un pequeño rango para movilizar esa personal alcancía. Pueden traspasarla del Fondo de acciones, el más vulnerable a la crisis financiera, a otro de renta fija. Desde el fondo desfondado al que sólo tiene filtraciones. Un acotado espacio de libertad – y cómo nos han hablado de libertad de emprendimiento y otras sandeces durante estos años-, que en la práctica también está limitado. Una campaña conjunta puesta en marcha por los administradores y sus socios a través de los medios ha impedido que los afiliados ejerzan esa estrecha libertad. Sobre la base de la desinformación, la confusión y la abierta mentira se ha engañado al trabajador para que no mueva sus fondos. Lo hacen los administradores, lo entendemos, es su negocio, con ello lucran. Pero lo hace también el gobierno. Una de aquellas tantas semanas de caída libre bursátil, Velasco dijo “los fondos está resguardados”. ¡Y quién nos resguarda de individuos como ellos! ¡Qué negocio se traen entre manos!
Se trata de una campaña perversa. El Mercurio y La Tercera se han dedicado, así como lo ha hecho toda la derecha argentina, el peronismo de derecha y sus medios, a sembrar una campaña del terror. Que sube el riesgo país, que cae la bolsa, que los efectos en Brasil, en los inversionistas, en la estabilidad. Cuentos, puros cuentos, sesgo y mentiras, que la televisión ha reproducido y amplificado. Como si nacionalizar perjudicara a los trabajadores. Como si el fracaso del sistema de AFP no fuera una evidencia palmaria. Como si el afiliado no conociera las operaciones aritméticas básicas.
La elite ha actuado de forma organizada para defender la piedra basal del modelo. El sector privado con el gobierno, que es una filial en La Moneda de los intereses del gran capital. Todos recitan la misma oración. Durante los últimos veinte años hemos visto la sintonía entre la clase política (que son también políticos de clase) con la clase empresarial. Una sintonía de clase, porque solo son capaces de verse y reconocerse entre ellos. Una actitud que Roland Barthes había percibido y comentado en sus Mitologías: el burgués no es capaz de ver a los otros. Sólo se ve a sí mismo, a un mundo bajo su cultura, bajo sus criterios. Y qué más palmario que el neoliberalismo como dogma burgués, como sentido de vida. La trascendencia se logra en el mall a través del lucro.
Hemos dicho que durante los últimos veinte años esta clase ha actuado en sintonía para su propia satisfacción. Y vemos hoy el miedo, el terror a perder sus privilegios. Por ello la mentira abierta, por ello la campaña de inmovilización. Los fondos de pensiones habían sido útiles como burbuja especulativa para generar negocios propios, para levantar ilusiones, para nuevas apuestas en el casino global. Los fondos de los trabajadores existen para su propio usufructo. Cuando todo se viene abajo, la salvación comienza entre los socios, entre los miembros de la clase. Como decía Barthes, la burguesía solo tiene ojos para sí misma. Que primero pierdan los otros. Los trabajadores, la masa.
PAUL WALDER
Los fondos flaquean, se secan: todo el país sabe que las pérdidas se filtran cada día. Como en una maldición, como cumpliendo los peores presagios, en poco más de un año se han evaporado 25 mil millones de dólares. Cada trabajador ha perdido más de un quinto de los ya de por sí exiguos ahorros para su jubilación. El sistema privado de pensiones se ha derrumbado. No sirve. El mismo gobierno y sus peritos llaman a los trabajadores a no jubilarse. A esperar, no sabemos bien qué o a quién.
El sistema está construido sobre el lucro, como la salud, la educación, como la vida misma en la sociedad neoliberal de consumo. Y todos, en relación a su medida de poder, participan de aquel lucro. Están quienes usufructúan del capital, que son las AFPs, compañías especializadas en la especulación, la comisión y la apuesta, están sus defensores y oficiantes, que han sido todos los gobernantes y ministros de Hacienda, desde Hernán Büchi a Andrés Velasco, y están quienes se alimentan y engordan con los fondos, que son las sociedades anónimas. Y están, cómo no, en los sótanos anónimos de esta estructura, los millones de trabajadores, los dueños del capital, que son rehenes, bajo un reglamento decretado en la dictadura, de sus conspicuos administradores-especuladores. Como en una reinterpretación del mito griego, la pena para los trabajadores es mirar, día a día, cómo pierden sus recursos, cómo se evapora su futuro. Y no pueden hacer nada. O casi nada.
En rigor, casi nada. Los trabajadores tienen un pequeño rango para movilizar esa personal alcancía. Pueden traspasarla del Fondo de acciones, el más vulnerable a la crisis financiera, a otro de renta fija. Desde el fondo desfondado al que sólo tiene filtraciones. Un acotado espacio de libertad – y cómo nos han hablado de libertad de emprendimiento y otras sandeces durante estos años-, que en la práctica también está limitado. Una campaña conjunta puesta en marcha por los administradores y sus socios a través de los medios ha impedido que los afiliados ejerzan esa estrecha libertad. Sobre la base de la desinformación, la confusión y la abierta mentira se ha engañado al trabajador para que no mueva sus fondos. Lo hacen los administradores, lo entendemos, es su negocio, con ello lucran. Pero lo hace también el gobierno. Una de aquellas tantas semanas de caída libre bursátil, Velasco dijo “los fondos está resguardados”. ¡Y quién nos resguarda de individuos como ellos! ¡Qué negocio se traen entre manos!
Se trata de una campaña perversa. El Mercurio y La Tercera se han dedicado, así como lo ha hecho toda la derecha argentina, el peronismo de derecha y sus medios, a sembrar una campaña del terror. Que sube el riesgo país, que cae la bolsa, que los efectos en Brasil, en los inversionistas, en la estabilidad. Cuentos, puros cuentos, sesgo y mentiras, que la televisión ha reproducido y amplificado. Como si nacionalizar perjudicara a los trabajadores. Como si el fracaso del sistema de AFP no fuera una evidencia palmaria. Como si el afiliado no conociera las operaciones aritméticas básicas.
La elite ha actuado de forma organizada para defender la piedra basal del modelo. El sector privado con el gobierno, que es una filial en La Moneda de los intereses del gran capital. Todos recitan la misma oración. Durante los últimos veinte años hemos visto la sintonía entre la clase política (que son también políticos de clase) con la clase empresarial. Una sintonía de clase, porque solo son capaces de verse y reconocerse entre ellos. Una actitud que Roland Barthes había percibido y comentado en sus Mitologías: el burgués no es capaz de ver a los otros. Sólo se ve a sí mismo, a un mundo bajo su cultura, bajo sus criterios. Y qué más palmario que el neoliberalismo como dogma burgués, como sentido de vida. La trascendencia se logra en el mall a través del lucro.
Hemos dicho que durante los últimos veinte años esta clase ha actuado en sintonía para su propia satisfacción. Y vemos hoy el miedo, el terror a perder sus privilegios. Por ello la mentira abierta, por ello la campaña de inmovilización. Los fondos de pensiones habían sido útiles como burbuja especulativa para generar negocios propios, para levantar ilusiones, para nuevas apuestas en el casino global. Los fondos de los trabajadores existen para su propio usufructo. Cuando todo se viene abajo, la salvación comienza entre los socios, entre los miembros de la clase. Como decía Barthes, la burguesía solo tiene ojos para sí misma. Que primero pierdan los otros. Los trabajadores, la masa.
PAUL WALDER