WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

miércoles, diciembre 03, 2008

Fondos desfondados: colapso estructural del sistema de AFP


Las pérdidas de los fondos de pensiones de los trabajadores chilenos, administrados por firmas privadas, llegaban a 26.400 millones de dólares el lunes 17 de noviembre, guarismo -que ya no es posible denominarlo como fondo, suma o ahorro, sino como negación, error o, tal vez, desfalco- avanza diariamente en su deterioro. Con el paso de los días, las semanas y posiblemente los meses, este agujero medido hoy medido en dólares, sólo se ensancha. Desde el origen del reflujo financiero, medida señalada en la implosión de las hipotecas subprimes en julio del año pasado, el fondo de los trabajadores chilenos se ha reducido en un 27 por ciento. Y sigue perdiendo presión. Lo sigue haciendo a vista y paciencia del gobierno y de sus administradores privados. Y ante la impaciencia de sus dueños, los trabajadores.

Las pérdidas son ingentes. Históricas. Además de individuales, además de empobrecer a la población, a los futuros pensionados, esta merma, que es un gran borrón, que comienza a perfilarse como una gran tachadura a todo lo hecho, pensado y hablado durante los últimos veinte años de religión neoliberal, se ha adherido a la economía chilena como uno de los mayores cortes de su historia. Como una herida, como un gran hueco lleno de distorsiones, de pérdidas. Como, citando al economista Aníbal Pinto, un nuevo episodio de nuestro frustrado desarrollo.

Ya no hay duda de la magnitud de la actual crisis global. Sólo tiene un parangón en la de 1929, en tanto la controversia es si la supera. Un recuerdo también muy amargo para la historia de la economía chilena, que vivió en aquel entonces uno de los peores trances del mundo. Chile fue el país que peor resistió los efectos de aquella crisis mundial, y también fue el más endeble en la crisis más reciente de 1980. Bien podemos recordar la tasa de desempleo del 30 por ciento. Bien recordamos infames programas como el PEM y el POJH. La que hoy padecemos apunta a superar esta marca: Chile ya es una de las naciones del mundo más afectadas por la crisis.

Y lo será aún más: si se hecha a andar la memoria económica, las más venales crisis de finales de la década pasada, como la asiática, rusa, brasileña y argentina, contrajeron el PIB chileno. Los anuncios para la que se gesta –no levantados por agoreros, sino hoy por las mismas autoridades políticas- podrían superar esas marcas. Y en ese trance se han inscrito las recientes movilizaciones de los empleados públicos, que buscan una necesaria protección para tiempos de crisis. El antecedente es muy reciente: la inflación del 2008 superó todas las proyecciones atadas el 2007; de una estimación de 5,5 por ciento ha subido casi a un diez por ciento, con la consiguiente pérdida en el poder adquisitivo de los trabajadores. Y si así fue para el año en curso, nada puede asegurar que otra vez las cifras se amplifiquen. Lo que ha demandado la ANEF era simplemente un reajuste real del 4,5 por ciento. El diez por ciento que falta, es solo la recuperación de lo perdido por la inflación.

El problema, bien se sabe, no es solo un guarismo salarial. Es la crisis financiera mundial en plena maduración y sus efectos económicos y sociales locales. Es también su extensión y la reproducción de gestos y movilizaciones en otros sectores y gremios, los que se expresarán por necesidad y con seguridad. Lo que viene el 2009 no será fácil y tampoco será tranquilo. “Lo peor está por venir”, repiten ya dirigentes gremiales, políticos y funcionarios.

Para el economista Orlando Caputo no hace falta esperar mucho: lo peor de la crisis ya está aquí. Chile es uno de los más afectados por la recesión. Por una parte, están las pérdidas de los fondos de pensiones –más de 25 mil millones de dólares-, por otra, las pérdidas de ingreso por exportaciones de cobre a los precios actuales (desde abril a la fecha el precio del metal ha caído desde casi cuatro dólares a 1,7). En un año, éstas también hacen un agujero de 25 mil millones de dólares. Si se suman ambos, el número que aparece, de 50 mil millones de dólares, equivale al 40 por ciento del PIB anual al tipo de cambio actual.

Para dar una idea de la magnitud de las pérdidas chilenas, Caputo establece comparaciones: “Estas grandes pérdidas equivalen también a dos años del presupuesto total del Estado chileno y a diez años del presupuesto del Ministerio de Salud”. Y podrían ser mayores, porque “no consideran los impactos en los precios e ingresos de otros productos de exportación, así como el impacto de sectores que producen para el mercado interno y el impacto sobre el empleo”. Están las pérdidas crecientes y está también una legislación que impide alterar la situación. Un evento de mayor gravedad, afirma Caputo, “que el conocido corralito en Argentina, porque el corralito era transitorio y los dueños de los recursos, en un período de años, podían, aunque con pérdidas, retirar sus ahorros”.

El Fondo A ha perdido casi la mitad de sus ahorros

La Superintendencia de Administradoras de Fondos de Pensiones, institución que debiera cuidar los fondos y no administrar las pérdidas, lo que hace es informar sobre el fracaso del sistema. Así dice: "el valor de los Fondos de Pensiones alcanzó a 69.084 millones de dólares al 31 de octubre de 2008. Con respecto a igual fecha del año anterior, el valor de los Fondos disminuyó en 25.168 millones, equivalente a -26,7 por ciento." Ante esta cifra global, el economista de Cenda y experto en la materia Manuel Riesco, agrega lo que la superintendencia ha preferido silenciar: las escandalosas pérdidas de los fondos invertidos en acciones, los denominados A y B. Riesco dice que las pérdidas en doce meses al 30 de octubre del 2008 alcanzan a -45,07 por ciento, -34,18 por ciento, -22,5, -12,08 y -0,88 para los fondos A, B, C, D y E, respectivamente. ¡Las personas que han colocado sus ahorros en el fondo A han perdido prácticamente la mitad de capital!

Desfalco para los trabajadores, pero gran negocio para los administradores. Riesco afirma que históricamente, desde la creación del sistema hasta el 2006, los administradores privados y las compañías de seguros, generalmente relacionadas con las AFPs, se han quedado con uno de cada tres pesos aportado por los trabajadores. ¿Cómo? Por ley, por comisiones y otras invenciones. Los otros dos pesos, dice Riesco, “se traspasaron en su mayor parte a unos pocos grupos económicos en Chile (solo doce grupos tienen en su poder la mitad de las inversiones en el país) y el resto lo apostaron a inversiones en renta variable en el extranjero”. Hoy pierden ese dinero a destajo. Un dinero que no es suyo. Ya hay una cuarta parte que nunca van a devolver, y en el caso del fondo A, se trata casi de la mitad. Y siguen perdiendo ese dinero sin pudor, sin decencia.


Los oficiantes del modelo, que van desde los ejecutivos de las AFPs, políticos de la derecha y de la Concertación, dirigentes empresariales, funcionarios gubernamentales, lo que han hecho es desinformar y mentir. A veces embozadamente. La gran mayoría, con absoluto descaro. Han dicho, le han dicho a los trabajadores próximos a jubilar, que se esperen. ¿A qué? ¿A quién? ¿A un alza mágica de las acciones? ¿Al mesías? ¿A la muerte?

Lo que han perdido los fondos en poco más de doce meses es en algunos casos la mitad de lo acumulado durante toda la vida. Lo que ha tardado tanto tiempo no se resuelve, no se recupera en meses, ni tampoco en años. Un trabajador próximo a jubilar, que ha perdido la mitad de sus ahorros, tendría que esperar por lo menos una década para volver a llenar el fondo.

Si se observa la evolución internacional en el precio de las acciones, donde transan y especulan los ejecutivos de las AFPs con los ahorros de los trabajadores chilenos, se puede detectar que esas afirmaciones son falsas. Es desinformación. Acaso, ilusiones.

La principal plaza bursátil del mundo, que es Wall Street, ha tardado más de diez años en acumular ganancias, las que ha perdido en sólo uno. Es ésta la relación entre lo que sube y lo que baja, por tanto cualquier referencia a una rápida recuperación es un llamado a la magia.

Hace más diez años atrás, hacia el segundo semestre de 1997, el Dow Jones, que es el indicador principal de Wall Street, marcaba un mínimo de 7.600 puntos. Desde entonces tuvieron que pasar diez años para que el índice alcanzara su máximo: en octubre del año pasado marcó la cifra mágica de 14.164 puntos. Un mes que quedó en la historia económica, porque desde entonces hasta octubre pasado, en apenas un año, el indicador cayó hasta los 8.100 puntos. Prácticamente ha perdido la mitad. Lo que ganó en una década lo ha perdido en un año.

Hay numerosos indicios que nos colocan en los comienzos de este trance económico. Están las declaraciones de presidentes de los organismos internacionales, de jefes de Estado y de gobierno, de economistas, de inversionistas. Caputo, que ha seguido las crisis económicas desde 1980 en adelante, también afirma esa idea. “La crisis inmobiliaria en Estados Unidos, en los últimos meses se ha transformado en crisis de la economía mundial. Esta crisis es mucho más grave que las seis crisis anteriores. Estamos en su primera etapa. La crisis puede ser profunda y prolongada. Ningún rescate, aunque tan masivo como los de Estados Unidos, de Europa y el más reciente de China, han logrado restablecer la confianza de los empresarios y de los consumidores”.

El colapso de los fondos ha sido un evento anunciado en diversas voces y palabras. Desde la década pasada varios especialistas han advertido sobre los riesgos de un sistema que cada día necesita de más especulación y riesgo extremo para subsistir. Es por este motivo que estimuladas por las mismas autoridades de gobierno las AFPs aumentaron progresivamente las inversiones en acciones, así como en el extranjero. Todas las debilidades del sistema, todos sus errores derivados del mismo diseño, forzaron la especulación y la apuesta bursátil. Para obtener una buena rentabilidad había que arriesgarse.

Las mismas falencias del sistema –desde los malos salarios a los largos periodos sin cotizaciones- forzaron también la reforma previsional, aquel subsidio a todos los que no logren reunir la cantidad suficiente para una pensión mínima. El economista Marcel Claude nos recuerda los otros grandes males del sistema. “Cerca de un 60 por ciento de los trabajadores no tiene al día sus cotizaciones debido a la precariedad del empleo en Chile. Esto contribuye a que casi el 50 por ciento de los trabajadores no alcanzará a autofinanciar su pensión, equivalente al mínimo garantizado. Y, en muy corto plazo, el Estado deberá subsidiar más de la mitad de las pensiones”. Si ya antes de la crisis el modelo no lograba cumplir con el objetivo de otorgar una pensión digna -que permita al jubilado mantener su nivel previo de vida o no bajarlo de forma violenta- , la crisis ha convertido el problema en un drama. En una catástrofe.

Un drama en todos sus aspectos, que al observar con mayor detenimiento aumenta. La gran mayoría de los afiliados tiene sus depósitos en los fondos más riesgos. Según los últimos datos publicados por la Superintendencia, el 13,8 por ciento estaba en el Fondo A, el 39,6 en el B y el 37 por ciento en el C. Más del 90 por ciento de los afiliados estaba en los fondos más riesgosos, aquellos con rentabilidades negativas del 41,3 por ciento, 31,8 y 21,2 por ciento. A la inversa, en el Fondo E, que ha caído apenas en un punto en el último año, sólo absorbe al 0,74 por ciento de los trabajadores.

Manuel Riesco escribía en su blog una reflexión sobre la base de estas estadísticas. Llama la atención, “el elevado número de afiliados mayores de 55 años que tiene sus ahorros en los fondos más riesgosos: hay 9.014 afiliados de ese tramo de edad en el fondo A ¡más que en el E donde sólo hay 7.305! En otras palabras, más afiliados próximos a jubilar han perdido casi la mitad de sus ahorros en el A, que aquellos que los han puesto a buen recaudo en el E. Adicionalmente, hay 64.796 afiliados mayores de 55 años que han perdido un tercio de sus fondos en el B, y otros 246.958 que han perdido más de una cuarta parte en el fondo C”.

Alquimia financiera

¿Dónde está ese dinero? Es la pregunta sin respuesta y tiene que ver con la alquimia financiera, con la capacidad de crear dinero de la nada. Tiene que ver con la propia lógica financiera, con la especulación. Con ese misterio. Por tanto, podría decirse que quien entra en ese juego aceptó sus reglas, sus riesgos, que es tanto la ganancia como la pérdida. Como es en la bolsa, como es en el casino.

Hay aquí una diferencia. El origen del sistema está adulterado. Es antidemocrático, autoritario. Fue una operación más de la dictadura para favorecer al sector privado y despojar de todo poder a los trabajadores. Como lo fueron todas las privatizaciones de los servicios públicos, traspasadas estos a precio de oferta a los funcionarios de régimen e instigadores del golpe de Estado, también y se hizo lo suyo con los ahorros de sus trabajadores.

El afiliado fue forzado a incorporarse al sistema privado de pensiones y hoy, pese a todos sus errores y perversiones, es un rehén de él. Porque el sistema de AFP no fue diseñado para entregar una buena jubilación a los trabajadores. Fue diseñado para usar los ahorros de los afiliados en el sector privado, como afirma Riesco. El sistema de AFP es un efecto evidente de las reformas neoliberales, de las políticas desarrolladas por Hayek y Milton Friedman, por la escuela de Chicago. Un sistema que tenía como dogma –en Chile lo sigue teniendo- la contracción hasta la mínima expresión posible del aparato del Estado.


Se puede decir que esos fondos jamás existieron, que eran especulación, parte de la burbuja financiera mundial. Números, estadísticas, abultadas con fuerza durante los últimos años en perfecta sintonía con la orgía bursátil mundial. Una hinchazón, una ganancia no apoyada en el trabajo –recordemos que estos fondos son, originalmente, fruto del trabajo- sino en el lucro, la usura, la apuesta. Y ante este exceso, ante esta destemplanza económica, que hizo crecer los ahorros del trabajo como una burbuja –o también un tumor- no puede extrañarnos el actual colapso. Es parte del juego, es el riesgo.

Ante este colapso, tan anunciado por tantos economistas no escuchados, es necesario mirar las bases del modelo, que desde su origen, desde su misma concepción, ha sido un error. Su incapacidad de otorgar una pensión decente –que no signifique una caída brusca en el nivel de vida del trabajador- aun en tiempos de bonanza financiera, lo ratifica. Un sistema obligado a correr los más extremos riesgos no puede sorprenderse de su fracaso. Era su destino.


Lo que se ha perdido es el trabajo. Es el pasado y también el futuro. Es la vida, medida en este caso como un bienestar, de las personas. Una culpa doble, que radica en la omisión del estado y en la intervención malvada de los privados.


El regreso de la cordura está en seguir el camino argentino. Traspasar los fondos al estado y restablecer un sistema público, como los que han operado en el mundo desde hace más de un siglo. Un sistema capaz de entregar pensiones claras, definidas, de por vida y decentes. Que la jubilación no signifique un cambio brusco en el modo de vida, que no signifique una catástrofe.


Manuel Riesco lo dice sin mayores rodeos: Los fondos de pensiones deben ser intervenidos de inmediato, para proceder a un repliegue ordenado a inversiones seguras en el país. “Las AFP han demostrado que no fueron capaces de hacerlo y la autoridad no hizo nada al respecto, muy por el contrario, estimuló a tomar más y más riesgos en medio de la crisis. Ellos deben responder por el inmenso daño que significa haber perdido en pocos meses una cuarta parte del fondo total, un 30% del fondo B y el 40% del fondo A. Suman 25.000 millones de dólares, equivalentes a dos tercios del presupuesto nacional y a siete años de cotizaciones previsionales. Millones de afiliados afectados tienen todo el derecho a exigir sanciones ejemplares por esta gigantesca irresponsabilidad”.

PAUL WALDER