LUNáticos
Hacia las postrimerías del siglo XIX la familia Edwards ya escribía con sangre y fuego la historia chilena. Cuenta Jorge Edwards en El inútil de la familia que hacia 1891 la rama poderosa de la familia “estaba en la primera línea de la conspiración (de la guerra civil), y el resto de la parentela la seguía en forma incondicional”. El relato rescatado por el novelista nos dice que el banco familiar “había contribuido poderosamente a financiar las compras de armamentos del bando revolucionario”, información que daba vueltas al mundo por aquellos años: el novelista Joseph Conrad relató a “una familia poderosa, de origen inglés instalada en Valparaíso, que financia una guerra civil a fin de apoderarse de la riqueza del salitre”. Tal vez, dice Jorge Edwards, encontremos aquí cierta exageración propia de un novelista, pero algo había vislumbrado Conrad, lo mismo que durante su infancia su tío Joaquín Edwards, el inútil de la familia.
No alcanza a pasar un siglo cuando esta familia vuelve a conspirar, hechos que ya no requieren rescatarse desde los oscuros recuerdos de un niño ni de la novela histórica. Los Edwards, esta vez desde su tribuna medial, se colocan en la primera línea de una campaña del terror, instigan a las fuerzas armadas a defender los privilegios de la oligarquía y desenlazan uno de los capítulos más bestiales de la historia. Tras el retorno a la democracia, El Mercurio se instala como un centinela que advierte a los actuales gobernantes -tal vez no con los sables, pero sí con el capital- las penas que caerán si vuelven a tocar la privada propiedad.
No ha sido suficiente para la familia tener la vigilante mirada de El Mercurio bien emplazada y a sus vigilados bien cohibidos. Un nuevo proyecto, amparado bajo la concepción de la libertad de expresión, apunta a crear una eficiente maquinaria que mantenga bajo control a la sociedad civil. Tras el fin de la censura y de las verdades impuestas por decretos, el consorcio Edwards ha puesto en marcha una estrategia medial que, muy adaptada -y también enmascarada- al terreno del (falaz) libre mercado de las ideas, busca los mismos fines que la oficina de comunicaciones de la dictadura: el desmantelamiento de las voluntades, de la capacidad de reflexión, el desarme intelectual y estructural de la sociedad civil.
El reciclaje de Las Ultimas Noticias, de ahora en adelante LUN, que ha pasado de ser un diario tradicional de información general con ciertos tintes culturales –en sus páginas escribieron reconocidas plumas- a un órgano difusor de la industria de la conciencia y los deseos, trasparenta el pragmatismo ideológico de nuestras oligarquías en el sentido que todo vale en la defensa de sus negocios, lo mismo el tráfico de armas, los golpes en el pecho o la mentira. De la insufrible liviandad de la farándula puede, si se diera el caso, echar mano nuevamente a su know-how golpista o incorporar al mercado un producto pornográfico. Si de negocios se trata, éste vende más y mejor que las estampitas de santos.
Con LUN el consorcio completa un nuevo pool de medios que funciona como gran industria del control y los deseos. Desde El Mercurio vigila la institucionalidad política y económica, las beatas de La Segunda hacen lo suyo con el imaginario cultural burgués y desde LUN se promueve la fragmentación social y la estolidez individual como valores de la libertad de acción y pensamiento. Una batería de productos culturales elaborados como eficiente barrera a la libre circulación de ideas y, a fin de cuentas, como una perfecta máquina reaccionaria para la contención.
El proyecto de LUN busca generar una sociedad de espectadores doblemente pasivos. Se trata de instalar una apatía que asimila la realidad como un espectáculo, el que no solo se apoya en el producto televisivo –que es el gran contenido del diario- sino que también en los eventos informativos, que dramatiza y personaliza en una estructura propia de la televisión, la que se eleva como lectura a todos los eventos, sean sociales, económicos, deportivos y, claro está, también políticos. Es una doble pasividad porque las informaciones de LUN cuyas fuentes no son la TV han pasado previamente por el tamiz de la pantalla. LUN interpreta la pseudo realidad de la TV; le entrega una versión políticamente filtrada e inocua a su público, que es el espectador, de bata y pantuflas, que cada noche sumerge sus frustraciones y se masturba con sus deseos ante la pantalla. El mérito de LUN es masajear y ayudar a olvidar la vacuidad personal.
LUN, aun cuando parece ser un inocente medio alimentado por la TV, cuyos contenidos amplifica, tiene una evidente línea editorial, que consiste, precisamente, en trasladar a la categoría de evento nacional situaciones menores y, en muchos casos, socialmente irrelevantes. Un ejercicio periodístico que al encubrir el conflicto social e interpretarlo como mal individual, afianza la inmovilidad y el conformismo, que es también marginación y frustración. LUN no ve causas sociales, sólo atiende a los efectos, los que son siempre individuales. Interpreta un mundo en el que la pobreza, la exclusión, la discriminación, son fenómenos que competen, exclusivamente, a los individuos. Según los criterios de LUN, la discriminación por ser pobre, negro o mapuche no son fenómenos sociales, sino simple mala suerte. No contar con salud o protección previsional no apunta a un sistema político, sino al destino individual.
Este diario no es un periódico de farándula; es un medio de información general camuflado, sí, bajo la apariencia de farándula. Y aquí radica su mayor peligro para la sociedad, que consume un producto que falsea la realidad. Bajo su apariencia inocua lo que hace es crear desquiciadas versiones informativas que al colarse como farándula ocultan lo que es: una gran mentira que tiene como objetivo adormecer y conformar. ¿A quienes? A los que no leen ni El Mercurio ni La Segunda, que son los potencialmente más peligrosos.
Los ideólogos de LUN son también maestros en la confusión. Mantienen, como en la tradicional y vieja Las Ultimas Noticias, a conspicuos columnistas, que bien pauteados y no pocas veces censurados –me consta- intentan crear un medio aparentemente abierto y pluralista. Pero es un ejercicio marginal, a pie de página, a contrapelo del público ganado (como verbo y sustantivo). Como si los pechos de silicona de sus modelos les certificaran de liberales. Son la reacción disfrazada de liviandad y libertad.
No alcanza a pasar un siglo cuando esta familia vuelve a conspirar, hechos que ya no requieren rescatarse desde los oscuros recuerdos de un niño ni de la novela histórica. Los Edwards, esta vez desde su tribuna medial, se colocan en la primera línea de una campaña del terror, instigan a las fuerzas armadas a defender los privilegios de la oligarquía y desenlazan uno de los capítulos más bestiales de la historia. Tras el retorno a la democracia, El Mercurio se instala como un centinela que advierte a los actuales gobernantes -tal vez no con los sables, pero sí con el capital- las penas que caerán si vuelven a tocar la privada propiedad.
No ha sido suficiente para la familia tener la vigilante mirada de El Mercurio bien emplazada y a sus vigilados bien cohibidos. Un nuevo proyecto, amparado bajo la concepción de la libertad de expresión, apunta a crear una eficiente maquinaria que mantenga bajo control a la sociedad civil. Tras el fin de la censura y de las verdades impuestas por decretos, el consorcio Edwards ha puesto en marcha una estrategia medial que, muy adaptada -y también enmascarada- al terreno del (falaz) libre mercado de las ideas, busca los mismos fines que la oficina de comunicaciones de la dictadura: el desmantelamiento de las voluntades, de la capacidad de reflexión, el desarme intelectual y estructural de la sociedad civil.
El reciclaje de Las Ultimas Noticias, de ahora en adelante LUN, que ha pasado de ser un diario tradicional de información general con ciertos tintes culturales –en sus páginas escribieron reconocidas plumas- a un órgano difusor de la industria de la conciencia y los deseos, trasparenta el pragmatismo ideológico de nuestras oligarquías en el sentido que todo vale en la defensa de sus negocios, lo mismo el tráfico de armas, los golpes en el pecho o la mentira. De la insufrible liviandad de la farándula puede, si se diera el caso, echar mano nuevamente a su know-how golpista o incorporar al mercado un producto pornográfico. Si de negocios se trata, éste vende más y mejor que las estampitas de santos.
Con LUN el consorcio completa un nuevo pool de medios que funciona como gran industria del control y los deseos. Desde El Mercurio vigila la institucionalidad política y económica, las beatas de La Segunda hacen lo suyo con el imaginario cultural burgués y desde LUN se promueve la fragmentación social y la estolidez individual como valores de la libertad de acción y pensamiento. Una batería de productos culturales elaborados como eficiente barrera a la libre circulación de ideas y, a fin de cuentas, como una perfecta máquina reaccionaria para la contención.
El proyecto de LUN busca generar una sociedad de espectadores doblemente pasivos. Se trata de instalar una apatía que asimila la realidad como un espectáculo, el que no solo se apoya en el producto televisivo –que es el gran contenido del diario- sino que también en los eventos informativos, que dramatiza y personaliza en una estructura propia de la televisión, la que se eleva como lectura a todos los eventos, sean sociales, económicos, deportivos y, claro está, también políticos. Es una doble pasividad porque las informaciones de LUN cuyas fuentes no son la TV han pasado previamente por el tamiz de la pantalla. LUN interpreta la pseudo realidad de la TV; le entrega una versión políticamente filtrada e inocua a su público, que es el espectador, de bata y pantuflas, que cada noche sumerge sus frustraciones y se masturba con sus deseos ante la pantalla. El mérito de LUN es masajear y ayudar a olvidar la vacuidad personal.
LUN, aun cuando parece ser un inocente medio alimentado por la TV, cuyos contenidos amplifica, tiene una evidente línea editorial, que consiste, precisamente, en trasladar a la categoría de evento nacional situaciones menores y, en muchos casos, socialmente irrelevantes. Un ejercicio periodístico que al encubrir el conflicto social e interpretarlo como mal individual, afianza la inmovilidad y el conformismo, que es también marginación y frustración. LUN no ve causas sociales, sólo atiende a los efectos, los que son siempre individuales. Interpreta un mundo en el que la pobreza, la exclusión, la discriminación, son fenómenos que competen, exclusivamente, a los individuos. Según los criterios de LUN, la discriminación por ser pobre, negro o mapuche no son fenómenos sociales, sino simple mala suerte. No contar con salud o protección previsional no apunta a un sistema político, sino al destino individual.
Este diario no es un periódico de farándula; es un medio de información general camuflado, sí, bajo la apariencia de farándula. Y aquí radica su mayor peligro para la sociedad, que consume un producto que falsea la realidad. Bajo su apariencia inocua lo que hace es crear desquiciadas versiones informativas que al colarse como farándula ocultan lo que es: una gran mentira que tiene como objetivo adormecer y conformar. ¿A quienes? A los que no leen ni El Mercurio ni La Segunda, que son los potencialmente más peligrosos.
Los ideólogos de LUN son también maestros en la confusión. Mantienen, como en la tradicional y vieja Las Ultimas Noticias, a conspicuos columnistas, que bien pauteados y no pocas veces censurados –me consta- intentan crear un medio aparentemente abierto y pluralista. Pero es un ejercicio marginal, a pie de página, a contrapelo del público ganado (como verbo y sustantivo). Como si los pechos de silicona de sus modelos les certificaran de liberales. Son la reacción disfrazada de liviandad y libertad.