Lo que oculta la belleza
Blue marbel, a better look to our living planet, es el título que le ha puesto la NASA a las nuevas imágenes de la Tierra, compuestas por millares de fotografías a una resolución de un kilómetro cuadrado por píxel. El resultado no es solo sorprendente; es inquietante: a mayor realidad mayor irrealidad, o realidad virtual. No sabemos dónde terminan nuestros sentidos y dónde comienza otro tipo de percepción electrónica.
La imagen es una bola dura, brillante, espantosamente perfecta y artificial. Más parece una simulación que una fotografía, lo que nos pone en los límites, tal vez imprecisos, de lo que es nuestra capacidad de visión. La NASA nos muestra la realidad tal cual es: una realidad nueva que ha superado la noción que teníamos por realidad entregada por nuestra percepción. Jean Baudrillard, que es un posmoderno o un hipermoderno, en su ensayo de 1990 La Transparencia del Mal afirma que hemos llegado a un estado de tal realidad, que solo puede ser una simulación electrónica, informática. Es también la pérdida de la ilusión: lo más visible que lo visible, que nos lleva a un estado tal vez no humano. ¿Qué obtenemos con esta visión, más nítida, de mejor resolución que nuestros (supuestos) ojos? Digo supuestos ojos, porque no he estado aún en órbita planetaria.
La Tierra desde el espacio parece un planeta modelo, una perfección infinitamente bella que flota por el universo. Pero me inquieta por su idealizada falsedad, como aquellas mujeres hermosísimas, de cuerpos que se sumergen en nuestro inconsciente individual y colectivo, en nuestras profundas vetas antropológicas: nada sabemos de su ser aunque intuimos -¿por qué aquella necesidad de belleza?- un rasgo de maldad.
La perfecta bola azul, de maqueta, muestra en cada píxel un kilómetro cuadrado, que vemos como un matiz que brilla y extiende su vanidad hacia el universo. Y vuelvo a pensar en aquellas modelos, pero también en aquello que no logra salir en la fotografía de alta resolución. El exceso de realidad y de belleza aumenta también el misterio, que en nuestro caso es algo siniestro (en su sentido freudiano). Una inquietante extrañeza, que oculta tanta miseria y dolor.