Perversión del espectáculo
El asunto, que no debe llamarse conflicto pese a la histeria e histrionismo –creo que Freud relacionó estas dos categorías- nos tiene sumergidos. El ministro del Interior nos dijo durante el último fin de semana de octubre que los chilenos podíamos estar tranquilos; que todo se resuelve por canales diplomáticos. Francisco Vidal hacía estas afirmaciones al mismo tiempo que retaba a Tomás Hirsch por no cerrar filas con las declaraciones del gobierno, que en materias limítrofes, tradicionalmente, siempre han de ser apoyadas, decía Vidal, por todo el país sin emitir comentarios. Estas alocuciones, que nos recuerdan a los temibles bandos militares, contienen, a lo menos, tres graves violaciones a cualquier norma democrática y de libertad de expresión.
Nuestro de por sí sobreactuado ministro ha superado esta vez su habitual histrionismo: de partida, ha llamado a la ciudadanía a estar tranquila (nos preguntamos de qué y por qué); en segundo lugar ha declarado que la controversia limítrofe con el Perú será resuelta por canales diplomáticos (volvemos a preguntarnos si él pensaba que hay otro modo de solventar estas diferencias) y en tercer lugar, que lo transparentó en su espíritu autoritario, censuró por tener otra opinión a Hirsch.
Una censura que tiene a lo menos dos objetivos: generar o amplificar el clima de tensión que surge de las complejas relaciones bilaterales con Perú y convertir la controversia en un asunto de estado bajo la égida del presidente Lagos, lo que –así lo demuestra trágicamente la experiencia política de la humanidad- puede elevar su figura en trances como éste a alturas épicas. En segundo lugar, y muy relacionado con el primer objetivo, es utilizar la controversia con intereses electorales, no solo minimizando a los contendores de derecha, quienes expresan en estas materias su apoyo irrestricto a Lagos, sino descalificando a quienes disientes con la postura de La Moneda. La molestia de Piñera y Lavín por la reunión a puertas cerradas entre Lagos y Bachelet expresó con claridad el uso electoral del embrollo diplomático por parte de la Concertación.
De esta lamentable panoplia comunicacional elevada por La Moneda, la que ha tenido como eje el fantasma de un conflicto bélico alimentado por las malogradas relaciones con nuestros vecinos, se han sumado las interpretaciones de los medios de comunicación, que han montado, en calidad de nuevo espectáculo, una seguidilla de despachos de un inminente frente militar apuntalados por un encendido nacionalismo. Este proceso, que se ha repetido en numerosas otras ocasiones y con nuestros otros dos vecinos, ha sido el efecto predecible y directo de las declaraciones, silencios, titubeos y oblicuas señales enviadas desde el gobierno. El Ejecutivo ha echado mano y amplificado uno de los grandes traumas nacionales no resueltos, el que se ha expresado en un atávico desprecio o rencor hacia nuestros vecinos. Es probable que en el Perú el gobierno de Alejandro Toledo y la clase política haga algo similar, pero aquí no se trata de la política del empate. Es un espectáculo que sólo tiene ganancia para las corrientes nacionalistas, aquellas alimentadas por las fuerzas armadas.
El histrionismo comunicacional de La Moneda no sólo es dañino: es también peligroso porque está ligado con aquel concepto de la política espectáculo: cada acción política construida para los medios ingresa en una espiral irrefrenable. Desde las citadas declaraciones de Vidal, la reunión en Cerro Castillo con altos mandos militares seguida minuto a minuto por los medios al dramatizado y aventurado circuito de Osvaldo Puccio por Buenos Aires y Brasilia en búsqueda de aliados desde el Atlántico. Una desesperada escalada comunicacional que tenía un solo sentido: generar un clima artificial de incipiente conflicto bélico.
El histrionismo comunicacional de La Moneda no sólo es dañino: es también peligroso porque está ligado con aquel concepto de la política espectáculo: cada acción política construida para los medios ingresa en una espiral irrefrenable. Desde las citadas declaraciones de Vidal, la reunión en Cerro Castillo con altos mandos militares seguida minuto a minuto por los medios al dramatizado y aventurado circuito de Osvaldo Puccio por Buenos Aires y Brasilia en búsqueda de aliados desde el Atlántico. Una desesperada escalada comunicacional que tenía un solo sentido: generar un clima artificial de incipiente conflicto bélico.
La política espectáculo, que construye una realidad para ser consumida como espectáculo público tolera todo tipo de acciones y omisiones, las que son elaboradas y evaluadas bajo el concepto electoral o de rentabilidad política. Recordemos el reciente lanzamiento de la campaña del Sida, programa comunicacional que sólo consistió en su anuncio y en el efecto de tal anuncio. No hubo distribución de condones ni carteles masivos en calles y autobuses, probable y hábilmente ocultados para prevenir una mayor polémica con los poderes conservadores. La política de salud pasa a ser sólo un pretexto para modelar y abultar la ganancia electoral.