WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

viernes, octubre 26, 2007

El gobierno, más neoliberal que el propio FMI


“You can hang back or fight your best on the frontline”
(Puedes quedarte atrás o dar tu mejor lucha en la primera línea)
Bob Dylan, Workingman’s blues, Modern Times, 2006


El último informe económico mundial publicado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) nos lleva a la sorpresa. No por las proyecciones, poco auspiciosas para el 2008, y tampoco por los riesgos advertidos. El estupor es por reconocimiento que hace el organismo financiero a las causas del aumento de la desigualdad social y económica en el mundo, las que relaciona, sin rodeos, con aspectos del proceso de globalización, entre éstos, los avances tecnológicos y la inversión extranjera. Un diagnóstico elevado durante largos años por economistas independientes y no pocos grupos de presión que hoy acoge el organismo que por tanto tiempo ha sido el principal pregonero de la globalización. El malestar de la globalización, detectado hace más de cinco años por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz es hoy una certeza aceptada incluso por sus más furibundos oficiantes.

El mundo de oportunidades publicitado durante toda la década pasada y gran parte de la actual por el FMI ha dado origen a uno de los momentos de la historia económica con mayores índices de desigualdad. La institución afirma que “en los últimos 20 años, la desigualdad del ingreso ha aumentado en la mayoría de los países y regiones. Al mismo tiempo, el ingreso per cápita se ha incrementado en casi todas las regiones incluso para los segmentos más pobres de la población”. Una segunda afirmación que más parece una creencia basada en la lógica del derrame, de lo que sobra a los ricos. Bien se sabe ya que el aumento del ingreso per cápita es un número oscuro, que impide ver la verdadera distribución del ingreso. La lógica no es la del derrame, sino de la concentración de la riqueza y la masificación de la pobreza. Este y no otro es el proceso de globalización corporativa.

De las estadísticas del mismo organismo surge otra información. El producto per cápita chileno será de 9.948 dólares anuales el 2008, sólo superado en la región por Venezuela. El número, que puede destacar entre los vecinos, se diluye al interior de nuestras estadísticas por la tremenda distorsión en la distribución de esta cifra. Si así fuera, si la distribución fuera equitativa, cada chileno tendría una renta mensual de aproximadamente 416 mil pesos. Algo que parece un mal chiste al considerar que el veinte por ciento más rico absorbe prácticamente la mitad de la renta nacional, o que el salario mínimo, ingreso que percibe un millón de trabajadores, es de escasos 144 mil pesos mensuales. El tan voceado crecimiento económico es aquí crecimiento para las grandes corporaciones.

Las causas del mal


Las causas de la desigualdad, según el FMI, están en el avance tecnológico, en la inversión extranjera y en el desarrollo financiero. “El progreso tecnológico en sí mismo explica la mayor parte del aumento de la desigualdad desde principios de los años ochenta”, el que toma cuerpo en una profundización del desempleo y de empleos precarios. Las grandes corporaciones, que son también los grandes inversionistas extranjeros, reducen costos laborales mediante el uso cada vez intensivo de las nuevas tecnologías. Y si ha habido creación de nuevos empleos, estos son por lo general de mala calidad, muchas veces en la informalidad y con bajos salarios.

La inversión extranjera como el otro gran factor de la inequidad. ¡Vaya novedad! Estas mismas corporaciones que integran las nuevas tecnologías reducen y externalizan el trabajo, lo que redunda en un aumento de sus beneficios. Un vistazo al sector financiero chileno, afecto a los flujos de inversión extranjera mediante fusiones y adquisiciones muestra que durante los últimos años todo ha crecido para este sector, excepto la creación de nuevos empleos y aumento de salarios.

Otro documento, el Informe sobre las Inversiones en el Mundo, publicado por la UNCTAD durante el año en curso, apunta lo siguiente: “Los gobiernos siguen adoptando modelos para facilitar la inversión extranjera. En 2006 se observaron 147 cambios que hicieron más favorables estas políticas en los países receptores. La mayoría de ellas, un 74 por ciento, fue adoptadas en países en desarrollo”. Cabe recordar la puesta en marcha del TLC entre Chile y Estados Unidos el 2004, que eliminó el encaje a las inversiones extranjeras, lo que abre la posibilidad de rápidas y abultadas corrientes de desinversión. Según este mismo informe, en América latina durante el 2006 los flujos de recepción de inversión extranjera prácticamente no crecieron respecto al 2005, sin embargo los flujos de salida aumentaron un 125 por ciento.

Si el FMI admite el aumento de la inequidad como consecuencia de la globalización es sencillamente porque el fracaso de este modelo es ya evidente. Y no sólo para los trabajadores y consumidores, sino para el mismo desarrollo futuro de la economía. Nada promisorio surge del informe del Fondo. Junto con anunciar una sostenida baja en la tasa de crecimiento de la economía estadounidense -1,9 por ciento pronostica- el organismo pergeña en su documento una retahíla de advertencias: existen riesgos negativos para las perspectivas derivadas de la inflación, “los precios del petróleo han repuntado hasta nuevos máximos y no puede descartarse un nuevo aumento brusco… La persistencia de los desequilibrios mundiales sigue planteando un riesgo inquietante”.

Esto es, nuevos incrementos en el precio ya alto del petróleo, los que el Fondo Global Energy Fund de Investec estimó hace poco más de una semana en 150 dólares el barril de aquí a no más de dos años. Aumentos que también suceden en otros sectores, como el alimentario, que ha elevado en nuestro país de forma desmesurada los precios de la canasta básica. Una estimación realizada por el diario El Mercurio afirmó que las familias más pobres han perdido más del veinte por ciento de su poder adquisitivo durante el año. ¡Chile, país de oportunidades! recordamos durante el gobierno pasado; Chile, país desarrollado el 2020, oímos anunciar hace unas semanas al ministro de Hacienda. Chile, decimos, en un callejón sin salida.

Cul de sac

La matriz neoliberal, seguida en Chile al pie de la letra pese al grandilocuente y espurio discurso social de los gobiernos de la Concertación, hace agua por varios de sus costados. No está en una encrucijada cualquiera, está en un callejón sin salida, en un cul de sac. Inflación, malos empleos, concentración de la riqueza, precarización de la vida urbana y social, aumento de las desigualdades, sean económicas, territoriales, culturales, educacionales y sanitarias, erosión de las perspectivas de una mejor calidad de vida. Un deterioro global que no es una simple consecuencia ni del Transantiago ni de las políticas comunicaciones, como se prescribe a sí misma La Moneda. Es el efecto de estar administrando un modelo económico, social y político arruinado.

A las alzas de los combustibles y de los alimentos básicos – el pan ha subido casi un 20 por ciento durante el año, los huevos lo mismo, la leche un 50 por ciento, y habrá sin duda mucho más- viene a partir del 1 de noviembre un alza del 15,5 por ciento de la energía eléctrica, incremento que, según la trayectoria de las variables anunciadas por el FMI, es altamente probable que se repetirá durante el 2008.

¿Y qué hace el gobierno? Anuncia con pedantería subsidios para los más pobres, que es una forma de la política de la compasión, del control de los márgenes extremos. Una política que no tiene diferencia ninguna con los programas asistenciales propuestos por las derechas.

Se trata de la asistencia pública, del socorro de último minuto, programa que mantiene al pobre en la pobreza, que cristaliza el statu quo, que consolida todas las desigualdades. Nadie superará la pobreza con estos y otros subsidios. Tal vez ocurrirá el proceso inverso: con los actuales oleajes de los mercados serán cada vez más los que terminen sumergidos en la marejada. Mideplán informó hace unos días que un 30 por ciento de la población había estado en algún momento en la pobreza durante los últimos diez años. Al considerar cuál es la metodología que emplea esta institución para medir la pobreza –recordemos que un pobre es quien percibe una renta bajo los 43 mil pesos- podemos decir sin gran riesgo que en situación de carencia ha estado bastante más de la mitad de la población chilena durante ese período. Y tal vez nos quedemos cortos. “Chile, país modelo”, decían hace poco tecnócratas, misioneros y zalameros del libre mercado.

Si el aumento de la inequidad bajo el torrente de la globalización neoliberal ya la asume el FMI, a quién hoy en día le puede asombrar que la Democracia Cristiana o parte de ese partido impugne la entrega de la economía, como paquete precintado, a las grandes corporaciones y a los ruleteros del mercado. O que el crecimiento con equidad sea tema de discusión en algunos cónclaves empresariales y parte de los discursos de la derecha. Porque lo que ha venido pregonando la Iglesia católica sobre el salario ético, sobre la injusticia social, sobre la concentración de la riqueza, es una realidad de una evidencia a toda prueba. Una perversa realidad que, sin embargo, no se resolverá al rasgarse vestiduras o al asumir la mala conciencia.

Velasco, impasible y recalcitrante

Sí puede sorprendernos la persistencia a toda prueba de un gobierno en un patrón económico que exhibe sus errores por todos lados, con la notable excepción de las utilidades empresariales. El 17 de octubre el Ministro de Hacienda, Andrés Velasco, hizo una exposición ante centenares de empresarios en la Sofofa. “Visión Económica 2007-2010” se llamó su alocución, la que parecía la proyección del documental “Chile, país de las maravillas”. Para comenzar, Velasco no se quedó corto y anunció sin matices ni pudor su meta: Chile será un país desarrollado. ¿Cómo? Nada más sencillo. Con un poco más de lo mismo. Así, dice: “Repetir el crecimiento del PIB por habitante de 5,6 por ciento realizado entre 1990 y el 2006”. Bajo esta trayectoria, calcula, Chile alcanza los 20 mil dólares que actualmente tiene un país como, dijo él, Portugal. ¿Chiste? ¿Un cuento de hadas para niños? Tal vez ingenua demagogia de quien dice que no lo es.


Velasco persiste a como dé lugar en el modelo. “Desde 1990 Chile ha crecido como nunca en su historia y ha abierto sus fronteras al mundo, negociando acuerdos comerciales con economías que representan el 86 por ciento del PIB mundial”. Pero no nos dice que quienes exportan y se benefician de estos mercados son una mínima parte de las empresas, generalmente las grandes corporaciones, que estas empresas son las que externalizan los empleos, que ellas son, efectivamente, las responsables del crecimiento del PIB, del que finalmente se apropian.

Velasco nos recuerda que “con políticas sociales efectivas hemos logrado que hoy la pobreza y la indigencia se hayan reducido a un tercio de lo que eran el año 90. La desigualdad finalmente también ha empezado a ceder”. Pero cabe preguntarse con qué instrumentos mide esa pobreza, y en qué categoría coloca Velasco a quienes salen de la pobreza, con ingresos superiores pero cercanos a esos 43 mil pesos mensuales. Y tampoco dice nada con las estadísticas de desigualdad, las peores en la historia de Chile, sólo comparables con los más oscuros años de la dictadura.

La fe de Velasco en el neoliberalismo es a toda prueba. El desarrollo, una suerte de paraíso terrenal, está en la persistencia de los mismos programas que puso en marcha la dictadura y que la Concertación profundizó. “Tenemos que persistir en las políticas que nos han permitido avanzar: la carrera al desarrollo es larga y hay que sostener el tranco”, dice, sin ninguna contención. Un “tranco” que “exige esfuerzo y coraje”.

Su convicción en la matriz neoliberal transparenta también su fundamentalismo, lo que lleva a advertirle a su audiencia empresarial que “no hay atajos fáciles. Estamos a mitad de camino. No podemos dejarnos llevar ni por populismos fáciles ni por pesimismos injustificados”. Bien sabemos a qué se refiere Velasco con los “populismos fáciles”, lo que claramente es un mensaje a la derecha sobre el malestar social y las eventuales propuestas de la izquierda –imaginamos en su cabeza a Correa, Chávez, Morales y hasta Kirchner- , y también podemos intuir aquellos “pesimismos injustificados”, orientados estos a los temores empresariales al ver reducidos en el futuro sus márgenes de ganancias. Por algo Velasco ha elegido esa audiencia para abrir su corazón.

Son sus pares, sus amigos, sus vecinos, su mundo.