Bachelet, ensordecida por el ruido mediático
Múltiples expertos, analistas y observadores escriben semana a semana sobre los misterios que rodean el gobierno de Michelle Bachelet. Porque no hay motivos que entreguen las evidencias suficientes para desentrañar la abrupta caída en la popularidad que ha sufrido desde que llegó a La Moneda hace un escaso año y medio. En marzo del 2006 los sondeos de opinión pública le otorgaban a la presidenta Bachelet un apoyo ciudadano superior al 60 por ciento. Hoy, las últimas mediciones le entregan menos de un 40. El gobierno, se dice, se lee diariamente, “va en caída libre”, “no tiene conducción”, “ni fuerza”, está dando “bandazos”, “carece de credibilidad”, “es frívolo” y “soberbio”. Un inventario de críticas, asaltos y también burlas, que no sólo surgen desde la oposición, que muy bien ha hecho su trabajo de oponer resistencia a las iniciativas e invites gubernamentales, sino también de analistas e incluso de reconocidos concertacionistas. A la pregunta de cómo está el gobierno de Michelle Bachelet, la respuesta unánime será mal. Y para eso están todas esas encuestas.
¿Y por qué está mal? Esta puede ser, pese a la contundente afirmación anterior, una pregunta compleja. La economía chilena crece a una tasa superior al cinco por ciento, el desempleo ha disminuido a niveles históricamente bajos, hay inversión y alto consumo, la vida cotidiana sigue su habitual curso y los políticos hacen lo que ha sido su trabajo durante los últimos 17 años. El Chile del 2007 no se diferencia en demasía al Chile de hace cinco o diez años.
Si el andamiaje político y económico chileno se ha mantenido más o menos intacto que hace unos lustros, tampoco ha estado sacudido por más y más profundos eventos. Más aún, el gobierno de Bachelet recibió un país con un modelo de desarrollo probado y es el primero que vive sin la presencia ni la sombra de Augusto Pinochet. Anteriores gobiernos de la Concertación tuvieron que enfrentar “ejercicios de enlace” y “boinazos” articulados por el fallecido ex dictador, otros sufrieron la crisis de la detención del viejo general en Londres y otros cargaron durante toda su administración persistentes acusaciones de corrupción. Pero ninguno de estos gobiernos recibió de manera tan extensa el rechazo de la ciudadanía.
Hay analistas que intentan explicar el trance por el furtivo machismo de la sociedad chilena, por el desafortunado lance del Transantiago, por una oposición que busca desalojar al gobierno incendiando con ello a todo el país. Pero ninguno de estos eventos son mayores o más dramáticos que otros diversos sufridos por anteriores gobiernos de la Concertación.
Otra andanada de explicaciones busca fuentes más profundas, y apunta a deficiencias en el arte de gobernar, en el diseño político, en la gestión y la administración, en el agotamiento del proyecto político. Un deterioro que en la superficie perfila rencillas internas, desorden en la agenda, discursos contradictorios, desmentidos, decisiones erráticas.
Lo que se inició con un murmullo, hoy tiene rasgos de estridencia, la que trasciende fronteras. La prensa internacional, aquella que durante más de una década elogió e instaló como paradigma de estabilidad económica y política a los gobiernos de la Concertación, hoy reproduce y amplifica el crujir de La Moneda. Columnas y artículos aparecidos en medios como The Economist, The New York Times, The Financial Times, El País, Liberation o Der Spiegel, tiene en común comunicarle al mundo el progresivo deterioro de su gobierno.
La Moneda, impertérrita. Soberbia, frivolidad, acusan no pocos columnistas nacionales. Sin un gesto de recibo, y tal como lo ha repetido desde su primer día Michelle Bachelet y sus ministros, continúan afirmando con el mismo entusiasmo que nunca un gobierno de la Concertación se había ocupado más de los más necesitados. Una declaración que tiene sin duda su respaldo: los dos presupuestos de la nación enviados por el gobierno han aumentado históricamente el gasto social y prácticamente no hay jornada en la que Bachelet no visite un barrio pobre, inaugure un consultorio, una comisaría, un parque. Pero ni las encuestas, ni el clima de opinión pública parecen construirse a partir de estas acciones y confesiones.
El gobierno también parece inmutable ante los sondeos de opinión. “El gobierno no se deja pautear por las encuestas” ha repetido desde el primer día, como si se trataran de los resultados de una lotería. Un desprecio que, sin embargo, se basa en el olvido: Michelle Bachelet fue levantada por esos mismos sondeos de opinión cuando fue ministra de Defensa durante el gobierno de Ricardo Lagos.
La caída en las encuestas, sea un problema comunicacional, de diseño político, de estrategia discursiva o de gestión, de incumplimiento de promesas, sea éste un efecto del agotamiento del programa político, de la persistencia de la oposición, de la distorsión de una perversa prensa o tenga otras y menos visibles causas, es, aparte de los números y las estadísticas, una realidad perceptiva. El rumor ciudadano dice que ella está en problemas, que no lo ha hecho bien.
Bachelet se ha quejado en forma más o menos privada de dos cosas. Durante una audiencia en la Universidad de Columbia en Nueva York en septiembre pasado, lamentó los prejuicios machistas que evalúan su gestión. Y en otras ocasiones, ha confesado el maltrato de la prensa chilena, la que, dicho sea de paso, está prácticamente en manos de intereses más afines con las ideas de la oposición de derecha.
Es posible afirmar que esta estructura de los medios de comunicación chilenos afecte y distorsione la generación de contenidos, así como también una mirada machista impida una justa apreciación de su gobierno. Sean o no sean éstas las causas, el problema está hoy ya radicado en los efectos, que se elevan y circulan como información, como comentario o como rumor.
Lo que hoy ya sucede, y es muy probable que sea tarde para evitarlo, es el proceso de circulación de la información ya estudiado por varios especialistas, como lo es la teoría de la Espiral del Silencio. Los diarios, la TV y la mayoría de las radios hoy ya sólo recogen esa crítica, ese malestar ciudadano, el que tal vez fue inoculado por esa misma prensa: Bachelet está mal porque la prensa y las encuestas así lo dicen. Una espiral que se alimenta a sí misma y que ha mareado a la presidenta.
¿Y por qué está mal? Esta puede ser, pese a la contundente afirmación anterior, una pregunta compleja. La economía chilena crece a una tasa superior al cinco por ciento, el desempleo ha disminuido a niveles históricamente bajos, hay inversión y alto consumo, la vida cotidiana sigue su habitual curso y los políticos hacen lo que ha sido su trabajo durante los últimos 17 años. El Chile del 2007 no se diferencia en demasía al Chile de hace cinco o diez años.
Si el andamiaje político y económico chileno se ha mantenido más o menos intacto que hace unos lustros, tampoco ha estado sacudido por más y más profundos eventos. Más aún, el gobierno de Bachelet recibió un país con un modelo de desarrollo probado y es el primero que vive sin la presencia ni la sombra de Augusto Pinochet. Anteriores gobiernos de la Concertación tuvieron que enfrentar “ejercicios de enlace” y “boinazos” articulados por el fallecido ex dictador, otros sufrieron la crisis de la detención del viejo general en Londres y otros cargaron durante toda su administración persistentes acusaciones de corrupción. Pero ninguno de estos gobiernos recibió de manera tan extensa el rechazo de la ciudadanía.
Hay analistas que intentan explicar el trance por el furtivo machismo de la sociedad chilena, por el desafortunado lance del Transantiago, por una oposición que busca desalojar al gobierno incendiando con ello a todo el país. Pero ninguno de estos eventos son mayores o más dramáticos que otros diversos sufridos por anteriores gobiernos de la Concertación.
Otra andanada de explicaciones busca fuentes más profundas, y apunta a deficiencias en el arte de gobernar, en el diseño político, en la gestión y la administración, en el agotamiento del proyecto político. Un deterioro que en la superficie perfila rencillas internas, desorden en la agenda, discursos contradictorios, desmentidos, decisiones erráticas.
Lo que se inició con un murmullo, hoy tiene rasgos de estridencia, la que trasciende fronteras. La prensa internacional, aquella que durante más de una década elogió e instaló como paradigma de estabilidad económica y política a los gobiernos de la Concertación, hoy reproduce y amplifica el crujir de La Moneda. Columnas y artículos aparecidos en medios como The Economist, The New York Times, The Financial Times, El País, Liberation o Der Spiegel, tiene en común comunicarle al mundo el progresivo deterioro de su gobierno.
La Moneda, impertérrita. Soberbia, frivolidad, acusan no pocos columnistas nacionales. Sin un gesto de recibo, y tal como lo ha repetido desde su primer día Michelle Bachelet y sus ministros, continúan afirmando con el mismo entusiasmo que nunca un gobierno de la Concertación se había ocupado más de los más necesitados. Una declaración que tiene sin duda su respaldo: los dos presupuestos de la nación enviados por el gobierno han aumentado históricamente el gasto social y prácticamente no hay jornada en la que Bachelet no visite un barrio pobre, inaugure un consultorio, una comisaría, un parque. Pero ni las encuestas, ni el clima de opinión pública parecen construirse a partir de estas acciones y confesiones.
El gobierno también parece inmutable ante los sondeos de opinión. “El gobierno no se deja pautear por las encuestas” ha repetido desde el primer día, como si se trataran de los resultados de una lotería. Un desprecio que, sin embargo, se basa en el olvido: Michelle Bachelet fue levantada por esos mismos sondeos de opinión cuando fue ministra de Defensa durante el gobierno de Ricardo Lagos.
La caída en las encuestas, sea un problema comunicacional, de diseño político, de estrategia discursiva o de gestión, de incumplimiento de promesas, sea éste un efecto del agotamiento del programa político, de la persistencia de la oposición, de la distorsión de una perversa prensa o tenga otras y menos visibles causas, es, aparte de los números y las estadísticas, una realidad perceptiva. El rumor ciudadano dice que ella está en problemas, que no lo ha hecho bien.
Bachelet se ha quejado en forma más o menos privada de dos cosas. Durante una audiencia en la Universidad de Columbia en Nueva York en septiembre pasado, lamentó los prejuicios machistas que evalúan su gestión. Y en otras ocasiones, ha confesado el maltrato de la prensa chilena, la que, dicho sea de paso, está prácticamente en manos de intereses más afines con las ideas de la oposición de derecha.
Es posible afirmar que esta estructura de los medios de comunicación chilenos afecte y distorsione la generación de contenidos, así como también una mirada machista impida una justa apreciación de su gobierno. Sean o no sean éstas las causas, el problema está hoy ya radicado en los efectos, que se elevan y circulan como información, como comentario o como rumor.
Lo que hoy ya sucede, y es muy probable que sea tarde para evitarlo, es el proceso de circulación de la información ya estudiado por varios especialistas, como lo es la teoría de la Espiral del Silencio. Los diarios, la TV y la mayoría de las radios hoy ya sólo recogen esa crítica, ese malestar ciudadano, el que tal vez fue inoculado por esa misma prensa: Bachelet está mal porque la prensa y las encuestas así lo dicen. Una espiral que se alimenta a sí misma y que ha mareado a la presidenta.