La crisis, la inflación y el aumento de las desigualdades
Cada día, cada semana, crece el deterioro. Hablamos de Estados Unidos. Pero no sólo de Estados Unidos. También desde Europa a Asia, desde Latinoamérica a Africa. En el capitalismo hiperventilado no sólo se han globalizado los mercados y sus ganancias, sino también su miseria y degradación. La actual crisis, aquella grieta en el sistema económico mundial iniciada el año pasado con el colapso de los créditos hipotecarios subprime (los créditos hipotecarios más riesgosos), ha proseguido en extensión y profundidad arrasando nuevos rincones de las finanzas y los mercados energéticos y alimentarios. Una crisis, que se percibe pero no se admite por el establishment neoliberal mundial, que es el efecto más infame del capitalismo desregulado, de aquel modelo –¡cómo podemos recordar!- instalado y acariciado en estas latitudes por los gobernantes de los últimos 30 años.
Aquella matriz económica construida en Chile desde los años 80 y administrada desde entonces por asesores de Pinochet y economistas de la concertación muestra sus fisuras, sus evidentes grietas no sólo cómo una reducción de las ganancias de las grandes corporaciones, sino como un aumento impúdico de sus contradicciones, de todas las desigualdades. A poco de desatarse la crisis los cortes han aparecido como el ensanchamiento de la miseria entre los pobres y la extensión de la pobreza entre los menos pobres. Y arriba, como la fruición desatada por el consumo y la ostentación entre los ricos, acomodados y acomodaticios. Mientras unos han de recortar hasta el consumo del pan y la leche, otros, aquella minoría, se regocijan –con el dólar bajo- comprando automóviles y vehículos 4x4. La inflación desatada, que avanza en Chile a una tasa cercana al diez por ciento anual y está canalizada especialmente a través de los alimentos, está llevando la estructura social del siglo XXI a niveles previos a nuestra historia moderna.
El académico mexicano John Saxe-Fernández, en un artículo bajo el tenebroso título de “¡Armagedón económico-militar?” afirmaba que esta crisis general, sistémica, hunde también “el globalismo pop” y la ortodoxia neoliberal. Porque, dice, “excepto entre acólitos y tecnócratas, aquello de que el Estado se desvanece y todo debe dejarse a la mano invisible del mercado aparece como otra estafa de Reagan y Thatcher. Algo similar se observó en el periodo librecambista, de la crisis de 1870 al terremoto militar iniciado en 1914. Desde entonces la relación entre mercados desregulados, crisis y guerra ha estado en el núcleo de la indagación de la ciencia social. El caos de 1929 mostró que los mercados, dejados a su dinámica invariablemente colapsan”. El académico no lo explicita, pero esboza lo evidente: a partir de la década de 1930 Europa –y no sólo Europa- fue arrasada por el odio y años más tarde por el fuego.
Un contagio directo de la crisis iniciada en Estados Unidos, que no es sólo financiera, sino también energética y alimentaria, afecta hoy a Europa. El alza de los precios de la energía y los alimentos ha llevado a tasas inéditas de inflación en la zona del euro, fenómeno que se ha combinado con una clara desaceleración económica. Pese a la rara mezcla de variables –alta inflación y bajo crecimiento del producto- el Banco Central Europeo (BCE) subió hace poco menos de un mes las tasas de interés para combatir el alza de los precios. Una medida, recordemos, que ha copiado el banco central de Chile.
El alza de las tasas de interés en Europa frenará aún más la economía y difícilmente combatirá la inflación, estimulada, bien se sabe, por la carestía de los precios internacionales. Lo han afirmado no pocos economistas alrededor del mundo. Y también dentro del mismo BCE. Hacia mediados de julio un miembro del Consejo del Banco dijo que no hay relación entre el alza de tasas y una menor inflación: “Es un error pensar que la inflación caerá si la economía se debilita”.
Cualquier nueva depresión del dólar será también perjudicial para Europa. Los actuales valores de esta moneda ya se sienten con fuerza sobre el apreciado euro, que encarece todos los bienes nominados en esta divisa y frena las exportaciones europeas. Estadísticas de mayo pasado confirman este temor: el déficit comercial de la zona del euro fue mucho más amplio de lo esperado. Pero los males no terminan aquí. Una caída prolongada de las exportaciones europeas profundizará el estancamiento económico actual, frenando la creación de empleo y el consumo. Y si tenemos a la Unión Europea y a Estados Unidos enfilando hacia una recesión, el siguiente paso es un contagio a las naciones asiáticas, con economía aún en rápido crecimiento. Este evento, ya advertido por autoridades del Banco Mundial, conducirá a una recesión mundial, cuyos efectos pueden moldearse, en un panorama tan complejo e inédito como el presente, de las más diversas formas.
Los apostadores y otros tahúres globales que manejan los precios de la energía y los alimentos, entre otros varios, ya especulan con esta posibilidad. Al comenzar a conocerse nuevos datos económicos que apuntan al declive de las grandes economías, el precio del petróleo también declinó hacia la tercera semana de julio –pasó de casi 146 a menos de 130 dólares el barril-, previendo, jugando y haciendo negocios con la inminente recesión mundial.
El fantasma de la Gran Depresión de 1929
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, también escribió un reciente artículo en clave apocalíptica. “Por mucho que las autoridades se esfuercen en minimizar la gravedad del momento, lo cierto es que nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud. Cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir y que detonarán con toda brutalidad en los meses venideros. Lo peor nunca es seguro y la numerología no es una ciencia exacta, pero el año 2009 bien podría parecerse a aquel nefasto 1929...” afirmaba Ramonet a modo de introducción.
Por cierto hay quienes no concuerdan con estas observaciones. Pese al descalabro inmobiliario, financiero, energético y alimentario, el establishment económico, financiero y gubernamental local no da muestras de inquietud. La inercia pesa. Ante los inminentes y graves problemas internacionales y locales, las mismas fórmulas: alza de tasas y recorte del gasto fiscal para frenar una inflación estimulada por precios externos. Una fórmula que perjudica no a los poderosos, sino a la gran masa de consumidores.
El presidente del Banco Central, José de Gregorio, que ya ha subido las tasas de interés a un 7,25 por ciento anual, ha esbozado que es bien probable que este proceso continúe. El control de la inflación es la principal tarea, por reglamento, del banco central, por lo que recurrirá a todas las herramientas para frenar los precios. Hacia la primera semana de julio De Gregorio solicitó la ayuda de Hacienda para reforzar la tarea. Con recortes en el gasto público la economía se enfría, ayudando de este modo al control de los precios. Pero en un momento tan peculiar como el presente, con precios internacionales de la energía y de los alimentos inusual y prolongadamente altos, el recorte en el gasto público tal vez sí logre estancar aún más la economía nacional, pero no así influir en el nivel de los precios.
Aun cuando Velasco ha sido discreto y también ambiguo en su respuesta al Banco Central, estamos en un periodo que anticipa los cálculos del presupuesto del 2009. Propiciadas por el Banco Central y aclamadas el sector privado, es probable que para el 2009 se incorporen algunas restricciones, no obstante el mismo ministro de Hacienda ha dicho que el gasto social no se rebajará.
Las tremendas oscilaciones en las finanzas mundiales ya tienen una muy fuerte réplica en el precio del dólar en relación con el peso. El alza de las tasas de interés en Chile ya ha tenido su efecto en el precio del dólar, que ha tendido a bajar durante las primeras semanas de julio. Pese a las compras periódicas de dólares que realiza el banco central –con el fin de subir su precio- el precio de la divisa estadounidense cambió de trayectoria y cayó bajo los 500 pesos.
No son pocos los economistas que estiman inocuas estas medidas económicas, las que son también contradictorias. Al subir la tasa de interés, de forma indirecta se produce una caída en el valor del dólar. Los inversionistas prefieren invertir en pesos al haber más altas tasas de interés, las que también atraen a inversionistas externos, que invierten en Chile. En consecuencia, abundancia de dólares y caída en su precio. Para enfrentar la baja en el dólar –que perjudica a los exportadores aunque reduce el costo de los artículos importados favoreciendo a los consumidores- el banco central compra dólares y aumenta la masa de pesos circulantes con efectos en una mayor inflación. Un complejo y también contradictorio proceso.
Pero sin duda que la consecuencia más dura del alza de tasas será el freno que le colocará a la economía, ya de por sí casi estancada. Esta acción monetaria se convertirá en la causa de los males que muy probablemente serán la característica de la economía chilena para el año entrante. Tal vez no con una inflación desatada –o tal vez sí, dependerá de la evolución de los precios internacionales, lo que es un enigma- pero con seguridad una economía en muy baja actividad con un creciente desempleo.
Cae la venta de alimentos; suben los automóviles nuevos
La producción estará golpeada por dos frentes. El externo, por el lado de una caída de las exportaciones en el caso de una recesión global. Y el interno, por una disminución del consumo interno derivado de más desempleo, de precios más altos (efecto del alza del transporte y los alimentos) y de altas tasas de interés, que restringen los créditos. Todas variables que se retroalimentan y generan más desempleo. Porque bien sabemos que para Hacienda, el banco central y los poderes económicos, el mercado se regula solo.
Hace poco más de una semana la industria cárnica Agrosuper anunció el despido de 400 trabajadores. Aunque sus ejecutivos han dicho eufemísticamente que “la desvinculación” se debe a un paro ilegal, también han advertido a través de la prensa que la industria, el sector porcino, no pasa un buen momento, que están perdiendo dinero, como muchas otras empresas del rubro. Una advertencia, que es un anuncio de lo que trae el futuro.
La Iglesia católica, que tiene conocimiento de la percepción, del malestar, de los conflictos en latencia que cruzan a la ciudadanía, lanzó desde su cúpula mayor su más actual diagnóstico. El arzobispo Francisco Javier Errázuriz, dijo durante la celebración del día de la Virgen del Carmen: "Mucha gente en Chile está tensionada, ya sea por la forma que nos golpea el encarecimiento de los alimentos y también los precios de los combustibles por una crisis internacional que está amenazando mayor pobreza para muchos hogares”.
Así es con la mayor pobreza. Las ventas de supermercados han venido bajando desde comienzos de año. Caen un 8,2 por ciento en abril y 2,2 por ciento en mayo. Una trayectoria descendente que tiene una directa relación con el alza de precios, estimulada, bien se sabe, por la energía y los alimentos. Durante este mes, la mayor caída en las ventas la registran los tipificados como perecibles (carnes varias, lácteos, panadería y otros), con una baja del 13,5 por ciento. Baja también el consumo de abarrotes, con 1,1 por ciento menos, pero suben los artículos no alimentarios. Estadísticas de la asociación gremial Aproleche, aun cuando registran un importante aumento en la producción y exportación lechera, han registrado un estancamiento en el consumo nacional de leche, fenómeno que tiene una directa relación con el encarecimiento de los lácteos.
Chile, después de Alemania, es el segundo mayor consumidor de pan en el mundo, con 98 kilos al año per cápita. A partir de estas cifras, es necesario considerar que el consumo de pan es mayor en las familias de menores ingresos, tanto que una familia de ingresos medios y medios bajos puede doblar el consumo de pan de una familia de altos ingresos. Con estos datos, es posible afirmar lo siguiente: una familia de cinco personas que consume el promedio nacional de pan gastará mensualmente unos 45 mil pesos.
Estadísticas de Cavem muestran la otra cara de la medalla. Mientras las ventas de alimentos bajan, las ventas de autos nuevos crecieron durante los dos primeros meses del año casi un 30 por ciento, éstas impulsadas por la caída en el precio del dólar. Pero hay una interpretación más dramática. Hay un sector de la sociedad chilena a quienes no solo no ha tocado la crisis, sino que, a la vista de tales cifras, la ha beneficiado. La desigualdad en la distribución de la riqueza se ensancha aún más con la creciente crisis.
Una nueva ola de desastres
La nueva noticia, que no es una buena noticia, es el colapso, con rasgos de quiebra, de dos gigantes financieros estadounidenses, dos piedras angulares del financiamiento inmobiliario: cuando hacia mediados de julio Fannie Mae y Freddie Mac anunciaron que estaban en dificultades, lo que se anunció fue el descubrimiento de un nuevo agujero negro en la economía de Estados Unidos. Un engendro económico que se expandirá, tal vez con la velocidad de internet, hacia el resto de las economías. Este es uno de los rasgos de la globalización.
Se habla, se especula, de agujeros de miles de millones de dólares. ¿Cien mil, doscientos mil? Posiblemente bastante más. De varias veces el PIB de un país como Chile. Cifras siderales en un mercado de características verticales, que va desde los grandes negocios en las bolsas hasta los más pequeños deudores hipotecarios. Tal como ha sucedido en la crisis de las subprimes, que ha afectado a numerosos bancos por la insolvencia de sus deudores, estos dos gigantes financieros, directa e indirectamente, también han visto reducidos sus ingresos por asuntos similares: falta de pago de las hipotecas.
Hablamos de gigantes, que tienen o garantizan prácticamente la mitad de los títulos hipotecarios. Piezas demasiado clave para la economía estadounidense para pensar en su quiebra, aun cuando ésta es siempre una posibilidad. Ante tal descalabro, la solución una vez más surge de la mano del Estado, que apuntalará a las debilitadas instituciones: la Reserva Federal estadounidense podría otorgar liquidez a Fannie y Freddie mientras se estabilizan, en una operación cuya línea de crédito podría alcanzar a unos 300 mil millones de dólares.
A la riesgosa inestabilidad de Fannie y Freddie se suman malas noticias. El valor de las viviendas en estados Unidos se desploma progresivamente. Informaciones aparecidas hacia mediados de julio muestran la caída de los precios: en el último trimestre el valor de las casas usadas bajó casi un diez por ciento en comparación con el 2007. La agencia Standard & Poors ha ratificado esta información de la siguiente manera: ¡Es el índice de precios más bajo en los últimos 20 años, con un enorme stock de venta, aumento de ejecuciones y peores condiciones de préstamos!
Ante estas informaciones, hay mucha inquietud en el sector financiero. La segunda semana de julio un canal de televisión de California citado por un periódico europeo mostró una cola de personas sacando sus ahorros en IndyMac Bancor, institución que fue intervenida por las autoridades estadounidenses la primera semana de julio. Las escenas no solamente recordaron al corralito bonaerense de comienzos del 2000, sino que hurgó más profundamente en la memoria hasta hundirse en la Gran Depresión de 1929.
La oscuridad del agujero y la extensión del pánico hacia muchos otros sectores de la economía amplifican la confusión. En un primer momento por el monto del rescate, en otros por informaciones sobre la magnitud sideral de la insolvencia. La deuda de Fannie, según cifras oficiales, asciende a 800 mil millones de dólares, y la Fannie a 700 mil millones. Un agujero que para ser llenado abriría un coladero.
Quiebra o rescate. Ambas acciones tendrán sus efectos en todo el sistema financiero mundial. Una quiebra se replicaría y amplificaría durante mucho tiempo en una mayor pérdida del valor del dólar, ya de por sí depreciado. Un mayor desequilibrio afectaría no sólo las finanzas y las paridades entre las principales divisas, sino que golpearía a la economía real con alto desempleo y caída del consumo. Es un escenario de debacle. Pero el rescate no augura una solución completa. De partida, es injusta: ayuda a los inversionistas, banqueros y especuladores que llevaron las finanzas mundiales a esta cornisa y deja en la estacada a los pequeños deudores, que lo perderán todo.
Pero no sólo injusta es esta solución con los dineros de la reserva estadounidense. Un rescate grande aumentará el déficit público de Estados Unidos con efectos perjudiciales para el dólar –la actual pérdida de valor está también relacionada con este fenómeno- y nuevos contagios a la economía global. Es probable, y así ya lo han anunciado agentes de los grandes bancos europeos, que esta caída sea el inicio de un nuevo proceso de quiebras financieras.
Ante éste y los otros desastres, Ignacio Ramonet concluía su columna : “Éste es el saldo deplorable que deja un cuarto de siglo de neoliberalismo: tres venenosas crisis entrelazadas (energética, financiera y alimentaria). Va siendo hora de que los ciudadanos digan: "¡Basta!".
PAUL WALDER
Aquella matriz económica construida en Chile desde los años 80 y administrada desde entonces por asesores de Pinochet y economistas de la concertación muestra sus fisuras, sus evidentes grietas no sólo cómo una reducción de las ganancias de las grandes corporaciones, sino como un aumento impúdico de sus contradicciones, de todas las desigualdades. A poco de desatarse la crisis los cortes han aparecido como el ensanchamiento de la miseria entre los pobres y la extensión de la pobreza entre los menos pobres. Y arriba, como la fruición desatada por el consumo y la ostentación entre los ricos, acomodados y acomodaticios. Mientras unos han de recortar hasta el consumo del pan y la leche, otros, aquella minoría, se regocijan –con el dólar bajo- comprando automóviles y vehículos 4x4. La inflación desatada, que avanza en Chile a una tasa cercana al diez por ciento anual y está canalizada especialmente a través de los alimentos, está llevando la estructura social del siglo XXI a niveles previos a nuestra historia moderna.
El académico mexicano John Saxe-Fernández, en un artículo bajo el tenebroso título de “¡Armagedón económico-militar?” afirmaba que esta crisis general, sistémica, hunde también “el globalismo pop” y la ortodoxia neoliberal. Porque, dice, “excepto entre acólitos y tecnócratas, aquello de que el Estado se desvanece y todo debe dejarse a la mano invisible del mercado aparece como otra estafa de Reagan y Thatcher. Algo similar se observó en el periodo librecambista, de la crisis de 1870 al terremoto militar iniciado en 1914. Desde entonces la relación entre mercados desregulados, crisis y guerra ha estado en el núcleo de la indagación de la ciencia social. El caos de 1929 mostró que los mercados, dejados a su dinámica invariablemente colapsan”. El académico no lo explicita, pero esboza lo evidente: a partir de la década de 1930 Europa –y no sólo Europa- fue arrasada por el odio y años más tarde por el fuego.
Un contagio directo de la crisis iniciada en Estados Unidos, que no es sólo financiera, sino también energética y alimentaria, afecta hoy a Europa. El alza de los precios de la energía y los alimentos ha llevado a tasas inéditas de inflación en la zona del euro, fenómeno que se ha combinado con una clara desaceleración económica. Pese a la rara mezcla de variables –alta inflación y bajo crecimiento del producto- el Banco Central Europeo (BCE) subió hace poco menos de un mes las tasas de interés para combatir el alza de los precios. Una medida, recordemos, que ha copiado el banco central de Chile.
El alza de las tasas de interés en Europa frenará aún más la economía y difícilmente combatirá la inflación, estimulada, bien se sabe, por la carestía de los precios internacionales. Lo han afirmado no pocos economistas alrededor del mundo. Y también dentro del mismo BCE. Hacia mediados de julio un miembro del Consejo del Banco dijo que no hay relación entre el alza de tasas y una menor inflación: “Es un error pensar que la inflación caerá si la economía se debilita”.
Cualquier nueva depresión del dólar será también perjudicial para Europa. Los actuales valores de esta moneda ya se sienten con fuerza sobre el apreciado euro, que encarece todos los bienes nominados en esta divisa y frena las exportaciones europeas. Estadísticas de mayo pasado confirman este temor: el déficit comercial de la zona del euro fue mucho más amplio de lo esperado. Pero los males no terminan aquí. Una caída prolongada de las exportaciones europeas profundizará el estancamiento económico actual, frenando la creación de empleo y el consumo. Y si tenemos a la Unión Europea y a Estados Unidos enfilando hacia una recesión, el siguiente paso es un contagio a las naciones asiáticas, con economía aún en rápido crecimiento. Este evento, ya advertido por autoridades del Banco Mundial, conducirá a una recesión mundial, cuyos efectos pueden moldearse, en un panorama tan complejo e inédito como el presente, de las más diversas formas.
Los apostadores y otros tahúres globales que manejan los precios de la energía y los alimentos, entre otros varios, ya especulan con esta posibilidad. Al comenzar a conocerse nuevos datos económicos que apuntan al declive de las grandes economías, el precio del petróleo también declinó hacia la tercera semana de julio –pasó de casi 146 a menos de 130 dólares el barril-, previendo, jugando y haciendo negocios con la inminente recesión mundial.
El fantasma de la Gran Depresión de 1929
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, también escribió un reciente artículo en clave apocalíptica. “Por mucho que las autoridades se esfuercen en minimizar la gravedad del momento, lo cierto es que nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud. Cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir y que detonarán con toda brutalidad en los meses venideros. Lo peor nunca es seguro y la numerología no es una ciencia exacta, pero el año 2009 bien podría parecerse a aquel nefasto 1929...” afirmaba Ramonet a modo de introducción.
Por cierto hay quienes no concuerdan con estas observaciones. Pese al descalabro inmobiliario, financiero, energético y alimentario, el establishment económico, financiero y gubernamental local no da muestras de inquietud. La inercia pesa. Ante los inminentes y graves problemas internacionales y locales, las mismas fórmulas: alza de tasas y recorte del gasto fiscal para frenar una inflación estimulada por precios externos. Una fórmula que perjudica no a los poderosos, sino a la gran masa de consumidores.
El presidente del Banco Central, José de Gregorio, que ya ha subido las tasas de interés a un 7,25 por ciento anual, ha esbozado que es bien probable que este proceso continúe. El control de la inflación es la principal tarea, por reglamento, del banco central, por lo que recurrirá a todas las herramientas para frenar los precios. Hacia la primera semana de julio De Gregorio solicitó la ayuda de Hacienda para reforzar la tarea. Con recortes en el gasto público la economía se enfría, ayudando de este modo al control de los precios. Pero en un momento tan peculiar como el presente, con precios internacionales de la energía y de los alimentos inusual y prolongadamente altos, el recorte en el gasto público tal vez sí logre estancar aún más la economía nacional, pero no así influir en el nivel de los precios.
Aun cuando Velasco ha sido discreto y también ambiguo en su respuesta al Banco Central, estamos en un periodo que anticipa los cálculos del presupuesto del 2009. Propiciadas por el Banco Central y aclamadas el sector privado, es probable que para el 2009 se incorporen algunas restricciones, no obstante el mismo ministro de Hacienda ha dicho que el gasto social no se rebajará.
Las tremendas oscilaciones en las finanzas mundiales ya tienen una muy fuerte réplica en el precio del dólar en relación con el peso. El alza de las tasas de interés en Chile ya ha tenido su efecto en el precio del dólar, que ha tendido a bajar durante las primeras semanas de julio. Pese a las compras periódicas de dólares que realiza el banco central –con el fin de subir su precio- el precio de la divisa estadounidense cambió de trayectoria y cayó bajo los 500 pesos.
No son pocos los economistas que estiman inocuas estas medidas económicas, las que son también contradictorias. Al subir la tasa de interés, de forma indirecta se produce una caída en el valor del dólar. Los inversionistas prefieren invertir en pesos al haber más altas tasas de interés, las que también atraen a inversionistas externos, que invierten en Chile. En consecuencia, abundancia de dólares y caída en su precio. Para enfrentar la baja en el dólar –que perjudica a los exportadores aunque reduce el costo de los artículos importados favoreciendo a los consumidores- el banco central compra dólares y aumenta la masa de pesos circulantes con efectos en una mayor inflación. Un complejo y también contradictorio proceso.
Pero sin duda que la consecuencia más dura del alza de tasas será el freno que le colocará a la economía, ya de por sí casi estancada. Esta acción monetaria se convertirá en la causa de los males que muy probablemente serán la característica de la economía chilena para el año entrante. Tal vez no con una inflación desatada –o tal vez sí, dependerá de la evolución de los precios internacionales, lo que es un enigma- pero con seguridad una economía en muy baja actividad con un creciente desempleo.
Cae la venta de alimentos; suben los automóviles nuevos
La producción estará golpeada por dos frentes. El externo, por el lado de una caída de las exportaciones en el caso de una recesión global. Y el interno, por una disminución del consumo interno derivado de más desempleo, de precios más altos (efecto del alza del transporte y los alimentos) y de altas tasas de interés, que restringen los créditos. Todas variables que se retroalimentan y generan más desempleo. Porque bien sabemos que para Hacienda, el banco central y los poderes económicos, el mercado se regula solo.
Hace poco más de una semana la industria cárnica Agrosuper anunció el despido de 400 trabajadores. Aunque sus ejecutivos han dicho eufemísticamente que “la desvinculación” se debe a un paro ilegal, también han advertido a través de la prensa que la industria, el sector porcino, no pasa un buen momento, que están perdiendo dinero, como muchas otras empresas del rubro. Una advertencia, que es un anuncio de lo que trae el futuro.
La Iglesia católica, que tiene conocimiento de la percepción, del malestar, de los conflictos en latencia que cruzan a la ciudadanía, lanzó desde su cúpula mayor su más actual diagnóstico. El arzobispo Francisco Javier Errázuriz, dijo durante la celebración del día de la Virgen del Carmen: "Mucha gente en Chile está tensionada, ya sea por la forma que nos golpea el encarecimiento de los alimentos y también los precios de los combustibles por una crisis internacional que está amenazando mayor pobreza para muchos hogares”.
Así es con la mayor pobreza. Las ventas de supermercados han venido bajando desde comienzos de año. Caen un 8,2 por ciento en abril y 2,2 por ciento en mayo. Una trayectoria descendente que tiene una directa relación con el alza de precios, estimulada, bien se sabe, por la energía y los alimentos. Durante este mes, la mayor caída en las ventas la registran los tipificados como perecibles (carnes varias, lácteos, panadería y otros), con una baja del 13,5 por ciento. Baja también el consumo de abarrotes, con 1,1 por ciento menos, pero suben los artículos no alimentarios. Estadísticas de la asociación gremial Aproleche, aun cuando registran un importante aumento en la producción y exportación lechera, han registrado un estancamiento en el consumo nacional de leche, fenómeno que tiene una directa relación con el encarecimiento de los lácteos.
Chile, después de Alemania, es el segundo mayor consumidor de pan en el mundo, con 98 kilos al año per cápita. A partir de estas cifras, es necesario considerar que el consumo de pan es mayor en las familias de menores ingresos, tanto que una familia de ingresos medios y medios bajos puede doblar el consumo de pan de una familia de altos ingresos. Con estos datos, es posible afirmar lo siguiente: una familia de cinco personas que consume el promedio nacional de pan gastará mensualmente unos 45 mil pesos.
Estadísticas de Cavem muestran la otra cara de la medalla. Mientras las ventas de alimentos bajan, las ventas de autos nuevos crecieron durante los dos primeros meses del año casi un 30 por ciento, éstas impulsadas por la caída en el precio del dólar. Pero hay una interpretación más dramática. Hay un sector de la sociedad chilena a quienes no solo no ha tocado la crisis, sino que, a la vista de tales cifras, la ha beneficiado. La desigualdad en la distribución de la riqueza se ensancha aún más con la creciente crisis.
Una nueva ola de desastres
La nueva noticia, que no es una buena noticia, es el colapso, con rasgos de quiebra, de dos gigantes financieros estadounidenses, dos piedras angulares del financiamiento inmobiliario: cuando hacia mediados de julio Fannie Mae y Freddie Mac anunciaron que estaban en dificultades, lo que se anunció fue el descubrimiento de un nuevo agujero negro en la economía de Estados Unidos. Un engendro económico que se expandirá, tal vez con la velocidad de internet, hacia el resto de las economías. Este es uno de los rasgos de la globalización.
Se habla, se especula, de agujeros de miles de millones de dólares. ¿Cien mil, doscientos mil? Posiblemente bastante más. De varias veces el PIB de un país como Chile. Cifras siderales en un mercado de características verticales, que va desde los grandes negocios en las bolsas hasta los más pequeños deudores hipotecarios. Tal como ha sucedido en la crisis de las subprimes, que ha afectado a numerosos bancos por la insolvencia de sus deudores, estos dos gigantes financieros, directa e indirectamente, también han visto reducidos sus ingresos por asuntos similares: falta de pago de las hipotecas.
Hablamos de gigantes, que tienen o garantizan prácticamente la mitad de los títulos hipotecarios. Piezas demasiado clave para la economía estadounidense para pensar en su quiebra, aun cuando ésta es siempre una posibilidad. Ante tal descalabro, la solución una vez más surge de la mano del Estado, que apuntalará a las debilitadas instituciones: la Reserva Federal estadounidense podría otorgar liquidez a Fannie y Freddie mientras se estabilizan, en una operación cuya línea de crédito podría alcanzar a unos 300 mil millones de dólares.
A la riesgosa inestabilidad de Fannie y Freddie se suman malas noticias. El valor de las viviendas en estados Unidos se desploma progresivamente. Informaciones aparecidas hacia mediados de julio muestran la caída de los precios: en el último trimestre el valor de las casas usadas bajó casi un diez por ciento en comparación con el 2007. La agencia Standard & Poors ha ratificado esta información de la siguiente manera: ¡Es el índice de precios más bajo en los últimos 20 años, con un enorme stock de venta, aumento de ejecuciones y peores condiciones de préstamos!
Ante estas informaciones, hay mucha inquietud en el sector financiero. La segunda semana de julio un canal de televisión de California citado por un periódico europeo mostró una cola de personas sacando sus ahorros en IndyMac Bancor, institución que fue intervenida por las autoridades estadounidenses la primera semana de julio. Las escenas no solamente recordaron al corralito bonaerense de comienzos del 2000, sino que hurgó más profundamente en la memoria hasta hundirse en la Gran Depresión de 1929.
La oscuridad del agujero y la extensión del pánico hacia muchos otros sectores de la economía amplifican la confusión. En un primer momento por el monto del rescate, en otros por informaciones sobre la magnitud sideral de la insolvencia. La deuda de Fannie, según cifras oficiales, asciende a 800 mil millones de dólares, y la Fannie a 700 mil millones. Un agujero que para ser llenado abriría un coladero.
Quiebra o rescate. Ambas acciones tendrán sus efectos en todo el sistema financiero mundial. Una quiebra se replicaría y amplificaría durante mucho tiempo en una mayor pérdida del valor del dólar, ya de por sí depreciado. Un mayor desequilibrio afectaría no sólo las finanzas y las paridades entre las principales divisas, sino que golpearía a la economía real con alto desempleo y caída del consumo. Es un escenario de debacle. Pero el rescate no augura una solución completa. De partida, es injusta: ayuda a los inversionistas, banqueros y especuladores que llevaron las finanzas mundiales a esta cornisa y deja en la estacada a los pequeños deudores, que lo perderán todo.
Pero no sólo injusta es esta solución con los dineros de la reserva estadounidense. Un rescate grande aumentará el déficit público de Estados Unidos con efectos perjudiciales para el dólar –la actual pérdida de valor está también relacionada con este fenómeno- y nuevos contagios a la economía global. Es probable, y así ya lo han anunciado agentes de los grandes bancos europeos, que esta caída sea el inicio de un nuevo proceso de quiebras financieras.
Ante éste y los otros desastres, Ignacio Ramonet concluía su columna : “Éste es el saldo deplorable que deja un cuarto de siglo de neoliberalismo: tres venenosas crisis entrelazadas (energética, financiera y alimentaria). Va siendo hora de que los ciudadanos digan: "¡Basta!".
PAUL WALDER