El duopolio polarizado
El avance de la campaña marcó también un cambio en el clima electoral, el que, sin claras ni contundentes encuestas en mano, aun cuando las hubo, condujo a nuevas pero no por ello irrelevantes percepciones de la marcha de las candidaturas. De las percepciones creamos nuestras realidades y nuestras realidades se apoyan en ellas. Así ha sido y así será pese a todo el abuso técnico. En la psicología social, o en este caso el marketing electoral, las corrientes, las transformaciones, son efecto de múltiples, inestables, pero no necesariamente racionales variables. La ingeniería electoral, los sondeos, toda la técnica sólo podrá medir efectos, pero difícilmente generarlos. El tejido social en una sociedad, digamos, moderna o en vías de serlo, es de una complejidad difícil, por no decir imposible, de prever y manejar. Es por ello que en la víspera del 15 de enero cualquier proyección era jugar con vaticinios.
La clásica campaña electoral murió en la segunda vuelta. Desaparecieron los brigadistas, las millonarias pancartas y pendones, los que fueron reemplazados por mensajes más complejos a través de los medios. Ya desde finales de diciembre la campaña fue una estrategia mediática: ya no era necesario destacar la presencia del candidato (a) –votado (a) en la primera vuelta-, sino relevar su discurso, perfil o ideas. Así fue el enfrentamiento, el desafío y la descalificación levantada por Sebastián Piñera, estrategia muy bien canalizada por los medios que tuvo su clímax (que resultó para él un abismo), también mediático, en el debate. Piñera, que había generado enormes expectativas sobre su capacidad de liderazgo, discursiva y de gobernabilidad, fracasó, tal vez por exceso, en el cumplimiento de tan altas expectativas. Piñera no logró convencer en el debate y llegó al 15 de enero con cierto sabor a derrota.
Es posible observar un vuelco en la campaña a partir del debate, estimulado por la encuesta previa de La Tercera que daba como ganadora a Michelle Bachelet pese a la no despreciable población de indecisos. Un giro en la percepción, que no era otra cosa que un reforzamiento o resurgimiento de las tan infamadas condiciones de Bachelet. La candidata, que había recibido durante las semanas previas todo tipo de descalificaciones sobre sus conocimientos técnicos –los que fueron ridiculizados durante la víspera del debate por El Mercurio a raíz de una entrevista radiofónica sobre materias económicas- no sólo logró salir indemne del foro, sino que, sin variar su estilo, inmovilizó y desarmó a su contendor: la estrategia de descalificaciones levantada por Piñera finalmente le juega en contra y transparenta su soberbia, su desmedida ambición.
A partir de entonces sólo hubo una precipitación de circunstancias latentes: la derecha baja la guardia, algunos mantienen silencio, otros hacen destempladas declaraciones, la Udi vota instintivamente en el parlamento el proyecto de pueblos originarios y la Concertación sale a la calle. Nuestra política mediática, nuestra política de mercado, se convirtió durante algunos días en política de masas.
Hubo un vuelco en la percepción y también un giro en la cobertura de prensa. No se trata, obviamente, de una polaridad La Tercera-El Mercurio, pero sí de nuevos e inéditos matices: mientras el diario de Edwards se la jugó hasta el final por Piñera, el de Alvaro Saieh simpatizó con Bachelet.
Sin la intención ni la capacidad de realizar un análisis de contenido durante la semana previa a las elecciones, la sola mirada de las portadas y titulares –que es una elección y selección informativa- dejó a la vista pública las dos tendencias de estos conglomerados. Como pequeña y superficial muestra, podemos citar de El Mercurio la oblicua encuesta realizada por ese diario publicada el domingo 8 de enero, los sesgados titulares relacionados con los proyectos de ley tramitados esa semana en la Cámara de Diputados, la reducción a la mínima expresión del nuevo desafuero de Pinochet o la amplificación de las declaraciones de las figuras de la Alianza contra el gobierno. Aquella semana La Tercera destacó el desafuero de Pinochet y responsabilizó abiertamente a la Udi del fracaso del proyecto de pueblos originarios. Pocas veces habíamos visto una pauta tan disímil entre los dos consorcios.
La diferencia no ha sido irrelevante y, sin duda, ha tenido algún efecto. La información, sabemos, es creíble según el grado de confianza que tengamos en la fuente. No es lo mismo una información aparecida en un blog, en una radio comunitaria desconocida, en el órgano de comunicaciones de un comando electoral que en un clásico medio de información general. Lo queramos o no, La Tercera y El Mercurio son medios influyentes en la agenda pública y, claro está, en la opinión pública y en el electorado. Que el tabloide les diga a sus decenas de miles de lectores diarios que Bachelet no es tan mala como Piñera piensa, fue, sin duda, no sólo un potente mensaje, sino una esbozada invitación a votar por ella.
Lo que hay bajo este vuelco ya tendremos tiempo de observarlo.