WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

lunes, noviembre 21, 2005

La mutación de Bachelet


La idea de una mujer presidenta de Chile, que en poco más de un año se ha instalado bien en el imaginario nacional, representa, en una primera mirada, un quiebre con los tradicionales hábitos privados y públicos. Los privados, porque es aceptada por los potenciales electores y electoras en un país en que la mujer tuvo derecho a voto hace poco más de cincuenta años; los públicos, porque no sólo se le postula a un cargo tradicionalmente masculino, sino también porque en el resto de las instituciones persiste todavía una fuerte discriminación hacia la condición femenina. Son minoría en los ministerios, en los altos cargos de la administración pública, en el poder económico y político.

Michelle Bachelet repite, ahora con un discurso propio de las históricas reivindicaciones de género, que su ingreso a La Moneda será también un símbolo para el reforzar y cristalizar el poder de las mujeres. Desde el primer lugar de lo público irradiará un discurso permanente para corroer la discriminación, que es también maltrato y abuso.

Pero es probable que este proceso hacia La Moneda sea un trance transformador y Michelle Bachelet sufra mayores mutaciones, las que se añadirían a las que hemos observado en estos meses. Como ocurre en no pocos casos de mujeres en la primera línea política –desde la Thatcher a Condoleeza Rice- , la condición femenina se mimetiza con el poder político, el que es y ha sido históricamente masculino. Se trata de mujeres muy eficientes en el manejo del actual estado de las cosas, lo que es simplemente una mantención de las mismas estructuras de poder. Es la política del gatopardo operando a plena marcha.

Hay no pocas señales en esta dirección: desde su vestimenta formalizada, la contención de su sonrisa y su explosiva gestualidad, la modelación de su discurso. En todos estos casos lo que hay es un modulación desde actitudes propias de su feminidad a gestos propios del poder masculino en la política. El discurso tecnocrático que hoy exhibe Bachelet, es una clara señal de integración en el corazón del discurso del poder, el que, como decimos, ha sido y es masculino.