WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

lunes, diciembre 05, 2005

Las elecciones y su manipulación mediática


Partamos de una base evidente: la comunicación política se difunde a través de los medios, y entre los medios destaca la televisión. Podría afirmarse que hay otros canales de difusión política en tiempos de elecciones, como la radio, la prensa escrita, los pendones, panfletos o trípticos, o la comunicación cara a cara, que es, casi sin duda, la más efectiva pero también la más costosa. Pese a todos los esfuerzos, a los miles de besos y manos estrechadas, es imposible que un candidato, por enérgico o enérgica que sea, consiga interactuar con todos sus potenciales electores.

Por eso y por muchos otros motivos la TV. Por la relación afectiva que se establece con la famosa –o infame- caja, por la cantidad de horas ante el artefacto, por su poder simbólico y acumulación cognitiva.

Los expertos en teoría de la comunicación política han venido afirmando desde mediados del siglo pasado que los medios electrónicos, como antes la radio y después la televisión, no logran alterar sensiblemente los resultados de las elecciones. No pocos estudios, la mayoría de ellos en Estados Unidos, concluían que pese a todos los esfuerzos, las campañas electorales sólo podían reforzar y cristalizar preferencias previamente instaladas. Los liberales votaban como siempre lo habían hecho y los conservadores lo mismo. Queda sí, un teatro de operaciones: los indecisos, que pueden ser también aquellas personas menos informadas, aquellas más flexibles o incluso más reflexivas o aquellas que sienten empatía por algún tema o aspecto- más o menos transversal en el sentido partidario o ideológico- de un determinado candidato: trabajo, estabilidad, mayor protección social son materias que a todos o a casi todos nos interesan las que, claro está, son también arrebatadas por todos los candidatos. Y en estos temas están centradas las campañas.

Cuando vemos en los spots de la franja las abiertas referencias a las distintas minorías, lo que hay no es necesariamente un programa más o menos articulado dirigido a estos sectores, pero sí la oportunidad de crear un vínculo –rentable electoralmente- con estos grupos sin una relación afectiva con algún partido. Es así cuando vemos a Lavín repetir y volver a repetir que tendrá mano dura contra los delincuentes tras una secuencia de imágenes de poblaciones y testimonios de proletarios (aun cuando el Udi todavía no se ha atrevido a utilizar este léxico), o también cuando este mismo candidato de derecha alega contra la desigualdad y la falta de trabajo. Temas que trascienden, en la retórica electoral, a los partidos y que puede hacer comprar la oferta a cualquier distraído.

Pese a los variados estudios que marcan ciertamente tendencias más o menos marcadas en el comportamiento social, existe también el área compleja y menos predecible de los indecisos y pasivos. De no ser así, estarían demás los gastos en campaña y todo estaría resuelto en el ámbito exclusivo de la verdadera política, ámbito que, bien sabemos, está cada día más reducido al espectáculo canalizado a través de los medios. En cierto modo, no hay más campaña ahora que durante otros periodos.

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Durante un proceso eleccionario lo que tenemos es una precipitación de todos estos factores. Está claro que la campaña refuerza y cristaliza las preferencias, lo que está estimulada, más que nada, por la campaña entendida en su sentido más formal: franja televisiva, carteles, pendones, avisos radiales, todos elementos para reforzar opiniones ya instaladas. Es por eso que es posible afirmar que siempre hay campaña electoral.

Tal vez el fenómeno de mayor interés en la campaña es el cruce de lo propiamente electoral institucional con las fórmulas más clásicas de hacer política, en la que entran las distintas instituciones políticas, los medios de comunicación y la opinión pública en general. El día previo al segundo debate por televisión la encuesta CEP sorprendió con una pronunciada baja de Michelle Bachelet, lo que le dio portada a Las Ultimas Noticias. El diario de farándula publicó una acongojada foto de Bachelet cruzada por una breve sentencia: “Todo mal”.

Casi está demás decir que aquí hay una clara expresión de la política espectáculo. Más interés es la interpretación más o menos obvia de aquel titular, que genera una evidente opinión y una fuerte influencia en los indecisos y en la estudiada tendencia de éstos a subirse al carro del ganador. Este titular (¿por qué LUN tituló aquel día con política si este no es su rubro?) tiene la intención de destacar la caída de Bachelet y de influir en el voto útil de los indecisos.

La verdadera campaña no está en los carteles ni tampoco en el debate de televisión. Más relevante es la opinión que generan estos eventos, como hemos visto con los resultados de las encuestas en aquel titular de LUN o en la evaluación que los medios y líderes de opinión hacen del desempeño de los candidatos. La verdadera campaña estará en cómo cada candidato canalizará su discurso a través de los medios. Cómo su discurso será mediatizado.

La mediatización de la política, que es lo mismo que su conversión en espectáculo con sus respectivos actores, lo que pone a los electores como espectadores pasivos, viene a ser uno de los principales motivos que genera una mayor inestabilidad en la intención de voto. En nuestro caso, cuando la prensa comienza a tratar a un postulante como perdedor o a destacar un defecto, una maña, un lapsus linguae freudiano, este detalle amplificado puede convertirse en un obstáculo difícil de superar. Cuando la prensa comenzó a decir que Bachelet era sólo espontánea y simpática pero carecía de ideas propias tal vez comenzó su descenso en los sondeos.

En estas condiciones electorales, la propiedad y concentración de los medios de comunicación no son datos menores. Cuando periódicos de insoportable liviandad existencial como Las Ultimas Noticias (de propiedad, como todos sabemos, de Agustín Edwards) ingresan en el terreno electoral, es porque aguas muy turbias han ingresado al cauce político.