WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

lunes, marzo 06, 2006

El Edificio Diego Portales y la sombra de lo siniestro


Fue idea, ilusión óptica o auditiva, o algo más extraño, tal vez aquello que Freud describía como lo siniestro, o aquellas áreas ocultas, perversas, que están en el centro de lo cotidiano, de lo más familiar. Cuando vi por televisión las imágenes del incendio del Edificio Diego Portales, justo en el momento que el enorme techo colapsaba por la fatiga del material recalentado por el fuego, el público asistente, los siempre presentes curiosos, aplaudían de felicidad. Mi primera impresión fue no creer a las imágenes, pero segundos más tarde, reflexionando, recordando un poco, entré en la verdadera historia de aquel inmueble, construido, bien sabemos, para albergar una conferencia de la UNCTAD durante el gobierno de Salvador Allende y usado por la Junta Militar de Pinochet tras el Golpe de 1973. Nuestra memoria colectiva ha permanecido intacta.

El Edificio Diego Portales, pese a su reciclaje como centro de eventos, pese a su transformación en un espacio técnico, no sólo encierra sino que se expone en plena Alameda como un lugar profanado, violado. Si originalmente, digo antes de 1973, fue usado como espacio abierto a la ciudadanía, una edificación entregada a la comunidad que comía allí diariamente alimentos subsidiados, que lo usaba como recinto casi ritual de encuentro y reflexión del proceso político, fue, de la noche a la mañana, utilizado como cuartel general de la dictadura. Las imágenes en blanco y negro de la Junta Militar que dieron la vuelta al mundo, la que celebraba aquí con sus secuaces sus sanguinarias operaciones, surgieron desde este recinto, usado como tienda militar de campaña a escasas manzanas de la incendiada Moneda.

El domingo pasado otro fuego se hizo cargo de este lugar. Un fuego fortuito, provocado, dicen los expertos, por un desperfecto técnico, aun cuando no está totalmente descartada la intervención de terceros. La reacción popular festejó el siniestro, como si hubiese sido un fuego purificador, lo que no logró durante los últimos dieciséis años la renovación de las funciones del inmueble, que más ha parecido una omisión y olvido. Ante el silencio, la presencia dictatorial, cual sombra de lo siniestro, ha seguido escrita en la imagen arquitectónica y, claro está, en la memoria colectiva.