WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

martes, septiembre 05, 2006

Nuestra contradictoria mirada a la televisión

El consumo de televisión, que tiene características placenteras, tiene también entre su multiplicidad de efectos, rasgos contrapuestos, que acercan a esta actividad a una singular dependencia. Ver televisión, exponerse a sus contenidos, genera en no pocos casos conductas menos condescendientes, acaso de abierta molestia, las que no han impedido un crecimiento del tiempo que pasamos ante este medio. Los estudios sobre la materia, básicamente encuestas, apuntan a lo ya sabido: la televisión es el medio de comunicación por excelencia, pero también constatan las ambivalentes y contradictorias relaciones que el público establece con el medio.

Hay ciertas características de la televisión que es necesario mencionar: se trata de una de las escasas actividades que hoy nos permiten un libre acceso. En una sociedad mercantilizada, en la que todos los servicios son pagados, la televisión abierta se presenta como un bien cuyo disfrute es libre, igualitario y, podemos decir, democrático, ya que, en principio, no establece diferencias en cuanto a su acceso aun cuando sí respecto a sus contenidos. Su acceso no se transa en el mercado, aunque el mercado esté presente en la oferta y en el diseño de sus contenidos; aunque nosotros, como público, seamos parte de ese mercado en el modelo de negocio de la televisión.

Esta cualidad genera no pocas contracciones. A diferencia de los servicios pagados –desde los básicos, la salud o la educación- con los cuales nos ata una clara relación comercial cliente-consumidor pudiendo –en teoría- reclamar por la calidad de aquel servicio, con la televisión no nos ata ninguna relación comercial-contractual. Tenemos la libertad de encenderla y exponernos a sus contenidos cuando nos plazca, sin embargo cada vez que la encendemos estamos favoreciendo el negocio de la televisión: la televisión existe como negocio gracias a su público.

Aun cuando su acceso quede fuera de las relaciones de mercado, establecemos ciertas relaciones de exigencia ante este medio. Nos exponemos a la televisión como si este fuera un bien público, un derecho adquirido, sobre el cual podemos exigir ciertos derechos. En suma, reclamamos por los contenidos de la televisión, como si ésta fuera propia, como si alguna relación contractual nos ligara a ella. Sin la intención de entrar en más detalles acerca de esta singular relación con la televisión abierta en una sociedad de mercado, nos limitaremos a constatar la no menos singular conducta que tenemos ante este medio.

TRES HORAS Y MEDIA CADA DÍA

De partida, habría que constatar esta profunda relación –que me atrevo a calificar como de afecto- que establecemos con la televisión, la que está liderada por mujeres amas de casa, con tres horas y media cada día de cara al receptor. Tiempo que es seguido también por las mujeres que estudian o trabajan, con tres horas, y por los hombres, con dos horas cincuenta y dos minutos de televisión diarios. Comparativamente con otros medios, sólo el 27 por ciento de los hombres lee un periódico cada día, el 18 por ciento de las mujeres trabajadoras y el 16 por ciento de las dueñas de casa, tasa, ésta última, que ha subido en los últimos tres años, presumiblemente con el auge de la prensa de farándula, que reafirma la idea de una relación afectiva con los contenidos de la televisión. Tal como han señalado análisis del PNUD, la desarticulación de las redes sociales tradicionales ha puesto a la televisión y el chismorreo de la farándula como nuevos referentes para la integración social: ya no se puede hablar de las vecinas o de la comunidad; se conversa acerca de la vida de los personajes de la televisión.


Aun cuando son las dueñas de casa el grupo que encabeza los niveles de exposición ante la televisión, éstos no responden necesariamente a una especial obsesión por el medio, sino por sus labores domésticas. Es decir, sólo hay diferencias por los horarios y actividades laborales. En la noche, todos ven televisión. A partir de las 21 horas los tres grupos presentan cifras similares, incluso con una leve mayoría de los hombres, lo que se refleja en la programación.

Ante estas cifras, publicadas por el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) el 2006, la televisión se instala como la principal fuente informativa. Aproximadamente un 80 por ciento de las personas afirma que su principal fuente informativa es la televisión, en tanto, como hemos visto, apenas tres de cada diez hombres lee habitualmente un periódico. A diferencia de la TV, cuyo consumo se ha mantenido más o menos estable durante los últimos tres años, el uso de la radio como medio informativo o de entretención, así como los niveles de lectura de diarios, han decaído.

VEMOS LO QUE CRITICAMOS

La sobreexposición ante la televisión no es, sin embargo, un indicador de satisfacción con sus contenidos. Pese que los niveles de consumo de TV no caen en el tiempo, sí hay una mayor crítica respecto a los contenidos del medio. Hay una menor satisfacción respecto a la programación, conducta que es, sin duda, paradójica: quienes ven más televisión son aquellos que parecen más insatisfechos con sus contenidos. Si teníamos a las dueñas de casa como las consumidoras por excelencia de TV, son también éstas las que se hallan menos conformes con su programación, disconformidad que se ha acrecentado en los últimos tres años. Si el 2002 el 60 por ciento de ellas estaban satisfecha con la TV abierta, hoy sólo el 40 por ciento parece estarlo, tendencia que se repite, aun cuando con menor fuerza, entre las trabajadoras y los hombres.

Los motivos de la crítica a la TV, que pueden ser muy complejos y variados, están, sin embargo, acotados a algunas variables como “mala calidad de los programas; “escasez de programas culturales” y “exceso de lenguaje grosero”. Así es como la evaluación positiva está liderada por los programas “culturales, educativos, reportajes y documentales”, superando por muchos puntos a géneros como teleseries (60 por ciento en dueñas de casa), películas (35 por ciento), noticias (71 por ciento) o fútbol (54 por ciento entre los hombres). Ante estas cifras, sólo podemos decir que se estrellan con otra realidad: los escasos programas culturales no generan gran interés de parte del público, todos con muy bajos niveles de audiencia. La televisión, en los hechos, demuestra que los chilenos y chilenas encuentran en privado una mayor gratificación en otro tipo de contenidos, pero se inhiben a la hora de expresarlo públicamente. El mercado, el people meter, que marca la pauta y la parilla de programación, desmiente estas declaraciones de principio del público.

Pero hay otros datos que enredan más estas cifras. Hay una creciente migración desde la televisión abierta a la TV pagada (todos los canales nacionales han perdido un poco de su audiencia), lo que expresa que muchas personas no se sienten satisfechas con los contenidos de la TV chilena y optan por pagar por mejores contenidos, actitud que no indica necesariamente que se busque en la oferta del cable programación cultural.

Las críticas de la televisión abierta no pasan por la simpleza en los contenidos o el tratamiento de la información. Casi el sesenta por ciento de los encuestados que rechaza los contenidos apunta al lenguaje grosero, al trato discriminatorio y a las escenas de sexo. Obviamente, es el sexo y el lenguaje lo que más le preocupa a las dueñas de casa y mujeres mayores, en tanto el trato discriminatorio y la violencia es lo que más incomoda a las mujeres jóvenes, en etapa de crianza.

Las personas ven televisión más allá de sus contenidos. Es una actividad en sí misma, lo que significa hacer un uso intenso del control remoto. Pero esta dinámica, que es consumir TV de una manera fragmentada, se extiende hacia otras múltiples actividades. No vemos sólo televisión; junto a la TV hacemos numerosas actividades. La televisión, podemos decir, está en el espacio, es hoy una entidad omnipresente.

Entre las mujeres, la exposición ante la televisión es compartida en casi un 80 por ciento con las labores del hogar, lo que significa que la TV está prácticamente encendida todo el día. Pero, en general, con la televisión se realizan prácticamente todas las actividades de un hogar, como comer, leer, hablar por teléfono.

VIRTUDES PÚBLICAS, VICIOS PRIVADOS

Las personas han señalado que desean una mayor programación cultural, contenido que es escaso en la televisión. Sin embargo, al observar la respuesta que tiene este tipo de programación salta a la vista una tremenda paradoja: prácticamente nadie ve estos espacios. Una encuesta del CNTV de abril pasado concluyó que el programa cultural que más rating generó fue Entretemundo, de Megavisión, con apenas doce puntos. Por lo general, este tipo de oferta no logra apuntarse más de siete puntos de rating, y en no pocas ocasiones no llega ni a los tres. Para los chilenos, podemos decir, ver la televisión es cualquier cosa menos cultura.

Las encuestas de demanda no pueden expresarlo con más claridad, lo que halla su contraparte en la oferta. La TV emite lo que la gente ve, proceso que alimenta por dentro la gran maquinaria comercial publicitaria.

Las mediciones de audiencia están encabezadas, como bien sabemos, ya sea por teleseries, reality shows, aquel género de espectáculo denominado misceláneo, docudramas y películas. Y si esta es la demanda, la oferta tiende a retroalimentar esta conducta. La mayor presencia en las emisiones la tienen, según datos del 2005, aquellos espacios misceláneos, con un 21 por ciento del total de horas de programación. Otros espacios con alta oferta son los informativos, con un 17,6 por ciento, las telenovelas, con un 11,6, y el género reality show, con un siete por ciento del total de horas. En sentido inverso, como consecuencia del menor aprecio del público, el tiempo de programación destinado a espacios de conversación ha disminuido a la mitad.

Es necesario hacer una breve interpretación al aumento del tiempo destinado a los informativos, que se relaciona con el cambio cualitativo no sólo en los contenidos sino en el tratamiento de estos contenidos. Estudios sobre los informativos nacionales señalan que gran parte de las noticias emitidas corresponden a casos policiales, que en Chilevisión alcanza al 50 por ciento, seguido por deportes. Habría que agregar a este dato el tratamiento de estas informaciones, en no pocas ocasiones muy cercano al docudrama.
Un estudio encargado en julio pasado por el diario La Nación constató que el 51 por ciento de las informaciones del noticiario central de ese canal responden a algún tipo de violencia. Pero los otros no se quedan atrás: Megavisión dedica un 44,8 por ciento de sus espacios informativos a delincuencia; Canal 13 un 37,6 por ciento y de TVN un 22,4.
Ante todos estos antecedentes, que fusionan un alto consumo de televisión y una creciente impugnación de sus contenidos, surge otro dato no menos complejo: los chilenos y chilenas deseamos que este servicio (como tantos otros) esté bajo la mirada atenta de un organismo regulador, en el caso el CNTV. Hay, de hecho, una percepción en la población acerca de la gran capacidad de la televisión como productor de sentido y generador de efectos. En esta dirección, las opiniones no pueden ser más contundentes y ponen en duda, por lo menos en esta área, la libertad de mercado aplicada a los contenidos. Hay un amplio consenso entre los chilenos respecto de la necesidad de algún tipo de regulación para la televisión abierta, opinión que se da con mayor fuerza entre ambos segmentos de mujeres y en menor medida entre los hombres. Y entre los contenidos más impugnados, por cierto, están las escenas de sexo y la violencia, lo que no deja de ser una nueva contradicción: la incorporación de estos contenidos los que también concitan mayores audiencias.

El consenso para regular la televisión de pago es más matizado que el de la televisión
abierta, pero claramente, el grupo que presenta una postura más proclive a la regulación es el de las dueñas de casa, bordeando casi el noventa por ciento. En segundo lugar se ubican las mujeres que trabajan o estudian fuera de casa con un 83,2 por ciento, seguidas finalmente por los hombres con casi un ochenta por ciento.

Hemos dicho que aun cuando la televisión abierta se presenta como un servicio de libre acceso, depende profundamente de las relaciones mercantiles, lo que finalmente define prácticamente la totalidad de sus contenidos. La programación de la TV chilena tiene como objetivo la rentabilidad, lo que se obtiene con una audiencia masiva y con ingresos publicitarios. Es el rating el que mide la demanda de un espacio, el que posteriormente puede transarse como capital del canal en el mercado publicitario. El público, en este sentido, pasa a ser parte de este mercado

No es inocuo en este entramado el papel que juega la publicidad. Así es como aproximadamente un cuarto del tiempo total de emisión está destinada a espacios comerciales, o de cada hora, quince minutos son avisos. Se trata, sin embargo, de un promedio general, que al desagregarlo muestra que hay canales que destinan hasta el 50 por ciento de sus emisiones a la publicidad.

Ante la estructura profundamente comercial que exhibe la televisión, no somos ni público ni clientela. No somos público, porque la televisión, aunque así lo parezca, no está diseñada como un servicio de libre acceso, tal como, por ejemplo, pretende ser la salud pública. Y tampoco como clientes, porque no pagamos por el servicio. La relación con la televisión abierta nos convierte en parte y pieza de la estructura comercial del canal, el que nos transa como su mejor activo.