Política de cámaras y titulares
La Concertación gobierna para la derecha. La sentencia, ya fuere frustración o maldición para muchos y deleite para algunos otros, tiene, o está inspirada, en una cierta realidad. La Concertación, que en la práctica ha gobernado para sí misma durante los últimos dieciséis años, administra, sí, y muy bien, los intereses de la derecha. No los de aquellas figuras parlamentarias de cara a los medios, sino los de aquellos poderes profundos que estructuran la economía, la misma política, la cultura y, en suma, el desigual andamiaje social. La Concertación, y esto es ya una constatación, administra el statu quo instalado por la derecha desde la hondura histórica. Por más modernizaciones, reformas y globalización, la estructura del poder es el mismo.
El actual gobierno, que ha querido convertir la política en ciertos programas y anuncios sociales, no ha logrado ocultar ni borrar otra política, que avanza por cauces más hondos. Se trata de políticas económicas, de la política exterior, regional, las que no son alteradas ni por medidas ni anuncios sociales. Esta política, de cara a los grandes poderes nacionales, que podríamos llamar la gran o verdadera política, ha permanecido inalterable. Con la excepción, tal vez, de las materias de derechos humanos, estas operaciones de la Concertación se han mantenido no sólo desde el inicio de la democracia, sino, como es el caso de la institucionalidad económica, desde los años más perversos de la dictadura militar.
La Concertación, expresada hoy bajo el actual gobierno, tiene un evidente doble discurso: uno para los electores, canalizado a través de los medios, que es una efectista panoplia de anuncios, medidas y visitas a terreno de la Presidenta. El otro discurso, de más peso, no obstante opacado hacia la esfera pública, es la defensa a ultranza de la institucionalidad del modelo.
Ambas políticas, que sí existen y avanzan por cauces más o menos separados, también tienden a juntarse y confundirse para desgracia de gobernantes. La política de anuncios y medidas, que es la diseñada para los medios de comunicación, se estrella con otras fuerzas más torrentosas y menos vistosas, las que no han sido elaboradas para estos medios, sino para el mantenimiento y reforzamiento de aquella institucionalidad afín a los poderes de la derecha. Qué mejor ejemplo que la furia y desesperación de la ciudadana de Chiguayante, que mandó, bajo la mirada de los atónitos periodistas, a su casa a una Presidenta no menos estupefacta. No sólo falló el guión de las visitas a terreno ante las cámaras, sino que también se abrió de manera impúdica aquel abismo insondable de dolor e inequidad, el que, bien se sabe, es una consecuencia de aquellas oscuras políticas neoliberales.
Pero en estos días no ha sido éste el único evento que grafica la inconsistencia de un diseño político elaborado para las cámaras, titulares y, por extensión, para las encuestas. Están, por cierto, las movilizaciones de los estudiantes, que dejaron prácticamente inmóvil a un gobierno carente de planteamientos sólidos en materias educacionales, sino también ante la crisis del gas, que ha transparentado a una administración sin agenda en la materia y expuesta a las presiones y caprichos de la derecha.
La crisis prematura de gabinete es la consecuencia natural de un gobierno que ha elaborado sus políticas como un sencillo catálogo de medidas, las que pasan y pasarán sin pena ni gloria. No por las medidas en sí mismas, sino porque éstas no responden a un diseño político de suficiente espesor. Son, y todo el mundo lo sabe, programas más o menos aislados, de bajo o escaso impacto económico y social. Con o sin ellos, las cosas seguirán siendo básicamente las mismas.
La actual administración, que hace unas semanas afirmaba que no gobernaba por o para las encuestas, hoy está claro que sí lo hace. El cambio de gabinete, aun cuando fue empujado por las movilizaciones de estudiantes, lo fue también por las encuestas elaboradas por los dos grandes medios de la derecha, las que fueron, posteriormente, ratificadas por los periódicos sondeos de las empresas especializadas. Fue la derecha, a través de La Tercera y El Mercurio, la que marcó una vez más la agenda de un cada día más errático gobierno.
Lo que tenemos es a un gobierno encerrado en su papel de guardián de la institucionalidad política y económica instalada por la derecha, en tanto su radio de acción –donde está en suma su identidad-, está en las más o menos inocuas medidas y anuncios.
El actual gobierno, que ha querido convertir la política en ciertos programas y anuncios sociales, no ha logrado ocultar ni borrar otra política, que avanza por cauces más hondos. Se trata de políticas económicas, de la política exterior, regional, las que no son alteradas ni por medidas ni anuncios sociales. Esta política, de cara a los grandes poderes nacionales, que podríamos llamar la gran o verdadera política, ha permanecido inalterable. Con la excepción, tal vez, de las materias de derechos humanos, estas operaciones de la Concertación se han mantenido no sólo desde el inicio de la democracia, sino, como es el caso de la institucionalidad económica, desde los años más perversos de la dictadura militar.
La Concertación, expresada hoy bajo el actual gobierno, tiene un evidente doble discurso: uno para los electores, canalizado a través de los medios, que es una efectista panoplia de anuncios, medidas y visitas a terreno de la Presidenta. El otro discurso, de más peso, no obstante opacado hacia la esfera pública, es la defensa a ultranza de la institucionalidad del modelo.
Ambas políticas, que sí existen y avanzan por cauces más o menos separados, también tienden a juntarse y confundirse para desgracia de gobernantes. La política de anuncios y medidas, que es la diseñada para los medios de comunicación, se estrella con otras fuerzas más torrentosas y menos vistosas, las que no han sido elaboradas para estos medios, sino para el mantenimiento y reforzamiento de aquella institucionalidad afín a los poderes de la derecha. Qué mejor ejemplo que la furia y desesperación de la ciudadana de Chiguayante, que mandó, bajo la mirada de los atónitos periodistas, a su casa a una Presidenta no menos estupefacta. No sólo falló el guión de las visitas a terreno ante las cámaras, sino que también se abrió de manera impúdica aquel abismo insondable de dolor e inequidad, el que, bien se sabe, es una consecuencia de aquellas oscuras políticas neoliberales.
Pero en estos días no ha sido éste el único evento que grafica la inconsistencia de un diseño político elaborado para las cámaras, titulares y, por extensión, para las encuestas. Están, por cierto, las movilizaciones de los estudiantes, que dejaron prácticamente inmóvil a un gobierno carente de planteamientos sólidos en materias educacionales, sino también ante la crisis del gas, que ha transparentado a una administración sin agenda en la materia y expuesta a las presiones y caprichos de la derecha.
La crisis prematura de gabinete es la consecuencia natural de un gobierno que ha elaborado sus políticas como un sencillo catálogo de medidas, las que pasan y pasarán sin pena ni gloria. No por las medidas en sí mismas, sino porque éstas no responden a un diseño político de suficiente espesor. Son, y todo el mundo lo sabe, programas más o menos aislados, de bajo o escaso impacto económico y social. Con o sin ellos, las cosas seguirán siendo básicamente las mismas.
La actual administración, que hace unas semanas afirmaba que no gobernaba por o para las encuestas, hoy está claro que sí lo hace. El cambio de gabinete, aun cuando fue empujado por las movilizaciones de estudiantes, lo fue también por las encuestas elaboradas por los dos grandes medios de la derecha, las que fueron, posteriormente, ratificadas por los periódicos sondeos de las empresas especializadas. Fue la derecha, a través de La Tercera y El Mercurio, la que marcó una vez más la agenda de un cada día más errático gobierno.
Lo que tenemos es a un gobierno encerrado en su papel de guardián de la institucionalidad política y económica instalada por la derecha, en tanto su radio de acción –donde está en suma su identidad-, está en las más o menos inocuas medidas y anuncios.
En este limitado espacio, que tiene también necesariamente como horizonte un quinto capítulo de la Concertación, el único gran espacio político está construido a través de los medios.