WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

sábado, junio 24, 2006

Cobertura del paro estudiantil: Los medios no están para cambios


Los medios de comunicación han desplegado una amplia cobertura de las movilizaciones de estudiantes de mayo. De ello, no nos cabe ninguna duda. Pero esta función es la que realizan los medios para informar de cualquier otro evento social, político o deportivo. Informan también de forma extensa de un mundial de fútbol, de un desastre natural, de una cumbre de gobernantes. La cantidad de minutos, horas, páginas o titulares destinados a informar de un suceso social es sólo una categoría para medir la relevancia que le otorga la prensa a ese evento. Tanta o mayor incidencia en la sociedad tendrá la interpretación que se hace de tal episodio, porque, bien sabemos, no existe una información canalizada a través de la prensa que no esté seleccionada y procesada. Los medios, aun cuando produzcan ingentes cantidades de información sobre un mismo evento, aunque transmitan en directo, como es el caso de la televisión, tienen su propia mirada. Y en el caso de las movilizaciones de estudiantes, ha sido ésta una mirada única, la que, dicho sea de paso, aún nos sorprende. No porque se trate de una misma información; lo que hay es una misma forma de elaboración de esa información. Numerosos medios, para la misma visión.

La cobertura de los eventos de mayo, que nos deleitó con numerosos datos anexos –desde las condiciones de vida al interior de los colegios hasta la vida familiar y afectiva de los dirigentes- ha demostrado una vez más los atributos y carencias de nuestra prensa. Atributos ya conocidos, desde la inmediatez al reportaje “humano”, pero carencias también muy sabidas, como la tardanza en la evaluación de la magnitud y el peso social del suceso, la fruición incontenible por el espectáculo y, lo que es más grave, la falta de autonomía de los medios. No solo no ha habido diferencia en la mirada que han tenido sobre la realidad, sino que todos actúan, con muy pocos matices, en una única interpretación sobre los diversos episodios del proceso social. Como si una tremenda inseguridad se apoderara de periodistas y editores, como si esperaran la interpretación de una autoridad, líder de opinión, el mismo editor o jefe u otro medio para sumarse a estas miradas. Y cuando interpretaron, lo hicieron todos a coro. De independencia en los contenidos, poco, o nada.

La televisión llegó tarde pese a su enorme despliegue técnico. Durante las primeras jornadas del paro, tal vez por la fuerte carga ideológica que la ata, sólo vio disturbios, detenidos, desorden, lo que difundió con detalle bajo un discurso abiertamente acusador y moralizante. Como tantas veces, la televisión se dejó llevar por la fuerza de las imágenes sin atender ni entender sus causas. Sólo cuando la arrolladora fuerza del movimiento estudiantil generó el apoyo de algunos sectores políticos, de analistas, hasta de la misma derecha, la televisión atendió a las causas, las que convirtió, cómo no, en un nuevo espectáculo.

La televisión no tiene freno. Del espectáculo de la protesta callejera, cubierta cual escenario bélico, pasó al movimiento estudiantil, cubierto éste cual espectáculo social. Y de aquí, a lo que hoy es lo más propio de la televisión: la tendencia a la farándula. Pero la televisión ha ido aún más lejos. Su intromisión en el movimiento y su tendencia al protagonismo propio, convirtió su cobertura no en un espacio informativo, sino de clásica entretención. Había protagonistas -reporteros incluidos- antagonistas, una trama que evolucionaba con una buena estructura dramática. De cierta manera la televisión, que ya estaba al interior del movimiento, se atribuyó también su derecho a opinar, como un actor social privilegiado, sobre la validez de las demandas. La prensa moduló una vez más la realidad como si ésta fuera parte de un gran espectáculo, ya corresponda a drama, acción o comedia.

Como protagonista de los sucesos sociales, la TV no tuvo reparo alguno en participar, lo que no fue otra cosa que opinar, modelar, encauzar el movimiento hacia sus propios fines. Así es como pudimos observar cual obsesión periodística la búsqueda de fracturas en el movimiento. Y si no las había, los reporteros hacía todo lo posible –falsedades de por medio- para crear el deseado cisma.

El discurso de Michelle Bachelet transparentó al día siguiente a los medios. La desnudez ideológica, que fue impúdica en el titular de Las Ultimas Noticias con “Cabros, no se suban por el chorro”, o en el de La Cuarta con “Los pingüinos no se llenan con nada”, pudo observarse en el resto de la prensa, que escudriñaba sin tapujos el quiebre del movimiento. Con un discurso paternalista, pero también muy cercano al utilizado en la prensa del espectáculo, los medios no tuvieron ya pudor profesional en colocar como la principal información su propia interpretación del movimiento. En no pocos casos la televisión se erigió como la voz objetiva, “racional”, por encima del movimiento y de sus dirigentes, tratados éstos como niños rebeldes. Los medios elevados por sí mismos como el pensar, el sentido común ciudadano, como la voz del país por sobre las desviaciones de las minorías. Bajo esta mirada, que no sólo es una visión que fortalece el statu-quo, sino que revela prejuicios y una moralidad conservadora que impugna el cambio, la televisión observa y denuncia las demandas de los jóvenes, pero también, como en tantas otras oportunidades, las de minorías sexuales, de los pueblos originarios, de los pobres o de cualquier sector social en los márgenes del establishment. El poder de los medios deviene en abuso y dominación.

La prensa, y en especial la televisión, sancionan. Y qué mejor ejemplo que el regreso de las protestas callejeras el lunes 5 de mayo, instaladas nuevamente en el centro de la información como pretexto para condenar un movimiento que, según la deducción oficial y la de los propios medios, ya había alcanzado sus objetivos. El muro entre las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones del poder y relacionadas con ese poder, como son los medios, si es que en algún momento exhibió una apertura, ha vuelto a cerrarse.