La televisión en punto de quiebre
Los medios de comunicación como herramienta ideológica, como una parte de la estrategia de reproducción del capital. El fenómeno, detectado y teorizado desde comienzo del siglo pasado por Bertold Brecht y Walter Benjamin, hoy está recargado hasta su deformación y distorsión del mismo modo como sucede en espacios aparentemente más físicos, como es en la producción y el comercio y su proceso de apropiación y concentración de mercados. Una maquinaria que trabaja, decimos, para un único objetivo: la reproducción y expansión del capital bajo el modelo de libre mercado.
No se trata sólo de una tesis, sino de una pesada realidad. Los medios de comunicación, no sólo en Chile ni en América latina, sino también de manera violentamente creciente en otras latitudes, concentran la oferta y también la demanda de la producción de sentido. Espesan los contenidos, desde el informativo, el recreativo, el cultural (aunque sea éste por omisión) en un estrecho proceso de circulación: lo que surge desde los medios, pensemos en la televisión, vuelve a ellos tras un breve diseñado circuito por la denominada opinión pública. La información surge y vuelve a los medios, pero su trayectoria no sufre distorsiones. No lo hace porque se omiten previamente las posibles fuentes de distorsión, que son todos aquellos sectores de la sociedad que les resultan incómodos a la institucionalidad más oficial.
Los medios, volvemos a pensar en la televisión, así como otros mercados de bienes y servicios, crean la ilusión de diversidad, que en este caso sería de pluralismo. Todo el deporte, toda la farándula, todas las noticias, toda la entretención, ilusión de diversidad y pluralismo que no va más allá de la exhibición de su deporte, de sus noticias y de su gran espectáculo. Se trata de sus contenidos, elaborados para sí mismos, lo que tiene características de delirio de ego en el tratamiento de la farándula. Aquí, y no sólo aquí, la televisión se hace para y sobre sí misma.
Ejemplo sobran, pero bien viene recordar a lo menos uno: los matinales. Los cuatro grandes y medianos canales de televisión abierta parten a eso de las 6:00 horas con una parrilla no sólo similar o equivalente, sino que es la misma. Un solo diseño que inicia las trasmisiones con una revisión de la prensa –que también dice más o menos lo mismo- tan profunda como la que podemos hacer más tarde ante el quiosco. Se trata de espacios orientados al aplanamiento reflexivo y a establecer los promedios.
Hace un par de semanas Francisco Vidal en una entrevista se refería a los contenidos de los informativos, los que, dicho sea de paso, y aun cuando pueden haber diferencias, sus rasgos son también la similitud en la forma y, por cierto, en los contenidos Otra vez el promedio y el aplanamiento. Nuevamente la información acotada y la exclusión de los discursos diferentes.
Vidal, que está al mando del “canal de todos”, rechazaba de plano los escabrosos, pero tal vez muy rentables, eternos minutos diarios de crímenes y sangre, la política de exclusión temática y de fuentes de información y reivindicaba una televisión “plural, representativa de todos los intereses de la sociedad. El pluralismo –decía- no se agota sólo en lo político; también existe en lo social, cultural, ideológico, territorial”. Y más adelante apuntaba hacia lo más característico de nuestros informativos: “Hubo un momento en que la delincuencia se extendía por 40 a 50 minutos, descontando la publicidad. Este análisis, por lo menos en TVN, hoy día es compartido por el directorio y por el nuevo jefe de Prensa”.
El análisis trasciende al edificio de TVN. De forma más o menos periódica son oídas protestas de diversas agrupaciones y organizaciones, tanto académicas y sociales, que demandan un giro en la información televisiva, por lo menos en el canal público. Pero tal vez el dato más sorprendente ha sido una encuesta realizada por el Consejo Nacional de Televisión (CNTV), publicada la semana pasada, al mismo “público objetivo”, a aquel supuesto promedio, de los programas de TVN. El sondeo reveló que el 90 por ciento de las dueñas de casa, que es el segmento más expuesto a la televisión, exigen mayor regulación en este medio.
La dueña de casa, el público del matinal y las telenovelas reclama por la mala calidad general de la programación (41 por ciento), por la escasez de programación cultural (31,6 por ciento) y por el lenguaje, que halla “grosero” (29,2). Abierta preocupación cuando la televisión pasa a ser un espejo social a imitar para sus hijos.
Aparentemente nadie está conforme con los contenidos de la televisión, pero la exposición a este medio aumenta. Podemos entender que es un consumidor poco exigente, que, pese a su molestia, recibe lo que hay. Más triste es comprender las explicaciones de Vidal: en TVN ni los directores ni los editores están orgullosos con los contenidos, pero, según podemos ver, ahí siguen los informativos.
La explicación que podemos levantar para entender esta paradoja tiene su lógica en una empresa privada con fines de lucro, pero en el canal público, al cual se le asignan valores y obligaciones hacia el conjunto de la sociedad, no corresponde como explicación, ni tan siquiera como justificación. Si en TVN, como en cualquiera empresa comercial, son los números los que cantan, es que no está cumpliendo su función. Puede ser cualquier cosa, espectáculo, circo, máquina de generar ingresos, pero estos contenidos no representan los intereses de la sociedad.