Hacer visible lo aparentemente invisible
El domingo 10 de septiembre fue la víspera de los primeros seis meses de Michelle Bachelet en La Moneda. Como cualquier efeméride, era un buen momento para hacer un recuento, una evaluación, la que podría surgir desde algún analista, un columnista de opinión, uno de los protagonistas en el gobierno o una figura de la oposición. De una u otra forma, éstas y también otras voces hicieron su evaluación, sin embargo fueron otras las más estridentes. Fueron los propios medios de comunicación los que hicieron su evaluación del gobierno, lo que los ha transparentado, ya sin ningún pudor, como evidentes actores políticos. Tal vez porque los políticos no tienen peso, porque están desprestigiados, porque difícilmente podrán decirnos algo de interés, los medios han tomado su papel. Pero en esta nueva función, han dejado de ser canales de información: al mutar en evidentes actores políticos, han optado por ser herramientas de intervención y distorsión de esta información.
El exceso crea saturación, agotamiento, deterioro. Ocurre en todas las actividades humanas, y, por cierto, también en los medios. Y es éste también un fenómeno para observar durante estos seis meses iniciados el 11 de marzo pasado. La gran prensa escrita de información general se ha elevado como abierto centinela –ironías del Cuarto Poder- de ciertos intereses ante las acciones del gobierno. Una actitud tan notoria que la conduce en no pocos episodios a caer en el anacronismo, la desatada reacción y también en el ridículo.
Los medios, como evidentes actores políticos, han de recobrar la credibilidad perdida. Para ello no sirve la opinión, sino sólo la información. Y si ésta no está a la mano, lo mejor es crearla. Hace un par de meses El Mercurio elaboró una encuesta de opinión que le diseñó una portada dominical con algo así como “la mayoría de los chilenos cree que es necesario que el gobierno cambie su gabinete”. Está claro que alguien pidió hacer esta pregunta, la que estaba planteada de una muy determinada forma. Y también es bien evidente que el sondeo se hizo para tener el titular del domingo.
Hace un par de semanas, aquel domingo 10 de septiembre, El Mercurio volvió con la misma estrategia. Otra encuesta ratificaba –¡qué curiosa coincidencia!- lo que a este diario le ha molestado desde hace meses: la entrega de la píldora del día después y el eventual apoyo que el gobierno chileno dará a la candidatura de Venezuela al Consejo de Seguridad de la ONU. En un tono informativo (no lo dice El Mercurio, sino la ciudadanía) tituló: “Mayoría rechaza la píldora sin consulta a los padres, apoyo a Hugo Chávez y energía nuclear”.
El papel de trinchera política de El Mercurio, que ha sido parte de su razón de ser, ha distorsionado la historia, generado conflictos y tragedias. Todo ello bien lo sabemos. Durante estos últimos seis meses ha conseguido también influir en el clima de opinión pública y restarle apoyo ciudadano al gobierno, poner en la agenda conflictos artificiales, silenciar otros y obligar a un cambio ministerial. Con la píldora, pese a la persistente campaña, no lo ha logrado, y con el apoyo a Chávez es aún una incógnita.
Las cosas fueron diferentes aquel domingo. Recordemos que los obispos habían calificado de totalitario al gobierno, Hermógenes había dicho que se iniciaba “un exterminio de vidas representativo de un atropello masivo y sistemático a los derechos humanos (sic)” y los alcaldes de la UDI se habían levantado en rebeldía. Estaba el caldo de cultivo para cosechar las opiniones en la encuesta. Y esa fue la estrategia. Nuevamente, con las sobrevaloradas estadísticas y los números como argumento, el diario dijo que son los ciudadanos los que rechazan las políticas del gobierno.
La sorpresa no vino de El Mercurio, que ha utilizado otra vez la evidente estrategia, sino desde el mismo gobierno, que rechazó de plano el sondeo –“el gobierno no se guía por las encuestas”- y las calificaciones, que relacionó con la oposición. Sin decirlo con claridad, La Moneda puso en el mismo lugar a ese diario y a la oposición de derecha. De cierta manera, la estrategia, inspirada en las obsesiones de una elite reaccionaria, derivó en franco ridículo. El titular de aquel domingo, que unió a la píldora con Hugo Chávez, transparentó en exceso los deseos e intereses de este medio.
Hay una evidente brecha entre lo que es la realidad y la percepción mediática de aquella realidad. Una realidad de bastante peso social son las 40 mil niñas de catorce años con embarazos indeseados cada año, la que se enfrenta a la obstinación de un grupo de ultra conservadores que intenta imponer su mirada como si ésta fuera mayoritaria. Es un enfrentamiento, que es también desinformación, incomunicación.
Pero es, sin duda, una actividad perversa y peligrosa cuando hay un control de la información por estos pocos medios. Son ellos los que diseñan nuestro espacio mediático, el que es también parte de nuestra realidad. Por tanto, los grupos tras estos medios influyen, modelan y también presionan para que las políticas públicas se hagan según sus criterios. Eso ha pasado desde 1990 en adelante y también con evidente claridad durante el periodo previo al 11 de septiembre de 1973. Y de no mediar cambios, seguirá sucediendo.
El exceso crea saturación, agotamiento, deterioro. Ocurre en todas las actividades humanas, y, por cierto, también en los medios. Y es éste también un fenómeno para observar durante estos seis meses iniciados el 11 de marzo pasado. La gran prensa escrita de información general se ha elevado como abierto centinela –ironías del Cuarto Poder- de ciertos intereses ante las acciones del gobierno. Una actitud tan notoria que la conduce en no pocos episodios a caer en el anacronismo, la desatada reacción y también en el ridículo.
Los medios, como evidentes actores políticos, han de recobrar la credibilidad perdida. Para ello no sirve la opinión, sino sólo la información. Y si ésta no está a la mano, lo mejor es crearla. Hace un par de meses El Mercurio elaboró una encuesta de opinión que le diseñó una portada dominical con algo así como “la mayoría de los chilenos cree que es necesario que el gobierno cambie su gabinete”. Está claro que alguien pidió hacer esta pregunta, la que estaba planteada de una muy determinada forma. Y también es bien evidente que el sondeo se hizo para tener el titular del domingo.
Hace un par de semanas, aquel domingo 10 de septiembre, El Mercurio volvió con la misma estrategia. Otra encuesta ratificaba –¡qué curiosa coincidencia!- lo que a este diario le ha molestado desde hace meses: la entrega de la píldora del día después y el eventual apoyo que el gobierno chileno dará a la candidatura de Venezuela al Consejo de Seguridad de la ONU. En un tono informativo (no lo dice El Mercurio, sino la ciudadanía) tituló: “Mayoría rechaza la píldora sin consulta a los padres, apoyo a Hugo Chávez y energía nuclear”.
El papel de trinchera política de El Mercurio, que ha sido parte de su razón de ser, ha distorsionado la historia, generado conflictos y tragedias. Todo ello bien lo sabemos. Durante estos últimos seis meses ha conseguido también influir en el clima de opinión pública y restarle apoyo ciudadano al gobierno, poner en la agenda conflictos artificiales, silenciar otros y obligar a un cambio ministerial. Con la píldora, pese a la persistente campaña, no lo ha logrado, y con el apoyo a Chávez es aún una incógnita.
Las cosas fueron diferentes aquel domingo. Recordemos que los obispos habían calificado de totalitario al gobierno, Hermógenes había dicho que se iniciaba “un exterminio de vidas representativo de un atropello masivo y sistemático a los derechos humanos (sic)” y los alcaldes de la UDI se habían levantado en rebeldía. Estaba el caldo de cultivo para cosechar las opiniones en la encuesta. Y esa fue la estrategia. Nuevamente, con las sobrevaloradas estadísticas y los números como argumento, el diario dijo que son los ciudadanos los que rechazan las políticas del gobierno.
La sorpresa no vino de El Mercurio, que ha utilizado otra vez la evidente estrategia, sino desde el mismo gobierno, que rechazó de plano el sondeo –“el gobierno no se guía por las encuestas”- y las calificaciones, que relacionó con la oposición. Sin decirlo con claridad, La Moneda puso en el mismo lugar a ese diario y a la oposición de derecha. De cierta manera, la estrategia, inspirada en las obsesiones de una elite reaccionaria, derivó en franco ridículo. El titular de aquel domingo, que unió a la píldora con Hugo Chávez, transparentó en exceso los deseos e intereses de este medio.
Hay una evidente brecha entre lo que es la realidad y la percepción mediática de aquella realidad. Una realidad de bastante peso social son las 40 mil niñas de catorce años con embarazos indeseados cada año, la que se enfrenta a la obstinación de un grupo de ultra conservadores que intenta imponer su mirada como si ésta fuera mayoritaria. Es un enfrentamiento, que es también desinformación, incomunicación.
Pero es, sin duda, una actividad perversa y peligrosa cuando hay un control de la información por estos pocos medios. Son ellos los que diseñan nuestro espacio mediático, el que es también parte de nuestra realidad. Por tanto, los grupos tras estos medios influyen, modelan y también presionan para que las políticas públicas se hagan según sus criterios. Eso ha pasado desde 1990 en adelante y también con evidente claridad durante el periodo previo al 11 de septiembre de 1973. Y de no mediar cambios, seguirá sucediendo.