Periodistas en desgracia
Durante este mes o estas últimas semanas ha aparecido un par de relatos de características iniciáticas. Un motivo ancestral, que ciertamente cruza no sólo la literatura sino otras narraciones y expresiones del arte y la cultura, pero que en estos casos tiene una singularidad: la iniciación frustrada, el paso a una adultez, que es el comienzo fallido de una nueva vida en un viejo mundo.
Ambas narraciones –Proyecto caos, de Jorge Ramírez (Editorial Forja) y Caído en desgracia, de Mauricio Hasbún (Editorial RIL) están emplazadas, lo que no significa acotadas o encerradas, en el periodismo, en cuanto práctica realizada en el corazón mismo del poder. Una actividad que roza, que observa, que tal vez percibe el poder. Lo hace, sin embargo, desde sus costados, de un modo tangencial. El periodista en ciernes, cercano al poder, además de carecer de poder, es también un remedo, bastante patético, según los relatos, de aquel poder.
Previo a mayor abundamiento, será necesario anotar ciertas características de ambas narraciones. El personaje que construye Mauricio Hasbún es un recién titulado que despierta al mundo laboral en el corazón mismo de las estructuras de poder, de aquellos poderes fácticos, durante nuestra más reciente transición. Concretamente el relato está situado en 1995, durante la administración de Frei Ruiz Tagle, y ocurre en el diario Economía, de propiedad de un magnate de las comunicaciones y del transporte naviero, personaje sórdido vinculado a violaciones a los derechos humanos ocurridas en uno de sus cargueros. (Por cierto que cualquier similitud con hechos y figuras de la vida real son mera coincidencia). La ambición del personaje de Hasbún le lleva a hacer oscuros pactos con los poderosos, lo que deriva en su completa destrucción.
El Proyecto caos apuntaría hacia horizontes temáticos muy similares. Según la reseña de esta novela, se trata de un periodista mediocre que usa su actividad como válvula de escape a la rutina. “Un personaje sin nombre hace de todo para transformarse en el amo y señor de la noticia y decidir que es o no es importante y digno de aparecer en un medio de comunicación”. Nada más lejos del periodismo como mecanismo o función necesaria para canalizar la libre expresión, sino el periodismo como medio para la figuración o el éxito personal.
Por qué, podemos preguntarnos, el periodismo como temática, escenario narrativo y el periodista como protagonista o sujeto que absorbe todas las tentaciones y las desgracias. Podría ser un abogado, y, claro está, un ingeniero comercial. Si hablamos de relación con el poder y corrupción ética, el mundo que rodea a estos profesionales es el escenario idóneo para este tipo de tragedia. Bien se conoce aquella actitud cínica y mercenaria de algunos abogados, y también acerca de los ejecutivos de las grandes empresas, aquellos tan bien pagados, aquellos que hacen el trabajo sucio para los dueños del gran capital. No son los accionistas ni los directores de las empresas quienes programan los despidos masivos o trampas con los proveedores y los clientes. Para eso están los muy bien remunerados ejecutivos.
Los periodistas, sin embargo, son hoy más visibles. Pero su relación con el poder es aún más desequilibrada: a diferencia de abogados e ingenieros comerciales, son mal remunerados y sólo comparten con el poder, acaso, una cercanía física (así como la servidumbre está también cerca del patrón). En estas circunstancias de evidente distorsión se modela un desquicio social, el que toma cuerpo –y muy bien lo han percibido los autores- en una profesión y unos profesionales en plena descomposición.
Servidumbre, servilismo. Correa de transmisión, canal de difusión de los distintos poderes. El periodista funcionario, que ha derivado en herramienta útil de estos grandes poderes, también ha mutado su mirada, su cuerpo y, por cierto, su moral. Quiere ser como aquel poder, pero resulta ser su mala simulación. Por ello, estar entre los poderosos vale todos los esfuerzos, los legales y los no legales.
Tal vez por ello es que el periodismo ha hallado un nuevo filón para explotar en la farándula, en la estupidez, en un poder tan lábil como el de ellos mismos. Escribir, comentar sobre una modelo o un animador de televisión permite invertir aquellas relaciones de poder. El periodista deja de ser un funcionario de los poderosos, sino que, y aunque resulte patético y también antiestético, puede recuperar aquel poder perdido, que es, en estos casos, la libertad de expresión. Como ya no puede denunciar al empresario o al político, ahora puede criticar el peinado de la modelo. Es periodismo, aunque sea de juguete.
Por cierto que hay una lectura más profunda y evidente de este escenario y estos personajes. En la novela de Hasbún hay una gran metáfora sobre nuestra transición fallida. Aquella relación morbosa y servil con los poderes fácticos no ha sido una exclusividad de algunos o muchos periodistas, sino, obviamente, de nuestra Concertación.
Ambas narraciones –Proyecto caos, de Jorge Ramírez (Editorial Forja) y Caído en desgracia, de Mauricio Hasbún (Editorial RIL) están emplazadas, lo que no significa acotadas o encerradas, en el periodismo, en cuanto práctica realizada en el corazón mismo del poder. Una actividad que roza, que observa, que tal vez percibe el poder. Lo hace, sin embargo, desde sus costados, de un modo tangencial. El periodista en ciernes, cercano al poder, además de carecer de poder, es también un remedo, bastante patético, según los relatos, de aquel poder.
Previo a mayor abundamiento, será necesario anotar ciertas características de ambas narraciones. El personaje que construye Mauricio Hasbún es un recién titulado que despierta al mundo laboral en el corazón mismo de las estructuras de poder, de aquellos poderes fácticos, durante nuestra más reciente transición. Concretamente el relato está situado en 1995, durante la administración de Frei Ruiz Tagle, y ocurre en el diario Economía, de propiedad de un magnate de las comunicaciones y del transporte naviero, personaje sórdido vinculado a violaciones a los derechos humanos ocurridas en uno de sus cargueros. (Por cierto que cualquier similitud con hechos y figuras de la vida real son mera coincidencia). La ambición del personaje de Hasbún le lleva a hacer oscuros pactos con los poderosos, lo que deriva en su completa destrucción.
El Proyecto caos apuntaría hacia horizontes temáticos muy similares. Según la reseña de esta novela, se trata de un periodista mediocre que usa su actividad como válvula de escape a la rutina. “Un personaje sin nombre hace de todo para transformarse en el amo y señor de la noticia y decidir que es o no es importante y digno de aparecer en un medio de comunicación”. Nada más lejos del periodismo como mecanismo o función necesaria para canalizar la libre expresión, sino el periodismo como medio para la figuración o el éxito personal.
Por qué, podemos preguntarnos, el periodismo como temática, escenario narrativo y el periodista como protagonista o sujeto que absorbe todas las tentaciones y las desgracias. Podría ser un abogado, y, claro está, un ingeniero comercial. Si hablamos de relación con el poder y corrupción ética, el mundo que rodea a estos profesionales es el escenario idóneo para este tipo de tragedia. Bien se conoce aquella actitud cínica y mercenaria de algunos abogados, y también acerca de los ejecutivos de las grandes empresas, aquellos tan bien pagados, aquellos que hacen el trabajo sucio para los dueños del gran capital. No son los accionistas ni los directores de las empresas quienes programan los despidos masivos o trampas con los proveedores y los clientes. Para eso están los muy bien remunerados ejecutivos.
Los periodistas, sin embargo, son hoy más visibles. Pero su relación con el poder es aún más desequilibrada: a diferencia de abogados e ingenieros comerciales, son mal remunerados y sólo comparten con el poder, acaso, una cercanía física (así como la servidumbre está también cerca del patrón). En estas circunstancias de evidente distorsión se modela un desquicio social, el que toma cuerpo –y muy bien lo han percibido los autores- en una profesión y unos profesionales en plena descomposición.
Servidumbre, servilismo. Correa de transmisión, canal de difusión de los distintos poderes. El periodista funcionario, que ha derivado en herramienta útil de estos grandes poderes, también ha mutado su mirada, su cuerpo y, por cierto, su moral. Quiere ser como aquel poder, pero resulta ser su mala simulación. Por ello, estar entre los poderosos vale todos los esfuerzos, los legales y los no legales.
Tal vez por ello es que el periodismo ha hallado un nuevo filón para explotar en la farándula, en la estupidez, en un poder tan lábil como el de ellos mismos. Escribir, comentar sobre una modelo o un animador de televisión permite invertir aquellas relaciones de poder. El periodista deja de ser un funcionario de los poderosos, sino que, y aunque resulte patético y también antiestético, puede recuperar aquel poder perdido, que es, en estos casos, la libertad de expresión. Como ya no puede denunciar al empresario o al político, ahora puede criticar el peinado de la modelo. Es periodismo, aunque sea de juguete.
Por cierto que hay una lectura más profunda y evidente de este escenario y estos personajes. En la novela de Hasbún hay una gran metáfora sobre nuestra transición fallida. Aquella relación morbosa y servil con los poderes fácticos no ha sido una exclusividad de algunos o muchos periodistas, sino, obviamente, de nuestra Concertación.