¡Cuidado!: Su vecino es un secuestrador
Hace ya muchos años atrás los ovnis eran materia o tema periodístico propio del verano. El fenómeno ovni, que está en retirada de los grandes medios –cuyos motivos podría ser objeto de alguna investigación o tesis de licenciatura- ha sido reemplazado por otras materias, entre los que se halla un surtido amplio que podría abarcar desde otros fenómenos paranormales a la segura panoplia de casos médicos, de aquellos denominados de “contenido humano” y la extensa y ciertamente abundante categoría de la seguridad ciudadana.
El confuso e inexplicablemente amplificado secuestro express realizado en Las Condes durante la tercera semana de enero se inscribe entre este tipo de producto informativo aun cuando tiene ingentes y tóxicas dosis de otras aberraciones de la comunicación de masas, anomalías en las que ha participado no sólo el desconcertado mercado de medios, sino, con especial interés, el propio gobierno. Qué mejor manera de contribuir al alivio veraniego de la clase política que introducir un caso periodístico con todos los ingredientes de un thriller del verano. El secuestro, que fue un caso fácil para cualquier investigador principiante, así como lo fueron también los secuestradores, tenía contenidos de rareza, por cierto que “humanos”, algunos trazos sociológicos, y, claro está, del formato del reality, que incluyó una nueva figura que apunta hacia un nuevo arquetipo de nuestra sociedad del espectáculo y del consumo medial: el del juez-que-llora-ante-la-cámara (dos funciones por el precio de una).
Este enjuague de géneros, desde los informativos y toda su gama del reportaje, a los cinematográficos y, cómo no, los propios de las teleseries, estuvo montado bajo el guión del Ministerio del Interior, conducido o, animado mejor decimos, por Felipe Harboe, el subsecretario de esta cartera. En una vocería bien voceada, Interior sacó un discurso de una evidencia, diríamos, naif: “Aun cuando toda la clase media chilena está potencialmente amenazada por un eventual secuestro a sus niños, el gobierno no permitirá que ello suceda. ¡Las penas, en estos casos, serán ejemplificadoras!” El secuestro era un caso resuelto.
Decimos que este discurso gubernamental, que ha sido recogido por los medios de comunicación como un producto prefabricado, es de una ingenuidad que debiera generar rubor. De partida, la cantidad de casos de dramatismo humano –sin desmerecer éste y el dolor de los padres del niño- que suceden diariamente en Chile, como en cualquier otra parte del planeta, pueden armar varios volúmenes de diarios u horas de informativos de la televisión. Pero ése no es el asunto central. Más relevancia tiene la abierta intención del gobierno de influir en la agenda pública con la incorporación de temas, si bien no extraños a su función, sí abiertamente manipulados. Harboe podría haber anunciado, si las circunstancias lo hubieran requerido, la presencia de un ovni, la detección de aliados de Al Qaeda en Santiago o la inminencia de un tsunami. Todos estos anuncios, enviados a la prensa como un producto precocido y bien empaquetado a la manera de un suministro tipo plug & play, hubiera tenido muy similares efectos. La prensa, especialmente en verano, se presta para cualquier cosa. Como ya ha sucedido con anterioridad, los medios, ante un guión ya pergeñado que contenga dosis de dramatismo y temor, pierde toda compostura y pudor. Pierde la razón. La prensa generó nuevamente, y también los medios de información general, aquella llamada “seria”, una bola de nieve de extrema falsedad y también toxicidad.
El gobierno, además de haber exhibido una supuesta eficiencia policial, buscaba extender el potencial temor. Y utilizó no sólo a la familia del menor –¿tenía algún derecho el Ministerio de Interior de exhibir su dolor a la mirada de todo el país?-, sino también a toda la ciudadanía. El resto lo hizo la prensa, que amplificó hasta la vergüenza el caso y afianzó el temor.
La prensa actúa por instinto. Simplemente lo hace y revisa más tarde el rating. Si acierta con los números, repite y reproduce hasta la saturación. ¿Por qué este caso? Simplemente por el supuesto temor, el que se relaciona con el altísimo grado de desconfianza –insuflada por los mismos medios y los gobiernos- hacia el resto de la ciudadanía. Encuestas han revelado que el principal enemigo de los chilenos es el Otro, que es el ciudadano, el vecino. Cualquiera puede ser un pedófilo. A partir de ahora todos somos secuestradores en potencia. Un síndrome anómalo que permite encender el terror en cualquier situación.
¿Qué nos espera más adelante?
El confuso e inexplicablemente amplificado secuestro express realizado en Las Condes durante la tercera semana de enero se inscribe entre este tipo de producto informativo aun cuando tiene ingentes y tóxicas dosis de otras aberraciones de la comunicación de masas, anomalías en las que ha participado no sólo el desconcertado mercado de medios, sino, con especial interés, el propio gobierno. Qué mejor manera de contribuir al alivio veraniego de la clase política que introducir un caso periodístico con todos los ingredientes de un thriller del verano. El secuestro, que fue un caso fácil para cualquier investigador principiante, así como lo fueron también los secuestradores, tenía contenidos de rareza, por cierto que “humanos”, algunos trazos sociológicos, y, claro está, del formato del reality, que incluyó una nueva figura que apunta hacia un nuevo arquetipo de nuestra sociedad del espectáculo y del consumo medial: el del juez-que-llora-ante-la-cámara (dos funciones por el precio de una).
Este enjuague de géneros, desde los informativos y toda su gama del reportaje, a los cinematográficos y, cómo no, los propios de las teleseries, estuvo montado bajo el guión del Ministerio del Interior, conducido o, animado mejor decimos, por Felipe Harboe, el subsecretario de esta cartera. En una vocería bien voceada, Interior sacó un discurso de una evidencia, diríamos, naif: “Aun cuando toda la clase media chilena está potencialmente amenazada por un eventual secuestro a sus niños, el gobierno no permitirá que ello suceda. ¡Las penas, en estos casos, serán ejemplificadoras!” El secuestro era un caso resuelto.
Decimos que este discurso gubernamental, que ha sido recogido por los medios de comunicación como un producto prefabricado, es de una ingenuidad que debiera generar rubor. De partida, la cantidad de casos de dramatismo humano –sin desmerecer éste y el dolor de los padres del niño- que suceden diariamente en Chile, como en cualquier otra parte del planeta, pueden armar varios volúmenes de diarios u horas de informativos de la televisión. Pero ése no es el asunto central. Más relevancia tiene la abierta intención del gobierno de influir en la agenda pública con la incorporación de temas, si bien no extraños a su función, sí abiertamente manipulados. Harboe podría haber anunciado, si las circunstancias lo hubieran requerido, la presencia de un ovni, la detección de aliados de Al Qaeda en Santiago o la inminencia de un tsunami. Todos estos anuncios, enviados a la prensa como un producto precocido y bien empaquetado a la manera de un suministro tipo plug & play, hubiera tenido muy similares efectos. La prensa, especialmente en verano, se presta para cualquier cosa. Como ya ha sucedido con anterioridad, los medios, ante un guión ya pergeñado que contenga dosis de dramatismo y temor, pierde toda compostura y pudor. Pierde la razón. La prensa generó nuevamente, y también los medios de información general, aquella llamada “seria”, una bola de nieve de extrema falsedad y también toxicidad.
El gobierno, además de haber exhibido una supuesta eficiencia policial, buscaba extender el potencial temor. Y utilizó no sólo a la familia del menor –¿tenía algún derecho el Ministerio de Interior de exhibir su dolor a la mirada de todo el país?-, sino también a toda la ciudadanía. El resto lo hizo la prensa, que amplificó hasta la vergüenza el caso y afianzó el temor.
La prensa actúa por instinto. Simplemente lo hace y revisa más tarde el rating. Si acierta con los números, repite y reproduce hasta la saturación. ¿Por qué este caso? Simplemente por el supuesto temor, el que se relaciona con el altísimo grado de desconfianza –insuflada por los mismos medios y los gobiernos- hacia el resto de la ciudadanía. Encuestas han revelado que el principal enemigo de los chilenos es el Otro, que es el ciudadano, el vecino. Cualquiera puede ser un pedófilo. A partir de ahora todos somos secuestradores en potencia. Un síndrome anómalo que permite encender el terror en cualquier situación.
¿Qué nos espera más adelante?