Economía mundial: Las señales de un inminente colapso
“El efecto mariposa”, aquel complejo concepto aplicado con exceso a nuestros tiempos de globalización, tuvo una nueva y palmaria demostración durante la última semana de febrero. "Cuando uno se aleja tanto de una recesión, invariablemente crece el riesgo de una nueva, y en estos momentos comenzamos a ver estas señales”, declaró hacia finales de febrero Alan Greenspan, el ex presidente de la omnipotente Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, a un medio en Hong Kong, afirmaciones, opiniones o profecía que tuvo como efecto el despliegue de una enmarañada sucesión de escenas de terror y sus similares consecuencias. Greenspan, que ha sido considerado el artífice del actual estado de la economía norteamericana –que es también , y no es sólo una exageración, la mundial- no podía ser más claro, aun cuando se reservaba los plazos: la economía de Estados Unidos no da para más. Lo de Greenspan, figura elevada a la categoría de gurú por todo el establishment financiero global (estuvo al mando de la Fed por casi 20 años), sonó como un trueno que presagia una tormenta. No por la sorpresa, sino porque susurraba la constatación de una realidad que pese a su silencio no deja de ser una verdad. Nadie quiere hablar de una recesión, pero allí están los números, las señales de Greenspan.
Los comentarios del economista, cuyas opiniones han sido tomadas desde hace lustros como la palabra entre los hombres que profesan la fe en el mercado, desataron el pánico y averiaron la máquina planetaria de ganar dinero fácil: el martes 27 de febrero las principales bolsas de valores del mundo, las mismas que hace pocos meses habían inscrito marcas históricas, perdieron y sufrieron su mayor crisis del siglo XXI. Empujadas por la bolsa de Shanghai, que perdió en aquella jornada un nueve por ciento de su valor, el resto de los mercados bursátiles mundiales siguieron la tendencia con una desesperada venta de acciones. Nadie se salvó de la caída, ni en Europa, Asia y América. Desde Nueva York a Santiago de Chile se repetía el mismo síndrome.
El proceso se suavizó tras las declaraciones de Ben Bernanke, que es el actual presidente de la Fed –“ Mi punto de vista, tomando en consideración todos los nuevos datos, es que realmente no hay cambios materiales en nuestras expectativas para la economía de Estados Unidos desde la última vez que informé al Congreso hace un par de semanas”-, comentarios que fueron inmediatamente continuados por Greenspan, que tuvo que matizar sus anteriores y explosivas palabras: durante la jornada siguiente la ex cabeza de la Fed decía que “era posible, pero no probable” una recesión. Sin embargo, pese a la calma bursátil, las señales referidas por Greenspan siguen en pie. El derrumbe bursátil ha sido el gran efecto; las señales, que están en la economía norteamericana, siguen como las causas.
Todo el establishment financiero las ha observado, aunque con frecuencia para minimizarlas. Los ministros de Hacienda de la mayoría de los países salieron a tranquilizar a sus mercados, entre los que, por cierto, estaba el chileno, que revolvió sus opiniones con ciertos elementos publicitarios: “Nuestra economía –dijo Andrés Velasco- ha resistido bien esos episodios de turbulencia internacional. ¿Y por qué? Porque tenemos políticas monetarias, cambiarias, fiscales y políticas prudenciales en el sector financiero que fomentan la estabilidad. Así ha sido en el pasado y así va a seguir siendo en el futuro".
Mensajes similares surgieron desde los organismos internacionales. Y obviamente también lo hizo el Fondo Monetario Internacional (FMI). Aquella semana su presidente, Rodrigo Rato, se refirió al derrumbe como una simple “corrección” en los mercados, en tanto elogió el “benigno” escenario económico mundial, que este año crecería a una tasa de un cinco por ciento.
Pero en el establishment ha habido también notables excepciones. Tras el derrumbe, The Economist señaló que tal evento debería tomarse para reconsiderar con más seriedad los actuales riesgos de la economía norteamericana. Para el semanario británico, hay peligros que los mercados han comenzado a interiorizar. Las bolsas, dijo la revista, han visto jornadas más negras que las de aquel martes 27, “pero éste podría proyectar una sombra aun más permanente”.
Y no sólo el martes 27. Durante el resto de aquella semana las bolsas mundial vivieron nuevas oscilaciones –le llaman volatilidad- las que se extremaron el lunes 5 de marzo con caídas generalizadas entre un dos y un tres por ciento. Aun cuando el martes 6 hubo un remonte, la percepción es de una evidente inestabilidad.
La economía norteamericana: de mal en peor
La economía norteamericana no sólo va en retroceso –este año crecería apenas sobre un dos por ciento-, sino que enfrenta otros graves problemas, como el alto déficit comercial y fiscal y un excesivo endeudamiento interno. Ante estos evidentes desequilibrios, una recesión y una caída prolongada de los mercados de valores puede conducir a situaciones impredecibles.
La crisis de finales de febrero detonó, sin embargo, en otra latitud. Fue el mercado de valores de Shanghai el primero en saltar y fue también el que más se encogió. La posibilidad de una recesión norteamericana aterroriza a los inversionistas que tienen sus activos puestos en empresas chinas o con sede en China orientadas al mercado estadounidense. Una contracción en el consumo de los norteamericanos, en las importaciones asiáticas, haría tambalear el frágil tablero mundial, un escenario del que prácticamente nadie podría escapar.
La situación actual, que se remonta desde finales de la década pasada, es de un equilibrio precario. Estados Unidos ha venido alimentando de manera persistente un déficit comercial pese a la debilidad del dólar. De forma paralela, y ciertamente más grave, ha venido amplificando su déficit fiscal, a lo que ha contribuido la política bélica de George W. Bush.
La economía de Estados Unidos, que es el paradigma del consumo, no se caracteriza hoy en día por su capacidad de ahorro. El déficit fiscal es financiado por inversionistas extranjeros, muchos de ellos asiáticos y chinos, que han adquirido bonos del Tesoro. Y como consecuencia, la economía norteamericana aparece enormemente endeudada con aquellos inversionistas extranjeros que han tomado esos bonos.
Este cuadro ha sido denominado como la era Greenspan. El ex presidente de la Fed tal vez ha logrado activar la economía norteamericana y mundial mediante la rebaja de las tasas de interés de Estados Unidos –las que tras el 11-S llegaron a 1,5 por ciento anual- aun cuando no ha evitado la generación de los desequilibrios –entre ellos la fuerte devaluación del dólar frente al euro y al yen- mencionados.
Déficit comercial
El sistema se ha mantenido más o menos de la siguiente manera. A través de las bajas tasas de interés, los norteamericanos han tomado de forma masiva créditos y siguen consumiendo o adquiriendo otro tipo de bienes más duraderos, como son las viviendas. El fuerte consumo se alimenta también de productos importados, muchos de ellos desde las economías asiáticas y, por cierto, China, y muchos de ellos también manufacturados por empresas norteamericanas instaladas en el exterior (offshore).
Estados Unidos exporta menos de lo que importa, de ahí el fuerte y creciente déficit comercial. Y no ha podido revertir o equilibrar este proceso pese a la debilidad del dólar respecto a otras monedas fuertes (lo que en teoría le permitiría exportar bienes más baratos). Es posible admitir que esta situación, que se ha alargado tal vez mucho más de lo conveniente, ha podido mantener en expansión a la economía mundial, lo que ha favorecido, incluso, a países como el nuestro, que son exportadores de commodities. Pero es un hecho que no se puede sostener de manera indefinida, pese a las afirmaciones de los ejecutivos y toda clase de funcionarios de la institucionalidad financiera.
Este fenómeno, decimos, si bien ha funcionado durante los últimos años, no es posible que se extienda por mucho tiempo más. Los norteamericanos no pueden endeudarse de forma indefinida, por lo que necesitan, de una u otra manera, generar ingresos. Pero ello no está muy claro. La persistente tendencia de las empresas norteamericanas a producir sus bienes en el exterior -en zonas como Asia o Centroamérica, con bajos costos de la mano de obra- ha llevado a un aumento del desempleo en Estados Unidos y al mencionado déficit comercial. Como no es nada de probable que estas empresas vuelvan a producir en Estados Unidos, que tiene más altos costos de mano de obra, no será posible que se revierta el déficit comercial, como tampoco que aumente el empleo y la capacidad de ahorro.
Las cifras de desempleo en Estados Unidos no parecen tan dramáticas, no obstante no pocos autores hablan de una precarización de los empleos. Los buenos trabajos han ido en una constante desaparición, proceso derivado del fenómeno de las actividades off shore, en tanto los que se crean son trabajos informales y mal pagados en el sector servicios.
Déficit fiscal
El aumento del déficit fiscal es otro proceso sin pausa, que se ha agravado con la obsesiva política bélica de Bush. Como se ha mencionado, los gastos del gobierno norteamericano están hoy en día financiados por las inversiones que muchos países, entre ellos los asiáticos y, con principal énfasis China, hacen a través de la adquisición de bonos del Tesoro, por los que tarde o temprano Estados Unidos deberá responder.
Este curso, que lo apuntalan países como China, interesados en que el consumo norteamericano continúe a todo vapor, tampoco puede durar por mucho tiempo más. Por cierto que hoy todavía nadie duda de Estados Unidos como la gran superpotencia económica como tampoco de su capacidad de pago, pero la debilidad del dólar respecto a otras monedas es un factor de peso. Para no pocos inversionistas resulta más atractivo invertir en euros que en dólares, proceso que comienza a tomar cada vez más fuerza entre las naciones árabes.
¿Qué pasará si el dólar sigue perdiendo fuerza en los mercados mundiales? Una situación como ésta, nada de improbable –recordemos que el euro partió uno a uno con el dólar y hoy vale un tercio más que el dólar- inhibiría a muchos inversionistas a adquirir bonos o activos en dólares, lo que traería más y más problemas a la economía norteamericana. Puede decirse que la solución está en subir las tasas de interés y entregar más rentabilidad por cada inversión. Pero esa solución detonaría de inmediato la temida recesión.
Más déficit fiscal es mayor debilidad para el dólar. La economía estadounidense vive un equilibrio muy precario. ¿Qué pasaría si el dólar sufre una fuerte caída, y posteriormente una venta masiva, un desprendimiento de esta divisa, por parte de los bancos centrales del mundo? Obviamente, algo así como un cataclismo de proporciones, que nadie quiere ni imaginar.
Para evitar estos escenarios, es necesario una reducción del déficit fiscal. Por una parte, una reducción de los gastos, los que han de partir por los bélicos -pero Bush está empantanado hasta el cuello en Irak- o también un aumento de los impuestos, lo que en una economía que ya habla de recesión no es una buena idea.
Hoy en día todos quieren mantener a la economía norteamericana como la gran compradora del mundo, pero, a la vista de las actuales variables, no es posible mantener este escenario por un tiempo indefinido.
La burbuja inmobiliaria está que revienta
Hay otro factor de inquietud en la economía norteamericana. En el artículo publicado por The Economist dos días después del derrumbe bursátil, el semanario mencionó los dos mayores peligros para la economía estadounidense. Una es la posibilidad de una recesión, la otra es la burbuja inmobiliaria.
Las bajas tasas de interés, derivadas de las políticas monetarias de Alan Greenspan a cargo de la Fed, llevaron a un aumento gigantesco de la masa monetaria (prácticamente se duplicó el circulante en los últimos siete años) mediante la adquisición de créditos hipotecarios. Hubo un endeudamiento masivo a través de estos créditos, que activaron al sector inmobiliario, lo que infló una burbuja inmobiliaria. Y obviamente, el aumento de la demanda de viviendas, trajo también a un aumento de los precios. Según datos oficiales, el valor de la vivienda en Estados Unidos pasó desde 11,4 billones de dólares el 2000 a 20,3 billones el 2006, lo que es prácticamente el doble. Si eso es la vivienda, la contraparte son las deudas hipotecarias: el 2000 alcanzaban a 4,8 billones de dólares; el 2006 sumaban 9,3 billones.
El semanario británico, pero también muchos otros analistas, pone a este factor, aparentemente menor, en el centro de la economía mundial. Se trata de la burbuja inmobiliaria más grande de la historia económica, la que ha sido hinchada hasta la extenuación con el dinero barato del banco central. Ese es un lado del relato. El otro es la gran masa de norteamericanos endeudados, quienes viven en un período que podría desembocar en una recesión.
Si llegara a pincharse la burbuja inmobiliaria, lo que sobreviene es un colapso de proporciones. Mucha gente que ha llegado tarde al boom ha comprado inmuebles a precios altos y ha quedado también atada a una hipoteca equivalente. En un escenario recesivo, los precios caerían, no obstante las hipotecas se mantendrían, lo que llevaría a la ruina a numerosas familias y, de paso, podría endosar el problema al sector financiero. A partir de allí, el derrumbe es general.
La burbuja inmobiliaria especulativa no es hoy un fenómeno exclusivo de la economía norteamericana. La española está también presionada por este tipo de especulación, estimulada por muy similares motivos financieros. Se calcula que durante los últimos años –no más de cinco- el precio de la vivienda en España ha aumentado sobre un cien por ciento, lo que no tiene ninguna relación con la demanda de vivienda, sino con la especulación.
Por sobre este fenómeno aparece otro. Es la excesiva oferta de crédito respecto a la capacidad de pago de las personas o empresas (apalancamiento financiero), lo que ha permitido en Estados Unidos y en otros países –Chile incluido- mantener buenos niveles de consumo. Ante esta situación, una recesión, que genera altas tasas de desempleo, conlleva a una inmediata suspensión de pagos.
El apalancamiento, decimos, no sólo ha aumentado en la economía norteamericana, que tiene hoy indicadores altamente riesgosos que, según ciertos informes privados, llevaría a la suspensión de pagos de no pocas compañías. Un hecho que no sería una posibilidad, sino una realidad, en el caso de una recesión.
El efecto mariposa desde Atacama a la Patagonia
Aun cuando no presenciemos esta situación explosiva, cualquiera de las otras tocaría también a la economía chilena, abierta y globalizada como la que más. La más mencionada y tal vez más probable es una recesión en Estados Unidos a partir de finales del 2007. Si es suave, sus efectos más evidentes serían un impacto en el consumo, en las importaciones norteamericanas, entre ellas las chilenas. Si es aguda, todo lo demás sucedería de manera amplificada, generando no sólo una crisis económica, sino también política. Un escenario de esta naturaleza es siempre negativo, pero podría tener algo bueno: marcar el fin del neoliberalismo.
Una recesión norteamericana es temida por todo el mundo, por cierto que China, que vería afectado la compra de sus bienes manufacturados. Y si China reduce sus ventas, también tendría que reducir sus compras, entre ellas las materias primas que adquiere de Chile. Nuestro país se vería afectado por, al menos, estas dos vías.
La economía chilena fue duramente golpeada por la crisis asiática de finales de la década pasada, pese a todos los discursos y llamados a la calma de los gobernantes y autoridades económicas de entonces. Todas las referencias al “blindaje” y “solidez” de la economía se convertía en mera retórica de tecnócratas cuando el banco central elevó de manera histérica las tasas de interés y mandó a miles de pequeños empresarios a la quiebra. No sólo quedaron ahogados por el alto precio del dinero, sino también por una economía en recesión que, desde entonces, no ha logrado crecer a un al ritmo.
El riesgo para la economía chilena de una recesión en Estados Unidos es muy alto, lo que queda explicado por los siguientes motivos:
* El ritmo de expansión de la economía chilena lo mantiene hoy el sector exportador, el que se compone en prácticamente su totalidad de recursos naturales o de muy baja elaboración. Y de este grupo exportador, un volumen también muy mayoritario lo compone la minería. Es éste el sector que empuja la economía chilena, por lo que un traspié en el exterior afectará sensiblemente las exportaciones y al conjunto de la economía chilena.
*La fuerte concentración de las exportaciones es también una fuerte concentración de las empresas. Basta mirar a los resultados empresariales del año pasado: un grupo ínfimo de compañías productoras –las otras son de servicios y, cómo no, la banca- absorben una enorme proporción de las ganancias. Este fenómeno, que contribuye a aumentar la desigualdad, tiene otro y muy nefasto efecto: Si el sector exportador se hundiera, que es el que hoy mueve a la economía (que pese a ello crece apenas sobre un cuatro por ciento), no habría otro sector capaz de relevarlo. Estos desequilibrios aumentarían los efectos de una crisis exterior.
Está también el excesivo endeudamiento del consumidor nacional. Un reciente informe sobre el consumidor norteamericana se escandalizaba del aumento de los préstamos a través de tarjetas de crédito a una tasa anual cercana al cinco por ciento. En Chile, los créditos de consumo han venido creciendo a un promedio de casi un veinte por ciento anual. Y obviamente, un nivel de endeudamiento de tal magnitud no es el mejor para enfrentar un recorte en los ingresos.