WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

sábado, junio 25, 2005

La realidad más irreal

La televisión no es un reflejo de la realidad, un mero canal de mensajes: es la realidad en sí misma. El consumidor de televisión no está frente a un medio; se expone ante otra entidad, tan real como su familia, su trabajo, su grupo social. La fuerza de esta experiencia es tal, que estimula una maquinaria mediática que descifra e interpreta esta mirada. Así queda explicado el éxito de ventas de diarios como Las Ultimas Noticias o La Cuarta, medios para los que sólo existe aquello que aparece en televisión, como si sólo aquello producido o canalizado por la TV tuviera propiedad. En algún momento parece que perdimos la noción que separaba el mundo de los medios, y, si no la hemos perdido, lo que hemos hecho es una inversión: hemos puesto a los medios como nuestra principal referencia. Lo que viene de ellos genera un imaginario cercano a la verdad.

La televisión ahora redobla su condición de realidad. Ha ido más allá, a lo más real de lo irreal. El reality show, que se alimenta del imaginario creado por la misma televisión, ha llevado a sus laboratorios a sus propias creaciones: niños y jóvenes criados ante la pantalla que sólo desean estar frente la cámara. Su gran aspiración es dejar sus vidas inocuas, irreales, y cobrar realidad como imagen electrónica. Así y sólo así se alcanza la plena existencia.


El reality show, que modela aquella realidad con efectos y marketing, es una sala de terapia. Aquí está su inspiración y su modus operandi. Pero también es la cárcel. La casa, el encierro vigilado, es una gran y perversa metáfora de la sociedad carcelaria, de la arquitectura panóptica develada por Foucault. Las cámaras, aunque no están allí para reprimir acciones, sí lo están ahora para estimular actitudes. A diferencia de las cámaras callejeras, que persiguen y sancionan la violación a las normas, éstas imponen, junto a los terapeutas-productores, una amplificación y exhibición del comportamiento. El reality show es una perversa simbiosis de terapia social y vigilancia. Un ejercicio, elevado a la categoría de rito de iniciación por el marketing, que busca, entre los conejillos de indias creados en sus propias canteras, nada más que una nueva retroalimentación, o nuevos ingresos. Si en el camino este doctor Frankenstein inmola a sus hijos, será un detalle de la causa.

Todos somos terapeutas, todos vigilamos los comportamientos. Todos somos policías. En cierto modo –y éste es el gran éxito y también engaño del reality- todos estamos en aquel estudio, con nuestros problemas cotidianos, la falta de afecto, el desamparo, el hastío. En el reality los jóvenes hablan, visten y actúan como en el barrio y, por un momento, su comportamiento se trasparenta y cobra realidad la intimidad, con toda su obscenidad. Pero se trata de una gran producción, bien guiada por los terapeutas y productores. Y sólo puede ser realidad si entendemos que toda la televisión –publicidad incluida- también lo es.

El formato del reality, que es global, aplana y homogeniza, genera estereotipos y, por cierto, también excluye. Lo que hace es domesticar una realidad externa, que moldea y dramatiza al amplificar ciertas actitudes y difuminar –y también excluir a través de la edición del programa- otras. Finalmente es el rating la única medida de esta realidad.

El reality es la gran metáfora de la sociedad de consumo, de la sociedad del deshecho. Son los 15 minutos de fama sucedidos por el regreso al barrio, al anonimato, que es lo mismo que la vuelta al otro lado de la pantalla. Producto artificial y prescindible. Remedo de la sociedad de las oportunidades, de las bondades del mercado; se difunde cual fármaco electrónico que suaviza la desesperación de los barrios.

Este género tendría mucho más que dar. Las miserias humanas no terminan en las falsas expectativas de los jóvenes. Habría reality para los desempleados, la tercera edad, las solitarias dueñas de casa, los microempresarios…en caso que algún auspiciador detecte un nuevo nicho de mercado. La falta de oportunidades de nuestra sociedad y sus artificiales ilusiones la convierten en un universo de alto rating para cualquier nuevo juego mediático.

Pero también es probable que tenga sus días contados, como ya se observa en otras audiencias. El reality tiene en su mismo origen su problema: la saturación y su circularidad. Por lo cual requiere de una creciente complejidad y obscenidad, dilema que, hasta el momento, se ha intentado resolver a través de una doble pero falaz realidad. La nueva versión del reality es la televisión dentro de la televisión, que es lo mediático vuelto a mediatizar.

Se trata aquí de una evidente señal de agotamiento del género, que comienza a desprenderse de su propia noción de realidad. Porque nada más lejos de la realidad, social y humana, que aquellos personajes creados y realizados en y a través de la pantalla.

jueves, junio 09, 2005

LUNáticos

Hacia las postrimerías del siglo XIX la familia Edwards ya escribía con sangre y fuego la historia chilena. Cuenta Jorge Edwards en El inútil de la familia que hacia 1891 la rama poderosa de la familia “estaba en la primera línea de la conspiración (de la guerra civil), y el resto de la parentela la seguía en forma incondicional”. El relato rescatado por el novelista nos dice que el banco familiar “había contribuido poderosamente a financiar las compras de armamentos del bando revolucionario”, información que daba vueltas al mundo por aquellos años: el novelista Joseph Conrad relató a “una familia poderosa, de origen inglés instalada en Valparaíso, que financia una guerra civil a fin de apoderarse de la riqueza del salitre”. Tal vez, dice Jorge Edwards, encontremos aquí cierta exageración propia de un novelista, pero algo había vislumbrado Conrad, lo mismo que durante su infancia su tío Joaquín Edwards, el inútil de la familia.

No alcanza a pasar un siglo cuando esta familia vuelve a conspirar, hechos que ya no requieren rescatarse desde los oscuros recuerdos de un niño ni de la novela histórica. Los Edwards, esta vez desde su tribuna medial, se colocan en la primera línea de una campaña del terror, instigan a las fuerzas armadas a defender los privilegios de la oligarquía y desenlazan uno de los capítulos más bestiales de la historia. Tras el retorno a la democracia, El Mercurio se instala como un centinela que advierte a los actuales gobernantes -tal vez no con los sables, pero sí con el capital- las penas que caerán si vuelven a tocar la privada propiedad.

No ha sido suficiente para la familia tener la vigilante mirada de El Mercurio bien emplazada y a sus vigilados bien cohibidos. Un nuevo proyecto, amparado bajo la concepción de la libertad de expresión, apunta a crear una eficiente maquinaria que mantenga bajo control a la sociedad civil. Tras el fin de la censura y de las verdades impuestas por decretos, el consorcio Edwards ha puesto en marcha una estrategia medial que, muy adaptada -y también enmascarada- al terreno del (falaz) libre mercado de las ideas, busca los mismos fines que la oficina de comunicaciones de la dictadura: el desmantelamiento de las voluntades, de la capacidad de reflexión, el desarme intelectual y estructural de la sociedad civil.

El reciclaje de Las Ultimas Noticias, de ahora en adelante LUN, que ha pasado de ser un diario tradicional de información general con ciertos tintes culturales –en sus páginas escribieron reconocidas plumas- a un órgano difusor de la industria de la conciencia y los deseos, trasparenta el pragmatismo ideológico de nuestras oligarquías en el sentido que todo vale en la defensa de sus negocios, lo mismo el tráfico de armas, los golpes en el pecho o la mentira. De la insufrible liviandad de la farándula puede, si se diera el caso, echar mano nuevamente a su know-how golpista o incorporar al mercado un producto pornográfico. Si de negocios se trata, éste vende más y mejor que las estampitas de santos.

Con LUN el consorcio completa un nuevo pool de medios que funciona como gran industria del control y los deseos. Desde El Mercurio vigila la institucionalidad política y económica, las beatas de La Segunda hacen lo suyo con el imaginario cultural burgués y desde LUN se promueve la fragmentación social y la estolidez individual como valores de la libertad de acción y pensamiento. Una batería de productos culturales elaborados como eficiente barrera a la libre circulación de ideas y, a fin de cuentas, como una perfecta máquina reaccionaria para la contención.

El proyecto de LUN busca generar una sociedad de espectadores doblemente pasivos. Se trata de instalar una apatía que asimila la realidad como un espectáculo, el que no solo se apoya en el producto televisivo –que es el gran contenido del diario- sino que también en los eventos informativos, que dramatiza y personaliza en una estructura propia de la televisión, la que se eleva como lectura a todos los eventos, sean sociales, económicos, deportivos y, claro está, también políticos. Es una doble pasividad porque las informaciones de LUN cuyas fuentes no son la TV han pasado previamente por el tamiz de la pantalla. LUN interpreta la pseudo realidad de la TV; le entrega una versión políticamente filtrada e inocua a su público, que es el espectador, de bata y pantuflas, que cada noche sumerge sus frustraciones y se masturba con sus deseos ante la pantalla. El mérito de LUN es masajear y ayudar a olvidar la vacuidad personal.

LUN, aun cuando parece ser un inocente medio alimentado por la TV, cuyos contenidos amplifica, tiene una evidente línea editorial, que consiste, precisamente, en trasladar a la categoría de evento nacional situaciones menores y, en muchos casos, socialmente irrelevantes. Un ejercicio periodístico que al encubrir el conflicto social e interpretarlo como mal individual, afianza la inmovilidad y el conformismo, que es también marginación y frustración. LUN no ve causas sociales, sólo atiende a los efectos, los que son siempre individuales. Interpreta un mundo en el que la pobreza, la exclusión, la discriminación, son fenómenos que competen, exclusivamente, a los individuos. Según los criterios de LUN, la discriminación por ser pobre, negro o mapuche no son fenómenos sociales, sino simple mala suerte. No contar con salud o protección previsional no apunta a un sistema político, sino al destino individual.

Este diario no es un periódico de farándula; es un medio de información general camuflado, sí, bajo la apariencia de farándula. Y aquí radica su mayor peligro para la sociedad, que consume un producto que falsea la realidad. Bajo su apariencia inocua lo que hace es crear desquiciadas versiones informativas que al colarse como farándula ocultan lo que es: una gran mentira que tiene como objetivo adormecer y conformar. ¿A quienes? A los que no leen ni El Mercurio ni La Segunda, que son los potencialmente más peligrosos.

Los ideólogos de LUN son también maestros en la confusión. Mantienen, como en la tradicional y vieja Las Ultimas Noticias, a conspicuos columnistas, que bien pauteados y no pocas veces censurados –me consta- intentan crear un medio aparentemente abierto y pluralista. Pero es un ejercicio marginal, a pie de página, a contrapelo del público ganado (como verbo y sustantivo). Como si los pechos de silicona de sus modelos les certificaran de liberales. Son la reacción disfrazada de liviandad y libertad.