WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

miércoles, abril 30, 2008

El colapso industrial anuncia un inminente desastre social


En diciembre pasado cerró Textil Bellavista y hacia inicios de abril el directorio de Cerámicas Cordillera anunció que terminaba su giro como industria del sector. Acaso, importará productos terminados de otras latitudes. Sólo con estos dos cierres industriales, son más de mil 500 trabajadores que quedan en la calle pese al “blindaje” de la economía chilena, como no se cansa de repetir el hombre de Hacienda. Un proceso de evidente deterioro laboral, el que ha quedado incluso anotado hasta en las estadísticas oficiales. Según la última medición del INE, el desempleo durante el periodo entre diciembre y febrero alcanzó a 7,3 por ciento, cifra sensiblemente más alta, en casi un punto, a la registrada el año previo. Aun cuando durante el pasado verano hubo un aumento de toda la fuerza laboral, hubo también una fuerte expansión del desempleo. El número de desocupados saltó durante ese periodo en un 20 por ciento si se compara con la situación de un año atrás. Y todo esto en una economía “blindada”.

El cierre de Cerámicas Cordillera no puede expresar con mayor evidencia la tendencia que ha tomado la economía chilena. De tan abierta, de tan entregada al libre juego del libre mercado, ha quedado expuesta al torbellino financiero desatado por la crisis de la economía estadounidense. Todas las variables, aquellos “equilibrios macroeconómicos” chilenos tan mentados por el establishment financiero-empresarial, se han, sino no desestabilizado, sí escorado, desordenado. La economía chilena, y por cierto la gran mayoría de los chilenos, viven en un equilibro precario.

Bellavista, en su momento, y ahora Cerámicas Cordillera, han apuntado con claridad a los motivos del desastre: simplemente, la apertura comercial, el encarecimiento de la energía y la caída en el tipo de cambio, este último no atendido ni por Hacienda ni por el Banco Central hasta mediados de abril. El modelo neoliberal, construido durante la dictadura y mantenido por la Concertación, ha iniciado, de la misma forma que en el resto de Latinoamérica, o en los mismos núcleos de las finanzas mundiales, un camino de desinstalación, que está expresado en las nacionalizaciones –desde las encubiertas, provocadas por la crisis subprime en Estados Unidos y Europa- hasta las evidentes y deseadas, como sucede en Sudamérica, así como el inicio de prácticas que privilegian y protegen los mercados internos. Se trata de un proceso en marcha difícil de negar.

No puede, sin embargo, hablarse de cambios en un solo sentido. En un periodo de crisis, los acomodos y reacomodos pueden apuntar hacia nuevas formas de relación entre el capital y el trabajo, a transformaciones en el modelo de acumulación. Las más recientes crisis mundiales, económicas, sociales, políticas, han sido utilizadas por el gran capital para instaurar el modelo neoliberal. En esta nueva crisis, en el caso que las fuerzas sociales estén otra vez fragmentadas y confundidas, las vueltas de tuerca de la historia podrían volver a jugar a favor del gran capital. Lo que ha sucedido en Estados Unidos, con una Reserva Federal que acude en auxilio de la gran banca privada con miles de millones de dólares, es una señal respecto a dónde quiere el poder político y económico llevar estos cambios. La FED acude en ayuda de los dueños de los bancos mientras millones de pequeños deudores quedan en la calle al perder sus viviendas.

El trágico síndrome de Cerámicas Cordillera

El cierre de Cerámicas Cordillera apunta a una estrategia empresarial, sin duda impulsada por las oscilaciones de la economía mundial, pero también empujada, por omisión, por el gobierno Una movida que ha sido intuida por sus trabajadores, quienes observan en el cierre de la planta una clásica estrategia de transnacional para reducir costos y aumentar las utilidades. La planta se cerrará en Chile por sus altos costos de producción, lo que dará paso a importaciones de los mismos productos desde países con menores costos. Lo que sucede con los textiles, con los plásticos, con la industria metalmecánica, con cualquier manufactura, está presente también en las cerámicas. El efecto trágico de una causa que todo el mundo ve ¡Con la excepción del gobierno y el Banco Central! Un efecto que seguirá reproduciéndose hacia otros sectores.


Cordillera es parte del grupo Pizarreño, cuyo propietario es el consorcio belga Etex. En Chile, Pizarreño controla, además de Cerámicas Cordillera, Ladrillos Princesa, Duratex, Romeral, Etersol, Fibrocemento Pudahuel, Tejas Chena y últimamente adquirió la propiedad de Aislantes Nacionales. Es uno de los más grandes fabricantes de materiales de construcción a nivel mundial y tiene representaciones en varios continentes. En América Latina está en Chile, Perú, Colombia, Brasil y Argentina.

Cerámicas Cordillera no cierra sus actividades como empresa. Seguirá comercializando sus productos, los que importará desde mercados de menores costos de producción, según informó el directorio. Para el sindicato, esta determinación “no es casual y se aprovecharán las condiciones ventajosas que tienen en la región para mantenerse como empresa. La producción de cerámicos se trasladará a las empresas del grupo Etex en la región, donde sus insumos principales (energía y mano de obra calificada) podrán ser obtenidos a costos más bajos que los que disponen en Chile. Los cerámicos producidos allí serán comercializados en Chile bajo la marca Cordillera”.


La estrategia fue confirmada por la misma empresa. Su gerente general explicó dos cosas, los motivos del cierre y sus proyectos. El cierre, le dijo a El Mercurio su gerente, Roberto Calcagni, fue detonado por un aumento “exorbitante del precio del gas, su principal insumo, que experimentó alzas cercanas al 600% en los últimos cinco años y que hoy alcanza valores que son hasta seis veces más altos que los que pagan los fabricantes de productos cerámicos en países vecinos”. El otro motivo surge del valor del dólar, que inhibe las exportaciones.


Cerámicas Cordillera tiene casi la mitad el mercado chileno de pisos y revestimientos cerámicos. El resto, explican fuentes de la empresa, es importado, a costos finales mucho menores. Por tanto, la empresa decidió a unirse a este grupo de importadores. Lo dijo Calcagni: "Queremos tomar una parte de eso, vía productos importados, es la base del futuro". La importación la harían desde plantas que controla el grupo en otros países sudamericanos. Como consecuencia, se abre un periodo de desempleo y de fuerte inestabilidad económica en este sector.


La decisión del grupo Pizarreño no es inusual y, muy por el contrario de lo que han ostentado los gobiernos de la Concertación, se enmarca en un proceso ya conocido. La inversión en Chile, descartando las privatizaciones de las empresas de servicios, está orientada a los sectores de recursos naturales, liderados éstos por la minería. Estos sectores, hay que recordar, no solo generan escasa y poco calificada mano de obra, sino que su actividad es altamente depredadora y contaminante. Chile, país de cazadores recolectores.


Es posible, y así lo estima el sindicado de Cerámicas Cordillera, que la decisión de la empresa no sea de largo plazo. Los trabajadores estiman que la inversión en Chile es muy alta –de unos 20 mil millones de pesos- como para cerrarla definitivamente. “En un par de años más los problemas de abastecimiento energético podrán estar resueltos con la apertura definitiva de las plantas gasificadoras y las diversas alternativas que puedan desarrollar para entonces. En ese mismo tiempo podrán volver a contratar a trabajadores con un precio mucho más bajo que el que ahora nosotros representamos (…) Esa es la forma en que operan las empresas transnacionales en economías abiertas como la nuestra, los capitales se mueven de un lado a otro buscando mejorar su ganancia, sin importarles el desarrollo de los países donde se instalan, donde menos aún le importan los rostros y familias de las personas que le venden su fuerza de trabajo y su conocimiento”.


Una estrategia no solo amparada, sino reforzada por las políticas económicas de los gobiernos chilenos. Porque los graves problemas de abastecimiento energético son el efecto de políticas ineficientes y mal planificadas, en tanto los problemas derivados por el tipo de cambio surgen de una institucionalidad, diseñada e instalada con dedicación y parsimonia durante décadas, que inhibe al Estado intervenir en los mercados.


De forma más directa es la impresión del dirigente laboral de Cerámicas Claudio Castillo. Hay chilenos “que estamos sujetos a la competencia desleal de la importación indiscriminada de productos que han barrido con la industria nacional. no ha habido piedad con los trabajadores chilenos. Tenemos la leve sospecha que quieren reabrir la empresa en unos meses más, pero con sueldos de hambre”.

Una amenaza mucho mayor

Como amenaza mayor está la percepción del inicio de un periodo de cambios, acaso de crisis, en el modo de producción capitalista. Hay, una vez más, transformaciones que conllevan un reacomodo del capital, con graves consecuencias para los trabajadores. El cierre de la salmonera de capitales noruegos Marine Harvest, en Puerto Montt, que lleva a la cesantía a más de mil 500 personas, está ligado a otros cambios, como la contracción de la japonesa Salmones Antártica, en Chiloé, con efectos en una importante reducción de personal. El motivo más directo argumentado por estas empresas no ha sido el encarecimiento de sus costos por la caída en el precio del dólar, sino un problema incluso mayor. El cierre de Marine Harvest es una evidente consecuencia del mal manejo ambiental, de una industria depredadora que no puede conciliarse con su entorno natural, de un tipo de actividad e inversión introducida a contrapelo.


En un comunicado que anuncia el fin del Colectivo de Trabajadores de la Región Metropolitana (CC.TT.-R.M.)- texto de intensa crítica y autocrítica- hay una referencia al momento que vive la economía chilena y de los cambios que se avecinan. “El capitalismo neoliberal empieza a dar muestras de debilidad en su propia reproducción. Las dificultades que enfrentan las fracciones exportadoras no mineras del capital, afectadas por un tipo de cambio a la baja durante los últimos años, el estancamiento del ritmo de inversión en la industria, la agricultura y el sector de servicios financieros, comunicaciones, AFP, etc., y el déficit energético, ha hecho sonar ya las alarmas para el corto y mediano plazo. Hay visos y anuncios de un entrampamiento estructural del patrón de acumulación engendrado por una contrarrevolución neoliberal más que madura”. Los cierres de empresas son una primera y palmaria señal de este proceso.


El documento halla una expresión de esta inestabilidad en el ámbito político. “La ralentización prolongada del crecimiento ha forzado trayectorias asimétricas en las tasas de ganancia de los diferentes segmentos empresariales, y las expectativas respecto del futuro están siendo caldo de cultivo para la emergencia de contradicciones entre las fracciones del capital. Estas se manifiestan ya con mayor frecuencia en presiones sobre el Estado y la política económica, y comienzan a alterar las correlaciones de fuerza al interior del bloque en el poder. Muchas señales confirman esta tendencia: los realineamientos respecto de la educación, la estrategia exportadora, el rol del estado y la desigualdad, las condiciones laborales, la propiedad privada sobre los recursos naturales, etc., reordenan las fuerzas que, en la superficie, se manifiestan en las recurrentes crisis en la Alianza y en la Concertación”.


El mismo fin de semana del cierre de Cerámicas Cordillera y de la enorme salmonera en Puerto Montt, Michelle Bachelet discurseaba en China con orgullo sobre los múltiples tratados de libre comercio que Chile ha suscrito con otros países, entre ellos, con la misma República Popular China. Un discurso que elogiaba, precisamente, una de las causas del desastre industrial. Porque tras ya varios años de la vigencia de diferentes TLCs, entre ellos con potencias económicas como la Unión Europea, Estados Unidos y China, nada ha variado para bien de la economía chilena. Por lo menos, no para el beneficio de sus ciudadanos.


Silvia Ribeiro, investigadora del grupo ETC (Grupo de acción con sede en Canadá sobre la erosión, la tecnología y la concentración) en un artículo sobre los TLCs publicado a mediados de abril, afirma que “a través de los TLC, las empresas transnacionales han podido aumentar exponencialmente sus ganancias, no sólo por la ampliación territorial de sus mercados, sino al lograr convertir en mercancía recursos naturales y aspectos vitales para la sobrevivencia, como la biodiversidad y los conocimientos sobre ella, el agua y los servicios necesarios para poder disfrutarla, los medicamentos, la educación y la atención a la salud, entre otros”. Un fenómeno cuyos efectos, hoy podemos observar, se expresan de forma extremadamente perjudicial en los ámbitos económicos (crisis financiera global), social (crecimiento de la desigualdad, desempleo, empleos precarios, pobreza), político (como efectos directos de la desestabilización económica y social) y medioambiental (degradación del medio ambiente, explotación indiscriminada de los recursos naturales, calentamiento global, como la suma de todos los factores.


Hemos entrado en una nueva crisis, lo que no significa la transformación del capitalismo o el paso a un estado mejor. Las crisis del capitalismo, que generalmente han sido forzadas, como bien lo demuestra la autora canadiense Naomi Klein en The Shock Doctrine, han sido utilizadas por el gran capital global y por las oligarquías nacionales para aterrorizar a la ciudadanía e imponer cambios, en todos los casos para desmantelar la institucionalidad que favorece a las personas e instalar una nueva que beneficie al capital. Así sucedió desde el golpe de Estado en Chile, pasó en Bolivia, en Argentina, en Polonia o Sudáfrica, así ha sucedido en Irak y así sigue sucediendo. Violencia y miedo. Mucho miedo.


Escribe Klein (pág.20): “Por 35 años, lo que ha animado la contrarrevolución de Milton Friedman es la atracción hacia una especie de libertad, disponible sólo en momentos de cataclismos, cuando la ciudadanía y sus demandas están aplastadas. Ello surge en momentos cuando la democracia parece una práctica imposible”. Si somos pesimistas, esta nueva crisis, aún sin rasgos de cataclismo, es posible que vuelva a ser usada por el gran capital para obtener nuevos beneficios. Si somos más optimistas, podemos pensar que está el germen de una recomposición de los movimientos sociales y el empoderamiento de la ciudadanía.


Durante la última reunión del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), realizada hacia mediados de abril en Washington, las advertencias fueron más o menos claras. El terremoto, que se mueve desde arriba, desde aquel templo del capital, que es Wall Street, ha comenzado a tener sus réplicas en los suburbios de Puerto Príncipe y en algunas capitales africanas. Si en Wall Street los rostros están demacrados por la pérdida en el valor de las acciones y la caída en las utilidades de los grandes bancos, en Haití y Africa se observan rostros crispados por el hambre, que demandan el fin al encarecimiento de los alimentos.


Durante los últimos dos años, el precio de los alimentos ha subido un 80 por ciento, efecto, bien sabemos, de la especulación financiera que busca nuevas formas de inversión. Este fenómeno, dice el FMI, que ya afecta a muchos países pobres y en desarrollo –el proceso de reducción de la pobreza ha retrocedido en todo el mundo- se trasladará también al resto de la economía.


“Esta puede ser la ruta de un gran conflicto en el futuro. Si los precios de los alimentos continúan como hasta hoy, entonces las consecuencias serían terribles”, declaró Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI.
Desempleo y alza de los precios básicos. Una mezcla perversa, trágica y… explosiva.

PAUL WALDER

domingo, abril 20, 2008

Un nuevo terrorismo


Los medios de comunicación, ya bien lo sabemos y lo sufrimos, devienen en un arma estratégica de primera línea para el mantenimiento y la reproducción del statu quo. Como servicios, no siempre rentables pero sí muy apreciado, los medios están allí para reforzar comportamientos, acaso modelarlos y por cierto controlarlos cuando fuere necesario. Estos medios, caballos de batalla de la inversión globalizada, según el clima político, social y las estrategias en marcha, cambian de su rol de Armas de Distracción Masiva (ADM o WMD, según su sigla en inglés, que es una obvia e irónica derivación de su parónimo Weapons of Mass Destruction) a cultivar el terrorismo mediático. Cuando las oligarquías están en el poder, los medios afines o bajo su tutela ejercen la función de ADM, pero cuando lo pierden o lo ven amenazado, simplemente ejercen el terrorismo mediático, primera fase de otras formas de desestabilización democrática. Como aspectos permanentes está la confusión, los intereses personales y corporativos difundidos cual amor a la patria, el cultivo de la estupidez en todas sus constantes y variables, la frivolidad como marca garantizada, la despolitización como ideología política. En suma, la mentira en todas sus versiones y manifestaciones.


Los chilenos conocemos muy bien esta doble faz de los medios de la oligarquía. Bien recordamos la campaña de desestabilización democrática, de creación de odios y de abierto golpismo elaborada por El Mercurio y financiada por la CIA durante el gobierno del presidente Salvador Allende. Y poco más tarde, tras el golpe y los secuestros, el miedo en toda su profundidad: hacia finales de 1973 las campañas de penetración psicológica elaboradas por los discípulos criollos de Joseph Goebbels le sugerían a la Junta Militar mecanismos para cargar de elementos negativos al derrocado gobierno de la Unidad popular e instalar en la población el golpe de estado como una acto liberador. Bajo el mando del psicólogo Hernán Tuane, la campaña comunicacional, que no escondía su tosquedad, buscaba generar un ambiente de “angustia”, "neurosis", "tragedia", "inseguridad", "peligro" y "miedo", percepciones que eran, por cierto, muy bien estimuladas por la bestialidad de los operativos de los organismos de seguridad. Un clima que fue muy bien canalizado y amplificado por los medios oficiales de la dictadura.


Hoy, una vez cumplidos los objetivos de haber desatado la tragedia y convertido al país en una tabula rasa social, política y económica, El Mercurio, como la voz del poder económico, de la oligarquía, observa, refuerza comportamientos, critica, hasta protesta. Solo en contadas ocasiones y con materias específicas muestra sus dientes, sus garras y su arsenal destructivo. Los gobiernos de centro izquierda bien han sabido entender esos mensajes.


A comienzos de abril se realizó en Caracas el Encuentro Regional contra el Terrorismo Mediático, el que no sólo coincidió en aquella misma ciudad con un congreso de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), sino con una campaña del terror mediático que la oligarquía argentina puso en marcha contra el gobierno de Cristina Fernández. Ella misma, durante un masivo acto ciudadano en Buenos Aires, le advirtió a sus seguidores sobre el poder de esa prensa, porque, dijo, hoy los golpes de Estado no se hacen con tanques, “sino con generales multimediáticos”. Sembrar mentiras, rumores falsos y odio, expandir el miedo, adulterar, corromper o invertir las informaciones, son aspectos necesarios en la estrategia de control.


Entretención, pero también miedo. Todo dosificado y decorado. Que produzca el “efecto verdad”; en otras palabras, que parezca verdad y se consuma como una verdad. Por lo demás, es eso lo que sucede cuando creemos en una mentira. Es engaño, farsa. Eso es el espectáculo convertido en información. Una gran escenografía, una destemplada gestualidad, un lenguaje especializado, una coreografía informativa. Que parezcan noticias, a la hora de las noticias, con cara de noticias, con música de noticias. Insumos, para que el show de noticias no parezca parte del espectáculo. Pero lo es.


Los alcances de la prensa del terror son enormes. Los mismos medios que sirvieron para acunar, para arropar a la dueña de casa, para divertir a los jóvenes, esos rostros de la credibilidad son los de la mentira y el miedo. El matinal puede devenir en el gran show del miedo, y también del odio.


¿Por qué invertir en negocios poco rentables? Porque el negocio no sólo es de corto plazo. Megavisión, Chilevisión, están allí no sólo para hacer caja. Están allí como las buenas ADM que son, para reforzar comportamientos, para establecer los límites, para moralizar, para canalizar el statu quo. Lo mismo que El Mercurio y su cadena, La Tercera, y el grupo español PRISA, que se adueña de la radiofonía. Invierte millones en publicidad para reanimar y renombrar la Radio W como ADN Chile y contar con una emisora informativa. Un negocio a largo plazo, centinela de los miles de millones de las transnacionales hispanas. Hoy ADM, en cualquier momento, terror mediático.


Como señala la declaración consensuada en caracas por los diversos expertos en comunicaciones, "el terrorismo mediático es la primera expresión y condición necesaria del terrorismo militar y económico que el Norte industrializado emplea para imponer a la Humanidad su hegemonía imperial y su dominio neocolonial".

PAUL WALDER

miércoles, abril 16, 2008

La TV digital y la necesaria participación ciudadana


Como todas las nuevas tecnologías, la televisión digital también aparece con una aureola de magia y oferta de cambios. Como la radio, como la televisión, como internet y la telefonía celular: un mar de expectativas ante una tecnología que promete mejorar nuestras vidas. Tras más de un siglo de tal vez las mayores innovaciones de la historia, aún mantenemos, quizá con cierto candor, una fe a toda prueba en la técnica, una ideología que cree ciegamente en la técnica.

A qué se debe esta fruición por la tecnología. ¿Por el placer? ¿Por la comunicación? Pensemos que se trata de comunicación, de un interés por comunicarnos mejor. Y si nos atenemos a las estadísticas de acceso a la tecnología, los números son impresionantes. Hasta en Chile hay más de un televisor por hogar y la telefonía celular apunta a una cobertura (teórica) del cien por ciento, con casi 15 millones de aparatos. El Centro de Estudios de Economía Digital de la Cámara de Comercio de Santiago establece el acceso a internet en un rango superior al 43 por ciento, muy superior, dice, al de otros países de la región. En fin, aquí, como en otras latitudes, estamos comunicados. La pregunta es, sin embargo, la siguiente: ¿Estamos realmente comunicados?

Es otra pregunta pertinente es si ¿ha sido útil esta tecnología para estrechar nuestras relaciones? La respuesta, es bien ambigua. Por un lado hemos generado una fuerte dependencia a estas tecnologías, en ciertos casos “esclavizados” a ella –como los usuarios del sistema blackberry con acceso a las cuentas de correo electrónico vía celular- u obsesionados por ella –como los adolescentes y no tan jóvenes que hablan de manera mecánica y compulsiva-; por otro lado, de forma paralela, surge una sospecha por la tecnología, lo que ha creado una relación ambivalente, un especie de doble vínculo con las tecnologías. La dependencia, y la virtual ubicuidad que han conseguido los poderes –políticos, públicos, económicos, comerciales- en el control de nuestras vidas nos lleva a desconfiar profundamente del curso que sigue la técnica.

La última vuelta a la tuerca tecnológica viene con la televisión digital, la que se anuncia y se difunde hoy en día como una mejor imagen. La TV digital se presenta en Chile como la pantalla de plasma que permitirá ver mejor desde las noticias, el fútbol, toda la variedad de farándula hasta el Discovery Channel y el Cartoonnetwork. Un nuevo producto, un nuevo objeto de consumo de masas ofertado al ciudadano-televidente, que más que un ciudadano participativo es un activo consumidor. Para este sujeto, la televisión digital es un producto, un servicio más. Un juguete nuevo.

Pero la televisión digital es una revolución en la televisión, de un modo similar, podríamos decir, como lo ha sido la telefonía celular respecto de la telefonía fija. No sólo es imagen, mejor imagen; se trata de un cambio que llevará a importantes transformaciones en el negocio, pero sobre todo en el modo de comunicación. La TV digital no sólo es un objeto de consumo o un nuevo espacio económico para los operadores y proveedores, sino que es una nueva forma de hacer y de ver televisión.

Este es el punto central del debate. Y es, precisamente, el debate que no ha circulado. Se ha discutido sobre la norma, si será estadounidense, japonesa o europea, lo que es un asunto básicamente comercial, pero no el por qué de una televisión digital, sus alcances y transformaciones. De partida, además de la calidad de la imagen, la nueva tecnología es interactiva, se complementa o converge con otras tecnologías de la información, y amplía el número de señales en la televisión terrestre abierta, las que se elevarían a cerca de 50, o, incluso, podrían ampliarse sobre el centenar. Un conjunto de innovaciones que, de no intervenir de manera activa la sociedad civil, podrían quedar en manos de los mismos operadores actuales.

La televisión digital, al ampliar el número de señales e incorporar otros cambios, como la interactividad, es una tecnología potencialmente más participativa: podrían ingresar nuevos actores en un modelo de negocio que está aún por hacerse. Como efecto, podría construirse un nuevo tipo de televisión, en la que el factor entretención, espectáculo y negocio no sean los únicos, sino que se amplíen todas las posibilidades de la comunicación. Pero también puede suceder lo contrario, que es reproducir lo que hay bajo las manos e intereses de los actuales operadores y financistas de la televisión. Bajo este esquema hay cuatro informativos, a la misma hora, que trasmiten la misma basura. O también podría reproducirse algo similar a lo que sucede con la TV por cable. Pese a ser pagada, no sólo incluye también publicidad, sino que la oferta tiende a nivelarse en el gusto masivo con el siguiente resultado: 40 o 50 canales, pero nada que ver.

El debate de la TV digital será necesariamente una discusión política, en la que debiera participar toda la ciudadanía. Que el debate no sólo lo copen los operadores, financistas, avisadores y todo tipo de proveedores. Tampoco sus lobbystas ni aquel ciudadano-espectador-consumista que observa el mundo amodorrado en un sillón frente a la pantalla. La televisión digital no ha de ser un canal para más ventas, para la homogeneización de los intereses ni para el letargo de las voluntades. Una tecnología como esa -más similar a internet que a la actual TV- es útil si estimula la heterogeneidad, el respeto a las minorías y las diferencias culturales, si permite y amplifica las millares de voces que componen un sistema social. De lo contrario, será un instrumento de dominación y adormecimiento más.

Este debate ha de tomarlo la ciudadanía activa y exigir el derecho a una televisión universal y participativa.


PAUL WALDER