WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

viernes, octubre 26, 2007

El gobierno, más neoliberal que el propio FMI


“You can hang back or fight your best on the frontline”
(Puedes quedarte atrás o dar tu mejor lucha en la primera línea)
Bob Dylan, Workingman’s blues, Modern Times, 2006


El último informe económico mundial publicado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) nos lleva a la sorpresa. No por las proyecciones, poco auspiciosas para el 2008, y tampoco por los riesgos advertidos. El estupor es por reconocimiento que hace el organismo financiero a las causas del aumento de la desigualdad social y económica en el mundo, las que relaciona, sin rodeos, con aspectos del proceso de globalización, entre éstos, los avances tecnológicos y la inversión extranjera. Un diagnóstico elevado durante largos años por economistas independientes y no pocos grupos de presión que hoy acoge el organismo que por tanto tiempo ha sido el principal pregonero de la globalización. El malestar de la globalización, detectado hace más de cinco años por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz es hoy una certeza aceptada incluso por sus más furibundos oficiantes.

El mundo de oportunidades publicitado durante toda la década pasada y gran parte de la actual por el FMI ha dado origen a uno de los momentos de la historia económica con mayores índices de desigualdad. La institución afirma que “en los últimos 20 años, la desigualdad del ingreso ha aumentado en la mayoría de los países y regiones. Al mismo tiempo, el ingreso per cápita se ha incrementado en casi todas las regiones incluso para los segmentos más pobres de la población”. Una segunda afirmación que más parece una creencia basada en la lógica del derrame, de lo que sobra a los ricos. Bien se sabe ya que el aumento del ingreso per cápita es un número oscuro, que impide ver la verdadera distribución del ingreso. La lógica no es la del derrame, sino de la concentración de la riqueza y la masificación de la pobreza. Este y no otro es el proceso de globalización corporativa.

De las estadísticas del mismo organismo surge otra información. El producto per cápita chileno será de 9.948 dólares anuales el 2008, sólo superado en la región por Venezuela. El número, que puede destacar entre los vecinos, se diluye al interior de nuestras estadísticas por la tremenda distorsión en la distribución de esta cifra. Si así fuera, si la distribución fuera equitativa, cada chileno tendría una renta mensual de aproximadamente 416 mil pesos. Algo que parece un mal chiste al considerar que el veinte por ciento más rico absorbe prácticamente la mitad de la renta nacional, o que el salario mínimo, ingreso que percibe un millón de trabajadores, es de escasos 144 mil pesos mensuales. El tan voceado crecimiento económico es aquí crecimiento para las grandes corporaciones.

Las causas del mal


Las causas de la desigualdad, según el FMI, están en el avance tecnológico, en la inversión extranjera y en el desarrollo financiero. “El progreso tecnológico en sí mismo explica la mayor parte del aumento de la desigualdad desde principios de los años ochenta”, el que toma cuerpo en una profundización del desempleo y de empleos precarios. Las grandes corporaciones, que son también los grandes inversionistas extranjeros, reducen costos laborales mediante el uso cada vez intensivo de las nuevas tecnologías. Y si ha habido creación de nuevos empleos, estos son por lo general de mala calidad, muchas veces en la informalidad y con bajos salarios.

La inversión extranjera como el otro gran factor de la inequidad. ¡Vaya novedad! Estas mismas corporaciones que integran las nuevas tecnologías reducen y externalizan el trabajo, lo que redunda en un aumento de sus beneficios. Un vistazo al sector financiero chileno, afecto a los flujos de inversión extranjera mediante fusiones y adquisiciones muestra que durante los últimos años todo ha crecido para este sector, excepto la creación de nuevos empleos y aumento de salarios.

Otro documento, el Informe sobre las Inversiones en el Mundo, publicado por la UNCTAD durante el año en curso, apunta lo siguiente: “Los gobiernos siguen adoptando modelos para facilitar la inversión extranjera. En 2006 se observaron 147 cambios que hicieron más favorables estas políticas en los países receptores. La mayoría de ellas, un 74 por ciento, fue adoptadas en países en desarrollo”. Cabe recordar la puesta en marcha del TLC entre Chile y Estados Unidos el 2004, que eliminó el encaje a las inversiones extranjeras, lo que abre la posibilidad de rápidas y abultadas corrientes de desinversión. Según este mismo informe, en América latina durante el 2006 los flujos de recepción de inversión extranjera prácticamente no crecieron respecto al 2005, sin embargo los flujos de salida aumentaron un 125 por ciento.

Si el FMI admite el aumento de la inequidad como consecuencia de la globalización es sencillamente porque el fracaso de este modelo es ya evidente. Y no sólo para los trabajadores y consumidores, sino para el mismo desarrollo futuro de la economía. Nada promisorio surge del informe del Fondo. Junto con anunciar una sostenida baja en la tasa de crecimiento de la economía estadounidense -1,9 por ciento pronostica- el organismo pergeña en su documento una retahíla de advertencias: existen riesgos negativos para las perspectivas derivadas de la inflación, “los precios del petróleo han repuntado hasta nuevos máximos y no puede descartarse un nuevo aumento brusco… La persistencia de los desequilibrios mundiales sigue planteando un riesgo inquietante”.

Esto es, nuevos incrementos en el precio ya alto del petróleo, los que el Fondo Global Energy Fund de Investec estimó hace poco más de una semana en 150 dólares el barril de aquí a no más de dos años. Aumentos que también suceden en otros sectores, como el alimentario, que ha elevado en nuestro país de forma desmesurada los precios de la canasta básica. Una estimación realizada por el diario El Mercurio afirmó que las familias más pobres han perdido más del veinte por ciento de su poder adquisitivo durante el año. ¡Chile, país de oportunidades! recordamos durante el gobierno pasado; Chile, país desarrollado el 2020, oímos anunciar hace unas semanas al ministro de Hacienda. Chile, decimos, en un callejón sin salida.

Cul de sac

La matriz neoliberal, seguida en Chile al pie de la letra pese al grandilocuente y espurio discurso social de los gobiernos de la Concertación, hace agua por varios de sus costados. No está en una encrucijada cualquiera, está en un callejón sin salida, en un cul de sac. Inflación, malos empleos, concentración de la riqueza, precarización de la vida urbana y social, aumento de las desigualdades, sean económicas, territoriales, culturales, educacionales y sanitarias, erosión de las perspectivas de una mejor calidad de vida. Un deterioro global que no es una simple consecuencia ni del Transantiago ni de las políticas comunicaciones, como se prescribe a sí misma La Moneda. Es el efecto de estar administrando un modelo económico, social y político arruinado.

A las alzas de los combustibles y de los alimentos básicos – el pan ha subido casi un 20 por ciento durante el año, los huevos lo mismo, la leche un 50 por ciento, y habrá sin duda mucho más- viene a partir del 1 de noviembre un alza del 15,5 por ciento de la energía eléctrica, incremento que, según la trayectoria de las variables anunciadas por el FMI, es altamente probable que se repetirá durante el 2008.

¿Y qué hace el gobierno? Anuncia con pedantería subsidios para los más pobres, que es una forma de la política de la compasión, del control de los márgenes extremos. Una política que no tiene diferencia ninguna con los programas asistenciales propuestos por las derechas.

Se trata de la asistencia pública, del socorro de último minuto, programa que mantiene al pobre en la pobreza, que cristaliza el statu quo, que consolida todas las desigualdades. Nadie superará la pobreza con estos y otros subsidios. Tal vez ocurrirá el proceso inverso: con los actuales oleajes de los mercados serán cada vez más los que terminen sumergidos en la marejada. Mideplán informó hace unos días que un 30 por ciento de la población había estado en algún momento en la pobreza durante los últimos diez años. Al considerar cuál es la metodología que emplea esta institución para medir la pobreza –recordemos que un pobre es quien percibe una renta bajo los 43 mil pesos- podemos decir sin gran riesgo que en situación de carencia ha estado bastante más de la mitad de la población chilena durante ese período. Y tal vez nos quedemos cortos. “Chile, país modelo”, decían hace poco tecnócratas, misioneros y zalameros del libre mercado.

Si el aumento de la inequidad bajo el torrente de la globalización neoliberal ya la asume el FMI, a quién hoy en día le puede asombrar que la Democracia Cristiana o parte de ese partido impugne la entrega de la economía, como paquete precintado, a las grandes corporaciones y a los ruleteros del mercado. O que el crecimiento con equidad sea tema de discusión en algunos cónclaves empresariales y parte de los discursos de la derecha. Porque lo que ha venido pregonando la Iglesia católica sobre el salario ético, sobre la injusticia social, sobre la concentración de la riqueza, es una realidad de una evidencia a toda prueba. Una perversa realidad que, sin embargo, no se resolverá al rasgarse vestiduras o al asumir la mala conciencia.

Velasco, impasible y recalcitrante

Sí puede sorprendernos la persistencia a toda prueba de un gobierno en un patrón económico que exhibe sus errores por todos lados, con la notable excepción de las utilidades empresariales. El 17 de octubre el Ministro de Hacienda, Andrés Velasco, hizo una exposición ante centenares de empresarios en la Sofofa. “Visión Económica 2007-2010” se llamó su alocución, la que parecía la proyección del documental “Chile, país de las maravillas”. Para comenzar, Velasco no se quedó corto y anunció sin matices ni pudor su meta: Chile será un país desarrollado. ¿Cómo? Nada más sencillo. Con un poco más de lo mismo. Así, dice: “Repetir el crecimiento del PIB por habitante de 5,6 por ciento realizado entre 1990 y el 2006”. Bajo esta trayectoria, calcula, Chile alcanza los 20 mil dólares que actualmente tiene un país como, dijo él, Portugal. ¿Chiste? ¿Un cuento de hadas para niños? Tal vez ingenua demagogia de quien dice que no lo es.


Velasco persiste a como dé lugar en el modelo. “Desde 1990 Chile ha crecido como nunca en su historia y ha abierto sus fronteras al mundo, negociando acuerdos comerciales con economías que representan el 86 por ciento del PIB mundial”. Pero no nos dice que quienes exportan y se benefician de estos mercados son una mínima parte de las empresas, generalmente las grandes corporaciones, que estas empresas son las que externalizan los empleos, que ellas son, efectivamente, las responsables del crecimiento del PIB, del que finalmente se apropian.

Velasco nos recuerda que “con políticas sociales efectivas hemos logrado que hoy la pobreza y la indigencia se hayan reducido a un tercio de lo que eran el año 90. La desigualdad finalmente también ha empezado a ceder”. Pero cabe preguntarse con qué instrumentos mide esa pobreza, y en qué categoría coloca Velasco a quienes salen de la pobreza, con ingresos superiores pero cercanos a esos 43 mil pesos mensuales. Y tampoco dice nada con las estadísticas de desigualdad, las peores en la historia de Chile, sólo comparables con los más oscuros años de la dictadura.

La fe de Velasco en el neoliberalismo es a toda prueba. El desarrollo, una suerte de paraíso terrenal, está en la persistencia de los mismos programas que puso en marcha la dictadura y que la Concertación profundizó. “Tenemos que persistir en las políticas que nos han permitido avanzar: la carrera al desarrollo es larga y hay que sostener el tranco”, dice, sin ninguna contención. Un “tranco” que “exige esfuerzo y coraje”.

Su convicción en la matriz neoliberal transparenta también su fundamentalismo, lo que lleva a advertirle a su audiencia empresarial que “no hay atajos fáciles. Estamos a mitad de camino. No podemos dejarnos llevar ni por populismos fáciles ni por pesimismos injustificados”. Bien sabemos a qué se refiere Velasco con los “populismos fáciles”, lo que claramente es un mensaje a la derecha sobre el malestar social y las eventuales propuestas de la izquierda –imaginamos en su cabeza a Correa, Chávez, Morales y hasta Kirchner- , y también podemos intuir aquellos “pesimismos injustificados”, orientados estos a los temores empresariales al ver reducidos en el futuro sus márgenes de ganancias. Por algo Velasco ha elegido esa audiencia para abrir su corazón.

Son sus pares, sus amigos, sus vecinos, su mundo.

martes, octubre 16, 2007

La inflación, la UF y los intereses: Un nuevo camino hacia la proletarización


La inflación acumulada durante el año, que ha llegado a un 6,2 por ciento a septiembre, es muy probable que hacia diciembre aumente hasta un 6,6, o, incluso, siete por ciento. Se trata de un fenómeno de encarecimiento de la vida no presente en la vida nacional desde hace más de diez años, aun cuando no por eso es un evento nuevo. Un poco de memoria nos trae de nuestra historia económica no pocos periodos inflacionarios y también hiperinflacionarios. Porque sólo a partir de 1995 las estadísticas de precios al consumidor muestran valores de un solo dígito. Sin hundirse demasiado en la historia, en 1985 el IPC anual fue de más del 35 por ciento, en 1990 de 25,9 y en 1992 de 15,6.


Pero la actual alza en los precios, sensiblemente menor a esos registros, es igualmente dañina. Y tal vez peor. La matriz económica en boga desde hace ya un par de décadas ha tendido a cristalizarse, generando un trasvasije del poder desde los consumidores, trabajadores y también pequeños productores hacia los grandes conglomerados. Y en el proceso, se han desmontado todas las organizaciones sociales que contenían este deslizamiento del poder. En concreto, hoy los trabajadores están atados de manos para levantar demandas en cuanto a aumentos de los salarios. No cuentan con mecanismos que amortigüen la pérdida de poder adquisitivo tras las alzas de los precios.


El otro factor que afecta y afectará a los consumidores deriva de las políticas monetarias del Banco Central, que para frenar el aumento de la inflación ha venido subiendo las tasas de interés. El mes pasado subió la tasa a un 5,75 por ciento anual y aun cuando no la elevó el 11 de octubre, nada indica que no lo haga en noviembre o diciembre. Una decisión que apunta a controlar el aumento de los precios al quitarle estímulo a la demanda de bienes y servicios, pero que también encarece el costo de la vida. La deuda de los chilenos crece en la medida que este aumento del interés se les traspasa a sus respectivas obligaciones financieras.


El problema continúa por otros cauces. La concentración de la propiedad y del mercado, un proceso inherente a la matriz neoliberal, apunta a su consolidación, lo que tiene efectos en los precios. Las grandes batallas de precios de los diversos actores que compiten en un sector dan posteriormente paso, una vez desbrozado el terreno de los más débiles, a una virtual concertación entre los que emergen como actores dominantes. Eso es precisamente lo que ha comenzado a ocurrir con los supermercados, curso que se tenderá a profundizarse con las fusiones ad portas. Un proceso que ha sido advertido por la misma Fiscalía Nacional Económica en cuanto la evolución que han seguido los supermercados afectará desfavorablemente a los consumidores.


Las alzas de los precios y de las tasas de interés son una nueva vuelta de tuerca en el perverso proceso de concentración de la riqueza. Los artículos más sensibles a elevar sus precios han sido los alimentos, distribuidos éstos al consumidor principalmente por las grandes cadenas, en tanto el aumento en las tasas de interés sobre los préstamos otorgados por los grandes bancos y otros actores financieros, como las tiendas de departamentos y los mismos supermercados, contribuyen a un nuevo traspaso de la riqueza desde los consumidores a estos escasos grandes actores.


Hay también otro fenómeno de la distribución al detalle que incide con fuerza en la concentración de la riqueza, el que también ha sido objeto de advertencias por la FNE. Desde hace años las grandes cadenas de supermercados, que se han consolidado como un unilateral poder de compra, vienen presionando a través de los precios al por mayor que pagan a sus proveedores. Como estos conglomerados tienen cada día una mayor cuota de mercado, los productores han de aceptar las condiciones que se les imponen. Por tanto, el control que ejercen los consorcios de la distribución es sobre sus proveedores y sobre los consumidores.


¿Cómo hemos llegado a esto? Durante los últimos 17 años, lentamente. Valga el ejemplo de la parábola de la rana hervida. Una rana salta lejos si cae a un matraz con agua hirviendo, pero si la temperatura del agua sube lentamente, la rana muere escaldada.


El pan de cada día


Los precios que han registrado las mayores alzas durante el año han sido los alimentos, un bien de consumo básico que ocupa la mayor parte de los ingresos en las familias más pobres. Mientras más pobre se es, una mayor proporción de la renta irá destinada a lo más necesario, que es la alimentación. Cálculos de economistas independientes estiman que la mitad del salario de un hogar del quintil de menores ingresos se destina a alimentación.


Los precios de los alimentos y otros bienes y servicios básicos han seguido durante los primeros nueve meses del año una trayectoria sensiblemente más alta que el promedio del 6,2 por ciento que marca el IPC. Al observar la evolución de los precios de estos productos, pueden hallarse alzas superiores al cien por ciento. Una canasta de productos aleatoria de alimentos básicos, que componen parte la dieta nacional, apunta hacia otra realidad, tan cruda que lleva a la extrañeza la resignación con que la ciudadanía está enfrentando estas alzas.


De partida, el pan corriente ha subido entre enero a septiembre desde 623 a 733 pesos, más o menos un 17 por ciento. El arroz, durante el mismo periodo, ha aumentado su precio en un 13 por ciento, los tallarines en un 8,2, la carne molida en un seis por ciento, la merluza en un once por ciento, el pollo en un 16 y los huevos en un 21 por ciento.


La leche ha subido nada menos que un 51 por ciento, el queso en un 55 por ciento, el aceite de maravilla un 16, la mantequilla un 20 por ciento y el café en un diez por ciento, lo que no es nada al compararlos con el alza del precio de las papas, que desde enero a la fecha ha aumentado en un 95 por ciento, o con las cebollas, que han crecido un 130 por ciento.


Otros bienes básicos son los medicamentos. Durante el año los analgésicos han subido un cinco por ciento, los antibióticos un 28, los antitusivos y broncodilatadores un cinco por ciento y los tranquilizantes un 41 por ciento. Pero hay buenas noticias: los anticonceptivos bajaron un 24 por ciento.


Las tarifas de los servicios y combustibles también vienen con fuerza en alza. El del agua potable ha crecido un 5,4 por ciento, el gas ciudad un 13,3 y la electricidad un 14,4 por ciento, servicio cuya tarifa subirá con fuerza en el mes de noviembre. Con las alzas pasadas y las que vendrán este fin de año y durante los primeros meses del 2008, la electricidad acumulará un incremento del 50 por ciento en su precio.


La parafina ha aumentado en un 8,6 por ciento y la gasolina en un doce por ciento. Pero lo peor está por venir. Estos precios de los combustibles aún no incorporan las más recientes alzas del petróleo, que durante la última semana superó los 80 dólares el barril. Un alza que tendrá sus efectos en las tarifas eléctricas.


Líder de los precios


Las grandes cadenas de supermercados tienen un peso decisivo en el consumo. Y sólo dos conglomerados, D&S y Cencosud, detentan más de un 60 por ciento de las ventas del sector. Una posición dominante que ha llevado a D&S a aumentar sus utilidades durante el primer semestre del año en un 50 por ciento y a Cencosud a incrementarlas en un 110 por ciento.


Este aumento en las utilidades no coincide con un fuerte aumento en las ventas de los supermercados. Las estadísticas de la Asociación de Supermercados exhiben una sostenida caída en las ventas de los supermercados, la que se ha agudizado en agosto, con una baja de 6,8 por ciento en comparación con el año pasado.


Hace escasos meses la Fiscalía Nacional Económica (FNE) solicitó al tribunal de la Libre Competencia la suspensión de una serie de prácticas llevadas a cabo por estas cadenas, derivadas de su extremo poder de compra, las que afectan principalmente a sus proveedores. Pero el perjuicio, dice la FNE, va más allá y tiene consecuencias en los mismos consumidores. “Es indispensable establecer estas medidas para limitar el poder de compra, por los negativos efectos que tiene, no sólo para los proveedores, sino también para los consumidores y competidores potenciales, pues el ejercicio de este poder reduce la oferta de bienes y servicios y el bienestar general”. Este creciente poder, que tiene características de oligopolio, impide también el ingreso de nuevos actores al sector, lo que redunda finalmente en la inhibición de competidores y potenciales competidores y en un control sobre los precios.


Un más reciente informe de la FNE titulado “Análisis Económico de la Industria de Supermercado”, advierte con aún más claridad sobre el riesgo del aumento en la concentración de la propiedad y del mercado.


“Una vez que las principales cadenas logran dominar los mercados locales y su crecimiento comienza a generar una mayor concentración a éste nivel, el efecto sobre los precios es opuesto” porque “para el consumidor final, los presuntos beneficios de una mayor concentración en la industria supermercadista son, a lo menos, cuestionables. Las operaciones de concentración han sido seguidas primero de una desaceleración de la caída de los precios observada anteriormente y luego de alzas de precios”.


Es posible observar una relación entre la concentración de mercado y el alza de precios. Aun así, hay sin duda otros factores que han impulsado el alza de los precios de los alimentos. Los precios de los alimentos y de los combustibles se han convertido en una presión inflacionaria de largo plazo. Y aun cuando se trata de tipos de bienes muy distintos, hoy en día están muy relacionados. El aumento de los precios del crudo ha estimulado en numerosos países industrializados y en muchos productores de granos y otros cultivos la idea de producir biocombustibles, los que hoy en día son más baratos que los derivados del petróleo. Esta demanda por cultivos como insumos para combustibles ha elevado no sólo los precios de estos bienes, como, por ejemplo, el maíz, sino indirectamente el de otros alimentos. Durante los últimos tres meses, el precio internacional de la leche se ha elevado en un 15 por ciento como consecuencia del encarecimiento de los piensos utilizados en la alimentación del ganado lechero. Y si así ha sido con la leche, próximamente lo será también con la carne.


Aun cuando la inflación es efecto de tan diversos factores, hay al menos dos fundamentales: una fuerte demanda por los productos lleva a incrementos de los precios, en tanto el tipo de cambio tiene relación con el precio relativo de los bienes importados. Respecto a la primera situación, y como ya hemos observado, las ventas de supermercados mantienen niveles decrecientes a años anteriores, con un crecimiento mensual promedio al uno por ciento. No habría aquí evidencia de inflación por una fuerte demanda de bienes. Y tampoco lo hay en el tipo de cambio, sino que el fenómeno de apreciación del peso respecto al dólar tiende a abaratar los productos importados y aquellos nacionales cuya producción tiene insumos importados. En los últimos nueve meses el dólar ha bajado desde un promedio de 550 pesos a los actuales 496 pesos.


Un poco de economía-ficción


El gobierno sólo observa y lanza ciertas expresiones que valen su reproducción. El ministro de Hacienda, en un ejercicio que parece más obligado que inspirado, ha dicho que el gobierno sigue atentamente la evolución de los precios, que los salarios han venido aumentando con fuerza y que, si seguimos en esta brecha, Chile llegará a ser un país desarrollado, como Portugal dijo, el 2020. ¡En qué estaremos en aquellos años! Un vaticinio que nos trae a la memoria otra profecía surgida también desde Hacienda. Cuando el actual canciller Alejandro Foxley ocupó la cartera de Hacienda, la primera bajo la Concertación durante los años de Patricio Aylwin, en un arrebato de su profunda fe en el libre mercado nos dijo también que si la economía continuaba creciendo a altas tasas, Chile sería desarrollado, como España dijo, en no más de diez años. Pues bien, en primer lugar, la economía sí ha crecido, y cómo ha crecido para las grandes empresas. En segundo término, Chile no sólo no es aún un país desarrollado, sino que se ha insertado entre las naciones más desiguales del mundo con un creciente deterioro de su tejido social. Por último, han pasado más de diez años. ¿De qué se trata? ¿Error de cálculo, error metodológico, demagogia o falacia?


El golpe de los precios no viene sólo desde los productos y servicios. Viene también del encarecimiento del precio del dinero a través de un aumento de la Unidad de Fomento (UF) y de la tasa de interés. Desde enero a septiembre la UF ha aumentado 1.112 pesos, en tanto el interés cobrado por bancos y otras entidades financieras ya comienza a hacerse perceptible. Aun cuando prácticamente todas las tarjetas de créditos habían elevado levemente sus intereses, Presto, el plástico de Líder, ha subido el interés desde un 11,7 por ciento en enero a un 21,3 por ciento en septiembre, lo que puede interpretarse como un precedente al que se sumará en poco tiempo el resto del sistema financiero.


Hay que considerar que un alza en las tasas de interés no sólo afecta directamente a los consumidores. También lo hace de manera indirecta. Si se eleva el costo del crédito para las empresas, éstas tenderán a traspasarlo a sus productos y servicios, lo que redundará finalmente en mayores precios que tendrán que enfrentar los consumidores.


Para el Banco Central de Chile, los niveles de endeudamiento no son riesgosos, los que compara con países desarrollados, con niveles que duplican al chileno. Un estudio de finales del año pasado informaba que la deuda total de los consumidores, que crece a una tasa anual cercaba al 20 por ciento, representaba entonces el 57 por ciento de los ingresos anuales de los hogares. Si esta proporción se compara, por ejemplo, con España, con una deuda cercana al 110 por ciento del ingreso, se puede estimar bastante moderada.


La más reciente historia económica nos remite a las crisis asiática, rusa y brasileña de finales de la década pasada. El efecto en Chile de estas turbulencias financieras fue un aumento inusitado de las tasas de interés, que llevó al colapso a millares de pymes y envió a por lo menos un millón de consumidores a los registros de Dicom. Hoy en día, sin crisis mediante, se estima que hay por lo menos un millón de personas en una situación financiera muy inestable, que podría repetir el fenómeno de comienzos de la década.


El actual crecimiento del consumo está apoyado, y qué duda cabe, en la expansión de los créditos, los que, hemos visto, han venido creciendo a una tasa anual del 20 por ciento. Un estudio del Sernac de agosto pasado, aún sin el efecto de las mayores tasas de interés, reveló que un crédito en dinero efectivo otorgado por una casa comercial tiene un recargo, de comisiones más intereses, de un 94,5 por ciento. “Sólo en el pago de intereses más comisiones se duplica el valor solicitado de avance. Dicho de otro modo, los consumidores terminan pagando hasta casi dos veces el monto solicitado al contado”.


Sin ahondar por ahora más en este conocido fenómeno, lo único que agregaremos es cómo afectará a los consumidores chilenos este enorme incremento del costo de la vida expresado en el alza de los precios de productos y servicios y en el aumento de los intereses que pagan por sus créditos.

viernes, octubre 05, 2007

Dánoslo hoy…


Esta es una simple constatación del pan de cada día.

Los precios que han registrado las mayores alzas durante el año han sido los alimentos, un bien de consumo básico que ocupa la mayor parte de los ingresos en las familias más pobres. Mientras más pobre se es, una mayor proporción de la renta irá destinada a lo más necesario, que es la alimentación. Cálculos de economistas independientes estiman que la mitad del salario de un hogar del quintil de menores ingresos se destina a alimentación.

Los precios de los alimentos y otros bienes y servicios básicos han seguido durante los primeros nueve meses del año una trayectoria sensiblemente más alta que el promedio del 6,2 por ciento que marca el IPC. Al observar la evolución de los precios de estos productos, pueden hallarse alzas superiores al cien por ciento. Una canasta de productos aleatoria de alimentos básicos, que componen parte la dieta nacional, apunta hacia otra realidad, tan cruda que lleva a la extrañeza la resignación con que la ciudadanía está enfrentando estas alzas.

De partida, el pan corriente ha subido entre enero a septiembre desde 623 a 733 pesos, más o menos un 17 por ciento. El arroz, durante el mismo periodo, ha aumentado su precio en un 13 por ciento, los tallarines en un 8,2, la carne molida en un seis por ciento, la merluza en un once por ciento, el pollo en un 16 y los huevos en un 21 por ciento.

La leche ha subido nada menos que un 51 por ciento, el queso en un 55 por ciento, el aceite de maravilla un 16, la mantequilla un 20 por ciento y el café en un diez por ciento, lo que no es nada al compararlos con el alza del precio de las papas, que desde enero a la fecha ha aumentado en un 95 por ciento, o con las cebollas, que han crecido un 130 por ciento.

Otros bienes básicos son los medicamentos. Durante el año los analgésicos han subido un cinco por ciento, los antibióticos un 28, los antitusivos y broncodilatadores un cinco por ciento y los tranquilizantes un 41 por ciento. Pero hay buenas noticias: los anticonceptivos bajaron un 24 por ciento.

Las tarifas de los servicios y combustibles también vienen con fuerza en alza. El del agua potable ha crecido un 5,4 por ciento, el gas ciudad un 13,3 y la electricidad un 14,4 por ciento, servicio cuya tarifa subirá con fuerza en el mes de noviembre. Con las alzas pasadas y las que vendrán este fin de año y durante los primeros meses del 2008, la electricidad acumulará un incremento del 50 por ciento en su precio.

La parafina ha aumentado en un 8,6 por ciento y la gasolina en un doce por ciento. Pero lo peor está por venir. Estos precios de los combustibles aún no incorporan las más recientes alzas del petróleo, que durante la última semana superó los 80 dólares el barril. Un alza que tendrá sus efectos en las tarifas eléctricas.