WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

miércoles, agosto 30, 2006

¿A quién aterra la voz de los opacos poderes?

El laissez-faire neoliberal aplicado a la prensa ha derivado en el final de la libertad en la circulación de las ideas. Ha derivado en el fin del denominado Cuarto Poder (concepto de Edmund Burke que emerge junto a la historia moderna) y en un monopolio de la información. Sin este Cuarto Poder, sin prensa libre, que es el equivalente a las múltiples voces que forman la ciudadanía, a la expresión de la sociedad civil organizada, lo que hay es un órgano de difusión del poder o los poderes fácticos.
Sucede en muchas latitudes, y con especial intensidad en la nuestra, que ha sido laboratorio y hoy paraíso del libre mercado. Sin prensa libre, lo que tenemos es la voz única de El Mercurio, voz y estruendo que se replica y reproduce en el resto de los medios, como si este matutino irradiara y reflejara nuestras verdades.
Una voz, que no es espejo de opinión pública, sino el conservadurismo, la reacción mediatizada. El Mercurio, bien sabemos, está allí no para expresar la realidad social o el clima de opinión pública, sino para crearla.
“El Estado soy yo”, le dicen sin explicitar al gobierno los opacos poderes que modelan la voz de El Mercurio. ¡Ustedes son mis administradores! Y bajo esta premisa tenemos a un gobierno que en cuatro meses ha perdido un tercio del apoyo popular, ha debido cambiar su gabinete y, más que gobernar y empujar su agenda, reacciona a los obstáculos que cada mañana florecen tras los titulares.
El Mercurio gana cada día más poder porque lo miran y leen con atención. Porque el resto de la prensa lo sigue como rebaño inconsciente. Pero especialmente gana poder porque su historia aterra. No sólo puede complicar y enloquecer a un gobierno que le parezca incómodo a los intereses que representa, sino porque ha logrado derribar gobiernos.
No creemos que son éstas hoy las intenciones del matutino, ni tampoco reeditar la historia reciente. Pero tal vez sí poner a un gobierno de rodillas y disfrutar hasta el hartazgo de su poder. Y es eso lo que vemos y así ha sido durante las últimas semanas:
Martes 25 de julio: Amonestación escrita a embajador chileno en Venezuela”.
Miércoles 26: “Incumplimiento de promesa argentina golpea a La Moneda”.
Jueves 27: “Bachelet da señal de independencia en la política exterior de Chile”.
Viernes 28: “Encuesta CEP ratifica baja y debilidad inicial del gobierno”.
Sábado 29: “Bachelet y García acuerdan acelerar la firma de un TLC”
Domingo 30: “Chile y Perú reactivan lazos en Defensa e inversión”.
Y qué vemos. Explícitos mensajes hacia la Cancillería para el alineamiento que debe tomar Chile en la región: García y no Chávez y, de paso, aumentar el desorden, que ya existe en la Concertación, ante la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Está también el gas, crisis amplificada y artificial levantada por el lobby empresarial tras El Mercurio, que desde hace meses tiene por las cuerdas al gobierno. Y está, cómo no, lo que es un deleite para el matutino: El CEP no sólo ratifica la caída de Bachelet, sino que también la “debilidad inicial”, derrumbe prematuro que el diario se ha encargado, cual misión diaria y doctrinaria, de estimular. ¿Hasta dónde? ¿Hacia qué inconfesable objetivo?
El poder político de esta prensa, que es también poder económico y comercial, ha instalado en Chile un monopolio de la información, la que bien manipulada modela la opinión pública y, lo que es más grave, el imaginario de una sociedad sobreexpuesta a los diferentes productos e intereses de un mismo consorcio.
Si a este fenómeno, que no sólo es comercial, sino político, social y cultural, le agregamos la anémica situación de la ciudadanía, en cuanto a su desorganización como referente colectivo creador de identidades, lo que tenemos es la instalación de una sola mirada, que es una sola opinión. Sin la posibilidad cierta de otras corrientes de pensamiento capaces de influir en la agenda pública, la opinión de esta prensa pasa a ser la verdad incuestionable. Al viejo eslogan “El Mercurio miente”, podemos añadir con tristeza el otro: “Lo dijo El Mercurio”.
Y ante estas artificiales verdades ¿qué hacen los gobernantes? Según vemos, adaptarse al estado de las cosas.





jueves, agosto 03, 2006

Política de cámaras y titulares

La Concertación gobierna para la derecha. La sentencia, ya fuere frustración o maldición para muchos y deleite para algunos otros, tiene, o está inspirada, en una cierta realidad. La Concertación, que en la práctica ha gobernado para sí misma durante los últimos dieciséis años, administra, sí, y muy bien, los intereses de la derecha. No los de aquellas figuras parlamentarias de cara a los medios, sino los de aquellos poderes profundos que estructuran la economía, la misma política, la cultura y, en suma, el desigual andamiaje social. La Concertación, y esto es ya una constatación, administra el statu quo instalado por la derecha desde la hondura histórica. Por más modernizaciones, reformas y globalización, la estructura del poder es el mismo.

El actual gobierno, que ha querido convertir la política en ciertos programas y anuncios sociales, no ha logrado ocultar ni borrar otra política, que avanza por cauces más hondos. Se trata de políticas económicas, de la política exterior, regional, las que no son alteradas ni por medidas ni anuncios sociales. Esta política, de cara a los grandes poderes nacionales, que podríamos llamar la gran o verdadera política, ha permanecido inalterable. Con la excepción, tal vez, de las materias de derechos humanos, estas operaciones de la Concertación se han mantenido no sólo desde el inicio de la democracia, sino, como es el caso de la institucionalidad económica, desde los años más perversos de la dictadura militar.

La Concertación, expresada hoy bajo el actual gobierno, tiene un evidente doble discurso: uno para los electores, canalizado a través de los medios, que es una efectista panoplia de anuncios, medidas y visitas a terreno de la Presidenta. El otro discurso, de más peso, no obstante opacado hacia la esfera pública, es la defensa a ultranza de la institucionalidad del modelo.

Ambas políticas, que sí existen y avanzan por cauces más o menos separados, también tienden a juntarse y confundirse para desgracia de gobernantes. La política de anuncios y medidas, que es la diseñada para los medios de comunicación, se estrella con otras fuerzas más torrentosas y menos vistosas, las que no han sido elaboradas para estos medios, sino para el mantenimiento y reforzamiento de aquella institucionalidad afín a los poderes de la derecha. Qué mejor ejemplo que la furia y desesperación de la ciudadana de Chiguayante, que mandó, bajo la mirada de los atónitos periodistas, a su casa a una Presidenta no menos estupefacta. No sólo falló el guión de las visitas a terreno ante las cámaras, sino que también se abrió de manera impúdica aquel abismo insondable de dolor e inequidad, el que, bien se sabe, es una consecuencia de aquellas oscuras políticas neoliberales.

Pero en estos días no ha sido éste el único evento que grafica la inconsistencia de un diseño político elaborado para las cámaras, titulares y, por extensión, para las encuestas. Están, por cierto, las movilizaciones de los estudiantes, que dejaron prácticamente inmóvil a un gobierno carente de planteamientos sólidos en materias educacionales, sino también ante la crisis del gas, que ha transparentado a una administración sin agenda en la materia y expuesta a las presiones y caprichos de la derecha.

La crisis prematura de gabinete es la consecuencia natural de un gobierno que ha elaborado sus políticas como un sencillo catálogo de medidas, las que pasan y pasarán sin pena ni gloria. No por las medidas en sí mismas, sino porque éstas no responden a un diseño político de suficiente espesor. Son, y todo el mundo lo sabe, programas más o menos aislados, de bajo o escaso impacto económico y social. Con o sin ellos, las cosas seguirán siendo básicamente las mismas.

La actual administración, que hace unas semanas afirmaba que no gobernaba por o para las encuestas, hoy está claro que sí lo hace. El cambio de gabinete, aun cuando fue empujado por las movilizaciones de estudiantes, lo fue también por las encuestas elaboradas por los dos grandes medios de la derecha, las que fueron, posteriormente, ratificadas por los periódicos sondeos de las empresas especializadas. Fue la derecha, a través de La Tercera y El Mercurio, la que marcó una vez más la agenda de un cada día más errático gobierno.

Lo que tenemos es a un gobierno encerrado en su papel de guardián de la institucionalidad política y económica instalada por la derecha, en tanto su radio de acción –donde está en suma su identidad-, está en las más o menos inocuas medidas y anuncios.

En este limitado espacio, que tiene también necesariamente como horizonte un quinto capítulo de la Concertación, el único gran espacio político está construido a través de los medios.