WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

viernes, octubre 17, 2008

La historia se repite: Ante un nuevo crack y una nueva Gran Depresión


Los mercados no aplaudieron el viernes 3 de octubre. Y lloraron el lunes 6. La aprobación por la Cámara de Representantes del plan de rescate financiero de George W. Bush no llevó a los mercados mundiales a celebraciones, a expresar su júbilo a través de compras y nuevas apuestas. El nuevo baño de liquidez, esta vez el mayor flujo de capital procedente de un Estado, llevó a Wall Street y todos sus émulos a contener la respiración, a entrar en un nuevo trance, de confusión, de alteración. Pese a la aprobación de los 700 mil millones de dólares que el estado traspasará a los banqueros e inversionistas para que peguen la fractura, paguen la factura y tapen los agujeros, el mercado no lo aprobó y otra vez sucumbió. Tal vez no fue suficiente. ¡700 mil millones no han sido suficientes! Tal vez la crisis y los agujeros son mucho mayores. O tal vez los cambios que vendrán en el futuro sí que serán profundos. Lo que se observa hoy en día parece ser solo la superficie de una grieta insondable. Un quiebre económico de proporciones gigantescas que se extiende desde las finanzas hacia la producción, hacia el consumo, hacia el empleo. Hacia una depresión total.
Confusión, angustia, rabia, críticas. Temor. De izquierda a derecha, de arriba abajo. De norte a sur. Incluso desde Chile, desde la presidenta Michelle Bachelet, cuando habló no sin gran sorpresa para el país de la economía de casino, neologismo acuñado hace años en círculos antineoliberales, antiimperialistas y anticapitalistas. Lo hizo en la Asamblea de las Naciones Unidas en septiembre y repitió la expresión en programas de radio. La economía de casino, apoyada en el lucro, en la ambición, en la codicia. En suma, no lo dijo ella, pero lo esbozó, la economía y su modelo neoliberal. Hoy, de la noche a la mañana, quienes defendían el neoliberalismo lo rechazan. Los codiciosos son “otros”, también los ambiciosos, los corruptos, los especuladores.
Que la crítica, tal vez más trazada desde el cálculo electoral que desde la economía, venga desde un presidente chileno no es una simple anécdota. No es innecesario recordar que es el país pionero en Latinoamérica en instalar una economía de libre mercado a la usanza neoliberal durante la dictadura de Pinochet, sino también es Chile la nación que realizó con más celeridad y profundidad las reformas estructurales “sugeridas” por el Consenso de Washington durante los años 90. Y vale también recordar que hoy en día sigue manteniendo dicho estatus. Tras las profusas y completas privatizaciones y desregulaciones, en Chile el mercado, literalmente, arrasa. ¿Qué fe –o retórica- abrazará el gobierno chileno cuando el dogma del mercado se desplome?
La crisis financiera ha llevado a medidas de emergencia, que se han expresado en el gigantesco plan de rescate, que supera, si se suman los anteriores salvavidas de este año, el billón de dólares. Un plan que pese a la retórica de Wall Street y a todos los oficiantes del libre mercado, partiendo por los de la Casa Blanca, tiene evidentes sesgos estatistas. Aunque se hable de una medida para salvar la economía mundial de su catástrofe, es una acción no sólo contraria a las lógicas y preceptos neoliberales, sino contraria a la lógica y al sentido común. Sólo responde, claro está, al raciocinio, que está armado de intereses, del gran capital, de los banqueros y los apostadores de Wall Street. El estado –el “miserable”, “perverso”, “injusto”, “inútil”, “corrupto” estado, entre otros calificativos tan extensamente desplegados por los capitalistas de todo el mundo- interviene el mercado, compra los créditos incobrables para mantener el mercado, el libre mercado. El estado subsidia a los millonarios. Una acción extravagante, que transparenta la relación entre el estado, entre el gobierno estadounidense y la gran banca, el gran capital. El estado, el fisco, está allí para apuntalar a los grandes capitalistas. El estado no está allí para subsidiar a los pobres, para invertir en salud y educación, para suavizar las diferencias en la distribución de la riqueza. El estado, este estado neoliberal, está para mantener el statu quo, para mantener las diferencias.
Un raciocinio que sólo tiene lógica para Wall Street, para el gran capital. Porque serán los contribuyentes medios los que subsidiarán a la elite. Un absurdo que sólo puede tener cierta sensatez –en la medida de sus intereses- para aquella misma elite. Un desatino que sólo puede asimilarse como razón con el uso de la retórica, de los medios de comunicación. De la mentira. El pragmatismo inmediato, la salvación a última hora, tendrá sin duda efectos posteriores. Y no sólo en la economía. Ya lo percibe Wall Street. Las bajas tras la aprobación del plan de rescate son una señal de que las cosas van de mal en peor.
Ante la crisis, no sólo la elite financiera estadounidense rogó –y tal vez qué otras acciones ha hecho- por la aprobación del multimillonario plan de rescate. También lo han hecho los presidentes de las otras grandes potencias industriales y financieras, lo que transparenta el sentido del plan de Bush. Se trata entregar la necesaria liquidez para mantener en circulación la economía mundial tal como la conocemos hoy en día. Para mantener su estructura, sus flujos, su orden. También el sentido de sus flujos, los procesos de acumulación y concentración. Al mantener la estructura económica actual también se mantienen, claro está, las estructuras mundiales de poder. Las relaciones de poder. Una voluntad que, pese a todos aquellos esfuerzos, parece estrellarse con una realidad económica mucho más compleja. El mundo, la economía, no será como antes. Un lamento, pero también es la esperanza.
Un plan ineficiente
El plan de rescate de Bush, votado en la Cámara de Representantes por una mayoría de demócratas e impugnado por una mayoría de republicanos, no sólo es singular, es también extravagante y, de cierta manera, inútil al no resolver la raíz del problema, que es la insolvencia de los deudores hipotecarios. Un plan que es también -y probablemente ello explica el rechazo republicano- estatista, que es el reverso del mercado. Sirve como solución, como hecho, como práctica. Manda al traste la retórica del mercado. Lo sanciona, lo desprestigia. Tiende a desgastar el discurso y la fe en el libre mercado.
Un plan que llevó al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, a afirmar, no sin ironía, que todas estas estrategias para salvar al sistema financiero son una clara muestra que Estados Unidos avanza hacia el “socialismo”. Avanza de la mano de George W Bush y su secretario del Tesoro Henry Paulson, por quienes hace unas semanas atrás hablaban de reducir el estado a su mínima expresión. "¿Intervención? ¿Populismo? Eso era impensable, y ahora, en contraste, el Estado norteamericano tuvo que salir a salvar a los bancos privados", dijo Hugo Chávez. "El camarada Bush ha tenido que tomar decisiones al estilo de Vladimir Lenin, y ahora todos se preguntan ¿será que Estados Unidos va rumbo al socialismo? (...) yo tengo la respuesta: "¡Yes Sir!, Estados Unidos algún día irá al socialismo, no tengo la menor duda".
La crisis en el sector financiero afecta al resto de la economía. Sin liquidez no hay actividad económica. Son los bancos quienes financian a las empresas, la industria, a los particulares y consumidores. De lo contrario, han dicho economistas, banqueros y presidentes, como el francés Nicolas Sarkozy, toda la economía estaría estrangulada. Sin los bancos, dicen, advierten, amenazan, comenzarían también a caer las empresas industriales, las manufacturas, la extracción de materias primas. El desempleo y el hambre rondarían el planeta. La ruina, la catástrofe. Por tanto, la única solución es que los estados inviertan sus recursos –y los que no tienen- en salvar a la banca en problemas. En salvar, hoy ya está claro, a prácticamente toda la banca, al mismo sistema.
Este ha sido el discurso dominante, el que finalmente triunfó en Washington. Pero nada está claro respecto al futuro de este plan. Porque se ha puesto en marcha el plan sin un conocimiento claro de las causas del colapso. Se ha hablado de codicia, de falta de transparencia, de riesgos excesivos, todas características muy propias de los mercados desregulados. Como si se tratara de casos aislados.
Uno de los aspectos más discutidos del programa no fue el volumen de recursos, sino ciertas nuevas regulaciones. Volver a regular, un capitalismo con normas, con reglas, como ha propuesto Sarkozy. Una idea que, sin embargo, parece más buscar un efecto tranquilizador de las conciencias propias y de los contribuyentes: en un sistema ya desregulado, que basa en esta condición su propia naturaleza, su misma viabilidad, su forma de operar, toda regulación es como un obstáculo, una traba, u otros calificativos tan repetidos por el sector privado.
Lo que se produce es una nueva y gran contradicción, una doble paradoja. No sólo se apoya o “estatiza” parte del sector financiero, también se regula el resto. Y todo por el futuro y la salud del libre mercado. ¿Cómo se entiende? ¿Cómo se explica esta profunda contradicción?
Quizá porque no existirá en un futuro esa contradicción. Porque los cambios que vendrán serán profundos, estructurales. Apuntarán al mismo paradigma económico. Tom Hayden, columnista de The Nation, la revista de izquierda estadounidense, al analizar el apoyo del senador demócrata y candidato presidencial Barack Obama al plan de rescate, dijo: “Obama apoyó el plan para mantenerse en la carrera presidencial. Necesita ser crítico, proponer enmiendas y necesita prometer soluciones después del 4 de noviembre”. Hayden recuerda y relaciona el actual momento económico con la crisis de 1929 y el nacimiento del New Deal bajo el gobierno de Roosevelt. Halla similitudes, pero también una diferencia: falta hoy un movimiento social que ejerza presión. Pese a ello, llama a apoyar a Obama. “Necesitamos en noviembre un mandato electoral que rechace las imprudentes desregulaciones del capitalismo de libre mercado como modelo para este siglo. Cada minuto que levantemos este mensaje durante los días previos a la elección estaremos construyendo ese mandato. Y necesitamos también un mandato por la paz”
El columnista William Greider también escribía en The Nation sobre lo que podría incorporar el futuro económico de Estados Unidos, el que dependerá de la magnitud de esta crisis. Para Greider, la intervención del estado en la economía deberá ser mucho mayor, a la manera de los sistemas económicos keynesianos. “Washington debe reafirmar sus grandes poderes en esta situación de emergencia y atar dos cosas de una sola vez: intervenir en la reducción del sistema financiero privado en un proceso que sostenga los préstamos y reviva la producción y el empleo a través de focalizar esfuerzos en diversas áreas de la economía. Este no puede ser un programa voluntario que simplemente invite a los banqueros a participar. El gobierno debe imponer sus términos y regulaciones para mantener el financiamiento y conseguir sus objetivos”.
Un modelo que se diluirá con la historia
La desregulación de los mercados, la misma idea de libre mercado, se desarrolló durante la última etapa del siglo pasado como un rápido proceso. De privatización, de mercantilización, de comercialización. De cultura neoliberal. Un proceso que surge con fuerza, bien sabemos, desde la era Reagan-Thatcher en la década de los ochenta del siglo pasado y se extiende -con algunas excepciones- hacia Latinoamérica y el resto del mundo durante la década siguiente. Un trance que logró desmantelar todas las organizaciones, sindicatos, leyes, normas, reglamentos, impuestos o cláusulas que interrumpieran el libre avance del mercado. Una acometida total, una “desregulación” total, que se extendió por todas las actividades humanas y no dejó área, real o imaginaria, fuera de la égida del mercado. Todo es comercializable, objeto de negocio.
Tras las privatizaciones en los ochenta y noventa le sigue la progresiva eliminación de todos los aranceles, acelerada ya sea por decisión unilateral de los gobiernos o por medio de acuerdos de libre comercio bilaterales. Estas medidas eran acompañadas con la apertura a las inversiones extranjeras, con medidas y regalías que estimularon los flujos de capital extranjero. Una vez hechas todas las desregulaciones, una vez desinstalados todas las leyes que pudieran interrumpir el libre accionar del mercado, el proceso ha seguido por la ampliación de mercados y por nuevos negocios, muchos de ellos más ligados a la especulación que a la producción. Una economía que en su expansión, en su ampliación y liberación, especula y apuesta. Y toma enormes riesgos. Una economía que se agota.
Es necesario recordar que la causa más inmediata e identificable de esta crisis financiera está en las hipotecas subprimes, en aquellas incobrables. Un problema que surge de la economía real, del desempleo y la incapacidad de pago de las personas, que se ha traspasado a los bancos. Las personas y los bancos tienen problemas de liquidez, sin embargo la solución ha apuntado solo a los bancos, a parte de los efectos de este mal. El problema real, que es la incapacidad de pago de las personas, no se ataca.
Ante esta nueva extrañeza, The New York Times escribía el jueves 2 de octubre pasmado por el plan de rescate. El influyente medio criticaba las dos grandes caras del plan: el importante apoyo a los banqueros y el prácticamente nulo soporte a los deudores. Más de seis millones de personas perderán sus casas de aquí a seis meses, afirmaba el New York Times, y muchas se sumarán a este grupo. Una severa recesión es la nueva y más real amenaza.
El Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que es asesor de Obama, ha advertido no sólo que la recesión viene, sino de nuevas y mayores caídas libres de las acciones de Wall Street. “Veremos al índice Dow Jones en una caída libre mayor de la que podemos imaginar. Habrá quiebras estridentes de instituciones financieras. La economía estadounidense se dirige hacia una larga recesión”. Una advertencia que el mismo Fondo Monetario Internacional ha ratificado: Estados Unidos entrará en un periodo de fuerte y prolongada desaceleración económica. Una observación compartida por el economista Paul Krugman: “Estados Unidos está al borde del abismo”, afirmó a comienzos de octubre.
Ante este complicado e incierto escenario la reacción de todos los mercados es de una profunda inestabilidad, con clara tendencia hacia abajo. Todos los indicadores varían, cambian de tendencia día a día. No sólo las acciones, sino las divisas, las materias primas y otros instrumentos financieros. Una compleja distorsión que no tiene buenas predicciones. Para nuestros países, el periodo de altos precios de materias primas ha entrado en un ciclo deprimido, señal de todos los inversores y especuladores de una inminente recesión. No sólo ha caído de forma brutal en Estados Unidos la construcción de viviendas, sino también ha caído la venta de automóviles.
Las cifras de desempleo para septiembre determinaron con bastante claridad el curso de las cosas. Durante el mes se perdieron casi 160 mil puestos de trabajo, cifra que superó a todas las expectativas. Con el nuevo número, durante lo que va de año la economía estadounidense ha eliminado 760 mil plazas laborales, un evidente indicio de deterioro.
El columnista de La Jornada de México Guillermo Almeyda escribía hace unos días : el problema consiste en que la reducción de los salarios reales y la carestía reducen el consumo, pues los consumidores superendeudados temen por su futuro y tratan de ahorrar y de consumir menos, las deudas no se pueden pagar y nadie se arriesga a dar crédito, las fábricas al no vender todos sus productos suspenden personal o lo despiden, la desocupación alimenta la espiral recesiva, los emigrantes son expulsados o pierden su trabajo, el consumo de petróleo y de otras materias primas es menor y su precio cae, llevando la crisis a los sectores capitalistas extractivos o agrícolas”.

Este proceso de profundo deterioro, que puede llevar a la economía mundial a una depresión no observada durante las últimas décadas, es hoy ratificado por numerosos economistas y analistas. Como Rolando Cordera. En aquellas mismas páginas dijo: “Falta todavía la réplica del terremoto financiero en lo que solía llamarse la economía real, pero pocos parecen dudar de que el declive en la producción y el empleo globales será mayúsculo”. Y llega aún más lejos. Hacia el final de un modelo, del paradigma económico sostenido por los últimos 30 años: “La interdependencia creciente de las economías y los hombres ha servido como sostén de un discurso elemental en contra de proyectos nacionales, de trazo idiosincrásico para el desarrollo o la organización de estados y naciones. No sirve más, porque la receta única se desplomó con las bancas de inversión y la mayor intervención estatal de que se tenga memoria, precisamente en la tierra del libre mercado. Empeñarse en esta visión no será sino muestra eficiente de que se carece de ella, de que se renunció a tenerla en aras de un modelo que no sólo reducía la realidad sino la inventaba, dando lugar a todo tipo de espejismos utópicos y destructivos”.

Ante este escenario, con la banca, la economía, la industria por el suelo, se le suma el modelo neoliberal. Es éste el mayor estrépito, y la mayor vergüenza. ¡Cuántos de nuestros oficiantes neoliberales no sólo tendrán que tragarse sus palabras, sino también callarse para siempre! Porque cualquier solución se hará necesariamente desde la ruina.

PAUL WALDER

jueves, octubre 16, 2008

La crisis financiera en la TV


La crisis afecta a los medios. Son parte de ella. La canalizan, la amplifican, la vulgarizan. Como el terror, una nueva campaña del terror económico. Del terror a los márgenes, a lo externo, a lo desconocido. La crisis financiera mundial, que ha saltado de los diarios económicos a los de información general hasta salpicar los amarillos, del chisme y del corazón, ha alcanzado hasta la televisión. Los informativos nacionales, especializados en el circo urbano y político, han incursionado en las altas finanzas. En Wall Street y en el riesgo de la crisis. La prensa entra en la crisis, pero también entra en crisis, en su crisis. Porque es parte interesada en esta crisis.

Los medios de comunicación, hoy todos privados, o públicos que operan bajo criterios de mercado (de bienes, servicios, ideas e información), han sido y son los grandes publicistas del modelo económico en crisis. Un modelo que no sólo es su base de apoyo, su alimento, sino que en su conservación y ampliación se halla también su objetivo. Los medios están allí como un brazo fundamental del modelo extremo de mercado: es la conciencia del consumo, su fe diaria, el impulso cotidiano de disgregación y distracción. Es el gran circo, para modelar, conducir y alienar a su audiencia, consumidor o sujeto de mercado. Estos mismos medios, que han celebrado la firma de las decenas de acuerdos comerciales, del TLC con Estados Unidos como el ingreso al mundo desarrollado, el aumento de la inversión extranjera venga de donde venga o vaya a donde vaya, incluso hacia los casinos, o las enormes utilidades de la banca o las transnacionales mineras, ahora nos atemorizan por la crisis. Ahora, cuando la crisis está madura, cuando el aparato financiero internacional se cae a pedazos. Y toman partido. Repiten. Sesgan. Desvían otra vez. Exponen. Porque la crisis se puede ver por la televisión. Como el fútbol, o la guerra. Transmiten la crisis por TV, “la crisis de Wall Street”, la que ocurre en otras latitudes.

Hablan de “esa”, “aquella”, crisis, que ocurre en “otros” lugares. Hablan de lo que no se quiere hablar, para inmovilizar, despistar, desinformar. Para que todo siga igual, para que nadie se cambie de los fondos de previsión más riesgosos a los menos riesgosos, para que se siga comprando y consumiendo, para que se siga rogando por el modelo, por el mall, por la liquidez.

Los medios transparentan su espuria función una vez más. El circo, el chisme, la tramoya estéril. ¡A su derecha, la mujer barbuda! ¡El gato de cinco patas! ¡El gigante más gigantesco...! ¡Pasen señores y señoras! ¡Aquí está la mujer más fea del mundo, la más loca, el animal más feroz! Cantinela de charlatanes. Producto de masas cuyo objetivo es controlar, adormecer, marear, inmovilizar, revolver y enredar (el spin mediático). Y hacer negocios. Alguna vez los medios fueron canales de información, de reflexión. Aun de formación. Hoy, su función, su evidente tarea, es otra. This is show business!

Los medios en manos de la derecha pueden hoy desbancar a un ministro, a un gobierno. Esos mismos que provocaron un golpe de estado y sostuvieron por años a la dictadura hoy simulan graves gestos de demócrata. Abogan por la democracia en las mismas páginas que escribieron contra ella. Un juego, una coreografía, una representación política compuesta por economía de mercado, democracia formal y pegoteada con la Constitución de Pinochet. Esta es la obra, del primero al último acto.

Pero es una comedia, una farsa. Un guión rígido y pregrabado. Porque los medios en su representación no
alterarán el sistema político ni el modelo económico. El espectáculo está acotado, como en el circo, el coliseo, al interior de un territorio y de una institucionalidad. Los medios, como parte de esa institucionalidad, como una faz del mercado, están allí para reforzar aquella institucionalidad.

Y la crisis les aterra. Nos confundirán, enredarán, nos distraerán. Nos mentirán, embozada o abiertamente, según les sea necesario, según los intereses de aquella institucionalidad. Nos mantendrán quietos, narcotizados, adormecidos, pero también podrán atemorizarnos, aterrarnos. Como correas transmisoras de los más profundos intereses –¿y puede haber alguna duda de los intereses que mueven a El Mercurio, La Tercera, Chilevisión, Megavisión, Canal 13 e, incluso, a TVN?- lo que se ve, lo que se lee, es simplemente el destello, el brillo, de una voluntad más profunda. De una voluntad bien anclada en intereses e inversiones que desea a toda costa conducir al país a través de la crisis y no resultar dañado. No el país, sino sus intereses, sus inversiones.

miércoles, octubre 01, 2008

Apocalipsis neoliberal


Nadie sabe con claridad qué pasará en el futuro. Tampoco en el mediano plazo, que es un horizonte que podría perfilarse hacia los inicios del año entrante. Pero hay algunas certezas respecto al corto plazo, en la inmediatez: las cosas empeorarán. Y también respecto al presente: Estamos presenciando la gran implosión; lo que estaba arriba está en el suelo, los que pregonaban el “libre mercado” hoy “nacionalizan”, miles de millones de dólares se esfuman. ¡Es la historia económica narrada por los neoliberales! Es el caos, la ruina. Es el final de un ciclo.
Hoy resulta increíble, por usar una suave y ambigua expresión, recordar lo que han dicho los economistas neoliberales, aquellos que manejan las finanzas privadas y los recursos públicos. Que aquello, que hoy es este desastre, lo arreglaba el mismo mercado. Pura fe neoliberal. Credo para obstinados y codiciosos. La catástrofe, porque no hay expresión más suave, hoy sabemos que no la arregla el mercado, y tampoco sabemos con claridad si lo arreglarán los 700 miul millones de dólares que colocará el banco central estadounidense. Los cientos de miles de millones de dólares que ha colocado y continuará colocando el banco central estadounidense (la Federal Reserve o FED), dinero del erario público, para apuntalar desde julio a los gigantes hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mae y a la mega aseguradora American internacional Group (AIG) en agosto y que continuará en septiembre con el resto en problemas es una demostración palmaria sobre los límites e incapacidades del mercado, del libre mercado. Miles de millones que tampoco han logrado calmar la ferocidad –aquella mixtura de ambición, avaricia y perversidad- de aquel ente denominado mercado. Pese a las ingentes inyecciones de capitales, los mercados, ahora extenuados, continúan su proceso de repliegue. La burbuja inmobiliaria, también financiera, ha sido pinchada, cien veces perforada.
Vale citar al columnista Ilán Semo, que escribía en La Jornada un texto titulado “Caída libre”: “En general, lo espectacular en la historia acontece cuando lo imposible y lo inconcebible se tornan de la noche a la mañana en lo inevitable, cuando lo que se proclamaba como inaceptable e inadmisible se vuelve repentinamente lo único posible y lo necesario. En este sentido, la implosión del mundo financiero estadounidense era, hace tan sólo unos días, un fenómeno tan inimaginable como lo fue en su momento la caída del Muro de Berlín”.
Hace meses, semanas, no pocos economistas habían venido pregonando la magnitud ciclópea, monstruosa, de esta crisis. Habían advertido, no sin el riesgo de caer en el error, en el ridículo, que se trataba de la mayor crisis desde 1929-1930, el trance financiero que de una u otra manera cambió el destino económico y también político-social del siglo pasado. Sin esta crisis el surgimiento del keynesianismo y del wellfare state no hubiera sido posible. Una luz, a la mirada histórica, que es hoy una esperanza en la pesadilla neoliberal.
Pero los neoliberales en la Casa Blanca y en la FED, que son hoy una extensión del sector privado, no buscan esta vez un cambio en la economía, en el modelo. Simplemente, inyectan capital público, de todos los contribuyentes, para sostener al sector privado, a los grandes conglomerados. Estatizan, o “socializan”, solo los problemas, las pérdidas de los privados. Ese es el programa de rescate, que el sector público se haga cargo de la cartera incobrable, riesgosa, de los bancos. Una vieja fórmula que sólo favorece a los millonarios en problemas. Y es por ello que tras los anuncios Wall Street celebró como en semanas, como en meses no lo había hecho. Pero esto sólo cambia las cosas para ese grupo de especuladores. La economía es abstracta, pero también ha de tener un pie en la tierra.
Arreglos entre neoliberales
En marzo había quebrado Bear Sterns, uno de los grandes bancos estadounidenses. Y a comienzos de septiembre vino el colapso de Lehman Brothers, otro de los grandes bancos de inversión. Importantes, grandes, con cifras, activos, por cientos de miles de millones de dólares. Pero con deudas también numerales. En ambos casos, no hubo intervención, rescate. La Reserva federal, la Fed, los dejó caer, actitud que algunos economistas incluso consideraron positiva. ¿Los recursos públicos están allí para ayudar a los bancos privados? ¿Se trata de tapar y tapar? ¿Es así de fácil? ¿Sólo faltaba la voluntad? En una crisis, que es sistémica –ya hay consenso en este punto- los agujeros se han multiplicado por todas partes en una reacción en cadena. Ante esta anomalía sistémica la solución hallada por la Casa Blanca y la Fed ha sido una solución también “sistémica”: tapar todos los agujeros. Pero surge una pregunta: ¿Es posible hacer esta operación, que podría ascender a un billón de dólares (un millón de millones), sin costos para los equilibrios no sólo macroeconómico, sino político y social?
Lo que ha hecho el banco central estadounidense es estatizar, nacionalizar algunas firmas. Así inyecta a las firmas liquidez, el capital que escasea. No por una convicción política, sino por simple pragmatismo. Lo hace para salvar el trance y, posteriormente, privatizar, en lo que ha sido y es un clásico ejercicio: el capitalismo, el “libre” mercado, patrocinado por el mismo Estado. Refuerza la economía desde la base –o desde la cabeza, como se quiera mirar- pero no resuelve el problema en su conjunto. Apuntala al banco, dicen ahora que a todos, pero qué pasa con la insolvencia de los deudores de aquel banco. Cuando la crisis está extendida por todo el sistema financiero, desde los grandes bancos a los deudores hipotecarios, la solución hallada es sólo parcial. Porque salva sólo a los amigos y deja en la estacada al resto de la población, a todos los deudores hipotecarios que están perdiendo sus casas, a todos los desempleados.
Joseph Stiglitz, el Premio Nobel de Economía que asesora a Barack Obama, se ha escandalizado tras oír de este mega rescate. Para Stiglitz, esto es el principio de otra enorme crisis porque no responde al verdadero problema, que es la crisis inmobiliaria. En lugar de comprar la deuda tóxica, el gobierno y la FED debieron haber ayudado a las personas con hipotecas, ha dicho el economista. Mientras ayuda a Wall Street aumenta también la deuda pública, que, sumada a la guerra de Irak, ha pasado a ser la mayor de la historia. ¡Estados Unidos tiene el mayor déficit presupuestario de su historia!
Es una medida de emergencia. No cabe duda. Pero la pregunta que cabe hacerse es por qué proteger al gran capital. ¿Será más fácil, más rápido? ¿Está más a mano que apuntalar a los cientos de miles de deudores? Es lo que ha pasado con la crisis inmobiliaria. Mientras el banco central resguarda a las grandes firmas del colapso, deja en la ruina, literalmente en la calle, a cientos de miles de deudores hipotecarios. Será un asunto de estadísticas, de números que arman la economía. Pero qué sucede cuando aquellos miles de pequeños números se transforman en una acción social y política. Probablemente no es el área de los economistas ni de la economía, sin embargo es el factor que posiblemente haga cambiar en el futuro la misma economía. Lo fue a partir de 1930, por qué no en el siglo XXI.
Porque pese a los cientos de miles de millones de dólares, el problema real no está resuelto. Lo explica Stiglitz: “Nos dirigimos lentamente hacia un descarrilamiento económico que exacerbará los problemas financieros. A medida que los ingresos caigan, los precios de la vivienda bajarán más y habrá más desahucios, así que estamos dentro de una espiral y nadie hace nada para pararla”.
El director de le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, le comentaba el 21 de septiembre al presidente Hugo Chávez en una conversación telefónica. Ramonet se asombraba con el famoso “rescate”, el voluminoso paquete de 700 mil millones: "Para recuperar activos que no tienen ningún valor, que no les sirven para nada a los ciudadanos, que no le sirven a la nación. En definitiva, se están salvando a los capitalistas que han especulado con el dinero, han jugado con él y han perdido”. Ante esta catástrofe, Ramonet expresó lo que hoy todo el mundo está observando. Porque este derrumbe es tan evidente como la caída del Muro de Berlín en 1989. Pero se trata de un colapso cuyas soluciones serán peores que la misma enfermedad. "Por una parte tenemos un fracaso del neoliberalismo y por otra un fracaso moral y ético porque una vez más todo esto consiste en aplicar una ley del capitalismo que consiste en privatizar los beneficios, es decir, cuando hay ganancias van para personas concretas y se socializan las pérdidas, las pagan todos los ciudadanos, hasta los más modestos".

¡El crack de 1929 está otra vez aquí!
El economista neokeynesiano Paul Krugman en una columna publicada hacia comienzos de septiembre establece la relación entre la actual crisis y el gran crack del siglo pasado. Krugman dice un par de cosas: el capitalismo desregulado ha inducido en todo tipo de abusos. Los bancos han escondido los riesgos, no hay transparencia, nadie sabe con claridad qué pasa. “Había demasiados inversores que no tenían idea de lo expuestos que estaban. Y conforme las incógnitas desconocidas se fueron transformando en incógnitas conocidas, el sistema comenzó a experimentar corridas bancarias posmodernas. Estas no se parecen a la versión tradicional: con pocas excepciones, no estamos hablando de multitudes de depositantes enloquecidos que corren a golpear las puertas cerradas de los bancos. Hablamos de actores financieros que con frenéticas llamadas telefónicas y clics de los mouse cierran una línea de crédito o tratan de reducir el riesgo de incumplimiento de pago”.
No hace falta estar en el ruedo, gritar, llevarse las manos a la cabeza. La histeria se transmite hoy en día por internet. Qué dice Krugman. Que todas las medidas tomadas hasta ahora por el banco central estadounidense y por otras autoridades monetarias no sirven de nada. Lo que está pasando es una corrida bancaria, una reacción en cadena. “Las defensas que se han creado para impedir la repetición de esas corridas bancarias -seguros de depósitos y acceso a líneas de créditos de la Reserva Federal- sólo protegen a los habitantes” de los edificios de mármol de los bancos a la manera más clásica, que no son parte central de la actual crisis. “Esto abre la puerta a la posibilidad real de que 2008 sea una repetición de 1931”. Una crisis a la manera y a la medida de 1931, esta vez por internet.
Lo que tenemos es una corrida. Una caída histórica (e histérica) de las bolsas. Desde que comenzó la crisis hipotecaria en Estados Unidos, la llamada crisis subprimes, las bolsas mundiales han caído más de un 20 por ciento. Han llegado a menor nivel en dos años. Ello como promedio, porque China, Francia, España han caído a una tasa en torno al 30 por ciento. Según información de prensa, Wall Street ha perdido 3,5 billones (millones de millones) de dólares.
Y así ha seguido. La semana del rescate de AIG, tras la caída de Lehman Brothers, Wall Street cayó, y cayó. Y después se levantó. Les gusta la inyección de dinero, pero es simple especulación. Es el alimento, el día a día, que no tiene nada que ver con los problemas. Los cientos de miles de millones de dólares, los billones que traspasa el estado a la banca privada, no es ni gratis ni es magia. Se trata de la mayor entrega de capital de la historia de la economía para apuntalar lo que se ha calificado como la mayor destrucción de riqueza en la historia de Wall Street. Dinero, capital, que recaerá en la economía en su conjunto, y en todos los contribuyentes. “Lo que estamos atestiguando podría ser la destrucción más grande de riqueza financiera que el mundo jamás ha visto –pérdidas en papel medidas en los miles de millones de dólares”, riqueza empresarial, petrolera, de bienes raíces, de bancos, pensiones y más”, escribe Steven Pearlstein, reportero especializado en finanzas del Washington Post.
Ante esta debacle, lo que hace la Reserva federal es alimentar los mismos vicios que llevaron a esta crisis. Stiglitz no puede ser más gráfico: Hemos aprendido que no se puede dejar a los bancos de inversión regularse a sí mismos. No se puede dejar a la Reserva Federal, que está aliada estrechamente con los banqueros, a cargo de toda la regulación del sistema financiero. Se suponía que la Reserva se llevaba el ponche cuando la fiesta se vuelve escandalosa, pero en su lugar echó más alcohol”.
Felipe Morandé, decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile declaró a El Mercurio que estos días son claves para la observación del devenir económico global. Morandé dijo que la crisis financiera se reactivó con la caída de Lehman Brothers, que las próximas dos semanas serán claves para ver si la mayor liquidez que está proveyendo la Fed terminará acotando el problema sólo a Lehman, y eventualmente a la aseguradora AIG, o si se extiende a otras entidades financieras… “A veces los cálculos de riesgos se equivocan si los "demonios liberados" por una decisión como no haber socorrido a Lehman se disparan más allá de lo prudente". Morandé se queda corto. En realidad, este economista de derecha se queda en la cautela, en una excesiva prudencia. Así como Andrés Velasco en Hacienda, así como José de Gregorio en el Banco Central. Todos llaman a la parálisis, a la inconsciencia. O es posible todavía creer en la transparencia de los mercados, en la bondad del libre mercado, en su capacidad de creación de riqueza.
Porque si se quiere ser un poco honesto, nadie puede esconder la cabeza. Incluso el director del FMI, Dominique Strauss-Kahn. El francés dijo tras el derrumbe de Lehman Brothers que la peor parte de la crisis financiera estaría en ciernes. En los próximos meses, dijo, más instituciones financieras enfrentarán graves problemas. Y si lo dice alguien que está allí para calmar las aguas y los ánimos, podemos esperar cualquier cosa. Como, por ejemplo, lo que Strauss-Kahn esbozó: que la crisis financiera se trasladará a partir de algún momento a la economía denominada real. A la producción, la venta, la exportación, el consumo. Y, por cierto, al empleo. La crisis, dijo, podría afectar a la economía mundial. "Es importante ver que esto tiene influencia sobre la economía real, pero la economía real es muy resistente tanto en los países desarrollados como en los emergentes".
No sabemos qué tan resistente lo sean. Lo que sabemos es que la crisis ya está afectando a los diferentes países. Tras la inflación de los precios de las materias primas ha venido en las últimas semanas una caída abrupta. El petróleo bajó desde el techo de 147 dólares a cerca de 90 en pocas semanas, y lo mismo el cobre, que ha pasado de 407 centavos de dólar el 7 de julio a 310 el 10 de septiembre. Casi un dólar menos en sólo dos meses. Y así con otras materias primas, que son el sustento de los países en desarrollo.
Algunos observadores habían comenzado a celebrara por el aumento de las exportaciones de Estados Unidos. Como si fuera una señal de reactivación de esa economía. Pero sólo expresaba un dólar barato en manos del resto del mundo. Porque la otra cara es una disminución de las importaciones estadounidenses. El país que es el gran consumidor mundial de todo tipo de bienes ha comenzado a apretarse el cinturón. Y, ahora, ¿quiénes le comprarán a los europeos, a los chinos e indios, a los sudamericanos? En declaraciones a la CNN el economista Sebastián Edwards profundizó en este fenómeno. Advirtió que las grandes economías de la Unión Europea están ya o están al filo de la recesión, por lo que las compras de bienes estadounidenses no continuarán por mucho tiempo. Y si eso sucede con los europeos, qué pasará con los chinos. ¿Podrán reemplazar la caída de la demanda externa con consumo interno? ¿Qué pasará con una economía basada en la extracción de recursos naturales, como la chilena, cuando China se vea obligada a reducir sus importaciones de cobre y otros minerales?
El riesgo de una recesión global está a un paso. Y esta parte del proceso de la crisis iniciada hace poco más de un año sí que afectará globalmente. Eso quiere decir que también a Chile y los chilenos. Lo hará, pese a todas las declaraciones de los Velasco y De Gregorio, que solo buscan la inmovilidad de la población. "La economía chilena no es inmune a lo que pasa en el mundo, pero estamos convencidos de que nunca ha estado mejor preparada para enfrentar las turbulencias internacionales", dijo De Gregorio antes de Fiestas Patrias.
Stiglitz dijo días más tarde. “El desempleo ha subido, al 6,1 por ciento, y probablemente se eleve sustancialmente más. Esa es una de las razones por las que esto es sólo el principio de la crisis”.

PAUL WALDER