WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

lunes, enero 30, 2006

El duopolio polarizado


El avance de la campaña marcó también un cambio en el clima electoral, el que, sin claras ni contundentes encuestas en mano, aun cuando las hubo, condujo a nuevas pero no por ello irrelevantes percepciones de la marcha de las candidaturas. De las percepciones creamos nuestras realidades y nuestras realidades se apoyan en ellas. Así ha sido y así será pese a todo el abuso técnico. En la psicología social, o en este caso el marketing electoral, las corrientes, las transformaciones, son efecto de múltiples, inestables, pero no necesariamente racionales variables. La ingeniería electoral, los sondeos, toda la técnica sólo podrá medir efectos, pero difícilmente generarlos. El tejido social en una sociedad, digamos, moderna o en vías de serlo, es de una complejidad difícil, por no decir imposible, de prever y manejar. Es por ello que en la víspera del 15 de enero cualquier proyección era jugar con vaticinios.

La clásica campaña electoral murió en la segunda vuelta. Desaparecieron los brigadistas, las millonarias pancartas y pendones, los que fueron reemplazados por mensajes más complejos a través de los medios. Ya desde finales de diciembre la campaña fue una estrategia mediática: ya no era necesario destacar la presencia del candidato (a) –votado (a) en la primera vuelta-, sino relevar su discurso, perfil o ideas. Así fue el enfrentamiento, el desafío y la descalificación levantada por Sebastián Piñera, estrategia muy bien canalizada por los medios que tuvo su clímax (que resultó para él un abismo), también mediático, en el debate. Piñera, que había generado enormes expectativas sobre su capacidad de liderazgo, discursiva y de gobernabilidad, fracasó, tal vez por exceso, en el cumplimiento de tan altas expectativas. Piñera no logró convencer en el debate y llegó al 15 de enero con cierto sabor a derrota.

Es posible observar un vuelco en la campaña a partir del debate, estimulado por la encuesta previa de La Tercera que daba como ganadora a Michelle Bachelet pese a la no despreciable población de indecisos. Un giro en la percepción, que no era otra cosa que un reforzamiento o resurgimiento de las tan infamadas condiciones de Bachelet. La candidata, que había recibido durante las semanas previas todo tipo de descalificaciones sobre sus conocimientos técnicos –los que fueron ridiculizados durante la víspera del debate por El Mercurio a raíz de una entrevista radiofónica sobre materias económicas- no sólo logró salir indemne del foro, sino que, sin variar su estilo, inmovilizó y desarmó a su contendor: la estrategia de descalificaciones levantada por Piñera finalmente le juega en contra y transparenta su soberbia, su desmedida ambición.

A partir de entonces sólo hubo una precipitación de circunstancias latentes: la derecha baja la guardia, algunos mantienen silencio, otros hacen destempladas declaraciones, la Udi vota instintivamente en el parlamento el proyecto de pueblos originarios y la Concertación sale a la calle. Nuestra política mediática, nuestra política de mercado, se convirtió durante algunos días en política de masas.

Hubo un vuelco en la percepción y también un giro en la cobertura de prensa. No se trata, obviamente, de una polaridad La Tercera-El Mercurio, pero sí de nuevos e inéditos matices: mientras el diario de Edwards se la jugó hasta el final por Piñera, el de Alvaro Saieh simpatizó con Bachelet.

Sin la intención ni la capacidad de realizar un análisis de contenido durante la semana previa a las elecciones, la sola mirada de las portadas y titulares –que es una elección y selección informativa- dejó a la vista pública las dos tendencias de estos conglomerados. Como pequeña y superficial muestra, podemos citar de El Mercurio la oblicua encuesta realizada por ese diario publicada el domingo 8 de enero, los sesgados titulares relacionados con los proyectos de ley tramitados esa semana en la Cámara de Diputados, la reducción a la mínima expresión del nuevo desafuero de Pinochet o la amplificación de las declaraciones de las figuras de la Alianza contra el gobierno. Aquella semana La Tercera destacó el desafuero de Pinochet y responsabilizó abiertamente a la Udi del fracaso del proyecto de pueblos originarios. Pocas veces habíamos visto una pauta tan disímil entre los dos consorcios.

La diferencia no ha sido irrelevante y, sin duda, ha tenido algún efecto. La información, sabemos, es creíble según el grado de confianza que tengamos en la fuente. No es lo mismo una información aparecida en un blog, en una radio comunitaria desconocida, en el órgano de comunicaciones de un comando electoral que en un clásico medio de información general. Lo queramos o no, La Tercera y El Mercurio son medios influyentes en la agenda pública y, claro está, en la opinión pública y en el electorado. Que el tabloide les diga a sus decenas de miles de lectores diarios que Bachelet no es tan mala como Piñera piensa, fue, sin duda, no sólo un potente mensaje, sino una esbozada invitación a votar por ella.

Lo que hay bajo este vuelco ya tendremos tiempo de observarlo.

lunes, enero 02, 2006

¿Podrán los medios alterar esta elección?


¿Han influido los medios en el resultado electoral? La respuesta, que es afirmativa como negativa, conduce, con más seguridad, a nuevas y más complejas preguntas. ¿Son los medios el único vehículo para la comunicación política? ¿Cómo se influye electoralmente? ¿Qué medios son más efectivos? Y así, hasta la espesura teórica y empírica. Puede teorizarse, y con más precisión y honestidad, especular bastante sobre la materia. Podemos tal vez medir a través de sondeos, encuestas y otros experimentos, sin embargo el comportamiento social ante los impulsos persuasivos de las campañas políticas son casi un misterio.

Decimos casi un misterio. Hay, por cierto, algunas técnicas, pero, al tratarse de la complejidad humana multiplicada, que es lo social, estas estrategias son siempre impredecibles. Los efectos indeseados de una campaña pueden a veces ser mayores que los deseados.

Todo ello a modo de previa advertencia para lo que puede ser una muy arriesgada hipótesis: la prácticamente inmóvil estructura política parlamentaria, que viene desde 1990, está relacionada con la estructura de los medios de comunicación. ¿Y el sistema binominal? ¿Y los enclaves autoritarios vigentes hasta este año? ¿Y los ejercicios de enlace? ¿Y los poderes fácticos y las negociaciones con la dictadura a finales de los ochenta? ¿No son los medios un instrumento más de aquellos poderes?

Es probable que así lo sean. Pero también es altamente probable –lo digo a modo de descargo- que los medios sean una herramienta más efectiva para mantener el statu quo, un instrumento que contiene, que alimenta, a la misma institucionalidad política. Y cómo vemos televisión en Chile. Cómo nos deleitamos con la producción mediática.

Los medios, bien sabemos, son el vehículo que trasmite la realidad social y política: Pero también son el instrumento que agita, impulsa, apunta hacia lo que considera más relevante (y no hablamos aquí necesariamente del cambio social). En el caso nuestro, en estos últimos quince años, no han hecho otra cosa que aletargar y controlar. Si hubiéramos contado con otros medios, cuyo objetivo haya sido apuntar a la falta de representación popular del sistema binominal, a la estrechez democrática, a la injusticia social y económica, es altamente probable que este sistema hubiera hecho agua en el corto plazo.

Esta afirmación nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Pueden los medios levantar temas o materias de forma unilateral, es decir, por sí mismos? De hecho, lo hacen cada día (recordemos los periódicos reportajes de denuncias), pero sobre temas que resultan inocuos al poder que los sostiene. Los medios dicen que no han puesto como tema relevante el sistema binominal porque las instituciones políticas, que se alimentan de este sistema, lo hacen. Los medios –dicen también- no generan información. Pero también es muy cierto que relevan esta información y la convierten en noticia, por lo que el mantenimiento del statu quo por más de quince años también les corresponde.

La gran puesta en escena del evento electoral del pasado 11 de diciembre transparenta esta función conservadora, aletargadora y controladora de los medios. ¿Qué hacían las modelos en bikini en medio de una elección presidencial y parlamentaria? Alguien podría decir que entretener, pero es una entretención interesada, que desvía la atención, que confunde: reduce la actividad política a un mero evento mediático, similar al fútbol, al Festival de Viña del Mar, a la víspera del Año Nuevo, a una competición deportiva más. Lo que ha hecho la televisión no sólo es reducir la política a una fiesta más en la búsqueda del rating. Lo que ha hecho es minimizar su sentido, convertirla en mera farándula y mantener, controlar, ayudar a la consolidación del actual estado de las cosas. Nada más lejos de esta televisión que la verdadera política.

Los medios no sólo aletargan o simplifican. En su simpleza pueden ser muy activos. Por algo Sebastián Piñera compró un canal de televisión antes de lanzar su candidatura. Y así es como a los pocos días de haber calificado para la segunda vuelta puso en marcha su maquinaria mediática, la que, bien sabemos, fue seguida por el resto de nuestra institucionalidad periodística. En aquella oportunidad una entrevista a Michelle Bachelet en Chilevisión dio pie a una confusa versión de supuestos pagos del comando de Piñera a militantes demócrata cristianos, comentario opaco que fue amplificado por el resto de los medios obligando a Bachelet a “desdecirse”, como tituló El Mercurio. Bachelet ha quedado, y ésta es la interpretación que posteriormente han hecho los mismos medios, como una confusa candidata.

Los medios – y especialmente cuando están concentrados como en Chile- sí pueden cambiar una elección.