WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

viernes, noviembre 21, 2008

Chile y los efectos de la crisis


No está en la caída de las bolsas, en las insolvencias bancarias o en los millonarios planes de rescate el mayor drama de la actual crisis. Estas son sólo sus primeras expresiones, las que tienen realidad en los números, los gráficos, las cifras. Pero de estadísticas, nadie sufre o muere. Sí, de lo que se nutren esas estadísticas: no sólo de balances y proyecciones, sino también de producción, de ventas, de consumo. De recursos naturales, de trabajo. De vida.

El crack financiero es el aviso. Primero, del colapso de los gigantes financieros, que han requerido de billones de dólares y euros de los diferentes estados para su subsistencia; más tarde, por la interpretación y los futuros efectos de ese colapso. Los mercados, que apuestan, especulan, no lo hacen sobre la fantasía: Siempre, sobre los posibles eventos ulteriores, sobre la conformación de una eventual realidad. Si ahora se derrumban de la noche a la mañana –muchos han perdido en semanas la riqueza acumulada en años- es también una evidente señal: el futuro no es tan incierto. Es peligroso, es oscuro.

Los efectos, venideros en el corto plazo, son tan sombríos como los pronostica el mercado: más turbulencias, sí, pero sobre todo, una recesión, que podría ser larga y profunda. Como la de 1929 dicen ya sin ninguna duda numerosos economistas, pero tal vez también con enormes diferencias. Grande, sí, histórica como aquel crack, también. Pero quizá mayor. Peor.

Los organismos internacionales han comenzado a difundir sus primeras proyecciones oficiales, las que apuntan a un decaimiento de aquellos otros indicadores, los que conectan a la economía con la vida real. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que los efectos de la crisis en el desempleo mundial serán caóticos: globalmente, unas 20 millones de personas pueden quedar sin trabajo de aquí a un año más. De cumplirse ese pronóstico, en el mundo habrá 210 millones de trabajadores sin empleo.

La pérdida de empleos está directamente relacionada con el aumento de la pobreza. Nada nuevo y avisado hace unas semanas también por organismos internacionales, por el mismo Banco Mundial. Robert Zoellick, presidente de esta institución, lo dijo sin rodeos: “Cien millones de personas han caído en la pobreza este año y la cifra va creciendo”. Y en “esta catástrofe causada por el hombre”, serán, lo dijo también, los países pobres los más vulnerables a absorber los daños.

Este fue uno de los fantasmas que rondó por la Cumbre Iberoamericana de El Salvador, la última semana de octubre. Un hecho casi seguro, explicó en la cita el presidente mexicano, Rafael Calderón, será el aumento de la pobreza en los países de la región. El desafío, dijo, ya no es reducir la pobreza, sino evitar el aumento de la pobreza extrema.

Y de la pobreza, al hambre. Hacia la mitad de octubre, durante la celebración del Día Mundial de la Alimentación, convocado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el secretario general, Jacques Diouf, mostró datos que debieran llenarnos de pavor. En los últimos meses 75 millones de personas han aumentado el grupo mundial de los desnutridos, grupo que llega a la cifra de 854 millones de personas.


¿Es Chile especial?



Cifras globales, que afectarán también a las naciones denominadas o mal denominadas “emergentes” en mayor grado. Y si es así, también a Chile. Aun cuando el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, se ha empecinado en insistir en el blindaje de la economía chilena ante la crisis global, la fuerza del cataclismo es imposible de ocultar. Fue ésta la principal materia de la Cumbre Iberoamericana, la que fue abordada en términos dramáticos por los distintos jefes de estados y de gobiernos. Entre ellos, también Michelle Bachelet.

Esta ha sido probablemente la primera vez que Bachelet se refiere a la crisis en toda su extensión. Esto es, no solo como un fenómeno bursátil, acaso financiero, sino como un desastre económico y social. “No nos quedemos en el desplome bursátil. Evitemos con fuerza el desplome social. La Cumbre Iberoamericana puede jugar, como foro de concertación política, un rol de gran relevancia para el logro de los desafíos que debemos enfrentar para proteger a nuestra gente y a los más pobres ante el desamparo y para construir una respuesta colectiva que privilegie el interés común, por sobre el interés particular”.

Bachelet fue bastante clara en la Cumbre con el diagnóstico futuro. No podía haber hecho otro en un ambiente que declaró “las exequias del neoliberalismo”, en que la idea de soltar las amarras con la actual institucionalidad económica mundial ganaba terreno. Rafael Correa, el economista presidente de Ecuador fue preciso: Demandó poner “en el cesto de la basura las instituciones que no sirven” y puso sobre la mesa la propuesta de crear un banco y una moneda regional única para dejar de pagar “tributo señorial” en dólares.

Bachelet, sin embargo, les pidió ayuda a esas instituciones que Correa desea mandar a la basura. Ha llamado a la ayuda, en la certeza que los problemas que amenazan a la región son grandes. Porque ya hay certidumbre de una disminución de las exportaciones, de los flujos de capital, de un aumento del desempleo, de la pobreza. De los problemas económicos, sociales y políticos. Bachelet instó a la comunidad internacional a movilizar recursos en la región para reforzar las ayudas: “Necesitaremos medidas adicionales y más contundentes, en proporción a la magnitud de la demanda que introducirá la crisis a partir de los próximos meses y el próximo año”.

El peso triturado

Lo dijo. Por vez primera con tanta claridad. Chile no está blindado, como le había dicho el ministro Velasco. Chile sufrirá los efectos de la crisis como tantas otras naciones. Más aún, la institucionalidad económica chilena, que privilegió durante décadas la apertura de los mercados en la más rigurosa receta neoliberal, hace al país especialmente vulnerable a la crisis. Basta mirar lo que ha sucedido con la inflación tras el alza de los precios de los diferentes bienes en los mercados internacionales, y basta ver las tremendas presiones que ha debido soportar en las últimas semanas el peso, ahora muy devaluado respecto al dólar y al euro. Presiones que se harán sentir muy pronto en una nueva alza de todos los bienes importados, desde los alimentos a los automóviles a los combustibles.

Los efectos de esta crisis los pagaremos los más pobres. Ha sido así antes y lo será ahora. La presión contra las divisas, que ha devaluado el real, el peso mexicano y el chileno en las últimas semanas, con serias y crueles consecuencias en sus economías, es un efecto típico de los grandes especuladores, que buscan día a día dónde colocar sus capitales y sacar, a costa de lo que sea, una ganancia. Luiz Inacio Lula da Silva lo dijo: las naciones pobres “son víctimas y no culpables”.

El economista mexicano de la Unam Alejandro Valle, en entrevista con Punto Final, lo afirma: la situación es más grave para los países emergentes. “Muchos países dicen que están mejor posicionados para una recesión. Para una suave, es posible. Las deudas se han reducido, la chilena no es significativa, la Argentina es menor que la de 1999, México tiene también una muy pequeña comparada con las anteriores. Pero en una gran crisis no creemos que estén en una mejor posición. Aunque México y Chile no tienen problemas severos de balanza de cuenta corriente, el peso chileno y mexicano se han devaluado una enormidad. El mercado se trata de proteger comprando dólares. No se ve que salgan bien de ésta. Esta será una lucha entre grandes fuerzas, y los países más débiles la padecerán más”.

Es difícil en estos momentos prever por qué zanjas se transmitirán los efectos de la crisis. Cuáles serán con certeza los síntomas. Tal vez una depresión, que es la expresión anglosajona para determinar una crisis extensa y profunda. O tal vez una crisis estructural que alterará las actuales relaciones económicas mundiales. Pero ambos casos se verá afectada la producción, las ventas, los flujos, el consumo. Pero en qué regiones con más fuerzas, en qué sectores de la actividad, con qué efectos sobre los precios. ¿Será una crisis de demanda, como 1920? Hay preguntas, hipótesis. Puede hablarse de deflación mundial, como a partir de 1929, con una caída generalizada de los precios y cierre masivo de industrias. O también se puede pensar en una subida de precios internacionales, derivado de la especulación, con una caída en producción: una estanflación.

AFPs

En los hechos, Chile ya está viviendo graves efectos. Ha comenzado de forma dramática con la crisis bursátil y financiera, que ha arruinado no sólo a algunos inversionistas, sino al conjunto de los trabajadores chilenos. Los ahorros del trabajo de millones de personas fueron colocados por ley –ratificada y amplificada hace un par de meses por el Ministerio de Hacienda, que liberó los límites de inversión en el exterior en pleno incendio bursátil- en el casino financiero global, con pérdidas tales que han frustrado el futuro de millones de chilenos.

Hacia la última semana de octubre estos fondos habían perdido más de 32 mil millones de dólares, o un 26 por ciento respecto al volumen que tenían en julio del año pasado, período cuando emerge la crisis de las subprimes. Una merma tremenda, que al detalle se ve mucho peor: el fondo A, que coloca el total del capital en acciones, se redujo en un 41 por ciento, y el B, con una alta proporción de sus recursos también en renta variable, cayó un 32 por ciento. Incluso el fondo E, de renta fija, también tuvo una merma: en el periodo bajó 0,58 por ciento.

El economista de Cenda Manuel Riesco comentaba la semana pasada en su blog y apuntaba hacia el ministro Velasco, que en esos mismo días dijo que “los fondos está a buen resguardo”. Para Riesco, “el Ministro de hacienda debe explicarles a los ahorrantes del fondo A, que a agosto eran 1,3 millones de personas, cómo es posible que fondos tan bien resguardados hayan perdido un 40,58% de su valor en pocos meses. Algunos afiliados de mayores ingresos han perdido ¡40, 60 y en algunos casos más de 80 millones! ¿Qué laya de resguardo es esa? Debe explicar a los 3,7 millones de personas que tienen sus ahorros en el fondo B qué tan bueno es este resguardo que en un año les ha hecho perder -31,22% de sus fondos”.


Pymes, otra vez bajo la ola

La última recesión que padeció la economía chilena, efecto también de convulsiones mundiales, data de finales de la década pasada y comienzos de la vigente. Entonces también oímos la retórica oficial con frases similares al “blindaje”, al “buen pie”, a los “sólidos equilibrios”. Las crisis asiáticas, rusa, brasileña y argentina, que todos los analistas concuerdan en trances muchos menores al de las crisis actual, redujo las exportaciones chilenas, devaluó el peso, mermó el consumo interno y llevó a la quiebra a numerosas empresas, principalmente pymes y elevó el desempleo. Como si fuera poco, el Banco central, para frenar una posible inflación, elevó las tasas de interés.

Ese fue un escenario, propio para una tragedia menor, que hoy tiene todas las probabilidades de repetirse. De amplificarse.

Estadísticas del sector exhiben el dramático curso histórico de los hechos: si en 1990 este sector obtenía el 32 por ciento de las ventas del país, hoy ha bajado al 17 por ciento. Pérdida de mercado por una parte, y endeudamiento a altas tasas por otra. Debilidad en un área de la economía que genera entre un 70 y un 80 por ciento del empleo.

La precariedad de las pymes puede observarse en sus ventas. Datos oficiales apuntan: las más pequeñas, que puede ser un quiosco o un puesto en la feria, un colectivo o furgón escolar, tiene ventas por 2,5 millones de pesos anuales (lo que nos da ingresos mensuales inferiores al mínimo), las medianas hasta 50 millones al año y las mayores, que son muy pocas, hasta 300 millones.


La crisis asiática de finales de la década pasada dejó lecciones muy amargas en las pymes. Es entonces cuando el deterioro adquirió rasgos veloces y profundos. Un estudio de entonces realizado por una consultora reveló lo que hoy es una percepción diaria. Si se toma como índice cien el año 1994, la gran empresa en el 2000 había aumentado en un cinco por ciento sus ventas, en tanto las pymes en todas sus variantes (micro, pequeña y mediana) las había reducido en este periodo. “La microempresa cayó en esos cinco años más de diez puntos porcentuales, la pequeña empresa casi quince puntos, la mediana empresa casi 16 puntos, en tanto las grandes empresas aumentaron su participación en casi cinco puntos. Un fenómeno que tuvo su referente directo en una transferencia de la riqueza desde este extenso sector de pobres a la gran empresa.

Las pymes, que absorben la gran mayoría de la fuerza laboral, son también las grandes generadoras de desempleo en momentos de crisis. Bien es recordado que tras la crisis asiática la tasa de desempleo chilena se elevó a dos dígitos. Sólo hace un par de años ha tendido a contraerse, pero jamás a los niveles que tuvo el desempleo en los años previos al trance.


Construcción

Las autorizaciones de construcción han venido cayendo durante los últimos meses. A septiembre pasado este indicador cayó más de un 30 por ciento respecto al año anterior, baja que se refleja en la construcción de viviendas, oficinas y otro tipo de inmueble.

Los índices de la Cámara de la Construcción también apuntan hacia un freno. En septiembre, las ventas de este sector cayeron en más de un once por ciento, y en un 14 por ciento respecto al diciembre del año pasado.

La construcción, bien se sabe, es uno de los sectores más sensibles a las oscilaciones económicas, por lo que esta caída es muy probable que se mantenga durante los meses siguientes.

Exportaciones

El impacto en las exportaciones será claro y contundente. Aún es prematuro para observar el fenómeno, pero el descenso en el precio del cobre – de 3,2 dólares en enero a dos dólares en octubre –que ha reducido en casi un 30 por ciento los excedentes de Codelco es una tendencia que probablemente continuará. Por ahora, aun cuando no se observa una caída en las exportaciones, sí ya se percibe un estancamiento. A octubre pasado, la cifra total exportada era levemente superior a la de un año atrás, en circunstancia que durante los últimos años este sector mantuvo un crecimiento permanente.


Desempleo

Todos estos fenómenos ya se observa en la tasa de desempleo. Si bien la tasa general de desocupación no ha tenido grandes variaciones, sí hay señales en la construcción y el comercio. Si comparamos los meses de septiembre del 2008 con el de 2007 observamos que en la construcción los desempleados aumentaron en más de cinco mil personas, en tanto en el comercio en casi 25 mil.

La tasa de desempleo nacional se ubica en 7,8 por ciento, la que tenderá a subir durante el próximo año para alcanzar niveles similares, o mayores, a los de la pasada crisis de finales de los 90, con guarismos de dos dígitos.

Precios

El Banco central ha venido subiendo las tasas de interés durante el año, para colocarlas en este momento en 8,5 por ciento anual. El motivo de tales alzas ha sido una desatada inflación, como efecto de las súbitas alzas de los precios de materias primas internacionales, desde el petróleo a los alimentos.

Pese al fuerte cambio en la tendencia de los precios internacionales –el petróleo pasó desde casi 140 dólares a poco más de 60 en un par de meses- hay ahora otro problema con los precios. Las presiones sobre el peso, devaluado día a día por la acción de especuladores, nuevamente incide en un encarecimiento de todos los bienes importados. Un fenómeno que por cierto se trasladará a la tasa de inflación general y llevará al Banco central a subir otra vez las tasas de interés y a provocar un mayor decaimiento de la ya aletargada economía. Tendremos inflación con recesión, quiebras, desempleo, el peso triturado.

Estamos en la tormenta perfecta, como han calificado no pocos economistas.


PAUL WALDER

Los medios, las AFPs y la defensa del mercado

La nacionalización del sistema privado de pensiones en Argentina desató la furia de las elites a este lado de Los Andes. En el país que se arrogó con soberbia la invención de este engendro en plena dictadura, que puso la primera piedra neoliberal de la región en pleno fragor dictatorial, sus oficiantes, sus administradores y especuladores han enrojecido de rabia ante la posibilidad que les arrebaten el multimillonario negocio, en tanto los legítimos propietarios del capital, que son los trabajadores, solo observan.


Los fondos flaquean, se secan: todo el país sabe que las pérdidas se filtran cada día. Como en una maldición, como cumpliendo los peores presagios, en poco más de un año se han evaporado 25 mil millones de dólares. Cada trabajador ha perdido más de un quinto de los ya de por sí exiguos ahorros para su jubilación. El sistema privado de pensiones se ha derrumbado. No sirve. El mismo gobierno y sus peritos llaman a los trabajadores a no jubilarse. A esperar, no sabemos bien qué o a quién.

El sistema está construido sobre el lucro, como la salud, la educación, como la vida misma en la sociedad neoliberal de consumo. Y todos, en relación a su medida de poder, participan de aquel lucro. Están quienes usufructúan del capital, que son las AFPs, compañías especializadas en la especulación, la comisión y la apuesta, están sus defensores y oficiantes, que han sido todos los gobernantes y ministros de Hacienda, desde Hernán Büchi a Andrés Velasco, y están quienes se alimentan y engordan con los fondos, que son las sociedades anónimas. Y están, cómo no, en los sótanos anónimos de esta estructura, los millones de trabajadores, los dueños del capital, que son rehenes, bajo un reglamento decretado en la dictadura, de sus conspicuos administradores-especuladores. Como en una reinterpretación del mito griego, la pena para los trabajadores es mirar, día a día, cómo pierden sus recursos, cómo se evapora su futuro. Y no pueden hacer nada. O casi nada.

En rigor, casi nada. Los trabajadores tienen un pequeño rango para movilizar esa personal alcancía. Pueden traspasarla del Fondo de acciones, el más vulnerable a la crisis financiera, a otro de renta fija. Desde el fondo desfondado al que sólo tiene filtraciones. Un acotado espacio de libertad – y cómo nos han hablado de libertad de emprendimiento y otras sandeces durante estos años-, que en la práctica también está limitado. Una campaña conjunta puesta en marcha por los administradores y sus socios a través de los medios ha impedido que los afiliados ejerzan esa estrecha libertad. Sobre la base de la desinformación, la confusión y la abierta mentira se ha engañado al trabajador para que no mueva sus fondos. Lo hacen los administradores, lo entendemos, es su negocio, con ello lucran. Pero lo hace también el gobierno. Una de aquellas tantas semanas de caída libre bursátil, Velasco dijo “los fondos está resguardados”. ¡Y quién nos resguarda de individuos como ellos! ¡Qué negocio se traen entre manos!

Se trata de una campaña perversa. El Mercurio y La Tercera se han dedicado, así como lo ha hecho toda la derecha argentina, el peronismo de derecha y sus medios, a sembrar una campaña del terror. Que sube el riesgo país, que cae la bolsa, que los efectos en Brasil, en los inversionistas, en la estabilidad. Cuentos, puros cuentos, sesgo y mentiras, que la televisión ha reproducido y amplificado. Como si nacionalizar perjudicara a los trabajadores. Como si el fracaso del sistema de AFP no fuera una evidencia palmaria. Como si el afiliado no conociera las operaciones aritméticas básicas.

La elite ha actuado de forma organizada para defender la piedra basal del modelo. El sector privado con el gobierno, que es una filial en La Moneda de los intereses del gran capital. Todos recitan la misma oración. Durante los últimos veinte años hemos visto la sintonía entre la clase política (que son también políticos de clase) con la clase empresarial. Una sintonía de clase, porque solo son capaces de verse y reconocerse entre ellos. Una actitud que Roland Barthes había percibido y comentado en sus Mitologías: el burgués no es capaz de ver a los otros. Sólo se ve a sí mismo, a un mundo bajo su cultura, bajo sus criterios. Y qué más palmario que el neoliberalismo como dogma burgués, como sentido de vida. La trascendencia se logra en el mall a través del lucro.

Hemos dicho que durante los últimos veinte años esta clase ha actuado en sintonía para su propia satisfacción. Y vemos hoy el miedo, el terror a perder sus privilegios. Por ello la mentira abierta, por ello la campaña de inmovilización. Los fondos de pensiones habían sido útiles como burbuja especulativa para generar negocios propios, para levantar ilusiones, para nuevas apuestas en el casino global. Los fondos de los trabajadores existen para su propio usufructo. Cuando todo se viene abajo, la salvación comienza entre los socios, entre los miembros de la clase. Como decía Barthes, la burguesía solo tiene ojos para sí misma. Que primero pierdan los otros. Los trabajadores, la masa.

PAUL WALDER

miércoles, noviembre 05, 2008

Capitalismo a la deriva


Somos testigos de un evento histórico. Del final de un ciclo, del inicio de otro. Aun cuando este evento, que es la crisis financiera del sistema capitalista global, puede tener sus orígenes en otros ciclos, en otros múltiples incidentes y accidentes menos visibles, menos veloces, es la expresión de un punto de quiebre, de inflexión. Es la evidencia del desfonde de un sistema, circunstancia anunciada desde hace décadas –y en rigor a mucho más de un siglo, si nos remontamos a Marx- por intelectuales, analistas y por todo el movimiento antiglobalización. Estaban bien avisados.

El desastre financiero global, que ha derivado en el desfalco a los estados de las naciones desarrolladas por la gran banca privada, en una contracción de los créditos provocada por la desconfianza bancaria mutua, de presiones sobre las divisas y de una inminente recesión mundial cuya profundidad aún nadie pueden otear, ha venido a plantear otra serie de preguntas y nuevos problemas. Cuáles han sido las causas de esta crisis, las inmediatas y las profundas, y cuáles serán sus efectos, los que no sólo estarán acotados a la economía. Un amasijo de dudas que tiene también su diaria expresión en el enloquecido comportamiento de inversionistas, que actúan como especuladores y apostadores, aterrorizados por la inestabilidad global y estructural. El andamiaje económico, basado en la más pura ley del mercado, amenaza con derrumbarse. Sin el refuerzo de los estados todo estaría ya en el suelo, con efectos, podemos imaginar, de una paralización total de los flujos o de presiones impensables sobre algunas divisas.

Neoliberales evaporados

Lo que ya es una realidad es que hemos asistido en el lapso de unas pocas semanas al fin del modelo neoliberal, aquel que pregonaba –también hasta hace unas pocas semanas, recordemos y no lo olvidemos- la reducción del estado, su no intervención en la economía, las nulas regulaciones, porque el mercado, decían sus oficiantes, y solo el mercado era el mejor asignador de los recursos. Lo era en las finanzas, por cierto, pero también en la salud, la educación, los recursos naturales, el consumo, los servicios básicos. Tras el colapso del sistema financiero mundial, que ha requerido billones de dólares de los estados para reanimarlo, nadie puede, sin algún pudor intelectual, volver a hablar del mercado como el sistema de intercambios que sacará al mundo de sus miserias. Sólo fantasmas políticos como George W. Bush, aún presidente de Estados Unidos, pudo argumentar que las billonarias medidas “no tienen la intención de apoderarse del libre mercado, sino de preservarlo”. El libre mercado no sólo ha fracasado: sin el auxilio de los estados la ruina que vivimos hoy estaría multiplicada.


Esa voluntad de Bush es hoy una fantasía. No es posible volver atrás. Y tampoco huir hacia delante. Bush, que ha demostrado saber muy poco o nada de economía, duda también sobre el efecto que tendrán las millonarias medidas. La economía, dijo hacia la segunda semana de octubre, se arreglará. ¿Cuándo? No sabe, no tiene idea. En el largo plazo, dijo, frase que no contiene una afirmación, sino una mera esperanza. El largo plazo es, en economía, en historia, una fase que supera una o dos décadas. Tal vez más tiempo. Un largo ciclo que también coincide con afirmaciones de economistas, que prevén una larga recesión. La recuperación tardará, han dicho, entre diez y veinte años.

El neoliberalismo global desregulado, tal como lo conocimos durante las últimas décadas, se extendió y tramó sus complejas redes y operaciones especulativas precisamente por la ausencia de regulaciones, por la nula o ínfima presencia del estado. Hoy, un estado no solo regulador, sino participante y propietario, se instala como la contradicción, la aporía, el absurdo neoliberal. Si hay capitalismo, éste será sin duda diferente al que hoy existe. No sabemos si mejor o peor.


El economista Joseph Stiglitz hizo a los pocos días de desatada la crisis una lúcida comparación. La caída de Wall Street es un evento similar a la caída en 1989 del muro de Berlín y los socialismos reales. Bien podemos recordar las inmediatas consecuencias de aquel colapso sistémico durante la década siguiente, las que no sólo abarcaron la economía con un veloz ingreso del capital mundial en Rusia y Europa del Este, sino se extendieron hacia la política y la cultura. Fin de la historia -se dijo, se proclamó a los cuatro vientos- mundo unipolar, nuevo orden mundial. El neoliberalismo liderado por Estados Unidos, única superpotencia. Hoy cabe preguntarse si esta fase llega hasta el 2008.


Immanuel Wallerstein, sobre la base del Análisis del Sistema Mundo, que estudia los ciclos históricos (análisis inspirado en las teorías del historiador Fernand Braudel y del economista ruso Nikolai Kondratieff), ha advertido sobre este fin de ciclo. Lo ha venido haciendo en numerosos libros, documentos y artículos, lo que no nos debe llevar a ninguna sorpresa. Un proceso largo, de cierre, de colapso sistémico, que necesariamente tiene que hallar bifurcaciones. Wallerstein no localiza el cambio ni en el 2008, 2009 o en otra fecha concreta. Pero sí observa que nuestro sistema-mundo, una economía capitalista global, está en plena crisis, la que puede extenderse por varias décadas. Estos eventos, como otros similares, dan cuenta de esta transformación, que se expresa por una enorme inestabilidad. En general, los cambios, en la medida que ciertos grupos tratan de preservar sus privilegios y mantener jerarquías en un momento inestable, explosionarán con violencia.


¿Hacia el fin del capitalismo?

Hace dos semanas Wallerstein habló sobre la crisis financiera global, lo que ratifica su teoría. En realidad, podemos decir que Wallerstein, que ha impulsado a los movimiento antiglobalización y antiimperialistas, se ha elevado a la categoría de un profeta viviente del siglo XXI. Así explica el fin de este ciclo: “En una fase A, el beneficio es generado por la producción material, industrial u otra; en una fase B, el capitalismo debe, para seguir generando beneficios, refinanciarse y refugiarse en la especulación. Desde hace más de treinta años, las empresas, los Estados y las economías familiares se endeudan, de modo masivo. Actualmente estamos en la última parte de una fase B de Kondratieff, cuando la decadencia virtual se hace real, y las burbujas revientan las unas tras las otras: las bancarrotas se multiplican, la concentración del capital aumenta, la desocupación progresa, y la economía conoce una situación real de deflación.”

Wallerstein no se queda en ambigüedades para anunciar que estamos en el fin del sistema capitalista: “Pienso en efecto que hemos entrado después de treinta años en la fase terminal del sistema capital. Lo que diferencia fundamentalmente esa fase de la sucesión ininterrumpida de los ciclos coyunturales anteriores, es que el capitalismo ya no llega a “hacer sistema”, en el sentido en el que lo entiende el físico y químico Ilya Prigogine (1917-2003): cuando un sistema, biológico, químico o social, se desvía demasiado y demasiado a menudo de su situación de estabilidad, ya no llega a encontrar el equilibrio, y se asiste entonces a una bifurcación”.

A partir de entonces, dice, “la situación se hace caótica, incontrolable por las fuerzas que la han dominado hasta ese momento, y se ve aparecer una lucha, y no entre los poseedores y adversarios del sistema, sino entre todos los actores, para determinar lo que lo va a reemplazar. Reservo el uso de la palabra “crisis” a ese tipo de período. Ahora bien, estamos en crisis. El capitalismo se acaba”.

Wallerstein, en sus muchos estudios y ensayos, apunta sobre el cambio, la transformación, la bifurcación. Hacia un sistema diferente. Pero no dice a dónde. El proceso de bifurcación es “caótico”; esto significa que “pequeñas acciones” pueden tener más adelante consecuencias “significativas”. Y bajo estas condiciones, el sistema tiende a oscilar “salvajemente”. Pero eventualmente “se inclina” en una dirección.

La actualidad es aún prematura para predecir dónde está la bifurcación. Pero ya hay señales del profundo desorden que seguirá al colapso. Un periodo crítico, pero también lleno de posibilidades y esperanzas. “Nos encontramos en un período, bastante raro en el que la crisis y la impotencia de los poderosos dejan sitio al libre albedrío de cada cual: hoy existe un lapso de tiempo durante el cual cada uno de nosotros tiene la posibilidad de influenciar el futuro a través de su acción individual. Pero como ese futuro será la suma de una cantidad incalculable de esas acciones, es absolutamente imposible prever qué modelo terminará por prevalecer. Dentro de diez años, tal vez se vea más claro; en treinta o cuarenta años, habrá emergido un nuevo sistema. Creo que, por desgracia, es igual de posible que se presencie la instalación de un sistema de explotación aún más violento que el capitalismo, como que se establezca un modelo más igualitario y redistributivo”.

Para algunos, sólo codicia

A diferencia de Wallerstein, economistas del establishment y políticos más tradicionales no ven, o no quieren ver, más allá de sus narices. No se habla de crisis sistémica, de cambio de paradigma. Por cierto que no del fin del modelo capitalista, pero comienza a emerger la idea, la posibilidad, de la muerte de su expresión más extrema, que es el neoliberalismo. Esta idea, que hoy ya emerge con lentitud, ha sido, sin embargo, reducida, acotada. Se habla de “casos aislados”, de “excesos”, de la “codicia” y la “ambición” de “unos pocos”, como dijo, incluso, la presidenta socialista chilena Michelle Bachelet. La desregulación no fue la causa de la dispersión de los más bajos intereses e instintos humanos. A la inversa. La desregulación fue el efecto de esos intereses.

La ciclópea e histórica intervención de los bancos centrales y los estados en las finanzas mundiales, cuyas cifras, repetimos, se eleva a billones de dólares y euros, aún no tiene un claro diagnóstico. Hasta el momento, la prensa, los líderes mundiales, los economistas, son meros transmisores de los hechos. Ha faltado una interpretación más profunda, la que tal vez no se tendrá hasta contar con nuevos eventos. Al decir de Wallerstein, hasta observar hechos que “inclinen” el proceso en una dirección.

Los hechos que pueden observarse y comentarse a simple vista son los siguientes: ha habido una participación de los estados en las finanzas, ya sea por la adquisición de activos tóxicos, ya sea participando en la propiedad de las instituciones. De una u otra manera, lo que es innegable es que el mundo de las finanzas mundiales, el corazón y ADN del sector privado global, hoy es híbrido, espurio. Está, diría Hayek o Friedman, “contaminado” con el estado. El neoliberalismo más puro está, sino muerto, moribundo.

¿Privatización del estado? ¿Nuevo evento en la Doctrina del shock?

Esta es la interpretación más o menos oficial. Pero la gigantesca operación de rescate bancario puede ocultar algo mucho peor, como son las tensiones que marcarán los próximos años. Marcos Roitman afirmaba la semana pasada que estas operaciones han de ser observadas bajo la luz de Marx. “Cuando los gobiernos conservadores y neoliberales se prestan a rejuvenecer el sistema financiero por medio de un intervencionismo estatal se refuerza el carácter de clase del Estado. Es el capitalista global el que está representado en su forma equivalente general. En momentos de necesidad emerge su esencia. Inyectar millones y millones de dólares o euros para evitar una catástrofe financiera o una caída espectacular de los valores bursátiles, supone orientar políticamente las decisiones. Pero igualmente, conlleva salvar a los grandes empresarios y las trasnacionales. El horizonte es reflotar el sistema”.

Se reflota el sistema a costa del estado, que es a costa de todos los contribuyentes. Se revive un sistema histórica y profundamente criticado, basado en la explotación sin freno de los recursos naturales, en la degradación ambiental, en la injusticia, en la explotación laboral. Un sistema que da cada día muestras evidentes de su declinación. Los estados, con el argumento de la salvación del sistema, de los ahorros de las personas, de las pensiones para la jubilación de los trabajadores, han apoyado no a los ciudadanos y pobres, sino a las elites, al sector privado global. A los denominados masters of the universe.

Bajo todas estas circunstancias, lo que hemos observado no ha sido sólo una operación económica global, sino una mega operación política. Los bancos centrales no eran independientes, como argumentaron todos los neoliberales, sino que estaban allí como una extensión de su poder, como un seguro o una línea de crédito, de los grandes capitales. Los superávit fiscales de los estados, sus reservas, estaban aguardando esta oportunidad. ¡Cómo hubiera gritado el sector privado si los estados hubiesen entregado esos recursos para resolver el hambre, la pobreza!

Se ha dicho que con la participación del estado en la economía habrá más regulaciones, en la necesidad de sentar un nuevo orden financiero internacional, a la manera de Bretton Woods en 1944. Pero nada de ello está claro. El orden financiero actual, que tiene su génesis y su estructura en la especulación y la desregulación, tendría que ser desmontado o completamente reestructurado. ¿Una decisión a partir de una contradicción?

Es posible llegar a afirmar que esta no es una contradicción. Es el estado de clase, hoy más transparentado que nunca. Ya no requiere subsidiar de forma indirecta o triangular a complejos de armamentos, petroleros, mineros, ya no necesitan los gobiernos entrar en largas discusiones para aprobar leyes que favorezcan a sus mecenas privados. Ahora, y ante la catástrofe, le ha entregado los recursos directamente. El estado, habría que decir, no es solo un estado de clase, sino que les pertenece. Este es un paso más hacia la privatización final del estado. Los anteriores pasos, que estuvieron encaminados en la misma dirección, contaron con otra argumentación: austeridad fiscal, corrupción, derroche… Hoy, cuando aún resuenan en nuestros oídos toda la cantinela del FMI y el Consenso de Washington, vemos una operación política presentada como una aparente contradicción, como una acción pragmática, generada por la necesidad.

Una acción que solo pudo ser posible tras el shock. Naomi Klein ya había observado estas últimas acciones del sistema capitalista para ganar espacios de poder y las explicó a la perfección en la Doctrina del Shock. El capitalismo o crea o espera la catástrofe. Tras la debacle, interviene y reconstruye a su propia medida. Lo hizo en Chile en 1973, en otras naciones sudamericanas, los hizo después del colapso del Muro de berlín, tras el huracán katrina y el tsunami de Indonesia, y lo hace hoy en Irak. Tras el atentado que derribó las Torres Gemelas se puso en marcha la “doctrina Bush” de la guerra preventiva. Hoy, con la crisis financiera, el plan ha sido intervenir en el corazón de los estados. De cierto modo, los ha privatizado.

Junto a la toma de rehén de los estados por el sector financiero – y no al revés, como podría creerse- está en plena marcha un proceso de aún mayor concentración de la propiedad y del mercado. En estas escasas semanas hemos visto como caen en quiebra varios bancos, que son absorbidos por otros, en las próximas veremos cómo los estado ingresan en la industria. Un proceso de profundos, erráticos y caóticos cambios. Pero será necesario esperar y ver el curso de los hechos, la emergencia de nuevos eventos para poder continuar con la tesis de Klein.

PAUL WALDER







Publicado en Punto Final