WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

miércoles, diciembre 26, 2007

Tomé, derrotada en “las grandes ligas”

Para un observador de la economía chilena, el cierre de Bellavista Oveja Tomé, la empresa textil más antigua del país y primera lanera latinoamericana, es un paso más en el proceso de globalización y de acomodación del sistema productivo mundial. Para los trabajadores y los habitantes de Tomé, que ya padecen el mayor índice de desempleo del país en una zona de altos niveles de pobreza, es una tragedia. Y para el gobierno, es un asunto propio del mercado, como decir que es parte de la naturaleza. Los casi mil trabajadores que han quedado en la calle han sido víctimas de un discurso y un plan de acción, han sido mártires de la “sólida economía”, que “está blindada”, como repite Andrés Velasco, “de un país en la senda del desarrollo”, como vaticina también el hombre de Expansiva instalado en Hacienda. Han sido otra pieza que la Concertación sacrifica periódicamente para calmar las iras de su dios, el mercado, y satisfacer la abismal codicia de la gran empresa exportadora de recursos naturales.

Lo que no relaciona ni asume el gobierno, que es una extensión de la Concertación, bien sabemos, es la responsabilidad que le cabe en la quiebra de Bellavista. ¿Cómo? ¿No se trata del mercado? Si, empujados al libre mercado. Ha sido la Concertación la que ha desregulado y abierto todos los mercados, la que ha dedicado por más de diez años con dedicada fruición su política exterior a suscribir acuerdos y tratados de libre comercio, como si en el intercambio comercial se hallara el objetivo último de todas las políticas y el sentido de sociedad. Pero hay más: cada vez que suscribía un tratado comercial lo anunciaba como la “gran oportunidad”, “el ingreso a las grandes ligas”, un nuevo paso al desarrollo. Así lo decía, recordamos, Soledad Alvear, la otrora canciller chilena durante el gobierno de Ricardo Lagos y hoy presidenta de la Democracia Cristiana, y también insistía el mismo Lagos. Y hay aún más. Durante las negociaciones del TLC con Estados Unidos el entonces presidente de Chile anunció con complacencia las ventajas que traería ese convenio al sector textil chileno, que tendría las puertas abiertas de este gigantesco mercado. Durante una reunión con empresarios en el ex Hotel Carrera, este cronista fue testigo de un apasionado Lagos, que les aseguraba a los industriales textiles nacionales la posibilidad de exportarle a los millonarios estadounidenses trajes de 500 a mil dólares.

El entusiasmo llevó a Lagos en noviembre del 2003 (el TLC con EE.UU. se inició en enero del 2004) a la inauguración de la nueva empresa Linos Tomé –ex paños Tomé, quebrada un par de años atrás-, desde entonces con nuevos propietarios con capitales estadounidenses. Un proyecto que dio empleo a unas 400 personas, cuyos productos se destinaron de forma primordial al mercado norteamericano y alentó a los atribulados actores de ese sector.

Pese a este ejemplo, el mercado norteamericano no ha cumplido esas expectativas ni Lagos estuvo a la altura de sus promesas. Para ello basta mirar también al Transantiago. Al TLC con Estados Unidos le siguieron otros, entre los que destacan el suscrito con China –Chile, se dijo entonces con orgullo desde la Cancillería y la Direcon, era el primer país del mundo no asiático en firmar este tipo de protocolo con los chinos- y con India (Acuerdo de Alcance Parcial), ambos portentos en los negocios de los textiles y confecciones, entre un universo de otras manufacturas a precio de huevo.

El factor chino

El TLC con China será el ingreso en el mundo real para muchos pequeños industriales chilenos, como la industria metalmecánica, los textiles, calzados y del plástico. Aun cuando se negociaron listas de desgravación escalonada que llegarán a arancel cero en diez años, es un hecho que los bienes procedentes de China e India ya han terminado por inundar el mercado chileno y sacar de la competencia no sólo a los más débiles. Otra importante industria del sector, como es Textiles Pollak, pasa por un momento financiero más que complicado.

Hay que considerar que sin acuerdo bilateral de comercio, el arancel promedio efectivo que la aduana chilena cobra a un producto es de poco más del uno por ciento. Por tanto, no es mucho lo que altera el volumen de importaciones un tratado de libre comercio. Los gobiernos de la Concertación los ha negociado y suscrito pensando en las exportaciones, las que están compuestas básicamente por recursos naturales y operadas por grandes empresas. La política de la Concertación es la virtual eliminación unilateral de los aranceles, que es parte del fundamentalismo neoliberal, lo que llevaría, como efecto recíproco, a la rebaja de la contraparte. De no hacerlo, para ello están los TLCs.

Antes de firmar el acuerdo con China, el mercado chileno ya estaba saturado de productos de tal origen. Las importaciones de textiles chinos ya habían crecido durante los últimos años a una tasa del diez por ciento y constituían, por lo general, importaciones de insumos para la industria nacional de la confección. Cabe destacar –señalan estudios sectoriales- que China tiene una participación superior al 50 por ciento en más de 60 productos del sector. Un TLC, decían los negociadores, incrementaría las importaciones de este rubro en sólo un diez por ciento.

En el sector confección, la importación de productos procedentes de China había tenido un crecimiento del 15 por ciento en los últimos años, tasa de expansión que ha superado a las importaciones de productos similares de otras procedencias. Un TLC, decían, aumentaría las importaciones entre seis y ocho por ciento, ritmo de expansión que sería, sin embargo, inferior al registrado con anterioridad.

Con el calzado chino había sucedido algo similar, cuyas importaciones habían aumentado en un diez por ciento durante los últimos años. Con un TLC, sin embargo, las estimaciones oficiales esperaban que las importaciones crecieran solo un cinco por ciento.

El TLC con China entró en vigencia en octubre del año pasado, por tanto es difícil evaluar sus efectos en la industria textil chilena. Y a la vista de la experiencia es poco lo que ha variado y también, a la luz de la letra del tratado, será poco lo que alterará. El trance que vive esta industria nacional no podrá ser mucho peor (si llega a sobrevivir diez años más).

Una industria en caída libre

La Sofofa elabora algunas estadísticas sectoriales y da señales de cómo se hunde esta industria. La producción cayó en 28,6 por ciento en octubre pasado, un descalabro presionado por mayores importaciones y por el efecto de Bellavista Oveja Tomé. Y entre enero y octubre, el sector textil ha mermado su producción en un 23 por ciento. Un proceso que también se expresó en las ventas, que cayeron en un 23 por ciento en el periodo. Estas caídas, por cierto, han tenido y la tendrán en el corto plazo su referente en una fuerte disminución de empleo en el sector.

La piedra angular para sacar al sector textil del marasmo era la exportación de productos de alta calidad a mercados exigentes. Si vemos las cifras de la Sofofa, el proyecto elaborado por los economistas y negociadores comerciales de la Concertación más bien parece un delirio. Aun cuando ha aumentado sus exportaciones, en un 15 por ciento entre enero y septiembre, los montos son ridículamente bajos en comparación con otros sectores industriales: sólo el 1,2 por ciento del total de las exportaciones industriales corresponden a textiles. En manufacturas, el modelo chileno está ya bien consolidado: salmones, vinos, maderas aserradas, harina de pescado… todos recursos naturales con muy bajo valor agregado y todos, también, generadores de empleos de ínfima calidad.

El volumen exportado tampoco tiene ninguna relación con lo importado. En una relación uno a diez entre las exportaciones y las importaciones, es imposible que esta industria salga a flote. En especial porque del total importado, el 70 por ciento corresponde a productos terminados, como confecciones y calzado, rubros que han crecido con especial fuerza durante el último año, a una tasa de 20 y 19 por ciento, respectivamente. Y si atendemos al crecimiento de las exportaciones textiles, no sólo los volúmenes son muy pequeños, sino que la tasa de expansión es menor al ritmo con que aumentan las importaciones. A la luz de estos números, el futuro, si es que existe algún futuro para la industria, es bien oscuro.

¡El futuro está aquí!

Para los trabajadores de Bellavista el futuro ha llegado. Los grandilocuentes anuncios del paso a la modernidad, del ingreso a las ligas mayores significa, en Tomé, desempleo masivo y más pobreza. A septiembre, según el INE, la comuna de Tomé tenía una tasa de desempleo del 13,1 por ciento, superada solamente por otras comunas pobres como Curanilahue (18) y la Unión (15,2). Un índice de cesantía que prácticamente duplica la media nacional de 7,7 por ciento y que aumentará muy probablemente en los próximos meses.

Con los niveles de pobreza la situación es aún peor. La comuna de Tomé, de 55 mil habitantes, tiene un índice de pobreza del 27,2 por ciento, que no sólo es muy alto respecto a la media nacional, que Mideplán estima en 13,7 por ciento, sino para la región del Bío Bío, con 20,7 por ciento.

La quiebra de Bellavista tiene una relación directa con las políticas económicas del gobierno, con su discurso e, incluso, con sus promesas fallidas. La empresa textil, creada en 1865, soslayó y enfrentó numerosas crisis a lo largo de su historia, pasó por diversos propietarios –fue, incluso, una cooperativa gestionada por sus trabajadores durante el gobierno de Salvador Allende- , pero no pudo hacer frente a las “ligas mayores”. Aun cuando el 80 por ciento de su producción actual se destinaba a mercados internacionales, la empresa sucumbió no sólo por deudas impagas, sino por la caída del dólar (actualmente en torno a los 510 pesos) y, según informó en un comunicado, por la rescisión de un importante contrato con la firma estadounidense Brooks Brothers, que representaba, también dijeron, el 20 por ciento de sus ventas.

Un oscuro final

El cierre de Bellavista tiene espacios oscuros que no han sido contados. Los trabajadores han dicho que el contrato con Brooks Brothers no llegaba a representar ni el diez por ciento de las ventas, por lo que la industria podría haber seguido su curso. Pero hay más opacidades.

Los propietarios, compuestos por el industrial Gabriel Berczely, el ex senador de Renovación Nacional Miguel Otero y Cristóbal Kaufmann, que compraron la industria el 2002 a la familia Ascuí, comenzaron a hacer noticia a partir del 2006, cuando se desató una crisis financiera que recayó en los trabajadores. La empresa amenazó con cerrar si los empleados no aceptaban un recorte salarial del diez por ciento. Lo toma o lo deja. Los trabajadores, sin otra opción laboral, tuvieron que tomar la propuesta.

La amenaza del cierre se mantuvo en el aire desde entonces. Según informaciones radiales, las deudas de Bellavista suman aproximadamente unos 25 millones de dólares, principalmente a los bancos BBVA, de Chile, Bancoestado y Santander, a proveedores extranjeros y al accionista Cristóbal Kaufmann. Un pasivo que, según esa misma fuente, no comprometía necesariamente la viabilidad de la empresa, evaluada en unos 50 millones de dólares.

La última esperanza de los trabajadores en mantener su fuente laboral fue un compromiso adquirido hacia finales de noviembre entre los accionistas para un aporte de capital de 27 millones de dólares. De este volumen, seis millones iban a proceder de los mismos dueños y algunos proveedores, en tanto el resto de un financiamiento que organizaría el Banco de Chile, que negociaría con los otros bancos acreedores. El plan era hacer un crédito sindicado.

¿Qué sucedió entonces? Los trabajadores apuntan a los accionistas, que de cierta manera han preferido la quiebra a mantener a flote la industria. Otros acusan a los bancos, al mantener este nuevo crédito en condiciones draconianas para Bellavista.

Hacia finales de noviembre los trabajadores lideraron una serie de protestas contra el entonces casi inminente cierre de la industria. Pocos días más tarde el Bancoestado emitió un misterioso comunicado en el cual se deslindaba de toda responsabilidad (¿qué responsabilidad le cabía para emitir el comunicado?), la que cargaba a los dueños de Bellavista.

“A principios de 2007, Bellavista otorgó un mandato a BanChile para resolver los problemas financieros de la empresa. En mayo, BanChile, en su calidad de representante oficial de la empresa para estos efectos, invitó a los bancos a participar de un financiamiento sindicado a largo plazo, por 26 millones de dólares (…) En agosto, BanChile resolvió la recuperación financiera de Bellavista con 17 millones de dólares otorgados por los Bancos de Chile, BBVA, BancoEstado y Santander Santiago a 7 años plazo; con 3 millones de dólares financiados por Cristóbal Kaufmann B., en las mismas condiciones que los bancos; otros 3 millones de dólares reprogramados con proveedores extranjeros de maquinarias, y los restantes 3 millones de dólares para capital de trabajo, a obtener del mercado financiero, en condiciones mejoradas, una vez reestructurada la deuda antes indicada. Antes de la reestructuración, la empresa tenía once acreedores financieros. Con esta solución redujo ese número a sólo cuatro”, aclaraba en Bancoestado.

El proceso de formalización del crédito se inició en septiembre pasado. Según relata el banco, la operación, ya aprobada, había seguido su curso legal y sólo faltaba la firma de los interesados. Fue entonces cuando se iniciaron las movilizaciones de los trabajadores en Tomé, porque los propietarios de Bellavista habían cambiado de opinión. El motivo argumentado en la oportunidad fue el fin del contrato con la norteamericana Brooks Brothers. Las interpretaciones apuntan desde la caída en el precio del dólar, la crisis hipotecaria norteamericana y la eventual recesión por la que atravesaría esa economía a partir del 2008.

El “mundo de oportunidades” ha resultado ser una ilusión, un discurso más cercano al fundamentalismo de la ideología del mercado, más cercano a la demagogia de la “racionalidad” económica que a la realidad. Porque en los hechos tenemos no sólo una empresa que sale del mercado, sino bestiales efectos sociales en una de las zonas más maltratadas del país.

Llegará la hora de la reinserción laboral, tal como los gobiernos de la Concertación lo han hecho en Lota, otra de las zonas más golpeadas por las aperturas económicas y los mercados. Pese a la evaluación favorable que han hecho los gobiernos sobre los planes de rescate y reciclaje laboral, hay estadísticas sobre las que no puede haber ninguna duda: Lota registra, con un 32,8 por ciento, tal vez el mayor índice comunal de pobreza en Chile, lo que también tiene su referencia en el alto desempleo, que marca un 15 por ciento, la más alta del país.

Si hay alguna luz en esta oscuridad, es sobre el futuro que tendrá Tomé.


walderpaul@yahoo.es
Artículo publicado en la Revista Punto Final

miércoles, diciembre 19, 2007

El misterioso color de los colorines

Una de las variedades de los díscolos en la homogénea y disciplinada y hasta hace muy poco militarizada política chilena son los “colorines”, matiz cromático que no hace relación ninguna con su origen. Nada más lejos que una relación entre un “colorín” y un “rojo”, aun cuando las vueltas, circulares muchas de ellas, de la clase –más alta que baja- política chilena podría en algún momento y circunstancia estrechar los vínculos entre esas dos variedades cromáticas. Los colorines son una alteración, una facción, al interior de la Democracia Cristiana (DC) chilena, apelativo que surge del color del cabello de su líder: el senador Adolfo Zaldívar Larraín y ex presidente de la DC entre el 2002 y el 2006.

Los colorines habían vivido sin grandes contratiempos al interior de la tradicional y compuesta DC. Ejercían su derecho a exponer sus puntos de vista, su derecho a la crítica, sus atribuciones para formar cónclaves, clanes, camarillas y hasta una cultura propia en el seno del partido. Como en toda gran familia, tolerante y plural, los caciques y patriarcas de la DC aceptaban otras opiniones, nuevos estilos, discursos y relaciones, frecuentemente entre los más jóvenes, tal vez alcaldes y concejales, y con mayor esfuerzo, hasta entre los diputados. Una muestra de tolerancia y civilidad, que ha dado origen a curiosas bandas con apelativos tan domésticos como los colorines. En el partido, hoy con menor peso, conviven chascones (pelo enmarañado, del quechua chas’ka) con guatones (barrigón, del mapuche huata), con aylwinistas, freístas y alvearistas (Soledad Alvear es hoy la presidente de la DC).

En el senado ha sido otra cosa, corporación que hasta muy poco contaba con senadores designados, representantes de las fuerzas armadas y hasta tuvo un par de vitalicios, entre ellos Augusto Pinochet. Una asamblea mesurada, conservadora como la que más, guardiana de la institucionalidad. Así había sido desde 1990. Pero los tiempos han cambiado. Junto al colorín díscolo de la DC, el Senado contiene a otros revoltosos, como el socialista Alejandro Navarro, al ex PPD Fernando Flores, el ex PPD y hoy radical Nelson Avila. El grupo, aun cuando fragmentado y excéntrico, coincide en su rebeldía.

El gobierno de Michelle Bachelet tiene los cupos muy medidos en el Senado para aprobar proyectos de leyes. Con la ausencia, baja o contumacia –Navarro vive un brete que le podría costar su expulsión- de uno o dos parlamentarios, los proyectos, como ha pasado con no pocos durante el año que termina, quedan en el archivo por lo menos hasta un año más. Una amotinada asamblea que ha convertido para el gobierno la aprobación de leyes en una actividad tan incierta como la ruleta.

Sucedió así en abril con el proyecto de Depreciación Acelerada, más tarde al impugnar los nombres propuestos por el gobierno para integrar el directorio de Televisión Nacional, pero también hace unas semanas al negarse a la aprobación del presupuesto para el leviatán de Bachelet, que ha sido el incompleto, deslucido y malogrado Transantiago. Desde su inauguración, en febrero pasado, el sistema de transportes de la capital no sólo no ha cumplido con los horarios, las frecuencias y la cobertura, sino que le ha costado al Estado millones de dólares en subsidios a los operadores privados y al gobierno hacer frente a uno de los peores trances políticos de la historia de la Concertación. A diez meses de su puesta en marcha han caído ministros, las encuestas de popularidad de Bachelet y la responsabilidad del ex presidente Ricardo Lagos es investigada por una comisión parlamentaria. Un ruido destemplado en torno al imperfecto sistema, cuya solución, hasta la fecha, parece insoluble.

Hace unas semanas la totalidad de los parlamentarios de derecha junto a algunos díscolos, entre ellos el colorín Adolfo Zaldívar, le negaron al gobierno fondos por más de cien millones de dólares. Como una formalidad legal, le aprobaron más irónica que simbólicamente, sólo mil pesos (una luca, dos dólares). Un acto, a la vista del peso maligno que tiene sobre la Concertación el Transantiago, que desató la furia contenida al interior de la compuesta DC. La dirección del partido ha pedido a gritos la ejecución de Zaldívar. Está en la silla de su más alto tribunal y, según el rumor de de los caciques, es inminente su expulsión. Una lucha a muerte entre los históricos patriarcas y matriarcas de la DC.

La DC es un partido creado en la década del 50 del siglo pasado, con una inspiración cristiana y falangista española. Conservadores de izquierda, socialistas no marxistas, católicos en variadas expresiones. Un espíritu político que coincidió a la perfección con el escenario histórico de entonces, haciendo crecer a la DC como la espuma hasta la década siguiente. Como en las otras democracias cristianas del mundo, la DC chilena, con su discurso social, por los pobres, estaba allí para constituirse como un muro de contención al avance de las izquierdas de inspiración marxista.

A mediados de los sesenta, ya tenía 82 parlamentarios, un 43 por ciento de los votos, y en 1964 Eduardo Frei Montalva arrasó en las elecciones presidenciales. Un triunfo, un crecimiento tan arrollador que llevó a la exaltación a sus líderes y a prever 30 años de gobiernos democratacristianos en Chile. La historia durante los años siguientes siguió su propio camino.

Los turbulentos años sesenta expusieron a la DC, conservadora, no marxista, a trances ideológicos y profundos y masivos cismas. De la izquierda de la DC surgió el MAPU, y de la izquierda del MAPU el MAPU Obrero Campesino. Movidos años que también provocaron otra gran grieta: La Izquierda Cristiana (IC) atrajo a numerosos jóvenes filo marxistas cultivados en la gran familia DC, que formaron parte del gobierno de Salvador Allende. Ambos partidos hoy han desaparecido, aun cuando varios de los ex Mapu son figuras muy disciplinadas de la Concertación.

Partido bisagra, “ni chicha ni limoná”, “compañeros de viaje de los comunistas”, la DC ha estado con Dios y con el diablo (según desde el lugar que se mire Dios es Dios y el diablo, diablo), relación que no siempre le ha dado buen rédito. De ser la gran aplanadora de los sesenta, hoy el partido no puede ostentar las mismas credenciales con una votación levemente superior el veinte por ciento. Los conspicuos viejos terratenientes y oligarcas, los momios de entonces, no le perdonan haber realizado la primera reforma agraria en Chile durante el gobierno de Frei Montalva –a quien la derecha apoyó entonces- y la izquierda le cargó durante no pocos años su adhesión al golpe de estado de 1973.

Los primeros en ofrecer su hospitalidad a Zaldívar han sido los ultraconservadores de la UDI. Una invitación que deja ver una vez más el deseo de la derecha de atraer a sus filas a los electores democratacristianos, en apariencia incómodos al convivir con los socialistas. Pero la ola posmoderna en la política está llena de paradojas: Zaldívar ha sido invitado a integrar las filas de la derecha, pero su discurso no es de derecha, sino que se hunde en la tradición social más antigua de los fundadores de la DC. La rebeldía de Zaldívar es contra un gobierno neoliberal, que se preocupa, dice, más de la convivencia con las transnacionales que del devenir de los pobres, las pymes y las clases medias. Un discurso que empalma, como vemos, con la doctrina social cristiana.

¿Son los colorines de izquierda? La respuesta la puede entregar la historia reciente. Zaldívar busca la inspiración en sus ancestros, que en su momento estuvieron a la izquierda de la derecha. Hoy, con los vientos turbulentos y arremolinados de la política, con socialistas neoliberales, con una democracia cristiana desorientada, las bases originarias de la DC pueden quedar a la izquierda de la izquierda.

PAUL WALDER

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martes, diciembre 18, 2007

La respuesta del Sur a un sistema económico mundial perverso

El flamante Banco del Sur, cuyas operaciones financieras han sido impulsadas la semana pasada desde Buenos Aires, augura nuevos cambios no sólo en un Continente en plena transformación política, sino en un sistema financiero mundial presionado por perturbaciones globales. La idea, que fue planteada hace pocos años por el gobierno bolivariano de Venezuela, sin duda recoge el clima económico mundial, pero es principalmente una respuesta, una propuesta que se ensambla en el actual trance histórico con una evidente proyección futura.

El Banco del Sur, que es una réplica a las contradicciones del sistema financiero mundial, es más que nada la reacción a este sistema desde los países del sur, la que sólo ha sido posible en la coyuntura económica y política actual. El clima para su lanzamiento no puede ser más propicio.

Tras un inicial oscilante proceso, los países que han inaugurado la nueva entidad financiera son, además de su autor, que es Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Uruguay. Una serie de países presentes, una labor regional mayoritaria, que de cierta manera hoy contrasta con las omisiones, todos, con la excepción de Ecuador, en el eje Pacífico del sur del Continente. Una observación que refleja con claridad las opciones políticas, los alineamientos políticos y geopolíticos que han devenido en la región. Los tres países de la costa pacífica que se han restado al Banco del Sur –Colombia, Perú y Chile- han privilegiado sus relaciones de dependencia con Estados Unidos, las que tienen cuerpo bajo los tratados de libre comercio establecidos o en proceso con el país del Norte. El TLC de Chile con Estados Unidos está vigente desde el 2004, en tanto Colombia y Perú aún esperan por la incierta ratificación de los congresistas en Washington.

Hasta su inauguración, la constitución del Banco, decimos, sufrió un oscilante proceso, que en el caso chileno ha dejado transparentar todas las ofuscaciones y obsesiones políticas de sus gobernantes. Durante el invierno el gobierno chileno envió observadores a las reuniones del Banco, evaluó con interés la propuesta, y finalmente, durante la Cumbre Iberoamericana de noviembre en Santiago, el canciller, el democratacristiano neoliberal Alejandro Foxley, le dio el portazo al proyecto con la incorporación de Chile a la Corporación Andina de Fomento (CAF), instancia, como la Comunidad Andina (CAN), en franco retroceso. La salida de Venezuela de la CAN, bien sabemos, ha sido un fuerte golpe financiero a este organismo.

Chile optó por marginarse del Banco del Sur, que es también una manera de desvincular sus políticas del gobierno bolivariano de Hugo Chávez. Un rechazo bien acorde con la política que el gobierno de Michelle Bachelet ha impulsado hacia el de Chávez. El papel que la Democracia Cristiana y la oposición de derecha ha jugado en las relaciones con Sudamérica sin duda que influyeron también en esta decisión. Ha primado el antichavismo, que es hoy en día el reciclaje ideológico de las oligarquías latinoamericanas, una nueva vuelta de tuerca a la histórica reacción del conservadurismo regional al cambio social. Una nueva alianza entre estas oligarquías y las políticas del Imperio del Norte.

Aun así, la decisión sigue siendo materia de debate en círculos académicos y políticos. Está claro el perverso papel que han jugado los organismos financieros internacionales en las economías regionales, por tanto el Banco del Sur no deja de ser observado con interés. Un editorial del conservador y antichavista El Mercurio sentenciaba en octubre: “La iniciativa que impulsa el Presidente venezolano junto a otros países tendrá, para bien o para mal, gran relevancia en nuestra región”. Una explícita atracción en el proyecto que no surge, por el momento, desde el volumen de sus fondos, inicialmente de sólo siete mil millones de dólares, sino desde su concepción, su potencialidad y su inserción en un escenario mundial y regional de profundos cambios.

Una génesis económica y política diferente


El plan incubado por el presidente Chávez no es, hemos dicho, un simple proyecto financiero más. Está muy influido y afectado por la historia económica reciente de Sudamérica, región aún doliente tras las crisis, por lo que pretende instalarse como alternativa a los organismos tradicionales, aun sin la voluntad de enfrentarse con ellos. Y en este sentido el hoy ex presidente argentino Néstor Kirchner ha sido explícito, al señalar que el Banco del Sur tendrá características y una filosofía diferente a algunos bancos internacionales “que también nacieron para promover inversiones, pero se convirtieron en verdaderos castigos para los pueblos ya que invaden e intervienen en las decisiones económicas de los países”. Los préstamos a las naciones sudamericanas, bien puede recordarse, se hicieron y se hacen a condición de reformas económicas estructurales, tales como la reducción del aparato del Estado, las privatizaciones o el férreo control de la macroeconomía. Estas reformas, inspiradas durante la década pasada en el Consenso de Washington y en el impulso al modelo neoliberal, condujo en no pocas naciones de la región, también recordamos, a graves crisis financieras y sociales, cuyos profundas secuelas aún permanecen. Ante estas recientes experiencias, el Banco del Sur estará destinado a fomentar inversiones productivas que estimulen la inclusión social, la reconversión productiva y la integración entre los países de la región. La primera inversión, se ha dicho, será el gasoducto continental, que irá desde Venezuela a Argentina.


El Banco llevará a un cambio en las relaciones financieras internacionales, lo que no estaría exento de efectos políticos. Por cierto que las instituciones financieras internacionales existentes, como el FMI, el BM y, para la región, el BID, tienen, como se ha mencionado, junto a su carácter financiero, un fuerte carácter político, que condiciona los préstamos a la aplicación en los países destinatarios de determinadas políticas económicas, las que han coincidido con las más proclives al mercado y al sector privado. Todas estas políticas, de una u otra manera, han estado también muy relacionadas con la agenda mundial de comercio, que en su afán de apertura comercial busca también espacios en los países emergentes al comercio y la inversión de los países desarrollados.

El peso de la presencia de los países desarrollados –principalmente de Estados Unidos- en estas instituciones monetarias, ha sido decisivo para el devenir, objetivos y también prestigio de estos organismos. Una presencia no libre de intereses políticos, que ha torcido el destino no sólo de las entidades financieras –la renuncia por acusaciones de corrupción del presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, ex subsecretario de Defensa del gobierno del presidente George W. Bush, simplemente han ampliado y reproducido hasta nuevos límites estas sesgadas características de los organismos- sino también, y especialmente, el de las naciones receptoras de los créditos.

Las turbulencias económicas, que son sólo el efecto de un profundo problema estructural de la economía mundial y del papel que allí tiene Estados Unidos, ha tenido consecuencias en la debilidad del dólar en los mercados internacionales de divisas y, seguidamente, también en un debilitamiento de estos organismos en el concierto mundial. El periodista valenciano y fundador de rebelión.org Pascual Serrano citaba hace un par de semanas que el FMI ha perdido desde el 2002 el 88 por ciento de su cartera de préstamos y el BM un 42 por ciento durante los últimos diez años.”Las instituciones que han basado su política económica en el dólar –explicaba- no están para echar las campanas al vuelo. Se acaba de hacer público que el pasado mes de agosto Estados Unidos registró la mayor salida de capitales desde 1990. De acuerdo con datos del Departamento del Tesoro, los inversores extranjeros fueron vendedores netos de 69.300 millones de dólares en ese mes, y si se le añaden las Letras del Tesoro los extranjeros vendieron 163 mil millones de dólares, también una cifra récord”.

Vuelco a las relaciones financieras internacionales


El nuevo destino que darán a sus reservas internacionales los países que integrarán el Banco del Sur será un vuelco a las actuales relaciones económicas mundiales. Esta mutación, posiblemente con consecuencias políticas y financieras muy profundas y relevantes, significa que los países emergentes de Sudamérica dejarán de colocar parte de sus reservas internacionales –en principio sólo un diez por ciento- en instrumentos financieros emitidos por bancos centrales o bancos privados de países desarrollados, las que comenzará a destinar a inversiones productivas en la misma región. Un cambio en el proceso de circulación internacional del capital, desde un circuito Sur-Norte a uno Sur-Sur.


En este contexto, el Banco del Sur no es simplemente una nueva institución financiera para la región. Su génesis se inscribe y es también efecto del singular periodo que vive América latina, tanto por gozar de un buen momento económico alimentado por el alto precio de las materias primas –encabezados por el petróleo- como por una mayor independencia -o soberanía- en sus decisiones económicas y políticas, desligadas éstas en no pocos casos de la ortodoxia liberal de los organismos financieros internacionales. Para Sudamérica, el siglo XXI está caracterizado por un vuelco respecto a las políticas tradicionales de libre mercado de la década pasada.

Los países en desarrollo exportadores de materias primas gozan en la actualidad de una clara mejoría en términos de intercambio, lo que es una consecuencia de la fuerte baja en las tasas de interés en Estados Unidos promovidas hace unos años por el hoy ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan. La economía norteamericana reactiva el consumo y las importaciones, favorece a China y otros productores e, indirectamente, a todos los exportadores de commodities, incluso a Irán y Venezuela. En el caso de nuestra región, beneficiados resultan principalmente Venezuela, Chile, Colombia, Brasil, Perú, con importantes alzas en sus ventas al exterior.

Algo similar no ocurría en la región desde hace más de 30 años. El fenómeno ha conseguido que los bancos centrales de los países en desarrollo acumulen unas reservas internacionales históricamente altas. En términos generales, entre el 2000 y el 2006 el conjunto de los países en desarrollo ha aumentado sus reservas internacionales unas tres veces, los exportadores de petróleo unas cuatro veces, y China, más de cinco veces. Los sudamericanos en su conjunto han incrementado sus reservas en un grado menor pero significativo: un 40 por ciento. En conjunto, estas reservas equivalen hoy en día a una suma varias veces mayor a los fondos que dispone para préstamos una institución como el FMI.

Un mundo económico varias veces absurdo

De cierta manera, hoy son los países pobres, en desarrollo, quienes sostienen la economía mundial. De hecho, los préstamos que hacen estas naciones, entre ellas China, a Estados Unidos a través de la compra de bonos del Tesoro es lo que mantiene en equilibrio a la potencia económica. Por tanto, se produce aquí una extraña paradoja: son los países en desarrollo los que de cierta manera insuflan capital al mundo desarrollado en circunstancias que son ellos los que requieren de estos capitales en forma de más inversiones, lo que hacen endeudándose. Según ha afirmado el economista francés Eric Toussaint, “la política actual en materia de reservas internacionales es, en muchos aspectos, absurda, debido que se adapta a la ortodoxia de las instituciones financieras internacionales. En lugar de utilizar una parte importante de sus divisas en gastos de inversión y en gastos corrientes (en los ámbitos de educación y salud, por ejemplo), los gobiernos de los países en desarrollo las emplean para desembolsar su deuda o la prestan al Tesoro estadounidense. Pero esto no es todo, los gobiernos de las naciones emergentes usan las reservas en divisas como garantía de pago futuro y contraen nuevas deudas con bancos privados extranjeros o en los mercados financieros. Es absurdo desde el punto de vista del interés general”.

Está, por cierto, el problema de la deuda, evidente acicate del proyecto Banco del Sur. Basta recordar hace no pocos años el colapso financiero argentino, derrumbe que puso en este país al FMI como uno de los principales causantes del mal trance. El saliente gobierno de Argentina, presionado por el organismo internacional para el cumplimiento de los compromisos, tomó entonces una decisión singular: adelantó hacia finales del 2005 el pago de la deuda utilizando una parte de sus reservas internacionales de cambio. Esta acción, que también realizó Brasil, aun cuando tuvo grandes costos financieros, tuvo como motivo principal recuperar –de manera relativa- la soberanía económica, y también política, ante el FMI. Los críticos más agudos y radicales alertaron entonces que Argentina podría haber usado esas reservas en inversiones de otra naturaleza.

Tal vez el mayor de todos los absurdos queda expresado en la siguiente operación. El destino más frecuente de las reservas internacionales de los países emergentes es la compra de instrumentos financieros y bonos del Tesoro en los países industrializados. Estados Unidos, como se ha citado, mantiene hoy en día equilibrado su sistema económico gracias al aporte de estos países, muchos de ellos víctimas en no pocas ocasiones de la política exterior norteamericana. Pero este extraño sinsentido es aún más profundo y complejo. Los países en desarrollo ponen sus reservas en Estados Unidos en dólares que han evolucionado a la baja en los mercados internacionales y con un interés también modesto. Bajo el argumento económico -que tiene obviamente un cariz de chantaje político- del bajo riesgo que tienen estas inversiones se mantiene este modelo que poco ayuda en la satisfacción de las enormes necesidades de los países del Sur.

Colocar parte de las reservas en un nuevo fondo del Sur, que será el Banco del Sur, parece ser una alternativa a experimentar. La baja proporción que se destinará al fondo no podría en riesgo la carencia de divisas en caso de un ataque especulativo contra las monedas nacionales. Está, sin embargo, aún en carpeta el uso que se le dará a tales capitales y el riesgo de tales inversiones.

La propuesta del Banco del Sur no sólo es una alternativa y una respuesta de los países sudamericanos al actual statu quo financiero internacional. Hay, sin duda, un fuerte componente de voluntad política, la que surge y se adhiere en la actualidad no sólo a las profundas necesidades de Sudamérica y los países emergentes, sino también al buen momento económico que gozan. Los países sudamericanos cuentan con una fortaleza ante el mundo desarrollado que la historia más reciente les había negado. Un cambio gradual pero profundo en el destino de estas reservas podría poner en aprietos a los países industrializados, pero básicamente a Estados Unidos, lo que llevaría a efectos hoy todavía impredecibles.

Artículo publicado en la revista Punto Final


PAUL WALDER

lunes, diciembre 10, 2007

Internet y periodismo ciudadano: Herramienta para una voluntad de subversión

Ya no cabe ninguna duda acerca de la relación entre la información y los negocios, acerca del vínculo entre periodismo y noticias, elaboradas éstas cual mercancías. La información ha pasado a ser un producto más, modelado para su particular audiencia o consumidor en su propio mercado, en tanto el medio deviene en una industria que requiere de la venta del servicio para incrementar sus utilidades. No habría gran diferencia entre la industria de los medios, la industria periodística, y otros servicios, como el retail, el financiero, el suministro de energía, de la telefonía, de la industria publicitaria.

Existen éstas y otras similitudes dentro de una enorme diferencia: es la especial vulnerabilidad y fragilidad que tiene la información al someterse al proceso propio de la mercancía. La información es en sí misma idea, sentido, por tanto su sometimiento al mercado, al valor comercial, la altera hasta su misma mutación. Bajo estas premisas, la información ha devenido en un producto moldeado para la satisfacción de su consumidor final. Un producto que compite en el mercado, proceso en el que pierde sus atributos originales. La industria de la información selecciona, acota, difumina, amplifica, contrasta, distorsiona y manipula. El proceso de la industria de los medios incluye también la oportunidad o dosificación de su suministro. Una información puede ocultarse, silenciarse, o abultarse. Puede, por cierto, también crearse o recrearse. La realidad puede existir o puede desaparecer en los medios.

Este es ya un hecho de la causa. Cualquier analista más o menos serio hoy en día detecta y diagnostica este fenómeno, presente en los medios desde el siglo pasado que alcanza el paroxismo en el siglo XXI. La concentración de la propiedad y de la capacidad de amplificación de ciertos discursos informativos por unos pocos consorcios lleva consigo la debilidad de otras voces, arrinconadas y expulsadas del mercado. Lo que se observa en cualquier sector de la industria y de los servicios –concentración de la propiedad, los mercados y de la oferta de determinados productos- vale hoy para los medios.

Decimos que la información es especialmente frágil a su sometimiento al mercado. Al devenir en producto pierde sus atributos y sentido, en cuanto la información ha de estar íntimamente ligada con la libertad de expresión, norma que puede hallarse en gran parte de las constituciones democráticas. Los ciudadanos, sin la posibilidad ni la capacidad de estar verazmente informados, difícilmente pueden ejercer sus derechos como ciudadanos.

Al desarrollar este tipo de análisis, generalmente los especialistas han profundizado el valor de la circulación de la información y su rechazo abierto a la censura previa o post, actividad que es el efecto de regímenes autoritarios no democráticos. No ha habido la misma fortaleza crítica para analizar la censura que genera el proceso propio del capitalismo globalizado sobre la información. La concentración de los mercados de medios, de las audiencias, de los discursos, la relación de los medios con las corporaciones, con los intereses económicos y políticos inhibe en grados similares la libertad de expresión, la emergencia y difusión de la pluralidad de voces que conforman un sistema social.

El antiguo control sobre los medios tradicionales

Hace poco menos de cien años el problema ya era planteado por no pocos pensadores, que buscaban en las nuevas tecnologías de entonces en manos de la burguesía, como la fotografía, el cine y la radio, mecanismos de apropiación de estas técnicas por otros grupos sociales. Walter Benjamin y Bertolt Brecht, ambos pensadores de la primera mitad del siglo XX, buscaron en la radio y en la fotografía herramientas de expresión funcionales al progreso de la historia social.

Brecht, ante las entonces nuevas tecnologías, escribía una teoría de la radio: “La radiodifusión ha de ser transformada de aparato de distribución en un aparato de comunicación (…) si consiguiera que el oyente no sólo escuchara, sino también hablara, que no quedara aislado, sino relacionado”. Un cambio comunicacional que requería entonces, por cierto, de una transformación política.

Benjamin, en un ensayo de 1934 titulado “El autor como productor” afirmaba que “el progreso técnico es para el autor como productor, la base de su progreso político”. Podemos interpretar que no hay progreso político sin un conocimiento del progreso técnico, o, también, que es necesaria una apropiación por parte de las fuerzas ciudadanas, de la técnica.

Para Benjamin también es decisivo el carácter de la producción como modelo, que en primer lugar instruye a otros productores en la producción y que, en segundo lugar, es capaz de poner a su disposición un aparato mejorado. Pareciera que las normativas discriminadoras de los actuales medios de comunicación tradicionales hubiesen entendido las palabras de Benjamin y su potencial subversivo. Hoy en día el poder económico se ha apropiado de los mercados de diarios, televisión, radio, en tanto las barreras de entrada hacen imposible que ingresen nuevos actores a este escenario.

Tecnologías para la subversión

Hoy nuestra nueva tecnología está en Internet, que potencialmente contiene las condiciones de medio subversivo en manos de la ciudadanía. A diferencia de los medios tradicionales, internet no necesita ni un cambio en su tecnología y tampoco ha podido acotarse bajo normas y reglamentos. Internet, cuya masificación comenzó hace ya unos quince años, sólo se ha acercado a esta capacidad en el último periodo, con el surgimiento de la Web.2.0, que ha sido una explosión multidireccional y también multimedial en las comunicaciones. De cierta manera, al menos en latencia, cada receptor es también un emisor. En la red no existe hoy tanta diferencia –en los recursos tecnológicos- entre lo que puede ofrecer un consorcio de los medios y la multiplicidad de expresiones de la sociedad civil. La diferencia está en la capacidad de generar contenidos, entendidos éstos no como producto, sino como información veraz y plural. La diferencia está también en la creatividad, en lo que Benjamin llamó el autor como productor. Las grandes innovaciones en Internet no han sido generadas por los grandes consorcios, sino por los usuarios, por la ciudadanía. Las corporaciones se han ido apropiando, pero siempre a la saga y frecuentemente con malas artes, de estas innovaciones.

En cierto modo, y de manera aún muy incipiente, Internet ha podido corroer los monopolios informativos. Las ideas y versiones que no son registradas y difundidas por el reducido conglomerado de medios, pueden avanzar y replicarse libremente a través de la red. Se ha venido creando un creciente grupo de sitios Web que reproducen una realidad que no es la de los grandes medios. Y en un mundo en el que la realidad social y política es construida por los medios, mostrar otra versión es desenmascarar aquella supuesta realidad. Es desinstalar esas versiones.

Tras el colapso de las burbuja.com, expresión que engloba el fracaso de la especulación en los eventuales negocios de la red a finales de la década pasada, Internet ha tendido hacia una red social, hacia lo que se ha denominado la blogosfera. Un espacio virtual que se incorpora al real en la medida que crece el número de conexiones y el acceso a computadores, lo que difumina aquella separación inicial entre lo real y lo virtual. Internet, la comunicación a través de este medio, pasa a incorporarse en la vida diaria de los ciudadanos.

Antonio Fumero y Genís Roca, en el libro Web 2.0 afirman que “ya sea en los medios de comunicación e información, en la política, en las empresas o en la propia ciudadanía se percibe como una avanzadilla de infociudadanos que obtiene todo el partido a lo que ya es “una virtualidad muy real” y que trasciende la tradicional, artificial y prácticamente inoperante e innecesaria ya hoy, separación entre ciberespacio y mundo real”.

Un infociudadano que no discrimina entre la información producida en el mundo real y el virtual, que ha integrado ambos mundos. Un ciudadano que parte de su vida la realiza conectado, actividad que trasvasija información desde el mundo “real” a la red y viceversa. Hay un continuo flujo entre la comunicación producida en Internet y la comunicación a través de otros medios, como puede ser la telefonía celular, y la misma comunicación interpersonal. Un activo proceso en el que los individuos son los actores, aun cuando también pueden destacarse otros actores colectivos, como grupos de referencia, organizaciones sociales, movimientos políticos, etc.

A comienzo del 2007, citan Fumero y Roca, había más de 70 millones de blogs, en pleno crecimiento, “¿Qué está pasando? Lo que una vez fueron medios sólo al alcance de las organizaciones empresariales de cierto calado, ahora están a disposición de cualquier persona con conexión a Internet. Que ahora, solventado hasta cierto punto el “problema” tecnológico, sólo nos queda una sociedad de la información por construir...”

La diferencia entre la Internet inicial y la blogosfera es haber estimulado la publicación y libre intercambio de contenidos por parte de los usuarios. “A estas alturas disponemos de los instrumentos para liberar nuestra capacidad como productores, cambiando por completo la faz de una web que había pertenecido mayoritariamente a las organizaciones empresariales y a los usuarios tecnófilos más avanzados”, afirman.

La construcción de una red social: Periodismo ciudadano

Avanzamos hacia la conformación de una red social, una red de comunicación entre ciudadanos que opera de forma paralela a los flujos de información de los grandes medios. Una red ciudadana -puede estar territorialmente dispersa o formar parte de un mismo territorio- que permite una verdadera comunicación bidireccional. Hay blogs, wikis (aquellas reservas de información, como la enciclopedia virtual wikipedia, construida por sus propios usuarios), redes sociales, foros, mensajería instantánea, lista de correos, grupos de noticias, periodismo ciudadano, como Fresqui o Technorati. Es lo que se llamado el software social, conjunto de programas (libres, de código abierto) y redes que facilitan la interacción ciudadana.

Es posible afirmar que una de las causas del auge de las redes sociales y el periodismo ciudadano en Internet es la escasa profundidad y el sesgo ideológico que aplican a la información los medios tradicionales, en manos de consorcios con claros intereses comerciales. La elaboración de esta información deja fuera las verdaderas problemáticas sociales, generalmente reñidas con los intereses de las grandes corporaciones.

Alex DC, creador de Fresqui.com, Web 2.0 presente en toda la comunidad iberoamericana, afirma que "Internet es un medio que ha cambiado la manera de comunicarse. En medios como fresqui los usuarios son los que tienen el poder de decidir qué es lo relevante y qué es lo que debe estar en portada. La comunidad decide, no hay control editorial jerárquico como existe en los medios tradicionales, es la propia comunidad la que se auto-regula. Son las personas que forman parte de este nuevo concepto de medio las que llevan las riendas del medio y lo dirigen hacia donde la mayoría decide ir”.

Oscar Espiritusanto, de Fresqui y Periodismociudadano (periodismociudadano.com), señala que "la comunicación, entre los medios y su audiencia, ha pasado de ser unidireccional a ser bidireccional. Ahora la comunicación es conversación. Los usuarios pueden comentar, opinar e incluso generar y difundir ellos mismos la información. En Internet existen las herramientas adecuadas y con los costos mínimos para poder hacerlo. Los CMS (sistemas de publicación de contenidos dinámicos) basados en software libre, blogs, comunidades en las que podemos compartir fotos, vídeos, textos, enlaces, experiencias, etc., han facilitado que esto suceda. La antigua audiencia pasiva, ahora es activa. Las grandes corporaciones y los grandes medios tienen que aprender a escuchar a su audiencia y ésta debe aprender a comunicarse con los medios."

Un nuevo periodismo, que ha sido denominado periodismo 3.0. A diferencia del 1.0, el elaborado por los medios tradicionales, o el 2.0, que es la selección por parte del usuario de la información más relevante que circula por Internet, el periodismo 3.0 es aquel elaborado por el mismo usuario, que hace circular su información por la red, lo que es también una suerte de activismo por la expresión de sus intereses y problemas.

Riesgos latentes de involución

La evolución y masificación de esta tecnología, del uso de sus capacidades comunicacionales por las redes sociales está allí, aun cuando pueden surgir ciertos riesgos. Hoy en día en Chile aproximadamente un 40 por ciento de la población es usuaria de Internet, proporción que se eleva a casi la mitad en Santiago. Sin embargo, la tasa de conexión es muy desigual, especialmente sesgada por la educación, el nivel económico y la edad. Según datos de WIP Chile (World Internet Project), aproximadamente el 60 por ciento de la población de altos ingresos es usuaria de Internet, cifra que baja a menos del quince por ciento entre los sectores más desposeídos. Es lo que se ha llamado la brecha digital, la que no es necesariamente una nueva división social, sino un espejo de las desigualdades previamente existentes al uso de las nuevas tecnologías. Al tener en cuenta el uso social de Internet, como herramienta de expresión de las problemáticas sociales, como elemento aglutinador de individualidades, el fuerte sesgo cultural y de ingresos que tiene su acceso también afectará la elaboración y circulación de contenidos. Los problemas y contenidos que fluyen por Internet pueden tener el sesgo de estar teñidos por este grupo, que es mayoritario en la red pero minoritario para el conjunto del sistema social.

La encuesta realizada por WIP establece también una relación entre el consumo de medios tradicionales e Internet. El resultado, que no es sorprendente, señala que los internautas chilenos consumen menos televisión y radio, pero son más proclives a la lectura de periódicos. Eso está relacionado, concluye el informe, “con el mayor nivel socioeconómico y educativo del internauta promedio, como con el hecho de que frente al computador se ejercen activamente las funciones de la lectoescritura”. Si consideramos la fuerte brecha en el acceso a la educación, que es también una grieta respecto a las capacidades en la expresión escrita, es posible volver a afirmar que las desigualdades sociales existen antes de Internet y en ella sólo se reproducen.

El mismo sondeo buscó elementos de correspondencia entre el uso de Internet y la participación y/o reflexión política, lo que hace relación con la idea inicial de este artículo. Hay, sin duda, importantes movilizaciones políticas y sociales más o menos recientes (recordemos la revolución de los pingüinos) en los cuales el uso de nuevas tecnologías, como el teléfono celular e Internet –mensajería instantánea y listas de correo, por ejemplo- jugaron un papel clave. Sin embargo, la tecnología por sí misma no moviliza o no genera acción política. El mismo informe WIP concluye que “las condiciones en que puede haber mayor o menor influencia política de esta herramienta depende de factores más allá de los tecnológicos: institucionales, culturales, históricos o de simple desarrollo económico”.

La misma encuesta indaga acerca de las expectativas políticas que la ciudadanía ha puesto en Internet. En general, los no usuarios son más optimistas acerca de las potencialidades democratizadoras de la red, dato que puede estar afectado por el sesgo cultural y económico de quienes en Chile acceden a Internet. “A primera vista pareciera que, tal ocurrió con las antiguas esperanzas de que la telegrafía y de la radio acercarían más a los ciudadanos a sus gobiernos, las personas tienen expectativas desmesuradas respecto a Internet y que basta con convertirse en un usuario para darse cuenta de que eso es ilusorio”.

Pese a este comentario aparentemente desalentador, Internet es una tecnología distinta a la radio o la telegrafía. No está normada como los medios tradicionales, permite la comunicación bidireccional y es, teóricamente, de libre acceso. Pero es también una realidad que por sí misma no generará más actividad política. Es una gran herramienta para catalizar y amplificar intereses y problemáticas sociales, cuyo uso y desarrollo dependerá de nuestra capacidad y voluntad de hacerlo.