WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

martes, diciembre 23, 2008

La rabia y su contagio global


Alexandros Grigoropoulos. Ese era el nombre del chico muerto por una bala de la policía griega el sábado 6 de diciembre. Y tras su muerte, hoy bien lo sabemos, la revuelta, la insurrección, el repudio general, no solo a la policía, sino al gobierno, a la injusticia, a la corrupción. Al sistema. Grecia tambalea y expande su rabia por Europa, la filtra a través del mundo.

Las intensas imágenes han ido de Atenas al mundo. Y han conmovido principalmente a Europa. Mientras las embajadas griegas amanecían aquella semana rodeadas por decenas de policías en las principales capitales europeas, centenares de jóvenes se reunían y protestaban en Madrid, Barcelona, y en Francia quemaban coches y contenedores de basura frente a los consulados griegos. La rabia, profunda, pero llevada también en la superficie, emerge con facilidad y se expresa como un múltiple y sentido enlace social. Lo hace como acción simbiótica estimulada a través de los medios de comunicación. Y no solo por los blogs, no solo por youtube, no por la web 2.0. El torrente avanza, se filtra por la porosidad de todos los grandes medios, de las cadenas de televisión más conservadoras, de los periódicos más establecidos. La rabia fluye. Contra el establishment de derecha, contra los gobiernos neoliberales y sus injusticias a través de sus propias herramientas.

La Haine, el gran filme de 1995 sobre las revueltas juveniles en las barriadas francesas, tiene una breve pero muy intensa escena con los medios. Cuando se acerca un camión de la televisión a grabar a los chicos, estos responden a pedradas. Sin más. Ni hablar. La televisión, los periodistas, son una extensión más de los mismos poderes que oprimen. Una facción más del poder económico, del político, de la densidad ideológica. Son los medios, y los jóvenes no tienen duda alguna, una herramienta para el control social, como la policía, como los jueces.

Pero, pese a todo, pese a sí mismos, aun con todos los matices, tendencias y manipulaciones posibles, la información más dura, más cruda, aquella que cruza los propios intereses de aquellos medios, no resiste ni matices ni hormas. Finalmente, gotea y salpica al resto de la comunidad. Cuando los trabajadores sindicalizados de Republic Doors and Windows de Chicago decidieron tomarse la empresa y reclamar al Bank of America, uno de los favorecidos por los billonarios rescates, reanudar las líneas de créditos para mantener la producción, esta acción colectiva, que fue noticia, convirtió la toma en un hecho simbólico de los tiempos que corren. Fue, dijo alguna prensa, como en los años treinta. El acto de la comunidad de trabajadores, afiliados en el sindicato nacional independiente United Electrical, Radio and Machine Workers of America (UE), uno de los más radicales y combativos del país, puso en la agenda un tema clave para estos días: el rescate al sector financiero no se ha traducido en un apoyo para las mayorías. En suma, podría decirse, una no reconocida lucha de clases –también en aquel país- se hace cada vez más evidente.

Las protestas de los estudiantes secundarios chilenos es otro claro ejemplo de cómo una acción colectiva, pese a la manipulación y omisión concertada de los medios, logra filtrarse en diferentes sectores de la sociedad. En una conversación con este cronista, Jaime Díaz Lavanchy, el documentalista autor de La revolución de los pingüinos, comentó cómo la prensa desplegó todos sus esfuerzos para quebrar el movimiento. Y así recuerda: “El 3 de junio del 2006 la prensa dejó de apoyar a los estudiantes secundarios. Cuando percibieron que la protesta no iba sólo contra el gobierno de Bachelet, sino contra el sistema educacional. Aquel día Las Ultimas Noticias tituló “Cabros, no se suban por el chorro”. ¿Qué clase de noticia era ésa? Es un acto de lenguaje, que, según entiendo, es una orden, un imperativo. Al día siguiente, El Mercurio tituló “Con quiebre, los estudiantes enfrentan el paro de mañana”.

Un esfuerzo que, sin embargo, ha resultado inútil. El movimiento de los secundarios, pese a no haber obtenido sus objetivos, ha logrado tal vez algo mucho más relevante: generar un movimiento estudiantil ampliado y traspasar el espíritu de combate hacia los trabajadores. El triunfo de la Anef el mes pasado, con decenas de miles de manifestantes en las calles de Santiago y Valparaíso, no puede ser más claro.


Todos estos casos podrían ser acciones acumulativas. No necesariamente como una fuerza combativa, pero sí como un antecedente, como parte de la memoria colectiva de los sectores más atentos, concientes, más sensibles políticamente. Ha quedado inscrito en la superficie. Y basta una chispa, como en Grecia, para estimular el malestar, detonar la rabia.


La creación de este fenómeno, global, inmediato, hay que agradecerlo, incluso, a la prensa más conservadora, aquella relacionada en la intimidad con los intereses económicos, con la consolidación del actual orden político. La amplificación de los medios, los recursos espectaculares, la magnificación de la violencia, son su propia trampa.

PAUL WALDER

Farkas for president!

Leonardo Farkas no es sólo un fenómeno elaborado a través de los medios. No es un simple producto de la televisión. Tiene, sí, cierto lenguaje de los medios, su estética y su lógica. Farkas es, con más claridad, la personificación de un símbolo, un objeto de deseo, una variedad de héroe, el self-made-man, una tipología que recurre a cierto relato mítico, de la búsqueda del porvenir, de la suerte, del tesoro. De aquel aventurero que salió al Primer Mundo a buscar fortuna y regresó millonario. El mito del éxito, tal vez del esfuerzo, de la suerte. De la gloria.


Pero Leonardo Farkas es también parte del show business. Está hecho en los escenarios, en los sets de televisión. En los aplausos. El hombre orquesta, un actor de sí mismo, un personaje, en el más completo y complejo sentido de esa expresión: un intérprete. Farkas no es sólo Leonardo Farkas. Es la representación del millonario y sobre él, como personaje, gira su relato, su guión, que lo lleva a otros lugares, a otro sentido. Es un millonario, que parece un millonario, pero que no habla como los millonarios. Y menos como los grandes empresarios chilenos. Habla de la pobreza y de la riqueza. Y habla, en un lenguaje directo, extremadamente simple, de la distribución de la riqueza, de la injusticia. Es un millonario en la calle. Está, a parece estar, entre la gente.

Allí radica parte de su gran fascinación. Porque se convierte a sí mismo en un personaje, el millonario, pero también lo coloca en sus límites: tanto en su discurso, por un lado amplificado, cruzado y densificado por el dinero, pero también desarmando al dinero como fin en sí mismo. Su donación de mil millones de pesos a la Teletón, la mayor en la historia de este evento, la explicó la noche siguiente como la realización de un sueño. Un sueño que también tiene complejas interpretaciones: es sin duda la culminación de un proceso empresarial propio, quizá de un sueño de éxito personal, que le ha permitido hacer esta donación, pero a la vez es también la expresión de una mirada que le quita el valor extremo que nuestra sociedad le otorga al dinero. Una mirada que ninguna empresa ni empresario está interesado en compartir.

El tremendo impacto que han producido sus donaciones y su discurso social surge de la fusión de actitudes contrapuestas. Por un lado su fruición por el lujo extremo, y a la vez, su filantropía, expresada y comprobada con millonarias donaciones. Acciones que defiende con argumentaciones ligadas a una moral personal, a una ética social, las que están confrontadas con el interés empresarial gremial.

Esta actitud de Farkas ha maravillado a parte de la ciudadanía porque reúne aspectos propios del deseo, del imaginario colectivo sobre el éxito y el dinero, con un cierto ideal, el que se expresa a través de un relato, un claro discurso ético. El personaje, que es el millonario en toda su profundidad, extensión y glamour, está construido, está creado, con la palabra, con el sermón. Como si su misión fuera buscar la redención. No la propia, porque él ya está redimido y glorificado, sino la de sus seguidores. De cierta manera, ha dicho que es posible ser como él es y hacer lo que él hace. Si muchos fueron como yo, dice, el mundo sería otro.


Felipe Lamarca, ex presidente de la Sofofa, en una entrevista en La Tercera alteró la tesis del desalojo, aquella levantada por el senador Allamand, que es el cambio desde la Concertación a la Alianza, por la del desahogo. Lo dijo por Farkas, porque “la gente está buscando alternativas a los actuales liderazgos. Sería bueno que surgieran muchos Farkas”. Es que la política, aunque no lo diga Lamarca sí lo esboza, no da para más. Por ello el encanto de Leonardo Farkas, que hoy de manera espontánea aparece nombrado como eventual candidato presidencial. Es como el grito desesperado, la necesidad que “alguien” nos salve de los políticos, de la actual política, que es la de los consensos, de la necesidad de lograr la gobernabilidad, de los equilibrios macroeconómicos, de la funcionalidad sistémica. De la política de las elites, de los compadres, de los arreglos entre las aquellas familias. La política zanjada entre pasillos, oficinas y salones.

Farkas es un outsider en la política. Además de no saber nada de política, como lo ha reconocido, es también despreciado por el establishment político. Lo dijo con claridad en Animal Nocturno, el programa de Felipe Camiroaga. Pero la gente se pregunta si es necesario saber algo de política cuando son los políticos quienes no han hundido en esta desesperación, en esta desesperanza. Muy por el contrario, alguien que no sabe de política, pero capaz de expresar nuestro dolor, capaz de levantar un discurso desde la simplicidad y el sentido común, haría una mejor política. Es como decir ¡Cualquiera lo haría mejor!

En la entrevista a La Tercera, el periodista le pregunta a Lamarca si la emergencia de nuevos y singulares líderes no llevan el riesgo de crear nuevos Fujimori. Tal vez, dice, pero vale siempre el riesgo. Nosotros también: cualquier remezón que conduzca a mayor reflexión, a una mayor transparencia y evidencia de la actual miseria de la política, será siempre deseada.

PAUL WALDER


Tras los despojos de la crisis

Hay señales que son voluntades. Y en la cumbre del Apec (el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) quedaron, si no selladas, sí bien expresadas. En aquel Foro celebrado en Lima, denunciado desde hace años por diversas organizaciones ciudadanas como uno de los cónclaves mundiales del neoliberalismo, así como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio. Pero hay algunas diferencias. Si recordamos las más últimas declaraciones de los altos funcionarios de estos organismos internacionales respecto a la crisis, vemos que ha habido un reconocimiento, una concesión intelectual a la cruda realidad. Tanto el estadounidense Robert Zoellick, presidente del BM como el francés Dominique Strauss-Kahn, del FMI, han admitido no sólo que el escenario es oscuro, sino que las relaciones económicas tenderán a variar. No es poco para organismo que pusieron en práctica en el mundo, y en Latinoamérica, las reformas estructurales que llevaron a la extensión y profundización del libre mercado.

Pero Apec reacciona como si no existiera crisis. A diferencia de los otros organismos, este es un foro integrado por diversos países –les llaman economías- cuyos acuerdos no son vinculantes. Son declaraciones de intenciones, las que de una u otra manera se han cumplido. Especialmente aquellas que han profundizado el comercio. Porque el Foro de Apec es básicamente un espacio de mercaderes.

Aquel fin de semana de noviembre los 21 líderes del Apec emitieron una declaración para abstenerse, por lo menos durante un año, de cualquier medida que impida el libre intercambio de inversiones, bienes y servicios. Para inhibirse de de aplicar acciones incompatibles con el estímulo de las exportaciones, todo ello ante el riesgo de un crecimiento económico más lento de la economía que podría generar alguna medida proteccionista que agravaría la actual crisis”.

Una declaración, pero también una clara señal al sector privado transnacionalizado. Era una forma de decir que no se alterará el actual statu quo económico-normativo, que todas las condiciones negociadas en los acuerdos de libre comercio se mantendrán intactas, que lo consensuado en la OMC seguirá siendo la gran brújula para el comercio mundial. En otras palabras, que la pauta comercial neoliberal, que garantiza el libre flujo de mercancías, de inversiones y capitales se mantiene impoluta.


Eso es lo que Chile no sólo suscribió, sino que enfatizó. El Director General de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon), Carlos Furche, comentó entonces a este cronista que “uno de los ámbitos para enfrentar la crisis es el manejo de la coyuntura y al mismo tiempo rechazar cualquier tentación proteccionista. Más bien impulsar una agenda de liberalización comercial justamente en la dirección de proteger los empleos que están vinculados al comercio exterior, que en casi todas las economías aquí representadas son muy relevantes”.

Furche dijo también: El ánimo que predominó en Apec “es que estamos en una situación difícil y que ningún país de manera independiente puede resolver la crisis como tampoco sus propios problemas derivados de esta crisis. Aquí se necesita un esfuerzo colectivo, cooperativo. Y en eso me parece que hay gran coincidencia en todos los representados”.

Lo dijo el director de la Direcon y lo ratificó con creces la presidenta Michelle Bachelet. es que el libre comercio "ha sido positivo y en ese sentido yo diría que las declaraciones más fuertes van a ser en término de eso, de seguir propugnando el comercio abierto" y al mismo tiempo hacer "un claro llamado al no proteccionismo".

La Mandataria señaló que esta reunión de APEC es relevante también para "asegurar que el comercio siga siendo una alternativa real para todos los países y poder tener nuevos mercados" y, en el caso de Chile, "poder sacar sus productos y por tanto, seguir originando riqueza y generando empleo, que es lo más importante de todo".


Pero el sello lo dio George W. Bush, que lanzó desde Lima una mensaje paradójico, lleno de contradicciones, absurdo. Apeló, rogó, una vez más, al libre mercado, pero a la vez dijo: "Es esencial que los gobiernos eviten la tentación de hacer correcciones excesivas mediante la imposición de regulaciones que sofoquen la innovación y estrangulen el crecimiento". Nadie le preguntó sobre qué opinión le merecían las “correcciones”, los planes de rescate, las estatizaciones de las empresas financieras estadounidenses. Si eso no es un tipo de proteccionismo, de qué protección, de qué intervención estatal se está hablando.

Esta total contradicción –Bush dice que los rescate y las estatizaciones son para fortalecer el libre mercado- revela también el momento que pasa la ideología económica del libre mercado. Porque Apec fue el el “canto del cisne del fundamentalismo neoliberal”, como denominaron en Lima economistas peruanos. En declaraciones entregadas a la agencia Prensa latina, David Tejada, analista y consultor internacional, dijo que el documento “es el último coletazo de vida del discurso otrora hegemónico del agonizante paradigma neoliberal donde el mercado lo es todo y la inversión privada la maravilla que lo resuelve todo”.
Subrayó que la declaración constituye “el canto del cisne del fundamentalismo neoliberal”, que propugna más liberalismo frente a la crisis financiera mundial, aunque con regulaciones para los sistemas financieros.
Tejada añadió que los acuerdos que plantean la liberalización del comercio y las inversiones “son más de lo mismo, una vieja medicina ya fracasada que está llevando a la recesión a los países”.
Se trata, dijo, de “una declaración desfasada de la realidad emergente mundial”, y contraria a la tendencia creciente de los países sudamericanos, de lograr mayor autonomía, recuperar sus recursos naturales y actuar en bloque en el concierto internacional.
Pero Apec no es sólo un foro para declarar intenciones. Su fortaleza se basa en los tratados de libre comercio, actividad en la que Chile, durante los gobiernos de la Concertación, ha realizado con singular fruición. Y no cesa. Durante la reunión uno de los objetivos del gobierno chileno es ampliar el bloque denominado P4, formado, además de Chile, por Nueva Zelanda, Singapur y Brunei.
Estos tratados, desde el suscrito con Estados Unidos y la Unión Europea al firmado con China y otros países latinoamericanos, sí son normativos y vinculantes: sus cláusulas, especialmente las relativas a la protección de las inversiones y su no discriminación, y las relacionadas con el intercambio comercial, han de respetarse. El no cumplimiento de estas cláusulas contiene otras, las que apuntan a sanciones.
Chile, que se ufana de la apertura y la libertad de su economía, está atado y muy atado a estos numerosos acuerdos. Al haber apoyado la declaración del Apec se está comprometiendo a mantener todas y cada una de las cláusulas que aparecen en todos sus acuerdos de libre comercio. Se compromete a no hacer nada pese a la gravedad de la crisis. Y las consecuencias de esta postura ya la estamos padeciendo. Es la inacción.
Un ejemplo más que claro es lo que sucede con los fondos de pensiones, administrados en varios casos por empresas transnacionales. Al domingo 30 de noviembre la pérdida total de los fondos de pensiones desde el xxx de junio era de 27 mil millones de dólares, o casi el 30 por ciento del fondo. Una merma que en el caso del fondo A alcanza al 45 por ciento. Una catástrofe que aumenta día a día, pero que no existe para el gobierno, que no habla, no comenta. No reacciona. Y no lo hace porque los tratados de libre comercio dicen que no puede tocar las inversiones extranjeras.
La Enade, que es el cónclave que celebran anualmente los empresarios chilenos en Casapiedra, aclaró un poco más las fórmulas que baraja el gobierno –y, por cierto, los empresarios- para amortiguar la crisis. Recetas que van en consonancia con las lanzadas por el gobierno de Bush y el secretario del Tesoro Henry Paulson. En síntesis, planes de ayuda diseñados a la medida de la gran empresa.
Lo que salió de Enade no generó ninguna sorpresa. Los empresarios pidieron al gobierno rebajar el IVA –tras el aumento “provisorio” durante el gobierno de Ricardo Lagos- como medida de reactivación económica. La otra petición, cómo no, fue el antiguo deseo de flexibilizar el mercado laboral. Ante la demanda del IVA, que no es una idea descabellada porque favorece a todos los consumidores, al comercio y la producción, Hacienda dio un portazo.
Pero nada nuevo. Ante una crisis de carácter estructural, el gobierno chileno y el sector privado siguen reaccionando y aplicando las mismas y tradicionales fórmulas. Rebaja de impuestos, flexibilización laboral, más apertura comercial. En suma, más mercado, como si la solución estuviera otra vez en la liberación de los mercados, como si la crisis y la catástrofe no fuera una consecuencia de la extrema liberalización de la economía.

Malas noticias
Pero este tipo de declaraciones no tienen ni tendrán ningún destino. La fuerza de la crisis crece cada día con impredecibles consecuencias sociales. La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el organismo que reúne a los países más ricos del planeta, advirtió a finales de noviembre que las economías de sus estados miembros sufrirán una recesión, la que se traducirá en un aumento del desempleo en ocho millones de personas. En estas naciones habría para el 2009 unas 42 millones de personas sin trabajo. Un proceso de involución que ratifica la Organización Internacional del Trabajo (OIT): para el 2009, proyectó hacia fines del mes pasado, los 1.500 millones de asalariados en el mundo perderán su poder adquisitivo a través de una mayor inflación, de mayores tasas de desocupación y de recortes salariales.
Malas noticias, que para los países menos afortunados serán peores. Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001, dijo hace poco más de una semana que la crisis financiera va a impactar “enormemente” a los países latinoamericanos, pese aque hoy en día estén mejor preparados para enfrentarla que hace diez años.
La Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL) también ha hecho sus evaluaciones y estima que durante el 2009 unos 15 millones de personas de la región caerán por debajo del umbral de la pobreza. Y lo mismo el PNUD. Rebeca Grynspan, directora de la oficina para Latinoamérica de esta institución, dijo que “el año que viene, el impacto social puede agravarse aún más si los gobiernos y la comunidad internacional no generan respuestas adecuadas y eficaces”. Las crisis, dijo, pueden afectar a los grupos más vulnerables de manera desproporcionada, teniendo consecuencias más graves para los pobres y los marginados”. Según datos oficiales, más de cien millones de personas en todo el mundo han caído sólo este año en la pobreza.
Rescates superan el costo de la II Guerra Mundial
Pese al drama económico y a la catástrofe humanitaria en ciernes, Estados Unidos, y no sólo este país, sigue apuntalando y rescatando a los grandes grupos financieros. Hacia la última semana de noviembre el saliente gobierno de Bush “rescató” al Citigroup y se hizo cargo de 306 mil millones de dólares de créditos en riesgo de pérdida del gigante financiero. Y como si fuera poco, dos días más tarde lanzó otro gigantesco plan de rescate. El mayor de todos. Esta vez por 800 mil millones de dólares. Según anunció entonces el gobierno, este plan busca aportar más liquidez, generar nuevos préstamos, en suma, rescatar “el libre mercado”. Un nuevo pase que suma lo impensable, lo indecible: más de cinco billones en 22 programas para rescatar la economía, y según algunos cálculos el total podría llegar a 7.5 billones, el equivalente de la mitad del PIB de Estados Unidos en 2007 o casi el doble del costo estadounidense de la Segunda Guerra Mundial. Un cálculo de ABC News también lleva al plan a sumas astronómicas: si llega a más de 7,5 billones de dólares, “sería más que los costos combinados del Plan Marshall, la compra de Luisiana, la guerra de Corea y la guerra de Vietnam y el presupuesto total desde sus inicios de NASA”.

Cuál es la salida. Hay consenso en la necesaria intervención de la economía mundial, en que de este trance ningún país saldrá por sí solo, que se requiere, como ha dicho el mismo Stiglitz, una reformulación de toda la arquitectura financiera mundial. ¡Nada menos que un cambio total a nivel global!

Pero las señales no parecen ir en ese sentido. Por lo menos no con la necesaria prisa. Los nombramientos que ha hecho Barack Obama para esta transición económica son figuras conocidas y renombrados neoliberales. Gente del gobierno de Clinton, expertos que ayudaron a liberalizar, a desregular la economía. Como el mismo futuro Secretario del Tesoro, Tim Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York, como Larry Summers, futuro director del Consejo Nacional Económico y ex secretario del Tesoro de Hill Clinton, como Paul Volcker, presidente de la FEd antes que Alan Greenspan, que encabezará el equipo de emergencia para encarar la crisis. Los nombramientos, realizados durante la última semana de noviembre, tal vez lograron el efecto deseado de calmar los mercados. Esa semana Wall Street recuperó unos diez puntos pese a pésimas noticias de la economía real.


Naomi Klein, en una muy reciente columna, intenta explicarse estos nombramientos. Y busca argumentos en la reacción que podría tener Wall Street. “Sabemos una cosa con certeza: que el mercado reaccionará con violencia a cualquier señal de que hay un nuevo sheriff en el pueblo que podría imponer regulaciones serias, invertir en la gente y suspender el dinero gratuito a las corporaciones. En pocas palabras, se puede confiar en que los mercados voten exactamente en el sentido contrario del que los estadounidenses acaban de hacerlo”.

Y agrega: “Sospecho que la verdadera razón por la cual los demócratas hasta ahora han fracasado en tomar acción tiene menos que ver con el protocolo presidencial que con el miedo: miedo de que la bolsa de valores, que tiene el temperamento de un niño consentido de dos años de edad, hará otro de sus berrinches capaces de sacudir al mundo”.

Pero tampoco, dice, hay que darle en el gusto en todo a Wall Street. Tampoco hay que temerle demasiado. “Pocos lo podrían culpar de una crisis que claramente comenzó antes o echarle la culpa por cumplir con los deseos del electorado. Mientras más se espere, sin embargo, más se diluyen las memorias. A la hora de transferir el poder de un régimen funcional y digno de confianza, todos favorecen una transición suave. Cuando se sale de una era marcada por la delincuencia y por una ideología en bancarrota, un poco de turbulencia al principio sería una muy buena señal.

El columnista de La Jornada de México Alejandro Nadal también sostiene esta tesis. Es bueno un remezón. Llevar las cosas al extremo para, desde allí, comenzar a reconstruir.” Antes de mejorar, las cosas tendrán que empeorar”.



PAUL WALDER

miércoles, diciembre 03, 2008

Las deudas, la desesperación y la muerte


fragmentos III
Cargado originalmente por Paul Walder

La muerte de Diego Schmidt-Hebbel se inscribe y se expande no sólo como un nuevo caso policial, sino como un evento que se hunde en el corazón de nuestra modernidad. En el centro de nuestras aspiraciones y de nuestros temores. En el foco, tan pálido, de nuestros fracasos. Un episodio, una trama cubierta, una coartada mal diseñada y peor realizada, estirada como una funda tosca, superficial, que no logra ocultar el desastre. Lo que quiso ser encubierto como un simple evento para abultar las estadísticas policiales se expresaba en toda su magnitud con el temible orden y semblante de un drama familiar representado en público de forma obscena. Pero lo trascendía: tras las huellas del crimen, en su origen, en sus motivos, aparecía de manera amplificada una representación social cuyos simbolismos nos han dejado helados. La violencia y la muerte convertida en el espejo de un deterioro social. La muerte, el crimen, como una extensión del mercado, como un negocio extremo de última hora.

El domingo 9 de noviembre el titular de El Mercurio, espacio reservado generalmente para marcar la agenda política de la semana, la pasada o la venidera, desenmarañó parte del caso. En el centro de la portada simplemente decía: “El homicida de Diego habla desde la cárcel: Me sentí sobrepasado por las deudas”. Un dato que espejeó el crimen con nuestra dureza social, con nuestro convivir diario, con los márgenes, si es que los tiene, de nuestro sistema económico y social. Extendió el asesinato hasta sus orígenes, los que estaban, cual tragedia griega, trazados si no por la fatalidad de un destino clamado y reclamado por los dioses, sí tramado en la impúdica desnudez de nuestra compleja y perversa estructura social. Lo que El Mercurio revelaba no era un asalto más, como sí lo había tipificado e interpretado los días previos, sino un confuso tejido cruzado por la ambición, la desesperación, el rencor. Una compleja trama que abarcaba todos los matices morales y los lugares sociales, que se extendía desde la más completa inocencia –la de Diego y el sacrificio de su vida entregada cual inútil ofrenda al padre de su novia- hasta la espesa y evidente psicopatía de María del Pilar. Entre ellos, José Ruz, sicario torpe y sin vocación, movido, como él ha dicho, por la desesperación económica.

Y en todos ellos, y también en todas las circunstancias, el error, la aberración, como el ineludible trazado del destino. No un hecho a contrastar, una oposición entre una víctima y un victimario. Porque no fue un asalto, como toscamente trató en un comienzo la prensa y algunos observadores al intentar una vez más anudar la trenza que une delincuencia y política, sino un crimen que impidió la reacción periodística sobre los estándares más conocidos. Un crimen por encargo –lleno de descuidos, de omisiones y torpezas- con motivos tan profundos y complejos, pero también tan escabrosamente básicos, que la prensa tuvo que establecer nuevos patrones para armar su escenografía y su espectáculo. Finalmente construyó, con todos los excesos, distorsiones y variaciones, un atípico culpable. Un condenado. Una culpable. La mala.

Pero este otro guión está, como el anterior, también lleno de borrones y manchas. De más excesos y aberraciones. La procesada está llena de corrupciones y traumas, de miedos y odios. De debilidades. De fragilidad. De inconsistencia, de decadencias, de enfermedades. María del Pilar aparece como una mujer débil, delgada, protegida por un doméstico chal y hundida en una silla de ruedas. Y así recordamos…y la relacionamos: como un Pinochet, como un Paul Schaeffer ante sus jueces. Una procesada que actúa, que sobreactúa, en un comportamiento cercano a la ficción, al propio espectáculo televisivo. María del Pilar, que encarna a la mala de la teleserie, no habla, sino que gesticula, desafía, se ríe, se burla. ¡Está también ante las cámaras, está en la televisión! Pero como un nuevo gran error, María del Pilar, si no loca, es, o parece, una psicópata.

El titular de El Mercurio con los días se desvanece, así como las otras ramificaciones del asesinato. La trama social de colapso económico que permitió el asesinato de Diego se enredó hasta quedar sólo el nudo. Aquel permanente y cristalizado nudo de las estadísticas criminales. Nada más deleznable que el crimen, dice la prensa. Es cierto. Pero también, dice, nada más lejano de la realidad. Los malvados, los delincuentes, aquellos sujetos, de los que habla esa prensa, pertenecen a un mundo propio, de extrañas apariciones. Un mundo de perversión, dice, repite día a día, que no tiene un verdadero contacto con la realidad. Aunque asesine, o robe, para saldar una deuda… con el banco.

PAUL WALDER

Fondos desfondados: colapso estructural del sistema de AFP


Las pérdidas de los fondos de pensiones de los trabajadores chilenos, administrados por firmas privadas, llegaban a 26.400 millones de dólares el lunes 17 de noviembre, guarismo -que ya no es posible denominarlo como fondo, suma o ahorro, sino como negación, error o, tal vez, desfalco- avanza diariamente en su deterioro. Con el paso de los días, las semanas y posiblemente los meses, este agujero medido hoy medido en dólares, sólo se ensancha. Desde el origen del reflujo financiero, medida señalada en la implosión de las hipotecas subprimes en julio del año pasado, el fondo de los trabajadores chilenos se ha reducido en un 27 por ciento. Y sigue perdiendo presión. Lo sigue haciendo a vista y paciencia del gobierno y de sus administradores privados. Y ante la impaciencia de sus dueños, los trabajadores.

Las pérdidas son ingentes. Históricas. Además de individuales, además de empobrecer a la población, a los futuros pensionados, esta merma, que es un gran borrón, que comienza a perfilarse como una gran tachadura a todo lo hecho, pensado y hablado durante los últimos veinte años de religión neoliberal, se ha adherido a la economía chilena como uno de los mayores cortes de su historia. Como una herida, como un gran hueco lleno de distorsiones, de pérdidas. Como, citando al economista Aníbal Pinto, un nuevo episodio de nuestro frustrado desarrollo.

Ya no hay duda de la magnitud de la actual crisis global. Sólo tiene un parangón en la de 1929, en tanto la controversia es si la supera. Un recuerdo también muy amargo para la historia de la economía chilena, que vivió en aquel entonces uno de los peores trances del mundo. Chile fue el país que peor resistió los efectos de aquella crisis mundial, y también fue el más endeble en la crisis más reciente de 1980. Bien podemos recordar la tasa de desempleo del 30 por ciento. Bien recordamos infames programas como el PEM y el POJH. La que hoy padecemos apunta a superar esta marca: Chile ya es una de las naciones del mundo más afectadas por la crisis.

Y lo será aún más: si se hecha a andar la memoria económica, las más venales crisis de finales de la década pasada, como la asiática, rusa, brasileña y argentina, contrajeron el PIB chileno. Los anuncios para la que se gesta –no levantados por agoreros, sino hoy por las mismas autoridades políticas- podrían superar esas marcas. Y en ese trance se han inscrito las recientes movilizaciones de los empleados públicos, que buscan una necesaria protección para tiempos de crisis. El antecedente es muy reciente: la inflación del 2008 superó todas las proyecciones atadas el 2007; de una estimación de 5,5 por ciento ha subido casi a un diez por ciento, con la consiguiente pérdida en el poder adquisitivo de los trabajadores. Y si así fue para el año en curso, nada puede asegurar que otra vez las cifras se amplifiquen. Lo que ha demandado la ANEF era simplemente un reajuste real del 4,5 por ciento. El diez por ciento que falta, es solo la recuperación de lo perdido por la inflación.

El problema, bien se sabe, no es solo un guarismo salarial. Es la crisis financiera mundial en plena maduración y sus efectos económicos y sociales locales. Es también su extensión y la reproducción de gestos y movilizaciones en otros sectores y gremios, los que se expresarán por necesidad y con seguridad. Lo que viene el 2009 no será fácil y tampoco será tranquilo. “Lo peor está por venir”, repiten ya dirigentes gremiales, políticos y funcionarios.

Para el economista Orlando Caputo no hace falta esperar mucho: lo peor de la crisis ya está aquí. Chile es uno de los más afectados por la recesión. Por una parte, están las pérdidas de los fondos de pensiones –más de 25 mil millones de dólares-, por otra, las pérdidas de ingreso por exportaciones de cobre a los precios actuales (desde abril a la fecha el precio del metal ha caído desde casi cuatro dólares a 1,7). En un año, éstas también hacen un agujero de 25 mil millones de dólares. Si se suman ambos, el número que aparece, de 50 mil millones de dólares, equivale al 40 por ciento del PIB anual al tipo de cambio actual.

Para dar una idea de la magnitud de las pérdidas chilenas, Caputo establece comparaciones: “Estas grandes pérdidas equivalen también a dos años del presupuesto total del Estado chileno y a diez años del presupuesto del Ministerio de Salud”. Y podrían ser mayores, porque “no consideran los impactos en los precios e ingresos de otros productos de exportación, así como el impacto de sectores que producen para el mercado interno y el impacto sobre el empleo”. Están las pérdidas crecientes y está también una legislación que impide alterar la situación. Un evento de mayor gravedad, afirma Caputo, “que el conocido corralito en Argentina, porque el corralito era transitorio y los dueños de los recursos, en un período de años, podían, aunque con pérdidas, retirar sus ahorros”.

El Fondo A ha perdido casi la mitad de sus ahorros

La Superintendencia de Administradoras de Fondos de Pensiones, institución que debiera cuidar los fondos y no administrar las pérdidas, lo que hace es informar sobre el fracaso del sistema. Así dice: "el valor de los Fondos de Pensiones alcanzó a 69.084 millones de dólares al 31 de octubre de 2008. Con respecto a igual fecha del año anterior, el valor de los Fondos disminuyó en 25.168 millones, equivalente a -26,7 por ciento." Ante esta cifra global, el economista de Cenda y experto en la materia Manuel Riesco, agrega lo que la superintendencia ha preferido silenciar: las escandalosas pérdidas de los fondos invertidos en acciones, los denominados A y B. Riesco dice que las pérdidas en doce meses al 30 de octubre del 2008 alcanzan a -45,07 por ciento, -34,18 por ciento, -22,5, -12,08 y -0,88 para los fondos A, B, C, D y E, respectivamente. ¡Las personas que han colocado sus ahorros en el fondo A han perdido prácticamente la mitad de capital!

Desfalco para los trabajadores, pero gran negocio para los administradores. Riesco afirma que históricamente, desde la creación del sistema hasta el 2006, los administradores privados y las compañías de seguros, generalmente relacionadas con las AFPs, se han quedado con uno de cada tres pesos aportado por los trabajadores. ¿Cómo? Por ley, por comisiones y otras invenciones. Los otros dos pesos, dice Riesco, “se traspasaron en su mayor parte a unos pocos grupos económicos en Chile (solo doce grupos tienen en su poder la mitad de las inversiones en el país) y el resto lo apostaron a inversiones en renta variable en el extranjero”. Hoy pierden ese dinero a destajo. Un dinero que no es suyo. Ya hay una cuarta parte que nunca van a devolver, y en el caso del fondo A, se trata casi de la mitad. Y siguen perdiendo ese dinero sin pudor, sin decencia.


Los oficiantes del modelo, que van desde los ejecutivos de las AFPs, políticos de la derecha y de la Concertación, dirigentes empresariales, funcionarios gubernamentales, lo que han hecho es desinformar y mentir. A veces embozadamente. La gran mayoría, con absoluto descaro. Han dicho, le han dicho a los trabajadores próximos a jubilar, que se esperen. ¿A qué? ¿A quién? ¿A un alza mágica de las acciones? ¿Al mesías? ¿A la muerte?

Lo que han perdido los fondos en poco más de doce meses es en algunos casos la mitad de lo acumulado durante toda la vida. Lo que ha tardado tanto tiempo no se resuelve, no se recupera en meses, ni tampoco en años. Un trabajador próximo a jubilar, que ha perdido la mitad de sus ahorros, tendría que esperar por lo menos una década para volver a llenar el fondo.

Si se observa la evolución internacional en el precio de las acciones, donde transan y especulan los ejecutivos de las AFPs con los ahorros de los trabajadores chilenos, se puede detectar que esas afirmaciones son falsas. Es desinformación. Acaso, ilusiones.

La principal plaza bursátil del mundo, que es Wall Street, ha tardado más de diez años en acumular ganancias, las que ha perdido en sólo uno. Es ésta la relación entre lo que sube y lo que baja, por tanto cualquier referencia a una rápida recuperación es un llamado a la magia.

Hace más diez años atrás, hacia el segundo semestre de 1997, el Dow Jones, que es el indicador principal de Wall Street, marcaba un mínimo de 7.600 puntos. Desde entonces tuvieron que pasar diez años para que el índice alcanzara su máximo: en octubre del año pasado marcó la cifra mágica de 14.164 puntos. Un mes que quedó en la historia económica, porque desde entonces hasta octubre pasado, en apenas un año, el indicador cayó hasta los 8.100 puntos. Prácticamente ha perdido la mitad. Lo que ganó en una década lo ha perdido en un año.

Hay numerosos indicios que nos colocan en los comienzos de este trance económico. Están las declaraciones de presidentes de los organismos internacionales, de jefes de Estado y de gobierno, de economistas, de inversionistas. Caputo, que ha seguido las crisis económicas desde 1980 en adelante, también afirma esa idea. “La crisis inmobiliaria en Estados Unidos, en los últimos meses se ha transformado en crisis de la economía mundial. Esta crisis es mucho más grave que las seis crisis anteriores. Estamos en su primera etapa. La crisis puede ser profunda y prolongada. Ningún rescate, aunque tan masivo como los de Estados Unidos, de Europa y el más reciente de China, han logrado restablecer la confianza de los empresarios y de los consumidores”.

El colapso de los fondos ha sido un evento anunciado en diversas voces y palabras. Desde la década pasada varios especialistas han advertido sobre los riesgos de un sistema que cada día necesita de más especulación y riesgo extremo para subsistir. Es por este motivo que estimuladas por las mismas autoridades de gobierno las AFPs aumentaron progresivamente las inversiones en acciones, así como en el extranjero. Todas las debilidades del sistema, todos sus errores derivados del mismo diseño, forzaron la especulación y la apuesta bursátil. Para obtener una buena rentabilidad había que arriesgarse.

Las mismas falencias del sistema –desde los malos salarios a los largos periodos sin cotizaciones- forzaron también la reforma previsional, aquel subsidio a todos los que no logren reunir la cantidad suficiente para una pensión mínima. El economista Marcel Claude nos recuerda los otros grandes males del sistema. “Cerca de un 60 por ciento de los trabajadores no tiene al día sus cotizaciones debido a la precariedad del empleo en Chile. Esto contribuye a que casi el 50 por ciento de los trabajadores no alcanzará a autofinanciar su pensión, equivalente al mínimo garantizado. Y, en muy corto plazo, el Estado deberá subsidiar más de la mitad de las pensiones”. Si ya antes de la crisis el modelo no lograba cumplir con el objetivo de otorgar una pensión digna -que permita al jubilado mantener su nivel previo de vida o no bajarlo de forma violenta- , la crisis ha convertido el problema en un drama. En una catástrofe.

Un drama en todos sus aspectos, que al observar con mayor detenimiento aumenta. La gran mayoría de los afiliados tiene sus depósitos en los fondos más riesgos. Según los últimos datos publicados por la Superintendencia, el 13,8 por ciento estaba en el Fondo A, el 39,6 en el B y el 37 por ciento en el C. Más del 90 por ciento de los afiliados estaba en los fondos más riesgosos, aquellos con rentabilidades negativas del 41,3 por ciento, 31,8 y 21,2 por ciento. A la inversa, en el Fondo E, que ha caído apenas en un punto en el último año, sólo absorbe al 0,74 por ciento de los trabajadores.

Manuel Riesco escribía en su blog una reflexión sobre la base de estas estadísticas. Llama la atención, “el elevado número de afiliados mayores de 55 años que tiene sus ahorros en los fondos más riesgosos: hay 9.014 afiliados de ese tramo de edad en el fondo A ¡más que en el E donde sólo hay 7.305! En otras palabras, más afiliados próximos a jubilar han perdido casi la mitad de sus ahorros en el A, que aquellos que los han puesto a buen recaudo en el E. Adicionalmente, hay 64.796 afiliados mayores de 55 años que han perdido un tercio de sus fondos en el B, y otros 246.958 que han perdido más de una cuarta parte en el fondo C”.

Alquimia financiera

¿Dónde está ese dinero? Es la pregunta sin respuesta y tiene que ver con la alquimia financiera, con la capacidad de crear dinero de la nada. Tiene que ver con la propia lógica financiera, con la especulación. Con ese misterio. Por tanto, podría decirse que quien entra en ese juego aceptó sus reglas, sus riesgos, que es tanto la ganancia como la pérdida. Como es en la bolsa, como es en el casino.

Hay aquí una diferencia. El origen del sistema está adulterado. Es antidemocrático, autoritario. Fue una operación más de la dictadura para favorecer al sector privado y despojar de todo poder a los trabajadores. Como lo fueron todas las privatizaciones de los servicios públicos, traspasadas estos a precio de oferta a los funcionarios de régimen e instigadores del golpe de Estado, también y se hizo lo suyo con los ahorros de sus trabajadores.

El afiliado fue forzado a incorporarse al sistema privado de pensiones y hoy, pese a todos sus errores y perversiones, es un rehén de él. Porque el sistema de AFP no fue diseñado para entregar una buena jubilación a los trabajadores. Fue diseñado para usar los ahorros de los afiliados en el sector privado, como afirma Riesco. El sistema de AFP es un efecto evidente de las reformas neoliberales, de las políticas desarrolladas por Hayek y Milton Friedman, por la escuela de Chicago. Un sistema que tenía como dogma –en Chile lo sigue teniendo- la contracción hasta la mínima expresión posible del aparato del Estado.


Se puede decir que esos fondos jamás existieron, que eran especulación, parte de la burbuja financiera mundial. Números, estadísticas, abultadas con fuerza durante los últimos años en perfecta sintonía con la orgía bursátil mundial. Una hinchazón, una ganancia no apoyada en el trabajo –recordemos que estos fondos son, originalmente, fruto del trabajo- sino en el lucro, la usura, la apuesta. Y ante este exceso, ante esta destemplanza económica, que hizo crecer los ahorros del trabajo como una burbuja –o también un tumor- no puede extrañarnos el actual colapso. Es parte del juego, es el riesgo.

Ante este colapso, tan anunciado por tantos economistas no escuchados, es necesario mirar las bases del modelo, que desde su origen, desde su misma concepción, ha sido un error. Su incapacidad de otorgar una pensión decente –que no signifique una caída brusca en el nivel de vida del trabajador- aun en tiempos de bonanza financiera, lo ratifica. Un sistema obligado a correr los más extremos riesgos no puede sorprenderse de su fracaso. Era su destino.


Lo que se ha perdido es el trabajo. Es el pasado y también el futuro. Es la vida, medida en este caso como un bienestar, de las personas. Una culpa doble, que radica en la omisión del estado y en la intervención malvada de los privados.


El regreso de la cordura está en seguir el camino argentino. Traspasar los fondos al estado y restablecer un sistema público, como los que han operado en el mundo desde hace más de un siglo. Un sistema capaz de entregar pensiones claras, definidas, de por vida y decentes. Que la jubilación no signifique un cambio brusco en el modo de vida, que no signifique una catástrofe.


Manuel Riesco lo dice sin mayores rodeos: Los fondos de pensiones deben ser intervenidos de inmediato, para proceder a un repliegue ordenado a inversiones seguras en el país. “Las AFP han demostrado que no fueron capaces de hacerlo y la autoridad no hizo nada al respecto, muy por el contrario, estimuló a tomar más y más riesgos en medio de la crisis. Ellos deben responder por el inmenso daño que significa haber perdido en pocos meses una cuarta parte del fondo total, un 30% del fondo B y el 40% del fondo A. Suman 25.000 millones de dólares, equivalentes a dos tercios del presupuesto nacional y a siete años de cotizaciones previsionales. Millones de afiliados afectados tienen todo el derecho a exigir sanciones ejemplares por esta gigantesca irresponsabilidad”.

PAUL WALDER