WALDERBLOG - "El desvío de lo real"

lunes, marzo 26, 2007

“Epopeya”: Razones de Estado contra la libertad de expresión

La censura del documental Epopeya sobre la Guerra del Pacífico –que la tradición eufemística nacional ha llamado “postergación- es una nueva y clara muestra de cómo los gobernantes están no sólo ahogados por el oscuro lastre de la historia, sino que impide la emergencia de luces, ideas y nuevas miradas acerca de esa historia. Niega el pensamiento, la creación, en suma, la inteligencia. La clase política gobernante, que en un golpe de autoridad (que en estos casos ha sido autoritarismo) al prohibir la emisión de un documental histórico, o con mayor exactitud sobre la historia, echando mano a ese argumento que precisamente no resiste argumentaciones, aquel llamado “razón de Estado”, lo que hace es reprimir derechos básicos: el derecho a la creación y la expresión; el derecho de la ciudadanía a informarse, a conocer lo que otros piensan.

El lamentable evento ha sido simple y hasta bordea el ridículo. Es posible recordar que Televisión Nacional de Chile estuvo anunciando durante la segunda semana de marzo la emisión del documental Epopeya para el miércoles 14 de ese mes. Un anuncio que vio todo el país y, cómo no, también determinadas personalidades políticas, como el ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Foxley, y el embajador de Perú en Chile, Hugo Otero, quien llamó a Lima para informar de la emisión del programa. Sin conocer los contenidos del documental, desde Lima telefonearon a Foxley para que hiciera algo, lo que era, en otras palabras, el bloqueo de la emisión. Foxley, aquel mismo fin de semana, sábado 10 y domingo 11 de marzo, llamó a Francisco Vidal, presidente del directorio de TVN, para, dijo Foxley, evaluar la llamada de Lima. Vidal, a su vez le pasó el lío al directorio, que resolvió por su “postergación”. Un alambicado proceso que permitió diluir las responsabilidades en cuanto al acto de censura. Nadie hizo lobbying o ejerció presiones, menos censura, dijo Foxley, aun cuando a las pocas horas de su llamada a Vidal el programa salía de la parrilla.


Otra versión, muy similar, extiende un poco estos plazos. El embajador habría llamado durante la semana a Vidal, y en esta oportunidad el directorio del TVN habría votado a favor de emitir el documental. Ante esta circunstancia, Otero habría llamado a Lima para conducir el proceso desde su misma cancillería. En esta versión fue el mismo canciller peruano, José Antonio García Belaúnde, quien alertó a la cancillería chilena. Foxley, con el argumento de razones de Estado, logró convocar de forma extraordinaria al directorio de TVN y consiguió suspender el programa.

Las variaciones a este episodio no parecen alterar de manera significativa el hecho. Tampoco lo que sucedió en el propio directorio, que está formado, bien se sabe, por distintas “sensibilidades” políticas, aunque con un mayor peso hacia la Concertación. Pese a los votos a favor de la emisión de José Zalaquett y la historiadora conservadora Lucía Santa Cruz, que es la vicepresidenta, la mayoría oficialista optó por “postergarlo”. El directorio, que durante la semana había decidido emitir Epopeya, esta vez fue funcional al PPD Vidal, y Vidal, no lo sabemos con certeza, fue funcional, tal vez, más a su sentido de supervivencia política, a la “razón de Estado” que a ciertos principios elementales que rigen a un medio de comunicación.

Ni lobbying, ni presiones. ¿De qué se trataba? ¿Por qué se bloquea la emisión de un documental, ya previamente aprobado por todas las instancias y organismos competentes, sin siquiera haberlo visto? Foxley no lo ha dicho, ya que se ha escudado en la “razón de Estado”, pero los motivos en este caso no han sido tan graves como el acto mismo. El ministro actuó como si TVN fuera el órgano de difusión del gobierno, una estación cuya misión es servir a los intereses del Ejecutivo. Así lo fue durante un tiempo, recordamos bien, y por ello su actual estatuto de televisión pública, que no es la TV del gobierno ni tampoco de los partidos políticos, vale la pena evocarlo una vez más. Si se justificaba una acción de esta naturaleza, de haber recurrido a la razón de Estado, expresión que hace temblar a la ciudadanía, pero también a la presión y al lobbying, es algo que merece todas las imaginables sospechas. La situación, podemos ver y también especular, aunque no es tan grave como para invocar a aquel secreto de estado, sí es para desconfiar de todo cuanto diga la cancillería. Las relaciones con Perú son mucho menos claras y tranquilas a como las relata ese ministro.




El ROL DE VIDAL

La ex miembro de este directorio, la periodista Faride Zerán, hizo circular por internet un artículo titulado “A qué le temen los poderes” en el que se pregunta, tras esta “evidente censura”, acerca del rol que le cabe al presidente del directorio de TVN, nombrado directamente por el Presidente o Presidenta de la República. Este debiera, responde Zerán, promover “al interior de la estación televisiva, precisamente ‘por razones de Estado’, el acceso a la información, el pluralismo y la libertad de expresión consagrados al menos en la letra en nuestro país”.

Zerán no cuestiona tanto el actuar de Foxley, a quien, así lo ha demostrado, no parece interesarle en nada la libertad de expresión, o por lo menos demuestra que no es un asunto que pueda compararse con la política exterior de un Estado. Pero a quién le debiera interesar, dice Zerán, es a Vidal. Esa es, al menos, el área de su competencia. ¿O acaso está allí el ex Ministro –se pregunta- para disputar los minutos informativos en que aparece el Gobierno versus la Oposición? ¿O para asegurar las cifras azules porque el canal debe autofinanciarse, apoyando entonces la desaparición de la parrilla de programas culturales o de debate?”

De una manera similar reaccionó también el Colegio de Periodistas. A diferencia de la ex miembro del directorio, que responsabilizó de censura a Vidal, esta asociación responsabilizó a Foxley por realizar “presiones indebidas” ante un medio de comunicación. “Resulta muy preocupante que una autoridad del poder ejecutivo, argumentando ‘razones de Estado’, presione a un medio de comunicación con el objetivo de impedir la difusión de un trabajo profesional que realizó durante varios meses y que contó con la colaboración de instituciones de Perú, Bolivia y Chile, entre ellos, museos, ejércitos y autoridades políticas”.

Foxley, por lo bajo, abusó de su poder. Realizó evidentes presiones hacia un medio de comunicación que no es del gobierno, sino de la ciudadanía. Usó toda su influencia, su poder, y atropelló, como hemos dicho, los derechos de otros. Sólo para matizar hacemos la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera hecho Foxley si la emisión hubiese estado programada en Mega o en Chilevisión? ¿O es que no podía explicarle a su colega peruano que TVN no es el canal de la Concertación?

NACIONALISMOS SOBRE LA DIPLOMACIA


El colegio de Periodistas apuntó a una zona muy sensible para el gobierno. Pese que Foxley ha querido asumir toda la responsabilidad –incluso las distintas versiones del episodio inscriben su actuar como autónoma del equipo de La Moneda, el que se enteró de la operación a través de los diarios- la verdadera causa ha sido derivada a Lima. El criterio del ministro, el que se puede leer en sus declaraciones y también entre líneas, fue acceder a la demanda peruana para no entorpecer las relaciones bilaterales, las que, bien sabemos, no son ni han sido óptimas ni con el actual ni con pasados gobiernos.

Es el gobierno de Alan García, asumido el 2006 en la segunda vuelta con un diferencial muy bajo de votos, que tuvo la reacción inicial por la inminente emisión del documental. No hace falta ir demasiado lejos en la política interna peruana para constatar que sectores nacionalistas opositores a García han colocado el tema fronterizo con Chile en lugares destacados de la agenda. Un vistazo a los diarios limeños constata esta afirmación: los asuntos bilaterales con Chile, reducidos casi a un asunto de fronteras, es tema diario.

Y tampoco es necesario ir muy lejos en los errores de la cancillería chilena hacia los países fronterizos. Descartando los tratados de libre comercio y otros convenios comerciales con países de todo el planeta, la política exterior chilena orientada la región no sólo no tuvo un eje, una línea, sino que fue prácticamente ignorada. Hoy, tras el cambio radical que han tenido los gobiernos de la región, éste carencia cobra día a día su factura.


Las relaciones con Perú no son buenas y ha quedado demostrado durante el año en éste y un anterior evento. Hacia finales de enero el gobierno tuvo que resolver no sin nerviosismo e imprecisiones el errado proyecto de ley de la nueva región de Arica y Parinacota tras los abiertos reclamos de Lima por un cambio en las líneas de frontera. El reciente suceso, que no contiene ningún error, tiene elementos similares: reclamos desde Perú, nerviosismo en Chile y posterior satisfacción del gobierno peruano.

La violenta operación de Foxley, pese a haber sido rechazada por algunos grupos de intelectuales y el gremio de periodistas, no tuvo una reacción similar en la clase política. Desde la derecha, que tuvo una buena oportunidad para ejercer todo tipo de críticas al gobierno, hubo, salvo muy escasas y aisladas declaraciones, silencio. No por sentirse invalidados para atacar al gobierno en esta área –casi como una ironía podrían entenderse los reclamos del diputado UDI Alberto Cardemil, ex subsecretario general de gobierno durante la dictadura-, sino más bien por su condición de oligarcas o representantes de esa oligarquía profundamente nacionalista.

Entre los pocos que elevaron un comentario o protesta estuvo el presidente del Partido Socialista, Camilo Escalona, y el presidente del senado, el ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle y correligionario de Foxley. Pero cabe recordar que fue el mismo Frei quien durante su gobierno esgrimió también razones de Estado para que no se investigara las operaciones financieras delictivas que había realizado el hijo mayor de Pinochet. Frei invocaba a un oculto e innombrable aspecto del Estado, pero en lo concreto inhibía la posibilidad de hacer justicia.

LOS SORPRENDIDOS PRODUCTORES


El documental, que fue aprobado por el Consejo Nacional de Televisión –que sí lo ha visto- ha sido realizado por la productora Nuevo Espacio, externa a TVN, a la que la decisión del directorio tomó por sorpresa. Incluso, cuando el fin de semana del 10 y 11 de marzo los periodistas llamaron para consultarles por la determinación de TVN, ni el productor, Patricio Polanco, ni el guionista, Gilberto Villarroel, sabían de qué se trataba.

Una de las virtudes de Epopeya es dar una nueva mirada a la historia, una mirada crítica al historicismo nacionalista, registrado, entre otras voces y versiones, en la opinión de historiadores de los tres países. En Chile, como una manera de empujar esa reconsideración de los relatos nacionalistas, los historiadores entrevistados fueron Alfredo Jocelyn-Holt, Sergio Villalobos y Gabriel Salazar. Es una revisión de los mitos, y es también la intención de poner en la televisión lo que piensan los otros. Nada se sabe en Perú y Bolivia acerca de la mirada chilena hacia estos hechos, lo mismo que en Chile no se conoce la visión de nuestros vecinos. Una mirada que es construida desde la educación básica a través de los libros de textos de historia, que ha modelado y cristalizado una forma poco amistosa de vernos.

Ante este evidente peso histórico, los documentalistas conversaron y grabaron a escolares de los tres países, observaron los libros de textos, entrevistaron a historiadores, hablaron con gente en la calle, destacaron a las distintas figuras nacionales, héroes para unos, desconocidos para otros. ¿Quién es Eduardo Abaroa, el héroe boliviano, para los niños chilenos? ¿Quién es Arturo Prat para los niños bolivianos? Demasiado desconocidos para estar tan cerca.


El cientista político de FLACSO Claudio Fuentes, durante un análisis al incidente, citó el caso de las relaciones entre Chile y Argentina. Aun cuando no ha habido una traumática guerra que cruce la historia de ambos países, éste puede levantarse como un bondadoso ejemplo. Las malas relaciones, que se extendieron durante largas décadas, hasta llegar a una inminente guerra en 1978 durante las dictaduras de Pinochet en Chile y Videla en Argentina, ha derivado en muy pocos años, efecto de una voluntad política de los gobernantes de ambas naciones, a un rápido y profundo cambio en las relaciones entre ambos países. La proximidad entre las dos naciones –que es hoy no sólo geográfica- conseguida a partir de los gobiernos democráticos es tal que ninguno de los problemas comerciales –que no son pocos- han logrado alterar el reencuentro. Claudio Fuentes comentó en Radio Futuro el miércoles 14 de marzo que este acercamiento no ha sido sólo de los gobernantes, sino de los ciudadanos. Un cambio que viene no sólo desde los nuevos textos de historia de la educación básica de ambos países, que en poco tiempo ha conseguido suavizar las relaciones.

Ante estos procesos, resultado también del incremento de las comunicaciones, del comercio –Chile y Perú firmaron un TLC el 2006, en tanto las inversiones chilenas en Perú alcanzan unos cinco mil millones de dólares- y de la inmigración – aunque los peruanos residentes en Chile bordean los cien mil, la tasa de crecimiento de la inmigración de los últimos diez años ha sido de un 700 por ciento- es difícil comprender la actitud tan rígida, esclerótica, de los ministros de Perú y Chile. Una actitud que no ha sido compartida por el tercer gran actor de la tragedia, que es Bolivia. El cónsul en Santiago, Roberto Finot, hizo declaraciones que lamentaban la postergación de la emisión. Nada peor que no hablar, no mirarse, mantenernos de espaldas.


“Nosotros no ponemos ningún reparo respecto a la difusión de un trabajo documental y periodístico de esa naturaleza. Obviamente -comentó a la prensa- en un tema que es delicado y sensible para la relación de nuestros países, respetamos que puedan salir a flote estas susceptibilidades, pero nosotros no hemos tenido ni tenemos ningún reparo para que se difunda. Todas las iniciativas que puedan surgir y darse para debatir un tema totalmente vigente y que es de indudable interés para los tres países es positivo”, comentó.

Se teme hablar, mirarnos. Incluso, como hemos visto, se ha preferido cerrar los ojos, censurar antes de conocer los contenidos. Un temor atávico, que las clases políticas presionadas por sus respectivas oligarquías ultranacionalistas han preferido una vez más mantener.

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lunes, marzo 19, 2007

Economía mundial: Las señales de un inminente colapso

“El efecto mariposa”, aquel complejo concepto aplicado con exceso a nuestros tiempos de globalización, tuvo una nueva y palmaria demostración durante la última semana de febrero. "Cuando uno se aleja tanto de una recesión, invariablemente crece el riesgo de una nueva, y en estos momentos comenzamos a ver estas señales”, declaró hacia finales de febrero Alan Greenspan, el ex presidente de la omnipotente Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, a un medio en Hong Kong, afirmaciones, opiniones o profecía que tuvo como efecto el despliegue de una enmarañada sucesión de escenas de terror y sus similares consecuencias. Greenspan, que ha sido considerado el artífice del actual estado de la economía norteamericana –que es también , y no es sólo una exageración, la mundial- no podía ser más claro, aun cuando se reservaba los plazos: la economía de Estados Unidos no da para más. Lo de Greenspan, figura elevada a la categoría de gurú por todo el establishment financiero global (estuvo al mando de la Fed por casi 20 años), sonó como un trueno que presagia una tormenta. No por la sorpresa, sino porque susurraba la constatación de una realidad que pese a su silencio no deja de ser una verdad. Nadie quiere hablar de una recesión, pero allí están los números, las señales de Greenspan.

Los comentarios del economista, cuyas opiniones han sido tomadas desde hace lustros como la palabra entre los hombres que profesan la fe en el mercado, desataron el pánico y averiaron la máquina planetaria de ganar dinero fácil: el martes 27 de febrero las principales bolsas de valores del mundo, las mismas que hace pocos meses habían inscrito marcas históricas, perdieron y sufrieron su mayor crisis del siglo XXI. Empujadas por la bolsa de Shanghai, que perdió en aquella jornada un nueve por ciento de su valor, el resto de los mercados bursátiles mundiales siguieron la tendencia con una desesperada venta de acciones. Nadie se salvó de la caída, ni en Europa, Asia y América. Desde Nueva York a Santiago de Chile se repetía el mismo síndrome.

El proceso se suavizó tras las declaraciones de Ben Bernanke, que es el actual presidente de la Fed –“ Mi punto de vista, tomando en consideración todos los nuevos datos, es que realmente no hay cambios materiales en nuestras expectativas para la economía de Estados Unidos desde la última vez que informé al Congreso hace un par de semanas”-, comentarios que fueron inmediatamente continuados por Greenspan, que tuvo que matizar sus anteriores y explosivas palabras: durante la jornada siguiente la ex cabeza de la Fed decía que “era posible, pero no probable” una recesión. Sin embargo, pese a la calma bursátil, las señales referidas por Greenspan siguen en pie. El derrumbe bursátil ha sido el gran efecto; las señales, que están en la economía norteamericana, siguen como las causas.

Todo el establishment financiero las ha observado, aunque con frecuencia para minimizarlas. Los ministros de Hacienda de la mayoría de los países salieron a tranquilizar a sus mercados, entre los que, por cierto, estaba el chileno, que revolvió sus opiniones con ciertos elementos publicitarios: “Nuestra economía –dijo Andrés Velasco- ha resistido bien esos episodios de turbulencia internacional. ¿Y por qué? Porque tenemos políticas monetarias, cambiarias, fiscales y políticas prudenciales en el sector financiero que fomentan la estabilidad. Así ha sido en el pasado y así va a seguir siendo en el futuro".

Mensajes similares surgieron desde los organismos internacionales. Y obviamente también lo hizo el Fondo Monetario Internacional (FMI). Aquella semana su presidente, Rodrigo Rato, se refirió al derrumbe como una simple “corrección” en los mercados, en tanto elogió el “benigno” escenario económico mundial, que este año crecería a una tasa de un cinco por ciento.

Pero en el establishment ha habido también notables excepciones. Tras el derrumbe, The Economist señaló que tal evento debería tomarse para reconsiderar con más seriedad los actuales riesgos de la economía norteamericana. Para el semanario británico, hay peligros que los mercados han comenzado a interiorizar. Las bolsas, dijo la revista, han visto jornadas más negras que las de aquel martes 27, “pero éste podría proyectar una sombra aun más permanente”.

Y no sólo el martes 27. Durante el resto de aquella semana las bolsas mundial vivieron nuevas oscilaciones –le llaman volatilidad- las que se extremaron el lunes 5 de marzo con caídas generalizadas entre un dos y un tres por ciento. Aun cuando el martes 6 hubo un remonte, la percepción es de una evidente inestabilidad.

La economía norteamericana: de mal en peor

La economía norteamericana no sólo va en retroceso –este año crecería apenas sobre un dos por ciento-, sino que enfrenta otros graves problemas, como el alto déficit comercial y fiscal y un excesivo endeudamiento interno. Ante estos evidentes desequilibrios, una recesión y una caída prolongada de los mercados de valores puede conducir a situaciones impredecibles.

La crisis de finales de febrero detonó, sin embargo, en otra latitud. Fue el mercado de valores de Shanghai el primero en saltar y fue también el que más se encogió. La posibilidad de una recesión norteamericana aterroriza a los inversionistas que tienen sus activos puestos en empresas chinas o con sede en China orientadas al mercado estadounidense. Una contracción en el consumo de los norteamericanos, en las importaciones asiáticas, haría tambalear el frágil tablero mundial, un escenario del que prácticamente nadie podría escapar.

La situación actual, que se remonta desde finales de la década pasada, es de un equilibrio precario. Estados Unidos ha venido alimentando de manera persistente un déficit comercial pese a la debilidad del dólar. De forma paralela, y ciertamente más grave, ha venido amplificando su déficit fiscal, a lo que ha contribuido la política bélica de George W. Bush.

La economía de Estados Unidos, que es el paradigma del consumo, no se caracteriza hoy en día por su capacidad de ahorro. El déficit fiscal es financiado por inversionistas extranjeros, muchos de ellos asiáticos y chinos, que han adquirido bonos del Tesoro. Y como consecuencia, la economía norteamericana aparece enormemente endeudada con aquellos inversionistas extranjeros que han tomado esos bonos.

Este cuadro ha sido denominado como la era Greenspan. El ex presidente de la Fed tal vez ha logrado activar la economía norteamericana y mundial mediante la rebaja de las tasas de interés de Estados Unidos –las que tras el 11-S llegaron a 1,5 por ciento anual- aun cuando no ha evitado la generación de los desequilibrios –entre ellos la fuerte devaluación del dólar frente al euro y al yen- mencionados.

Déficit comercial

El sistema se ha mantenido más o menos de la siguiente manera. A través de las bajas tasas de interés, los norteamericanos han tomado de forma masiva créditos y siguen consumiendo o adquiriendo otro tipo de bienes más duraderos, como son las viviendas. El fuerte consumo se alimenta también de productos importados, muchos de ellos desde las economías asiáticas y, por cierto, China, y muchos de ellos también manufacturados por empresas norteamericanas instaladas en el exterior (offshore).

Estados Unidos exporta menos de lo que importa, de ahí el fuerte y creciente déficit comercial. Y no ha podido revertir o equilibrar este proceso pese a la debilidad del dólar respecto a otras monedas fuertes (lo que en teoría le permitiría exportar bienes más baratos). Es posible admitir que esta situación, que se ha alargado tal vez mucho más de lo conveniente, ha podido mantener en expansión a la economía mundial, lo que ha favorecido, incluso, a países como el nuestro, que son exportadores de commodities. Pero es un hecho que no se puede sostener de manera indefinida, pese a las afirmaciones de los ejecutivos y toda clase de funcionarios de la institucionalidad financiera.

Este fenómeno, decimos, si bien ha funcionado durante los últimos años, no es posible que se extienda por mucho tiempo más. Los norteamericanos no pueden endeudarse de forma indefinida, por lo que necesitan, de una u otra manera, generar ingresos. Pero ello no está muy claro. La persistente tendencia de las empresas norteamericanas a producir sus bienes en el exterior -en zonas como Asia o Centroamérica, con bajos costos de la mano de obra- ha llevado a un aumento del desempleo en Estados Unidos y al mencionado déficit comercial. Como no es nada de probable que estas empresas vuelvan a producir en Estados Unidos, que tiene más altos costos de mano de obra, no será posible que se revierta el déficit comercial, como tampoco que aumente el empleo y la capacidad de ahorro.

Las cifras de desempleo en Estados Unidos no parecen tan dramáticas, no obstante no pocos autores hablan de una precarización de los empleos. Los buenos trabajos han ido en una constante desaparición, proceso derivado del fenómeno de las actividades off shore, en tanto los que se crean son trabajos informales y mal pagados en el sector servicios.

Déficit fiscal

El aumento del déficit fiscal es otro proceso sin pausa, que se ha agravado con la obsesiva política bélica de Bush. Como se ha mencionado, los gastos del gobierno norteamericano están hoy en día financiados por las inversiones que muchos países, entre ellos los asiáticos y, con principal énfasis China, hacen a través de la adquisición de bonos del Tesoro, por los que tarde o temprano Estados Unidos deberá responder.

Este curso, que lo apuntalan países como China, interesados en que el consumo norteamericano continúe a todo vapor, tampoco puede durar por mucho tiempo más. Por cierto que hoy todavía nadie duda de Estados Unidos como la gran superpotencia económica como tampoco de su capacidad de pago, pero la debilidad del dólar respecto a otras monedas es un factor de peso. Para no pocos inversionistas resulta más atractivo invertir en euros que en dólares, proceso que comienza a tomar cada vez más fuerza entre las naciones árabes.

¿Qué pasará si el dólar sigue perdiendo fuerza en los mercados mundiales? Una situación como ésta, nada de improbable –recordemos que el euro partió uno a uno con el dólar y hoy vale un tercio más que el dólar- inhibiría a muchos inversionistas a adquirir bonos o activos en dólares, lo que traería más y más problemas a la economía norteamericana. Puede decirse que la solución está en subir las tasas de interés y entregar más rentabilidad por cada inversión. Pero esa solución detonaría de inmediato la temida recesión.

Más déficit fiscal es mayor debilidad para el dólar. La economía estadounidense vive un equilibrio muy precario. ¿Qué pasaría si el dólar sufre una fuerte caída, y posteriormente una venta masiva, un desprendimiento de esta divisa, por parte de los bancos centrales del mundo? Obviamente, algo así como un cataclismo de proporciones, que nadie quiere ni imaginar.

Para evitar estos escenarios, es necesario una reducción del déficit fiscal. Por una parte, una reducción de los gastos, los que han de partir por los bélicos -pero Bush está empantanado hasta el cuello en Irak- o también un aumento de los impuestos, lo que en una economía que ya habla de recesión no es una buena idea.

Hoy en día todos quieren mantener a la economía norteamericana como la gran compradora del mundo, pero, a la vista de las actuales variables, no es posible mantener este escenario por un tiempo indefinido.

La burbuja inmobiliaria está que revienta

Hay otro factor de inquietud en la economía norteamericana. En el artículo publicado por The Economist dos días después del derrumbe bursátil, el semanario mencionó los dos mayores peligros para la economía estadounidense. Una es la posibilidad de una recesión, la otra es la burbuja inmobiliaria.

Las bajas tasas de interés, derivadas de las políticas monetarias de Alan Greenspan a cargo de la Fed, llevaron a un aumento gigantesco de la masa monetaria (prácticamente se duplicó el circulante en los últimos siete años) mediante la adquisición de créditos hipotecarios. Hubo un endeudamiento masivo a través de estos créditos, que activaron al sector inmobiliario, lo que infló una burbuja inmobiliaria. Y obviamente, el aumento de la demanda de viviendas, trajo también a un aumento de los precios. Según datos oficiales, el valor de la vivienda en Estados Unidos pasó desde 11,4 billones de dólares el 2000 a 20,3 billones el 2006, lo que es prácticamente el doble. Si eso es la vivienda, la contraparte son las deudas hipotecarias: el 2000 alcanzaban a 4,8 billones de dólares; el 2006 sumaban 9,3 billones.

El semanario británico, pero también muchos otros analistas, pone a este factor, aparentemente menor, en el centro de la economía mundial. Se trata de la burbuja inmobiliaria más grande de la historia económica, la que ha sido hinchada hasta la extenuación con el dinero barato del banco central. Ese es un lado del relato. El otro es la gran masa de norteamericanos endeudados, quienes viven en un período que podría desembocar en una recesión.

Si llegara a pincharse la burbuja inmobiliaria, lo que sobreviene es un colapso de proporciones. Mucha gente que ha llegado tarde al boom ha comprado inmuebles a precios altos y ha quedado también atada a una hipoteca equivalente. En un escenario recesivo, los precios caerían, no obstante las hipotecas se mantendrían, lo que llevaría a la ruina a numerosas familias y, de paso, podría endosar el problema al sector financiero. A partir de allí, el derrumbe es general.

La burbuja inmobiliaria especulativa no es hoy un fenómeno exclusivo de la economía norteamericana. La española está también presionada por este tipo de especulación, estimulada por muy similares motivos financieros. Se calcula que durante los últimos años –no más de cinco- el precio de la vivienda en España ha aumentado sobre un cien por ciento, lo que no tiene ninguna relación con la demanda de vivienda, sino con la especulación.

Por sobre este fenómeno aparece otro. Es la excesiva oferta de crédito respecto a la capacidad de pago de las personas o empresas (apalancamiento financiero), lo que ha permitido en Estados Unidos y en otros países –Chile incluido- mantener buenos niveles de consumo. Ante esta situación, una recesión, que genera altas tasas de desempleo, conlleva a una inmediata suspensión de pagos.

El apalancamiento, decimos, no sólo ha aumentado en la economía norteamericana, que tiene hoy indicadores altamente riesgosos que, según ciertos informes privados, llevaría a la suspensión de pagos de no pocas compañías. Un hecho que no sería una posibilidad, sino una realidad, en el caso de una recesión.

El efecto mariposa desde Atacama a la Patagonia

Aun cuando no presenciemos esta situación explosiva, cualquiera de las otras tocaría también a la economía chilena, abierta y globalizada como la que más. La más mencionada y tal vez más probable es una recesión en Estados Unidos a partir de finales del 2007. Si es suave, sus efectos más evidentes serían un impacto en el consumo, en las importaciones norteamericanas, entre ellas las chilenas. Si es aguda, todo lo demás sucedería de manera amplificada, generando no sólo una crisis económica, sino también política. Un escenario de esta naturaleza es siempre negativo, pero podría tener algo bueno: marcar el fin del neoliberalismo.

Una recesión norteamericana es temida por todo el mundo, por cierto que China, que vería afectado la compra de sus bienes manufacturados. Y si China reduce sus ventas, también tendría que reducir sus compras, entre ellas las materias primas que adquiere de Chile. Nuestro país se vería afectado por, al menos, estas dos vías.

La economía chilena fue duramente golpeada por la crisis asiática de finales de la década pasada, pese a todos los discursos y llamados a la calma de los gobernantes y autoridades económicas de entonces. Todas las referencias al “blindaje” y “solidez” de la economía se convertía en mera retórica de tecnócratas cuando el banco central elevó de manera histérica las tasas de interés y mandó a miles de pequeños empresarios a la quiebra. No sólo quedaron ahogados por el alto precio del dinero, sino también por una economía en recesión que, desde entonces, no ha logrado crecer a un al ritmo.

El riesgo para la economía chilena de una recesión en Estados Unidos es muy alto, lo que queda explicado por los siguientes motivos:

* El ritmo de expansión de la economía chilena lo mantiene hoy el sector exportador, el que se compone en prácticamente su totalidad de recursos naturales o de muy baja elaboración. Y de este grupo exportador, un volumen también muy mayoritario lo compone la minería. Es éste el sector que empuja la economía chilena, por lo que un traspié en el exterior afectará sensiblemente las exportaciones y al conjunto de la economía chilena.

*La fuerte concentración de las exportaciones es también una fuerte concentración de las empresas. Basta mirar a los resultados empresariales del año pasado: un grupo ínfimo de compañías productoras –las otras son de servicios y, cómo no, la banca- absorben una enorme proporción de las ganancias. Este fenómeno, que contribuye a aumentar la desigualdad, tiene otro y muy nefasto efecto: Si el sector exportador se hundiera, que es el que hoy mueve a la economía (que pese a ello crece apenas sobre un cuatro por ciento), no habría otro sector capaz de relevarlo. Estos desequilibrios aumentarían los efectos de una crisis exterior.

Está también el excesivo endeudamiento del consumidor nacional. Un reciente informe sobre el consumidor norteamericana se escandalizaba del aumento de los préstamos a través de tarjetas de crédito a una tasa anual cercana al cinco por ciento. En Chile, los créditos de consumo han venido creciendo a un promedio de casi un veinte por ciento anual. Y obviamente, un nivel de endeudamiento de tal magnitud no es el mejor para enfrentar un recorte en los ingresos.